Plaça Catalunya se ha convertido en el centro neurálgico en Barcelona de las protestas iniciadas el domingo con las decenas de manifestaciones en todo el país. Entre 150 y 200 personas están concentradas para reivindicar un futuro mejor y un cambio en la vida política española.
Dicen que no se irán “hasta que cambien las cosas”, lo cual no deja de ser una forma de decir que estarán en la plaza de forma indefinida. Precisamente ese es el problema de los manifestantes: no hay un objetivo claro. Es evidente que la política española está fuertemente corrompida y que se han dado por buenas unas actitudes que son muy reprobables, cuando no ilegales.
Corrupción, partitocracia, bipartidismo, sumisión de las decisiones parlamentarias a potencias extranjeras, una clase política que gobierna para sí misma y no para su ciudadanía… Está claro que las cosas deben cambiar. Sin embargo, una protesta debe aportar algo más al debate público. Uno no puede quejarse y pretender hacerlo hasta que “las cosas cambien”.
Algunas de las pancartas que se veían en Plaça Catalunya y los panfletos que se repartían en la protesta ponían como sinónimos las acampadas de Madrid y Barcelona y las de Tahrir, en Egipto. Afirmaciones como esa solamente desacreditan a las personas concentradas: las revoluciones árabes han luchado contra unas dictaduras que asesinan a sus ciudadanos. Aquí, nos manifestamos para defender el estado de bienestar. Ambas cosas merecen ser defendidas, pero de una a otra hay un trecho.
Durante la tarde, Plaça Catalunya ha acogido entre 150 i 200 personas que han debatido y charlado sobre la cultura política española, las decisiones tomadas por el Gobierno y la situación económico-social actual. Tiene mérito, hoy en día, conseguir juntar ese número de personas para reflexionar y exigir un cambio, pero hay que poner unos objetivos. Lo mejor de todo es que las acampadas no han tenido un organizador concreto, sino que un conjunto muy heterogéneo de personas ha coincidido en que debía hacerse.
La gran noticia del movimiento iniciado por Democracia Real Ya es que se ha demostrado que la ciudadanía no está tan aletargada como parecía. Los sindicatos no consiguen sacar a la calle ni la mitad de personas que salieron el domingo. Precisamente por eso, porque son los sindicatos mayoritarios y han perdido todo el crédito que pudieran tener después de las negociaciones con Gobierno y patronal.
La gran novedad es que finalmente se ha conseguido que la población pase de las redes sociales a la calle. En febrero hubo un ensayo de lo ocurrido dos días atrás, cuando centenares de personas se plantaron ante los premios Goya para reprobar la actitud del Ministerio de Cultura con la ley Sinde. Ahora, una organización con menos de dos meses de vida ha logrado sacar a la calle decenas de miles de personas y hacerse un hueco entre algunos medios internacionales.
El domingo comenzó un movimiento que no debe parar. Seguramente, el desalojo de Sol esta madrugada ha hecho el mayor favor a la iniciativa. El efecto Streisand, que se basa en que el intento de bloqueo de una acción consigue la finalidad opuesta, ha hecho de decenas de ciudades españolas se planteen acampar los espacios públicos más céntricos de la localidad. Sólo hace falta echar un vistazo a cómo estaba Sol esta tarde a las ocho: no cabía ni un alfiler.
Ahora, hay que canalizar la rabia social hacia unas propuestas, porque solamente así se conseguirán cambios. Los principales partidos estatales no tienen ningún interés en mover un dedo. Parte de la clase política, sobre todo el sector de la supuesta izquierda, se ha intentado adueñar del movimiento. Es solamente una forma de minarlo. Los que han hecho de la ciudadanía proteste resulta que están de acuerdo con la protesta.