La corrección política

Hoy quiero honrar en este blog con la presencia de un filosofo

Sus palabras corresponden a un párrafo de su libro

“El sendero de la mano izquierda”

La corrección política consiste, por el contrario, en acatar la censura que el poder ejerce, convirtiéndonos así en súbditos del mismo, y en renunciar al ejercicio del pensamiento libre, convirtiéndonos así en cabezas de ganado. O en ganado sin cabeza.

Lo uno y lo otro -la sumisión y el balido- nos impide llegar a ser quienes somos. O mejor dicho: quien cada uno, distinto e irrepetible, es. ¿Ubi Píndaro? Y nada hay, seguramente, más lesivo que eso para la condición humana.

Decía Jung, y yo lo repito siempre que las circunstancias lo permiten y aconsejan, que «la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir».

O mejor sería decir -si se me permite enmendar la plana a un maestro (aunque en realidad no haya enmienda, sino addenda que el filósofo, por obvia, omitió)- que la propia vida no i vivida… Etcétera. Corrección política equivale, pues, a incorrección morat. O sea: a desdicha.

Añadiré aquí algo sobre la segunda faceta -la ideológica, no la meramente policial- del concepto de la corrección política. Es importante.

El hombre moderno (y no digamos el posmoderno) vive metido hasta el gañote en lo virtual -que es lo contrario de lo virtuoso-, y no únicamente, como cabría pensar, por su infantil adicción a Internet. A ello le constriñe no tanto -con ser grave- el uso o el abuso de la informática cuanto su condición de buen ciudadano que respeta sin cuestionárselas las leyes, escritas y no escritas, coerciti- 27 vas o no, del sistema político, económico, religioso, cultural y consuetudinario en el que ha nacido.

Me refiero, por supuesto, al hombre occidental, por europeíto o americanito que sea. A él se dirige, en primera aunque no única instancia, este libro. Los orientales, si de verdad lo son, no lo necesitan. O lo necesitan menos… Pero eso es otra historia de la que aquí no voy a ocuparme. A ese hombre -democrático, pacífico, dialogante, votante de la derecha o de la izquierda (tanto monta; tas dos, cuando no se instalan en los extremos, son centristas y están en el mismo ajo), razonable, responsable, cumplidor de las leyes, respetuoso con los derechos humanos, feminista, ecologista, turista, socio de algún gimnasio, lector de El País, obediente, sonriente, sumiso, protésico, encorbatado (no siempre; a veces disimula), patriota, alérgico, víctima y, sin embargo, cómplice de la vigente extorsión tributaria, provisto de teléfono móvil y de ordenador más o menos portátil, adicto a la tecnología, idólatra de la ciencia, usuario y siervo de la economía, lector por decreto periodístico de novelas insoportables, papanatas del genoma, insatisfecho, deprimido, convencido de que el mundo, pese a todo, progresa y de que la sociedad es injusta, televidente, aficionado al fútbol, colaborador de oenegés, resignado visitante dominical de museos de arte moderno, judeocristiano y, sin embargo, agnóstico (cuando no abiertamente ateo), sentimental, consumista, fideísta y tantos otros adjetivos, uf, todos ellos, en apariencia, virtuosos…

A ese hombre, decía, la corrección política, explícitamente impuesta por la sociedad en la que sin rebelarse vive e implícitamente derivada de su propio y convencionalismo ideario, le obliga a dar por buena la vieja fábula del rey desnudo e, incluso, a intervenir en ella como sujeto pasivo. Todo el mundo la conoce: no es menester repetirla… Y, de hecho, no La repetiré, pero sí La repasaré adaptándola a los tiempos que corren.

El rey es, en la versión moderna de La fábula, la sociedad o, si me apuran, la realidad: cuanto en estos días, alrededor de nosotros, sucede.

El sastre es quien manda en esa sociedad (y, por ende, en nuestras vidas): los políticos, los banqueros, los magnates de la economía, los ideólogos, los telepredicadores, los propietarios de medios de comunicación, Los papas y popes, los cantantes de rock, las vacas sagradas del quehacer tecnológico, informático o científico…

El traje transparente {o inexistente) es el Discurso de Valores Dominantes.

Los subditos que no se atreven a mencionar la desnudez del monarca son los hombres corrientes y molientes -tal como quedaron descritos más arriba- que, de grado o por fuerza, ciegos o desviando la mirada, comulgan sin rechistar con las ruedas de molino del Sistema.

Y, por último, pues ya no hay más personajes ni elementos en La fábula, su héroe -el niño que reconoce y proclama lo que todos ven (o deberían ver) y nadie menciona: la desnudez del cesar- sería el hombre políticamente incorrecto, como lo fue, verbigracia, Jesús, como lo fue Buda, como Lo fue Gandhi, como lo fue Galileo y como lo son o Lo somos ahora sin rayar a tanta altura, quienes de- tectamos y denunciamos -con mejor o peor fortuna y cada uno desde su particular almena- el delirio vigente, ia impostura oficial y general, la mentira, la farsa, la absoluta irrealidad de lo que nos están contando.

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