El amor como fuerza motora admite cualquier definición, laica o religiosa, que se nos pueda ocurrir. ¿Pero qué pasa con el amor en la época de la hiperproducción de información? O mejor dicho, ¿cómo afectan los nuevos mecanismos de transmisión de información a una fuerza que para los griegos antiguos podía mover y controlar a los mismos dioses, el Eros?
La psicóloga Barbara Fredrickson ha asumido esta pregunta, pues desde hace varias décadas ha explorado las “emociones positivas” como el amor tanto en estudios de laboratorio como en nuestras prácticas cotidianas. Su nuevo libro, Amor 2.0: Cómo Nuestra Suprema Emoción Afecta Todo lo que Sentimos, Pensamos, Hacemos y Nos Convertimos pretende no solamente explicar la pervivencia de esta emoción fundamental, sino cuestionar las formas de “amor” en la realidad 2.0, donde la conexión amorosa muchas veces no está mediada por la presencia.
Pero primero, ¿qué es el amor para los fines de Fredrickson? Antes que nada es una conexión relacional: “Al estar imbuido de amor observas menos distinciones entre tú y los otros. De hecho, tu habilidad para ver a los otros –realmente verlos, de todo corazón– se abre. El amor puede incluso darte una palpable sensación de unidad y conexión, una trascendencia que te hace sentirte parte de algo mucho más grande que tú mismo.”
El amor como vínculo o potencia conectora permite así entender esta emoción en sus distintos aspectos: cuando amamos algo no somos completamente nosotros mismos, sino que somos nosotros + algo más. Ese extra, que los psicoanalistas llamarían surplus es lo que permite un campo emocional donde a la vez que somos nosotros mismos, somos algo-con-el-otro, incluso en situaciones donde el amor erótico o sexual no sea protagonista:
“[El amor] es incluso la inclinación y la sensación de propósito compartido que puedes sentir inesperadamente con un grupo de extraños quienes se han reunido para maravillarse en la eclosión de tortugas marinas o en un juego de futbol. La nueva visión del amor que quiero compartir contigo es esta: el Amor florece virtualmente en cualquier momento en que dos o más personas –incluso extraños– se conectan en una emoción positiva compartida, sea leve o fuerte.”
Frederickson no deja de lado el componente neurobiológico del amor, formado por una triada donde negocian tu cerebro, tus niveles de la hormona oxitocina y el nervio vago, que transmite señales entre el cerebro y el resto del cuerpo. Por ello, “el amor es una marejada momentanea de estos tres eventos ceñidamente intricados: primero, el compartir una o más emociones positivas entre tú y otro; segundo, una sincronía entre tu bioquímica y comportamiento y la de otra persona; y tercero, una motivación refleja para invertir en el bienestar del otro que produce mutuo cuidado.”
Pero si pensamos que el amor está altamente relacionado con la bioquímica de la presencia, ¿dónde quedan los “amores 2.0″, las relaciones mediadas por la tecnología? A esto se refiere Frederickson cuando habla de que, cuando amamos a alguien, tratamos de “permanecer conectados” a pesar de la distancia física que nos separa: “Usas el teléfono, el email, y cada vez más los mensajes de Facebook, y es importante hacerlo. Sin embargo, tu cuerpo, esculpido por las fuerzas de la selección natural durante milenios, no fue diseñado para las abstracciones del amor a larga distancia, para los XOXs y los LOLs. Tu cuerpo tiene hambre de más.”
Esto nos pone alerta de uno de los mitos más difundidos acerca del amor: su incondicionalidad.
“La verdadera conexión”, explica Frederickson, “es uno de los prerrequisitos fundamentales del amor, una razón primaria de que el amor no sea incondicional, sino que, en cambio, requiera una posición particular. Ni mediada ni abstracta, la verdadera conexión es física y se desarrolla en tiempo real. Requiere la copresencia temporal y sensorial de los cuerpos. El modo principal de conexión sensorial, discuten los científicos, es el contacto visual. Otras formas de contacto sensorial en tiempo real –a través del tacto, la voz, o el reflejo de las posturas y gestos corporales– sin duda conectan a la gente también y en ocasiones pueden sustituir al contacto visual. Sin embargo, el contacto visual puede ser el detonador más potente de conexión y unidad.”
En otras palabras, “la presencia física es la clave del amor, de la resonancia positiva.”