Antonio Gaudí y Cornet (1852-1926) ha pasado a la historia como un arquitecto singular, capaz de aunar atrevidas concepciones artísticas con un marcado esoterismo. Gaudí fue un arquitecto que supo transformar sus edificaciones en bellas estructuras repletas de simbolismo, entre la evocación de un mundo fantástico y su uso de un lenguaje codificado, impenetrable para la mayoría de la gente. Gaudí vivió de manera muy austera, sin ningún lujo. Nacido en una humilde familia de artesanos, Gaudí estudió en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, hasta el año 1878. Empezó entonces a trabajar en múltiples proyectos en los que los edificios se transformaban en algo vivo, mientras que la forma parecía desmaterializarse y en que todo parecía cambiar continuamente como en un proceso alquímico. Según Gaudí, «La inteligencia del hombre sólo puede expresarse en el plano y en dos dimensiones: resuelve ecuaciones con una incógnita, de primer grado. La inteligencia angélica es en tres dimensiones, y se despliega directamente por el espacio».
El mundo de Gaudí se mueve entre el pasado y el futuro y sus construcciones son una fusión entre el gótico y el modernismo. Sus obras contienen un hermetismo impenetrable cuyo descifrado no es fácil de conseguir. Pero el esoterismo de Gaudí tiende a lo sagrado y los edificios gaudínianos se elevan mediante una combinación de símbolos y alegorías que se mezclan sin solución de continuidad, pero con una fuerza que atrae y sorprende. El esoterismo de Gaudí también se manifiesta por la ausencia de escritos ya que, sorprendentemente, no publicó artículos ni libros, ni dio ninguna conferencia. Todos sus conocimientos fueron transmitidos oralmente a algunos colaboradores. De este modo, detrás de sus obras dotadas de vida, como la Casa Batlló, en Barcelona, hay una especie de zona intermedia entre la mitología y el mundo de los seres humanos. «La historia de la arquitectura es la historia de la Iglesia», afirmaba Gaudí, indicando así que su actividad creativa estaba orientada hacia lo sagrado. En sus obras puede verse un retorno de los arquitectos medievales que, en la construcción de las catedrales, insertaron símbolos y alusiones a mundos más allá de la dimensión humana.
Esto resulta muy evidente en la construcción inacabada de la Sagrada Familia (Barcelona), que no puede limitarse a definirla como una iglesia. Este impresionante templo es una síntesis de todo el lenguaje hermético del genial arquitecto catalán. En efecto, podemos ver torres que transforman la piedra en representaciones vegetales, divinidades y figuras míticas que salen de la materia. Pero a pesar de esta evidente transformación y movimiento en las construcciones de Gaudí, no conseguimos descubrir su real significado ni el mensaje que nos quiso transmitir. El universal maestro catalán ha conseguido la inmortalidad, ya que ha dejado tras de sí una arquitectura que se transforma en una especie de bosque en el que es fácil entrar, pero en la que entramos en un entorno laberíntico en el que se pierde fácilmente el camino a seguir. El sentido oculto de lo sagrado explicado por símbolos solo permite captar la clave esotérica a unos pocos elegidos.
Elías Rogent, director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, al otorgarle la titulación profesional en verano de 1878, dijo lo siguiente: “Aún no estoy seguro de haberle concedido el diploma a un loco o a un genio”. Empezaba así la vida pública del gran arquitecto catalán, cuyo arte ejerce una atracción irresistible entre los estudiosos del arte y los turistas procedentes de todos los rincones del mundo. Sin embargo, aún siendo universalmente conocido, existen muchas lagunas y contradicciones sobre su biografía. Por ejemplo, todavía nadie se atreve a afirmar si realmente nació en Reus (Tarragona) o en la vecina localidad de Riudoms. Lo verdaderamente sorprendente es que en el acta matrimonial de sus padres, procedentes de un linaje de caldereros, aparecen inconfundibles signos masónicos, tales como el triángulo con un ojo vigilante y criaturas mitológicas. Pero ello no debería extrañar demasiado, ya que durante la primera mitad del siglo XIX, en Reus y sus alrededores se localizaron numerosas sociedades secretas, tales como los Carbonarios y Francmasones.
El futuro arquitecto y sus padres mantuvieron estrechos lazos con importantes familias de la zona. A este respecto debemos señalar que el joven Gaudí compartió pupitre escolar con Eduardo Toda, futuro diplomático y destacado miembro de la masonería local. Ambos trabajaron en un anteproyecto para restaurar el monasterio de Poblet, manteniendo una sólida amistad que se mantuvo a lo largo del tiempo. Algunas fuentes dicen que en aquella etapa padeció fiebres reumáticas que le impidieron participar en actividades deportivas, lo que influyó en su carácter solitario e introvertido, del que algunos destacan su gran ingenuidad. Sin embargo, su carácter observador facilitó el desarrollo de su afinidad por la naturaleza, que le acompañaría el resto de su existencia. Al mismo tiempo aumentó su pasión por la mitología clásica. Otras versiones aseguran que desde temprana edad se relacionó con artesanos y escultores afines a la construcción, aprendiendo su lenguaje gremial, heredado de la masonería. Y fue un tío suyo el que le enseñó los rudimentos teóricos y prácticos de estos colectivos. Durante sus actividades profesionales el respeto mutuo con albañiles y otros profesionales de la construcción contrastó con la tirantez que presidió sus relaciones con mecenas y patrocinadores.
En 1869 llegó a Barcelona con la intención de estudiar arquitectura. A sus 17 años trabajó como delineante para Eduardo y José Fontseré, por aquel entonces «maestros de obras». También se le relaciona con Elías Rogent, un conocido librepensador, que le introdujo en los secretos de las edificaciones medievales. Y el estudio de los escritos del esotérico francés Eugenio Viollet-Le-Duc influyó en su atracción por el arte gótico. La etapa universitaria de Gaudí está caracterizada por los contrastes, ya que aunque era un estudiante irregular, sus ideas atrajeron a partidarios y detractores. Una vez conseguido el título, se asoció con su colega de carrera Camilo Oliveras, que era anarquista, y planificaron la sede de la Cooperativa Agraria de Mataró (Barcelona) cuyos planos dibuja a la extraña escala de 1/666, que incluía el “número de la Bestía” del Apocalipsis y que era una escala inusual en la historia del arte. Sus buenas relaciones con su paisano Juan Grau, obispo de Astorga (León) le ayudan a que se cuente con él para distintas obras sacras.
Los biógrafos del arquitecto coinciden en señalar la desordenada personalidad de Gaudí durante aquel periodo, en que no dudó en frecuentar ambientes de corte socialista y conspirador. Pero a mediados de 1894 su vida inicia un inesperado giro hacia el ascetismo. Mucho se ha especulado al respecto. También se dice que Gaudí se retiró del mundanal ruido después de un desengaño amoroso con una tal Pepeta. De nuevo hay que repasar las notas biográficas para recordar sus relaciones con los entornos eclesiásticos, empezando por el obispo Torras y Bages, o el poeta y religioso Jacinto Verdaguer. Por otro lado, el estudioso de origen chino Hou Tech-Chien, en su tesis doctoral sobre la espiritualidad del arquitecto, ofrece una insólita explicación: “Gaudí experimentó la iluminación tan común del budismo Zen. Fue un filósofo que expresó sus ideas a través de la arquitectura como metáfora…Tuvo su veta filosófica, pero nunca estudió filosofía, sino que se guió por la intuición. Sucede lo mismo en el Taoísmo».
Para llevar a cabo su impresionante obra resultó fundamental el mecenazgo del aristócrata Eusebio Güell Bacigalupi, nacionalista catalán y miembro de grupos librepensadores. Se sabe que ambos se conocieron en 1878, pero se ignoran las circunstancias que rodearon su encuentro. De su asociación surgieron construcciones francamente insólitas, sobresaliendo el enigmático Parc Güell, o el palacio que este noble ordenó levantar en las Ramblas barcelonesas, sobre terrenos considerados «malditos». Tomando como base la geometría esotérica, este parque y la finca Güell junto al monumento de Buenaventura Aribau, forman un triángulo equilátero. Y este monumento, repleto de simbología masónica, forma parte de un entorno ideado por los hermanos Fontseré, con los que Gaudí colaboró con diseños secundarios, aunque innovadores, empezando por una cisterna subterránea.
Asimismo, el palacio Güell está unido al templo de la Sagrada Familia por una línea recta que cruza el Hospital de San Pablo. Y la Sagrada Familia, además, enlaza con una segunda línea recta que discurre por el Parque Güell, pasando por el templo del Tibidabo, para acabar en el arzobispado de Astorga, en León, todas ellas obras diseñadas por Gaudí. Todavía hoy se discute a qué obedecieron estas enigmáticas alineaciones. Sea como fuere, existen puntos de discusión, tales como su verdadera relación con la masonería. Una guía aparecida en 1895, que recogía las actividades de las logias en la capital catalana, incluye una relación de los miembros que las integraban. Pero, junto a los nombres de diversos personajes ilustres, el de Gaudí brilla por su ausencia. Cualquier información que hubiese permitido solucionar esta incógnita se perdió en el extraño incendio de sus archivos, depositados en el templo de la Sagrada Familia, ocurrido en junio de 1936. Y pocos días antes, un misterioso segundo incendio destruyó sus pertenencias almacenadas en el Parque Güell. Un desenlace semejante se produjo con respecto a sus obras, ya que pocas llegaron a completarse en vida del arquitecto.
El Parc Güell es probablemente una de sus principales muestras ocultistas, con gran carga simbólica. Esta propuesta de urbanización residencial se inició en 1902, pero fracasó a causa de su lejanía respecto al centro urbano barcelonés de la época. Joan Bassegoda Nonell, director de la cátedra Gaudí, afirmaba que la representación del monstruo Pitón, con aspecto de salamandra, junto a otros elementos simbólicos, esconde un horno alquimista. Además de los 33 peldaños (símbolo de los grados masónicos) para alcanzar el primer promontorio, y las 21 columnas que lo sostienen (coincidentes con los 21 Arcanos Mayores del Tarot), las onduladas líneas de los bancos laterales sugieren la estructura del ADN cuando se superponen, tal como lo interpretó el arquitecto Ricardo Bofill en una conferencia pronunciada en Barcelona a finales de 1968. Similar destino sufrió la Cripta Güell, mausoleo cuya construcción quedó interrumpida en 1917 tras la muerte del mecenas. Cuando no fue su irascible carácter el culpable de no finalizar algunas obras, como el Palacio Episcopal de Astorga, su muerte se encargó de interrumpirlas. Un tranvía lo atropelló en el verano de 1926, falleciendo en la sala para indigentes del Hospital de San Pablo. Su aspecto descuidado impidió identificarle hasta que ya fue demasiado tarde.
La Fachada de la Pasión del Templo de la Sagrada Familia en Barcelona, diseñada por el escultor Josep María Subirachs, muestra un cuadrado mágico de orden 4. Un cuadrado mágico es la disposición de una serie de números enteros en una matriz de forma tal que la suma de los números por columnas, filas y diagonales principales sea la misma, la constante mágica. Usualmente los números empleados para rellenar las casillas son consecutivos, de 1 a n², siendo n el número de columnas y filas del cuadrado mágico. Oficialmente la constante mágica del cuadrado es 33, la edad de Jesucristo en la Pasión. Pero también se ha atribuido la elección de este número como una velada alusión a la supuesta adscripción masónica, nunca demostrada, de Antonio Gaudí, ya que 33 son los grados tradicionales de la masonería. Estructuralmente, es muy similar al cuadrado mágico de grabado de Alberto Durero “Melancolía”, pero dos de los números del cuadrado (el 12 y el 16) están disminuidos en dos unidades (10 y 14) con lo que aparecen repeticiones. Esto permite rebajar la constante mágica en 1. Alberto Durero, pintor alemán nacido en Nuremberg, realizó en 1514 el grabado Melancolía, que se puede ver en el Germanisches National Museum de Nuremberg o en la Bibliothèque nationale de France, en Paris. En este grabado, Durero pintó en lugar destacado un cuadrado mágico de orden 4. Fue realizado en plancha de cobre y constituye uno de los mejores grabados de Durero, que están llenos de detalles enigmáticos.
Tal como ya hemos indicado anteriormente, Gaudí fue el máximo representante del Modernismo catalán y uno de los principales pioneros de las vanguardias artísticas del siglo XX. No cabe la menor duda que Gaudí fue católico practicante y que algunos de los símbolos que utilizó son cristianos (M de María, cruces, etc.).Pero hay otros símbolos en su obra que no cuadran con la simbología católica tradicional. Es realmente sorprendente que una personalidad católica ortodoxa como la suya utilizase símbolos que tenían significados muy concretos fuera del cristianismo y en cambió no los tenían dentro de la ortodoxia católica. Podemos decir que Gaudí experimentó una vía dentro de la ortodoxia católica, pero con una práctica que iba más allá del catolicismo, ya que en las construcciones Gaudínianas abundan signos y símbolos que son patrimonio de determinadas Sociedades Secretas. Todos los biógrafos de Gaudí coinciden en señalar que durante su juventud, el arquitecto sintió interés por las ideas sociales avanzadas de Fourier y Ruskin, además de mantener relaciones con los movimientos sociales más avanzados de la época. Su amistad con socialistas utópicos y anarquistas relacionados con medios masónicos, que se evidencia en sus primeros trabajos, da pie a pensar que fue quizá en estos medios en donde Gaudí contactó con una Logia masónica.
Para entender mejor a algunos personajes que influenciaron en Gaudí, debemos decir que François Maria Charles Fourier fue un socialista francés de la primera parte del siglo XIX y uno de los padres del cooperativismo. Fourier fue un mordaz crítico de la economía y el capitalismo de su época. Adversario de la industrialización, de la civilización urbana, del liberalismo y de la familia basada en el matrimonio y la monogamia. El carácter jovial con que Fourier hace algunas de sus críticas hace de él uno de los grandes satíricos de todos los tiempos. Propuso la creación de unas unidades de producción y consumo, basadas en un cooperativismo integral y autosuficiente así como en la libre persecución de lo que llamaba pasionesindividuales y de su desarrollo; lo cual construiría un estado que llamaba armonía. En esta forma anticipa la línea de socialismo libertario dentro del movimiento socialista pero también líneas críticas de la moral burguesa y patriarcal basadas en la familia nuclear y en la moralidad cristiana restrictiva del deseo y el placer y por ende en parte al psicoanálisis. Así pues, el siglo XX encontró interés en las perspectivas libertarias de cuasi-hedonismo como las de Herbert Marcuse y su freudomarxismo, o las de André Breton, líder del movimiento surrealista. Asimismo usó en 1837 la palabra féminisme; y ya en 1808 argumentaba abiertamente en favor de la igualdad de género entre hombres y mujeres. Seguidores de sus ideas establecieron comunidades intencionales como La Reunión en Texas, y la Falange Norteamericana, en Nueva Jersey, a mediados del siglo XIX.
En lo que respecta a John Ruskin, fue un escritor, crítico de arte y sociólogo británico, uno de los grandes maestros de la prosa inglesa. La obra de Ruskin destaca por la excelencia de su estilo. Rebelándose contra el entumecimiento estético y los perniciosos efectos sociales de la Revolución industrial, formuló la teoría de que el arte, esencialmente espiritual, alcanzó su cenit en el Gótico de finales de la Edad Media, un estilo de inspiración religiosa y ardor moral. Su idea de belleza posee una doble naturaleza: la belleza abstracta de las cosas, sin ninguna consideración más que la forma; y la que se puede reconocer tras un proceso de elaboración y trabajo paciente del artista en la obra (de ahí su gran admiración por Fra Angélico).
En la obra de Gaudí se hallan innumerables ejemplos de simbología esotérica relacionada con la masonería, la alquimia y el hermetismo. Por ejemplo, el horno de fusión o atanor es el instrumento más característico de un laboratorio alquímico. En el Parc Güell, sobre la escalinata de la entrada, nos encontramos con una estructura en forma de trípode que en su interior contiene una piedra sin desbastar, en bruto, perpetuamente mojada por un pequeño surtidor. Este elemento representa la estructura básica de un horno de fusión alquimista y es una copia del modelo que aparece en un medallón del pórtico principal de la catedral de Notre-Dame de París. Básicamente, el atanor consta de una envoltura exterior compuesta de ladrillos refractarios o cemento. Su interior está lleno de cenizas que envuelven el “huevo filosófico“, la esfera de vidrio en cuyo interior se halla la materia prima o piedra sin desbastar. Un fuego situado en la parte interior es el encargado de calentar el huevo, pero no directamente, ya que es difuminado por las cenizas. La alquimia, además de una técnica espiritual o forma de mística, se basaba también en el trabajo sobre minerales y operaciones físicas concretas y se caracterizaba por la equivalencia o paralelismo entre las operaciones del laboratorio y las experiencias del alquimista en su propio cuerpo. De esta manera, el atanor representaba la reproducción del cuerpo, el azufre era el alma, el mercurio era el espíritu, el sol el corazón y el fuego la sangre. Las etimologías de la palabra atanor son dos: por un lado derivaría del árabe “attannûr” u horno; y por otro procedería de la palabra griega “thanatos” o muerte, la cual, precedida de la partícula “a”, expresaría el significado “no muerte“, es decir, vida eterna.
Otro ejemplo lo constituye “los tres grados de perfección de la materia”. Aquí hacemos referencia a la piedra en bruto que se encuentra en el interior del atanor. La piedra sin desbastar representa el primer grado de perfección de la materia, el segundo grado viene representado por la piedra desbastada en forma de cubo, y en tercer lugar un cubo acabado en punta, es decir, con una pirámide superpuesta. En la simbología masónica estas tres formas representan también las tres posiciones que se pueden ir asumiendo dentro de la Logia: aprendiz, compañero y maestro; tal como eran los grados tradicionales de las hermandades obreras medievales. Gaudí plasmó en la torre Bellesguard, también conocida como Casa Figueras, todo este simbolismo. La estructura del edificio, situado al pie de la sierra de Collserola y construido con piedra y ladrillo, está formada por un cubo coronado por una pirámide truncada.La orden de los francmasones dice que “cada hombre debe tallar su piedra“. Y es que esa piedra será tanto la piedra angular del templo como la piedra angular de la personalidad del masón. El trabajo ulterior de perfeccionamiento consistirá en superponer una pirámide al cubo.
Un tercer ejemplo lo constituye la cruz en seis direcciones. Este elemento que se halla en la mayoría de proyectos y construcciones gaudínianas, es una representación de un principio arraigado a sus creencias pero situado, al menos formalmente, dentro del campo de la Iglesia. Gaudí utilizó dos técnicas para realizar las cruces en seis direcciones: La primera la podemos encontrar en el colegio de Santa Teresa de Barcelona y es un desarrollo evidente de la piedra cúbica; se trata de la proyección espacial de la piedra cúbica. En el “Turó de les Mines” del Parc Güell figuran tres cruces que no son más que dos taus a las que se han superpuesto sendos cubos coronados por sus correspondientes pirámides. La Tau «T» es la última letra del alfabeto hebreo y decimonona letra del alfabeto griego, que corresponde a la que en el nuestro se llama «te». Pero es también una señal o signo, todo un símbolo. Estas taus indican las direcciones norte-sur y este-oeste y entrelazadas, nos indican los cuatro puntos cardinales.
La tercera cruz, por su parte, es una flecha que indica una dirección ascendente. Inicial de la palabra tierra,la tau es un símbolo de origen remoto que aparece en monumentos megalíticos de las islas Baleares en forma de taules, un pedestal sosteniendo una superficie pétrea. Dentro de la francmasonería, la tau tiene un simbolismo preciso. Por una parte, representaría a Matusael, el hijo de Caín que crearía este símbolo para reconocer a sus descendientes y, por otro, sería el signo de reconocimiento que realizaría el oficiante con la mano derecha en la ceremonia de acceso al grado de Maestro. Observemos que los compiladores bíblicos hacen partir de Adán y Eva dos linajes: el primero tendría inicio en Caín, y continuaría con Henoc (o Enoc), Irad, Mahujael, Matusael y Lamec, que a su vez tendría como hijos a Jabel, Jubal y Tubal, tres patriarcas civilizadores. El segundo linaje es el de Set, y estaría compuesto por los siguientes patriarcas: Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Henoc, Matusalén, Lamec y Noé, que tuvo a Sem, Cam y Jafet.
Otro importante ejemplo lo constituye la letra X, que tiene una gran importancia en el simbolismo masónico. Este símbolo se encuentra en las bóvedas de la cripta de la Colonia Güell, donde está repetido hasta trece veces, y también en el pórtico del Nacimiento de la Sagrada Familia, en la cruz que corona el Árbol de la Vida, que muestra una descomunal X. Este símbolo se realiza sobre la base de un hexágono regular y éste forma el perímetro interior de dos triángulos equiláteros entrelazados, los cuales formarían la estrella de David, que sería la notación alquímica de los cuatro elementos básicos. El hexágono es una forma muy repetida en la obra de Gaudí, del cual incluso se puede extraer un cubo volumétrico si dividimos el hexágono en tres rombos. Cabe recordar que la X, además, es la notación alquímica del Crisol, un instrumento necesario para la obra hermética. Asimismo, la X también está relacionada por tradición con el apóstol Andrés, crucificado en una cruz con esta forma.
No podemos dejar de banda el ejemplo del pelícano. Este animal, en otro tiempo símbolo de Cristo, lo podemos encontrar en el Museo de la Sagrada Familia y estaba destinado al Pórtico del Nacimiento. Una de las versiones más conocidas sobre la figura del pelícano es la que habla de que sentía un amor tan fuerte por sus hijos que, en el caso de pasar hambre, se abría el vientre con su propio pico para alimentarlos. Otra versión dice que, irritado porque sus crías le golpeaban con las alas, las mataba y luego, arrepentido, se suicidaba clavándose el pico en el vientre. En una última versión del tema se descarta el suicidio y que se clave el pico en el vientre y se habla de que sus lágrimas resucitan a sus crías muertas. El grado 18 de la orden de los francmasones, denominado “grado Rosacruz“, tiene como símbolo al pelícano en actitud de abrirse el vientre y rodeado de sus hijos; sobre su cabeza hay una cruz con una rosa roja incisa y la leyenda I.N.R.I. El pelícano representa la chispa divina latente que anida en el hombre, su sangre es vehículo de vida y resurrección y su color es blanco, simbolizando la superación de la primera fase de la obra alquímica. La tercera fase supone pasar a través de la experiencia del rojo, que queda plasmada en la explosión de una gran rosa roja en el centro del pecho.
Pero tal vez uno de los ejemplos más significativos lo representa la salamandra, la serpiente y las llamas. Cabe hacer una interpretación hermética de la simbología de este elemento, que es la única integradora de todo el conjunto: una cabeza de serpiente situada en el centro de un gran disco, envuelta en llamas y éstas de agua. Los hermetistas eran conocidos como “filósofos por el fuego” y su obra se basaba en ordenar el caos; como al principio de los tiempos la ruina y el mal se extendieron por el mundo por obra de la serpiente, para ordenar ese caos es necesario quemarla. Así, el círculo simboliza el caos, la oriflama es la llama que contiene el azufre y la serpiente es el espíritu mercurial.
También debemos señalar el lagarto como un importante símbolo. Es el animal que baja desde el atanor hasta el disco descrito anteriormente y que se ha interpretado como una salamandra, una iguana e incluso un cocodrilo, pero su característica más importante es su dorso sinuoso. Se trata de una imagen estática que sugiere una sensación de movimiento muy acusada, una nueva representación del mercurio originario, una reiteración de las funciones del atanor, es decir, obrar la separación, decantar las partes fijas del mineral de las volátiles. Las escalinatas del Parc Güell se nos presentan así como un paradigma hermético que contiene los principios de la obra y no en vano son muchos los textos alquímicos que insisten que toda la obra se realiza a través del mercurio.
También es destacable el simbolismo del árbol seco y el árbol de la vida. El amor de Gaudí por la naturaleza estuvo siempre presente en toda su obra. Sus construcciones están llenas de elementos ornamentales que hacen referencia al reino vegetal. El simbolismo alquímico está repleto de imágenes relacionadas con la agricultura y el reino vegetal. El Árbol Seco representa el símbolo de los metales reducidos de sus minerales y fundidos; la temperatura del horno les ha hecho perder vida y, por lo tanto, deben ser vivificados. En el Árbol Seco siempre existe una chispa de vida, aquella que puede hacer posible su resurrección; de hecho, siempre pueden verse en él algunas hojas que indican la posibilidad de que reverdezca de nuevo. La imagen del Árbol Seco fue colocada por Gaudí en sus obras capitales, representando una naturaleza vegetal petrificada que mantiene, sin embargo, un foco de vida. Muchas de estas imágenes se hallan en el Parc Güell. El Árbol de la Vida, como bien indica su nombre, es el árbol inmortal, el símbolo de la vida eterna. La representación iconográfica más reiterativa de esta clase de árbol es el ciprés. El arquitecto catalán lo sitúa en el centro del pórtico del Nacimiento de la Sagrada Familia, rodeado de palomas blancas, que a su vez, simbolizan las almas renovadas que ascienden hacia el cielo.
Pero uno de los ejemplos más sublimes de la simbología gaudiniana la constituye el dragón ígneo y el laberinto. La imagen del dragón es una constante en la obra de Gaudí. Ciertamente, es una imagen que asociamos de forma inmediata a la leyenda de Sant Jordi, patrón de Catalunya, pero, a diferencia de otros arquitectos modernistas, Gaudí lo representa siempre de forma solitaria. El dragón situado en la verja de los pabellones Güell está inspirado en “La Atlántida” de Verdaguer; ya que se trata de un dragón encadenado que custodia el acceso al jardín de las Hespérides. El dragón está ligado al simbolismo de la serpiente, no es otra cosa que una serpiente con alas que arroja llamas por la boca o la nariz. Los rosacruces introdujeron imágenes de caballeros que clavaban sus lanzas en dragones furiosos. Al analizar las características míticas de este animal, su ardor ígneo aparece como la representación de nuestros instintos más incontrolables. Vencer esta fuerza, dominar nuestro espíritu, supone la posibilidad de penetrar en los dominios del Ser.
Los hay alados, de grandes fauces y lengua temible, con escamas acerbas, mirada feroz y patas de garras imponentes. Otros presentan expresión menos amenazadora, carecen de patas y alas, y su cuerpo evoca la sinuosidad de la serpiente o el nerviosismo de la lagartija. Aparecen en lugares insospechados, bajo aleros, cornisas y balcones, en dinteles de puertas, camuflados en lámparas, picaportes, y comportándose como seres rampantes, trepadores, orgullosos, siempre prestos a esgrimir sus uñas ganchudas. Así son los dragones que habitan en Barcelona, ya se trate de representaciones en piedra, forja, madera, azulejo, mosaico o trencadís. El Eixample de Barcelona es la zona de la ciudad con mayor densidad de dragones, posiblemente porque ahí se construyeron muchos edificios modernistas y al modernismo parece que le gustaban los dragones.
Algunos ejemplares figuran junto a Sant Jordi, el héroe caballeresco patrón de Catalunya, pero otros están solos, y los más se presentan emparejados o en grupo, y difieren sobremanera en tamaños, formas y actitudes. Según el arquitecto Juan Bassegoda Nonell, que fue titular de la Cátedra Gaudí durante más de treinta años, “La figura del dragón, un ser inexistente, seducía mucho en el modernismo, por tratarse de un personaje exótico, y porque el modernismo es una mezcla de lo neogótico y lo exótico”. Hay en la ciudad representaciones de dragones desde el medievo y se encuentran muestras en la catedral y en algunas iglesias antiguas. Pero la singularidad que Barcelona aporta al universo cultural e iconográfico del dragón se debe sobre todo a la obra de Gaudí, que plasmó aquí dos dragones muy especiales: el deltrencadís del Parc Güell, y el de hierro forjado de la finca Güell, cargados ambos de gran simbolismo. “Los dragones de Gaudí están extraídos de la mitología y de la historia, y reflejan las ideas del conde de Güell sobre la Renaixença: catalanismo, mitología y religión”, según Bassegoda.
Así, el dragón de la puerta de la finca Güell es Ladón, fiero guardián de la entrada del jardín de las hespérides, que fue muerto por Hércules, según se relata en L’Atlàntida de Jacint Verdaguer. Parece ser que estaba dedicada al marqués de Comillas, suegro de Güell. Ese dragón imponente, de más de cinco metros de envergadura, con fauces y dientes recortados, alas de murciélago y cola en espiral, sorprende a los turistas por su ferocidad. En el otro extremo tenemos al dragón de colorines del Park Güell, que es Pitón, la serpiente del templo del oráculo de Delfos que, según la mitología griega, cayó muerta a manos de Apolo, quien la enterró en el sótano del templo y acabó convirtiéndose en protectora de las aguas subterráneas. Según el profesor Bassegoda, “el templo de Delfos era dórico, y por eso Eusebio Güell quiso que las columnas del parque que encargó a Gaudí fueran de tipo dórico”.
Es realmente sorprendente que en una ciudad occidental como Barcelona puedan observarse tantos dragones de todos los tamaños, representados como cocodrilos, serpientes, lagartos, salamandras, reptiles, dragones y saurios en general. Si excluimos el lomo de dragón del tejado de la casa Batlló, el más grande resulta ser el del parque de la Espanya Industrial, de 32 metros de longitud y 150 toneladas de peso, mientras que el más pequeño es una pareja engarzada en los tiradores de las puertas del Pati dels Tarongers, en el Palau de la Generalitat. También son reseñables las cuatro dragonas de la pastelería Foix de Sarrià, ya que son de las poquísimas féminas de dragón representadas en la ciudad; el famoso dragón chino de la casa de los Paraigües de la Rambla, un edificio premodernista de Josep Vilaseca; los cocodrilos sumergidos en las aguas de la fuente de la plaza Espanya; o las grandes lagartijas gaudínianas del templo de la Sagrada Família.
Impresionan sus ojos altivos y firmes. La palabra dragón viene del latín draco, que procede del griegodrákon, a su vez derivado de la voz griega dérkomai, que significa ‘mirar con fijeza’. Según algunos eruditos, esa cualidad explicaría su condición de guardián mítico de doncellas y tesoros, combatidos por dioses, santos o héroes, aunque el combate legendario entre el caballero y el dragón se vincula a mitos indoeuropeos de lucha entre dioses de la guerra y el dragón demoniaco bíblico-babilonio. Para Catalunya, ese caballero es Sant Jordi, que en 1456 fue declarado patrón por las Cortes Catalanas, reunidas en el coro de la catedral de Barcelona. Es también patrón de Aragón, Inglaterra, Portugal, Grecia, Polonia, Lituania, Bulgaria, Serbia, Rusia y Georgia, entre otros países. De Sant Jordi está más documentado su culto que su existencia, pero la leyenda lo sitúa en el siglo III, nacido en Capadocia o Nicomedia, y mártir por decapitación durante la persecución de los cristianos por el emperador romano Diocleciano. Su leyenda llegó a estas tierras en el siglo XV.
Algunos dragones de Barcelona aparecen junto a Sant Jordi, mientras otros ejemplares son orientales y denotan el gusto por los elementos exóticos de la burguesía catalana en los tiempos del modernismo. En aquella época la decoración era fundamental, así que los dragones se representaban en muebles, puertas, joyas y cortinas. Los gustos actuales dificultan su utilización como elemento decorativo pese al crecimiento de la población china y a que un escritor como Carlos Ruiz Zafón acostumbre a llevar uno en la solapa. Los dragones orientales, seres sin alas pero voladores, se consideran seres benévolos, cargados de sabiduría, mientras que los dragones occidentales suelen ser considerados maléficos. Según el arquitecto Bassegoda, “El dragón es un monstruo inventado, por lo que cada artista ha podido apelar a su propia imaginación a la hora de plasmarlo, y por eso son tan diversos”. Pero no todo lo referente a los dragones puede considerarse simplemente como un elemento decorativo. Para profundizar en este tema, recomiendo leer el artículo “los dioses serpiente y dragón en la mitología, ¿reflejan una realidad en las antiguas civilizaciones?”
Tal como hemos comentado anteriormente, algunos de sus biógrafos argumentan que Gaudí fue masón y que algunas de sus obras como el templo de la Sagrada Familia y el Parc Güell contienen múltiples símbolos de la masonería. El escritor Josep Maria Carandell analiza en su libro ”El Parque Güell, utopía de Gaudí”, una gran cantidad de detalles de claro origen masónico y afirma que pertenecía a una organización secreta”probablemente relacionada con la masonería inglesa”. Pero el primero en explicar la pertenencia de Gaudí a la masonería fue el escritor anarquista Joan Llarch, en el libro ”Gaudí, una biografía mágica”. Llarch asegura que Gaudí, en sus excursiones por la montaña, habría ingerido el hongo alucinógeno ”Amanita Muscaria”, que tiempo después colocaría como adorno en una de las casitas situadas a la entrada del Parc Güell. Al parecer, este hongo provoca estados alterados de conciencia y el tránsito hacia otra realidad. ¿Sería en ese estado en el que Gaudí habría imaginado las formas características de su arquitectura?
Eduardo Cruz, uno de sus biógrafos, asegura que perteneció a la Orden de los Rosacruz y otros insinúan que tuvo tendencias panteístas y ateas. Los detractores de estas teorías aseguran que un cristiano como Gaudí no podía ser de ningún modo masón. De todos modos en la historia de la masonería puede comprobarse la pertenencia a la misma de insignes cristianos. Aquí tenemos que señalar dos etapas diferentes en la vida de Gaudí. Por una parte tenemos a un Gaudí que en su juventud vivió en un ambiente de sociedades secretas e iniciáticas, cuya compañía parece que nunca terminó de abandonar por completo, tal y como lo demuestra la amistad con el pintor uruguayo y notorio francmason neopitagórico Joaquim Torres García. Y por otra, tenemos a un Gaudí que en su madurez, con el paso de los años, fue acentuando su catolicismo, transformándose en un místico, al margen de cualquier obediencia, rito o disciplina.