El desorden estimula el pensamiento creativo y la generación de nuevas ideas.
Trabajar o estudiar en una mesa limpia y ordenada nos impulsa a comer sano, nos vuelve más generosos y caritativos, y también nos empuja a comportarnos de manera más convencional. Pero una mesa desordenada también ofrece interesantes ventajas, ya que estimula el pensamiento creativo y la generación de nuevas ideas.
Es la conclusión a la que han llegado Kathleen Vohs y sus colegas de la Universidad de Minnesota (EE UU). Tal y como exponen en un artículo dado a conocer en el último número de la revista Psychological Science, sus estudios sobre cómo el orden y el desorden externos afectan al comportamiento podrían extrapolarse a otros escenarios, incluido nuestro coche, el lugar donde trabajmos, el dormitorio o incluso los espacios públicos de una ciudad.
Caos por fuera
En realidad, el orden no debería tener más secreto que colocar cada cosa en su sitio. ¿Qué lo hace, entonces, tan difícil para algunas personas? Una encuesta de la Universidad de Columbia reveló que el 59% de los trabajadores tienen un juicio negativo de los desordenados. Sobran también investigaciones que deducen que los hogares caóticos entorpecen el desarrollo cerebral en los primeros años de vida. Uno de los trabajos pioneros fue el de Stephen Petrill y sus colegas de la Universidad de Pennsylvania con parejas de mellizos nacidos en la década de 1990. Sus resultados confirmaron que los niños criados en ambientes más desordenados –y por tanto, más estresantes– desarrollaron peor sus capacidades cognitivas.
¿También por dentro?
Después de permitirse fisgonear unos 500 despachos, al psicólogo Sam Gosling, de la Universidad de Texas, no le queda más remedio que admitir que aquellos escritorios con restos de comida, calendarios atrasados, papeles revueltos y libros a medio abrir pertenecen a personas más felices, poco dadas a los conflictos y con un carácter más abierto. Gosling encontró también un desorden paradójico en algunos despachos: a pesar de su apariencia caótica, hasta el más insignificante papel tiene su lugar en la mente de sus propietarios. Para el psicólogo Guillermo Ballenato, ese tipo de desorden responde a un criterio productivo y creativo que merece respeto ya que: “Es habitual en personas sin miedo alguno al caos externo porque su mente sí está ordenada”, asegura el experto.
Patológicos
El psiquiatra Eduardo García-Camba nos describe dos modalidades de personalidad desordenada que van más allá de lo excéntrico, para caer en lo enfermizo:
- Síndrome de Diógenes. Más que una enfermedad con entidad propia, es una de las expresiones de diferentes cuadros o trastornos patológicos. El paciente acumula cantidades ingentes de basura y residuos, lo que da forma a la máxima expresión del desorden.
- Trastorno por acumulación. El individuo siente obsesión por la adquisición y almacenamiento de objetos sin ningún valor, y es incapaz de desprenderse de ellos. Su excusa suele ser casi siempre la posibilidad de darle una utilidad en el futuro.
Anarquía bien remunerada
Ese punto óptimo de desorden es, para los psicólogos, señal de creatividad y de agilidad mental. La consultora Ajilon Office descubrió que los empleados que ganan menos de 35.000 dólares al año mantienen pulcros sus escritorios. En cambio, el 11% de los que los tienen desordenados ganan 75.000 dólares anuales.
¿El caos alienta la creatividad?
El escritor Paul Claudel afirmaba: “El orden es el placer de la razón, pero el desorden es la delicia de la imaginación”. Ruiz Llavero ve en el desordenado a un inconformista, y no duda de que las mejores ideas surgen en entornos de libertad. “Ahí están Van Gogh, Nash y los hermanos Panero, genios que, a pesar de sufrir algún trastorno psíquico grave, cuando crearon su obra no estaban bajo los efectos de la enfermedad”. Es el secreto del caos creativo.
El compañero que nadie querría
El psicólogo Gustavo Ruiz Llavero, autor de Simpatía laboral, enumera algunos de los riesgos de topar con un desordenado en el trabajo:
- Tiende a cometer errores y a sufrir lapsus
- Abandona antes de lograr un objetivo, o incluso de cumplir las metas que él mismo se impone
- Le cuesta resistir tentaciones
- Provoca mayor siniestralidad, sobre todo en empleos monótonos, donde es fácil que pierda la concentración
Los apóstoles del caos
Muchos artistas han dado rienda suelta a su creatividad en entornos caóticos. Buen ejemplo es el número 7 de Reece Mews, donde el pintor Francis Bacon tenía su estudio: un lugar repleto de revistas, recortes de periódico, instantáneas de sus amantes, libros, telegramas y retales. A sus biógrafos no les cabe duda de que este espacio era el reflejo del proceso creativo de Bacon y de su personalidad: la de un trabajador incansable e inteligente. Otro ejemplo es el diseñador Custo Dalmau. Sus despachos en Barcelona y en el SoHo de Nueva York reflejan un estilo de vida caótico, nervioso y en constante movimiento que le genera una adrenalina que se ha hecho imprescindible para él. Picasso, Freud y Albert Einstein son otros casos famosos de mentes creativas, geniales y aparentemente desorganizadas.
Efecto Lucifer
James Wilson y George Kelling desarrollaron la llamada “teoría de las ventanas rotas”, que demostró cómo el desorden y la desidia contagian la mala conducta e incluso el delito. Si se rompe el cristal de una ventana de un edificio y nadie lo repara, la gente destrozará el resto.
Un enemigo para nuestra salud
La falta de organización y el caos en nuestro espacio físico puede acelerar las hormonas del estrés, como el cortisol y la adrenalina. Para la doctora Pamela Peeke, de la Universidad de Maryland, el desorden, además de entorpecer la habilidad para conseguir un trabajo mejor, genera sentimientos de impotencia y desesperanza, y precipita el envejecimiento. Por otra parte, según la Clínica Mayo, el polvo de los espacios desordenados contiene contaminantes muy nocivos.