Nota del Editor: David Frum es colaborador de CNN y editor de The Daily Beast. Es autor de ocho libros, entre ellos una nueva novela,Patriotas, y un libro electrónico publicado después de las elecciones llamado: ¿Por qué perdió Romney? Frum fue asistente del presidente George W. Bush de 2001 a 2002.
(CNN) — El Senado mexicano aprobó, con 72 votos a favor y dos en contra, un impuesto del 8% a dulces, papas fritas y otros alimentos ricos en calorías.
Aún continúa el debate por un impuesto especial adicional de alrededor de ocho centavos de dólar por litro (10.37 pesos) a los refrescos y bebidas azucaradas.
Puedes entender por qué los líderes mexicanos están preocupados por los hábitos alimenticios de su nación. Los mexicanos consumen más refrescos por persona que cualquier otro pueblo de la tierra. México sufre la mayor incidencia a la diabetes entre los 34 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Los mexicanos son más propensos a ser obesos que los estadounidenses, quienes son los siguientes punteros en la lista.
Los impuestos sobre los alimentos chatarra constituyen solo una parte de una vasta reforma fiscal propuesta por el presidente de México, Enrique Peña Nieto. El plan general tiene como objetivo racionalizar la recaudación, reducir la evasión fiscal y cambiar la dependencia de México sobre los ingresos petroleros. Eso es todo un tema que dejaré para otro día.
La pregunta de hoy es, ¿funcionarán los impuestos a las grasas?
No hay razón para el pesimismo. En 2011, Dinamarca fue el primer país en imponer un impuesto a los alimentos grasos. Poco menos de un año después, se convirtió en el primer país en suprimirlo.
En las palabras del ministerio fiscal danés: “El impuesto a la gordura y la extensión al gravamen del chocolate, el llamado impuesto de azúcar, ha sido criticada por el aumento de los precios para los consumidores, el aumento de los costos administrativos de las empresas y por poner en peligro los puestos de trabajo de empleados daneses. Al mismo tiempo piensan que dicha contribución, en menor medida, incentivaron a que los daneses viajaran a la frontera para realizar sus compras”.
Los economistas dudan de que el aumento moderado a los impuestos en Dinamarca o las propuestas para México sean suficientes para alterar el comportamiento. En el ajuste por inflación, los precios de refrescos han disminuido en casi un 40% en las últimas tres décadas y el consumo de refresco ya era sumamente elevado en 1980.
Para contrarrestar esa caída de los precios requeriría grandes aumentos de impuestos. Sin embargo, la alta recaudación a los refrescos probablemente aliente el contrabando, la evasión fiscal y otros esfuerzos para jugar con el sistema.
Puede que funcione mejorar la paga de la gente para que se alimenten bien, en lugar de los impuestos para la toma de decisiones saludables.
El diario británico Daily Telegraph informó en 2012 sobre un estudio realizado por la Universidad Northwestern en el que se les ofreció efectivo a los participantes si comían más frutas y verduras, y hacían más ejercicio.
Los investigadores se sorprendieron al ver que los participantes mantuvieron sus nuevos hábitos, incluso después de que les suspendieran los pagos, según Bonnie Spring, el autor principal del estudio.
“Pensamos que lo harían, mientras que estuviéramos pagando, pero en el momento en que nos detuviéramos regresarían a sus malos hábitos. Pero mantuvieron una mejoría en sus comportamientos de salud”.
El experimento mexicano del impuesto a las grasas no se ve reforzado por un pago en pesos. Pero es probable que todavía valga la pena intentarlo por tres razones:
En primer lugar, la falla en Dinamarca no es determinante. Ese país es un pequeño lugar con una viva tradición en las compras transfronterizas. Desde la capital Copenhague, solo toma 35 minutos trasladarse en coche a Malmö, la tercera ciudad más grande de Suecia. El sur de Dinamarca, convenientemente, se une comercialmente con el norte de Alemania. La población de México se concentra en los alrededores de la capital, lejos de cualquier frontera.
En segundo lugar, mientras que los incentivos pueden funcionar mejor que las sanciones en experimentos controlados, parece administrativamente viable operar estos sistemas en gran escala. Una cosa es pesar y pagarles a 204 personas, y algo muy diferente a millones de ellas.
Por último, el problema de la obesidad en México es mucho peor que el de Dinamarca.
Incluso las mejoras marginales son las que valdrían la pena dejar allí. En particular, solo se tiene que reducir el consumo de refrescos en México, lo que podría generar beneficios sustanciales. Cuando las cosas son bastante malas, los políticos tienen más razones para decir: “¿Qué diablos, vale la pena intentarlo?”
Hay una última cosa que decir sobre el experimento emergente de México con los impuestos a la grasa. Cuando los estadounidenses hablan de la inmigración procedente de México, existe una tendencia a hablar de ese país como una nación con pobreza extrema, una especie de Somalia en el Caribe, naturalmente, desean huir por cualquier medio posible.
De hecho, para cualquier estándar mundial, México es un país bastante exitoso. No es especialmente malo: el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita está muy por encima de la media global. En el continente americano, México es más pobre que Chile y Argentina, pero más rico que los productores de petróleo en Brasil y Venezuela.
El sistema electoral de México es más justo, imparcial y más fiable que el de EU. México es un país con libertad de expresión y libre ejercicio de la religión. Tiene puntos malos en los rankings internacionales de movilidad social. Pero lo mismo ocurre con EU, y los indicadores dicen que los mexicanos que deciden emigrar al país vecino enfrentan condiciones de pobreza.
Hay un aspecto que México ha hecho históricamente mal: proporcionar trabajo suficiente para todos sus habitantes. La economía de México se desaceleró por un sector público derrochador y caro, además de las normas sesgadas hacia el monopolio y el oligopolio en el sector privado. Las élites mexicanas han preferido históricamente tratar sus problemas de empleo a través de incentivar la idea de migrar hacia el norte.
Casi 1 de cada 10 mexicanos viven ahora en EU, en su mayoría ilegalmente. Esta migración ayuda al país a evitar un ajuste de cuentas con sus problemas internos, por el simple mecanismo de transferencia de las personas desfavorecidas por los problemas atribuidas a otra jurisdicción.
Muy comprensiblemente, los mexicanos quieren empleos y salarios más altos. Consciente de que los poderosos grupos de interés en EU han paralizado la aplicación de las leyes de inmigración, muchos mexicanos ambiciosos han ignorado la ley estadounidense de buscar los puestos de trabajo y salarios más altos al norte de la frontera. Esa migración ha tenido costos reales para los estadounidenses. Y cuando se sugiere que los que emigraron ilegalmente sean presionados para volver a casa, los defensores de los inmigrantes responden con terror: ¿Cómo puede una persona decente proponer una cosa así? ¿Devolver a estas personas indigentes a casa para que mueran de hambre?
Sin embargo, como reconoce el Senado de México, los mexicanos no huyen de la hambruna. Todo lo contrario. Los estadounidenses deben pagar a México con el respeto de reconocer sus éxitos y avances, y esperar a cambio que las autoridades mexicanas respeten la ley estadounidense y cooperen con su debida aplicación.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a David Frum.