La vida que pasa por delante de nuestros ojos

Si un día pasamos por delante de un cortejo fúnebre y no conocemos al que ha muerto ni a ninguno de sus familiares, no sentiremos nada, no tendremos ningún sentimiento especial, si acaso cierta compasión al contemplar la escena, pero nada más; pero si conocemos al que ha muerto y conocemos también a sus familiares y amigos, normalmente nos embargará la pena, cuando no el desgarro, el llanto y la conmoción de todo nuestro ser.
¿Esto qué quiere decir?
Esto nos está hablando de la forma a través de la cual contemplamos la vida y cómo tenemos tendencia a magnificar lo que tenemos cerca y a relativizar lo que se encuentra alejado de nosotros; como que solamente tuviéramos conocimiento de lo que nos rodea íntimamente, lo otro, lo que está más allá, simplemente lo ignoramos. Nuestra forma de percibir la realidad es como si fuese vista a través de una lupa, pues todo queda agrandado por la mirada que hacemos sobre las cosas, sobre todo de las que tenemos cerca. Esto a su vez nos está advirtiendo de algo que creo tiene un contenido muy profundo y que muchas veces pasa completamente inadvertido: si estamos del todo inmersos en las cosas que nos suceden en la vida, entonces perdemos nuestra fuerza innata, nos debilitamos, incluso podemos llegar a rompernos, a desbaratarnos; por eso quizás como un primer ejercicio sea bueno intentar situar nuestra mirada sobre ese cortejo que pasa y en el que no conocemos a nadie y quedarnos mirando no las impresiones en sí, sino el espectáculo externo que todas esas impresiones producen en nosotros; porque miramos la vida y vemos que los cambios se suceden, que todo viene y que todo se va, pero sin recordar de forma precisa que nosotros somos atemporales y que no estamos sujetos ni a los cambios ni a las circunstancias.
La vida que pasa por delante de nuestros ojos no es la verdadera vida. La verdadera vida tiene lugar cuando el ojo que mira desde el interior, el ojo del ser eterno que vive alojado en nosotros, sabe que esa vida no puede ser experimentada, porque no hay nada que venga y no hay nada que se vaya, no hay cosas que fueron antes ni cosas que vendrán después. El que va alcanzando la sabiduría sabe que el cortejo fúnebre en el que no conocemos a nadie es igual que el cortejo fúnebre en el que conocemos a todos. Entonces, el que ya conoce este gran secreto y lo vive de forma profunda, se atreverá a decir: que todo suceda por sí mismo. Nada tengo que hacer. Nada he de esperar. Nada he de planificar. Nunca he de desesperar. Todo eso que veo tan cercano a mí y que a veces tanto dolor me produce es tan irreal como lo que está alejado de mí.
 

No es necesario que haya ojos para contemplar la vida, la vida brilla por si misma sin que haya ojos que estén ahí para verla.

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