En el Popol Vuh, de una manera totalmente original e independiente, vemos confirmada la tesis de que las religiones han sido una gran estrategia de los «dioses» o extraterrestres a lo largo de los siglos para tener sometidas las mentes de los humanos. Con ellas evitan, por una parte, que evolucionen —y no lleguen a «ser como dioses»—. y por otra logran que los hombres hagan lo que a ellos les interesa, lo cual no es nada fácil, ya que lo que a los dioses les interesa que hagamos es con frecuencia muy desagradable para nosotros.
Pero antes de entrar en materia digamos que el Popol Vuh es. dentro de la gran cultura maya, el libro sagrado de una de las tribus de esta cultura, los quichés, que florecieron en el sur de la península de Yucatán y sobre todo en la actual Guatemala. El Popol Vuh original fue destruido por el piadoso y feroz fanatismo de los misioneros franciscanos que ingenuamente querían suplantar los mitos paganos con el mito cristiano.
En la enorme pira de documentos indígenas que el obispo Landa hizo en Mérida, en la que se perdieron para siempre inestimables tesoros de la cultura maya, probablemente había alguna copia del Popol Vuh original. El que hoy poseemos fue reescrito ya en tiempos del coloniaje, basándose en el recitado de algunos de los viejos sacerdotes u hombres sabios que sabían el texto de memoria.
La traducción que usamos es la de Adrián Recinos, publicada por la Editorial Universitaria Centroamericana, que es más completa y mejor hecha que otras publicadas anteriormente por diversos autores.
Popol Vuh significa «El libro del Consejo o del pueblo», y curiosamente, como una débil señal de la relación que en épocas remotas existió entre todos los pueblos del planeta, las dos palabras tienen raíces similares en las lenguas del otro lado del Atlántico. Popol significa Consejo o Reunión del pueblo, y a lo que parece es la misma raíz latina que «populus». Vuh o Vuj, significando libro o compendio de sabiduría, nos lleva en seguida a la palabra germánica «buch» o inglesa «book».
Pero, raíces aparte, digamos que la lectura del libro sagrado de los quichés nos deja desde un primer momento perplejos por dos motivos: En primer lugar, por la similitud de los mitos que en él se narran con los mitos que leemos en la Biblia, y en segundo lugar, porque en él nos encontramos a los dioses mayas haciendo con el pueblo quiché lo mismo que los EBEs hacen con los hombres del siglo XX.
Los quichés, más ingenuos que nosotros, veían a aquellos seres que se les aparecían, como auténticos «dioses», y se postraban ante ellos y voluntariamente cumplían las órdenes —a veces terribles— que les daban. Nosotros, en cambio, con más siglos encima de nuestras espaldas y mucho más conocedores de las leyes de la naturaleza, ya no los vemos como «dioses», sino que tratamos de penetrar en los secretos de su tecnología, dándonos cuenta de que no vienen de ningún cielo sobrenatural, sino que son un poco más avanzados que nosotros, con un cuerpo físico, aunque en muchos de ellos sea más sutil.
En la Biblia, Yahvé se presentaba como un clásico «Dios Universal y Único», pero en el fondo pedía las mismas cosas —aunque un poco más disimuladas— que los dioses de los quichés y cahiqueles, y las mismas que en la actualidad nos están imponiendo los extraterrestres. Y las piden porque aunque se presenten como dioses o entidades de un tipo o de otro, en el fondo tienen las mismas necesidades hoy que en tiempos pasados; y estas necesidades son las mismas en unos y en otros, porque a pesar de los siglos de distancia y de los diversos disfraces, los personajes son genéricamente los mismos: unas entidades no humanas, habitantes de otras moradas del Cosmos, con cuerpo físico, más inteligentes que nosotros, que nos usan igual que nosotros usamos a los animales.
Este es el gran mérito del Popol Vuh: que nos esclarece los propósitos verdaderos de estos rufianes siderales que ahora se nos presentan como astronautas, ya sin el disfraz de dioses, pero con las mismas necesidades, a juzgar por sus acciones.
Por tanto, en los textos que voy a presentar, saltaré de la semejanza del Popol Vuh con el Yahvé bíblico —otro rufián sideral que engañó y exprimió al pueblo hebreo— a las semejanzas con los EBEs de hoy; poniendo de manifiesto que no importa el disfraz con que se presenten, muchos de ellos tienen las mismas necesidades y todos vienen por su propio interés, y no por el nuestro.
Los paralelos que encontramos del Popol Vuh con la Biblia, o mejor dicho, con el «extraterrestre» disfrazado de Dios, Yahvé, son abundantísimas. Nada más comenzar a leer nos saltan a la vista no una, sino varias Trinidades y oímos a «Dios creador» decir:
«¿Cómo haremos para ser invocados y para ser recordados sobre la tierra? ¡Hagamos al que nos sustentará y alimentará!… Probaremos ahora a hacer unos seres obedientes y respetuosos que nos sustenten y alimenten. Así dijeron…»
Y aquí comienza ya a aflorar algo que estará presente en todo el libro y de lo que nos ocuparemos en seguida.
Los paralelos son demasiado abundantes como para detenernos en cada uno de ellos, aparte de que no es éste el propósito de este apéndice.
Dejaremos, por tanto,
otro «paso del mar a pie enjuto» por haberse retirado las aguas al igual que le sucedió a Moisés;
otra confusión de lenguas como en Babel;
otras «arcas» en donde los dioses moraban y se comunicaban con los jefes de las tribus;
otras concepciones virginales;
otros «reyes magos» que en vez de ser tres eran cuatro, pero que dan la impresión de haber leído lo que sus congéneres evangélicos habían hecho:
«Grandemente se alegraron Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam cuando vieron a la Estrella de la mañana. Salió con la faz resplandeciente cuando salió primero delante del sol. En seguida desenvolvieron el incienso que habían traído desde Oriente y que pensaban quemar, y entonces desataron los tres presentes que pensaban ofrecer.»
Dejemos asimismo la creación del hombre, tan paralela a la de Adán:
«Entonces fue la creación y la formación. De tierra y lodo hicieron la carne del hombre…»; y dejemos la creación de las «Evas» «durante el sueño».
Y entremos en la consideración de los pasajes que nos entroncan directamente con lo que hemos tratado en este libro: Me refiero en concreto a la constante petición de sangre que Tohil, Avilix y Hacavitz, la Trinidad de los quichés, les hacía a los sacerdotes; a las matanzas de reses que ellos tenían que hacer para sacrificárselas de modo que estuviesen satisfechos; a los sacerdotes como «alimentadores» de los dioses, y, por último, a la desaparición constante de personas sin que el pueblo supiese a ciencia cierta quién era el que las llevaba.
Las frases con que la «Trinidad», representaba muchas veces por Tohil, pedía a los sacerdotes que les sacrificasen hombres y que derramasen su sangre delante de sus estatuas —estatuas que normalmente se convertían en apuestos jóvenes vivos— son verdaderamente intrigantes, y se repiten constantemente a lo largo de todo el libro sagrado:
«Dominaréis a todas las tribus; traeréis su sangre y su sustancia ante nosotros; y los que vengan a abrazarnos, nuestros serán también… Venid a darnos un poco de vuestra sangre; ¡tened compasión de nosotros!… De esta manera nacieron los sacrificios de los hombres ante los dioses… En seguida empezaron a sacrificarlos…, los de Illocab fueron sacrificados los primeros ante el dios…»
Los sacerdotes-sacrificadores obedecían puntualmente las órdenes de sus dioses:
«… se decían en sus corazones: sólo la sangre de los venados y de las aves tenemos para ofrecerles… Y luego se punzaban las orejas y los brazos ante la divinidad, recogían su propia sangre y la ponían en el vaso junto a la piedra. Pero en realidad no era piedra, sino que se presentaba cada uno en la figura de un joven. Y se alegraban los dioses con la sangre de los sacerdotes… y les decían: seguid el ejemplo de los animales sacrificados, ¡ahí está vuestra salvación!… Y cuando la sangre había sido bebida por los dioses, al punto hablaba la piedra cuando llegaban los sacerdotes y sacrificadores.»
Esta sed de sangre se manifiesta en que no sólo piden que les sacrifiquen hombres y animales, sino que les mandan que ellos mismos se saquen sangre y se la ofrezcan:
«Disponed lo necesario para sangraros las orejas; picaos los codos, haced vuestros sacrificios; éste será vuestro agradecimiento a Dios.» «Está bien, dijeron. Y se sacaron sangre de las orejas.»
¡Cómo nos recuerda este pasaje a aquel del Éxodo en que Yahvé les manda a los amos que perforen con una lezna las orejas de sus esclavos contra la puerta!
Y a aquel otro en que le manda al sacerdote que unte con la sangre de la res sacrificada su propia oreja! Estos ritos, que nos parecen absurdos y sin explicación, pertenecen a la magia cósmica que desafía toda lógica humana y de la que nada sabe nuestra engreída ciencia.
Este es el pago que Tohil le pedía a su pueblo para ayudarlo. Y, al igual que Yahvé, si no cumplían sus peticiones y sus mandamientos, los castigaba con una fiereza nada propia de un padre o de un protector. Y, por el contrario, si obedecían, les daban poder sobre las otras tribus.
He aquí las frases de una oración:
«Que se multipliquen y crezcan los que han de sustentarte y mantenerte… Que sea buena la existencia de los que te dan el sustento y el alimento a ti, ¡oh Tohil!… Este es el precio de la vida feliz; el precio del poder y del mando.»
Como hemos visto a lo largo de todo el libro, y aparte de ser a estas alturas algo perfectamente conocido entre los investigadores del fenómeno ovni, las heridas que se ven en los cuerpos mutilados de las reses que aparecen muertas pueden variar, lo mismo que las vísceras que les faltan, pero el denominador común es la falta de sangre. Y no sólo en el ganado, sino en las personas que de vez en cuando han aparecido muertas tras el avistamiento cercano de ovnis; el dato de la falta de sangre está prácticamente siempre presente.
En alguno de los documentos aducidos a lo largo del libro hemos podido ver el aprecio que los Tohil, Avilix y Hacavitz de hoy —los EBEs— tienen de la sangre. La usan no sólo de alimento, previamente procesada, sino como materia prima para fabricar sus androides. En uno de ellos leíamos que un testigo había presenciado cómo ellos meten las manos en ella como si fuesen una esponja, para absorber algún tipo de energía.
Y hace ya años que John Keel nos comunicaba la noticia de que en el Estado de Ohio un ovni hizo esfuerzos desesperados para llevarse por el aire, mediante unas largas pinzas que sacaba de los costados, una ambulancia que transportaba todo el cargamento de sangre recién obtenida en una campaña de donación para la Cruz Roja. La serenidad del chófer, que aceleró todo lo que pudo hasta entrar en un área poblada y la ayuda indirecta de otros automovilistas, evitaron que los alienígenas se salieran con la suya.
Yahvé no pedía directamente sacrificios de hombres. Pero los pedía indirectamente cuando le decía a Moisés antes y después de las batallas que no dejara a nadie de los vencidos con vida:
«Encendióse la ira de Yahvé porque los guerreros habían dejado con vida a las lactantes con sus hijos.»
Pero si no se atrevía a pedir directamente sangre humana, la pedía por toneladas de animales:
«El día de la consagración del templo Salomón ofreció 20.000 bueyes en sacrificio y 200.000 ovejas.»
Todo un río de sangre que había que derramar con un rito especial alrededor del altar y que nadie podría tocar bajo ningún concepto, «porque la sangre es sólo para Yahvé». Y por lo que vemos hoy, a los EBEs también les gusta la sangre.
En páginas anteriores nos decían que el número calculado de reses aparecidas muertas y desangradas en los últimos años sólo en los Estados Unidos se aproxima a las 300.000, mientras que en el mundo entero pasa de los dos millones.
Naturalmente, a los habitantes de la ciudad, embotados de fútbol y de las chusmerías de las «estrellas» y empachados con las mentiras de los políticos, todo esto les suena a pura anécdota rural. Pero yo he visto llorar en silencio a un campesino absorto ante sus dos vacas muertas inexplicablemente en medio del campo. Ellas eran la mitad de su capital. A los EBEs esto les tiene sin cuidado, como a nosotros nos importa poco quitarle a la cerda sus crías y venderlas en el mercado.
El resumen y la conclusión de todo esto es que a ciertas «entidades biológicas» o «divinas» les gusta igualmente la sangre. ¿No será que son las mismas aunque con diferentes disfraces?
Pasemos ahora a otra característica interesante que asemeja a los dioses del Popol Vuh con los EBEs de nuestros días: La desaparición de gente, hecha además de una manera solapada.
En la actualidad todavía hay muchas personas, empezando por la dignísimas autoridades, que no se han percatado del fenómeno y por eso no le dan importancia. En las autoridades es casi lógico que así sea, porque la feroz lucha que tienen entre ellos para mantenerse en sus puestos y la febril actividad que desarrollan para oficiar la liturgia del poder no les deja tiempo para encarar ciertos hechos ocultos que amenazan a la sociedad y aun al planeta entero.
Pero lo que es triste es que otras personas cultas no se hayan dado cuenta aún de este fenómeno tan curioso y tan preocupante. Es cierto que en algunos países sucede más que en otros y es cierto también que en alguno de ellos por ejemplo, en los Estados Unidos con relación a los niños desaparecidos ya ha empezado a notarse alguna preocupación en este sentido.
Pero la verdad es que, de vez en cuando, hay oleadas de desapariciones, que si bien afectan mucho a los familiares perjudicados y causan un gran alboroto en los lugares en que suceden, a los pocos meses ya casi nadie habla del hecho que, por otra parte, habrá pasado totalmente desconocido para la mayor parte de los habitantes del planeta.
Los que en nuestros días perpetran semejantes crímenes saben salpicarlos muy bien a todo lo ancho de la geografía terráquea, de modo que quede como un hecho aislado y no inquiete demasiado. En páginas anteriores hemos señalado desapariciones masivas —alrededor de cien personas de cada vez— en lugares tan apartados entre sí como Nueva Zelanda, Ecuador, Estados Unidos y el mar Mediterráneo.
Y ¿qué sabemos de las desapariciones de tribus primitivas y apartadas que no tienen manera de hacérselo saber al mundo y ni siquiera a sus propias autoridades?
De vez en cuando llegan noticias de la desaparición de algún pueblo entero —de un pequeño poblado de esquimales desaparecidos se llevaron hasta los mismos cadáveres congelados de sus difuntos y no dejaron atrás ni a los perros—; pero ese tipo de noticias sólo les interesan a los indagadores de lo paranormal, mientras que para las personas «serias» sólo son cuentos de camino.
Las estadísticas del Lloyd’s de Londres acerca de barcos desaparecidos misteriosamente son impresionantes. Y no se crea que éste es un fenómeno de siglos pasados. En la actualidad siguen desapareciendo barcos, de una manera inexplicable, en todos los océanos del mundo con una cierta regularidad.
¿Quién se los lleva?
En el caso de los niños, existe la fácil explicación, y aún la posibilidad, de que los rapten personas desalmadas para utilizarlos en trasplantes o comerciar de alguna manera con ellos. Los niños son débiles y por tanto fáciles de manejar. Pero la tripulación de un barco es gente aguerrida y nada fácil de manipular, aparte de que sus órganos y tejidos probablemente ya no están en demasiado buenas condiciones.
Pero, dejando a un lado las personas, ¿a dónde han ido a parar los propios navíos que han desaparecido con un mar en plena calma?
Este solo detalle debería hacernos pensar que la causa de las desapariciones de personas no es normal, ya que no sólo es capaz de llevárselas a ellas, sino al propio barco con toda su ingente mole. Y a los que crean que lo lógico es decir que el barco se hundió con todos sus pasajeros, les preguntaríamos ¿qué tenemos que pensar en los muchos casos en que el barco ha aparecido intacto pero a la deriva y sin ninguno de sus pasajeros?
Veamos ahora lo que el Popol Vuh nos dice de la desaparición de personas y observemos la astucia que los EBEs de aquel tiempo usaban para aprovecharse de la ingenuidad de aquellos pueblos.
«He aquí cómo comenzó el robo de los hombres… y la matanza de las tribus. Cogían a uno solo cuando iba caminando o a dos cuando iban caminando y no se sabía cuándo los cogían y en seguida los iban a sacrificar ante Tohil y Avilix. Después regaban sangre en el camino y ponían la cabeza por separado en el camino. Y decían las tribus: “El tigre se los comió”. Y lo decían así, porque eran como pisadas de tigre las huellas que dejaban, aunque ellos (los sacerdotes) no se mostraban.»
«Y eran muchos los hombres que habían robado; pero no se dieron cuenta las tribus hasta más tarde. ¿Si serán Tohil y Avilix los que se introducen entre nosotros? Ellos deben ser aquellos a quienes alimentan los sacerdotes y sacrificadores. ¿En dónde estarán sus casas? ¡Sigamos sus pisadas!, dijeron todos los pueblos.»
«Entonces celebraron consejo. A continuación comenzaron a seguir las huellas de los sacerdotes y sacrificadores, pero éstas no eran claras. Sólo eran pisadas defiera, pisadas de tigre lo que veían, pero las huellas no eran claras. No estaban claras las primeras huellas, pues estaban invertidas, como hechas para que se perdieran y no estaba claro su camino. Se formó una neblina; se formó una lluvia negra y se hizo mucho lodo, y empezó a caer una llovizna. Esto era lo que los pueblos veían ante ellos. Y sus corazones se cansaban de buscar y de perseguirlos por los caminos, porque como era tan grande el poder de Tohil, Avilix y Hacavitz, se alejaban hasta allá en la cima de las montañas, en la vecindad de los pueblos que mataban.»
«Así comenzó el rapto de la gente cuando los brujos cogían a las tribus en los caminos y los sacrificaban ante Tohil, Avilix y Hacavitz…»
«Reuniéronse todos en gran número y deliberaron entre sí. Y dijeron preguntándose los unos a los otros: ¿Cómo haremos para vencer a los de Cavec, por cuya culpa se están acabando nuestros hijos y vasallos? No se sabe cómo es la destrucción de la gente. Si no tenemos más remedio que perecer por estos raptos, que así sea; y si es tan grande el poder Tohil, Avilix y Hacavitz, entonces que sea nuestro dios este Tohil…»
En tiempos pasados, al igual que en la actualidad sucede con las tribus más primitivas, los «dioses» se mostraban más descaradamente y se atrevían a pedir cosas que hoy rechazaríamos de plano si nos las pidiesen de la misma forma descarnada.
Hoy las matanzas de hombres ya no las hacen los sacerdotes-sacrificadores; hoy las hacen los políticos y los militares sacrificadores que estúpidamente montan guerras sin sentido, y no caen en la cuenta de que sus mentes están siendo manipuladas. Pero los «dioses» de hoy siguen obteniendo en los campos de batalla y en las ciudades bombardeadas su ración de sacrificios y de tejidos humanos.
A lo que parece, los Tohil de los quichés, al igual que los Zeus, Júpiter, Osiris, Yahvé, Baal o Indra de los pueblos antiguos euroasiáticos, eran más poderosos que los enanos macrocéfalos de nuestros días. Aquéllos se presentaban con formas bellas que inducían a la adoración, mientras que éstos se presentan normalmente con su fea forma y necesitan usar vehículos materiales para moverse entre nosotros.
(Aunque no debemos olvidarnos que algunos de ellos, tal como leímos en algún documento, tienen la capacidad de cambiar su apariencia física y presentarse como altos y rubios en determinados momentos.)
Como resumen de este apéndice diremos que si se nos hacía muy extraño que los ovninautas de hoy, constructores de unos vehículos tan enormemente avanzados y capaces de vencer distancias tan enormes en el Universo, tuviesen unas necesidades tan rudimentarias y se comportasen de una manera tan inexplicable y tan irrespetuosa con los derechos de los seres humanos, más extraño se nos hace todavía el encontrarnos con estas mismas necesidades y gustos y con esta falta de respeto en todos los dioses de la antigüedad, prácticamente sin excepciones.
Todos piden el dolor y el sacrificio humano como una ofrenda espiritual y todos quieren carne y, sobre todo, sangre de reses, y en no pocas religiones, de hombres.
No importa que envuelvan sus peticiones con palabras melifluas de amor y perdón y armen tremendos tinglados teológicos y litúrgicos con los que arropar y disimular sus macabros deseos y gustos: En fin de cuentas, todos quieren dolor, tejidos biológicos y sangre.
Toda la teología cristiana gira en torno a la sangre vertida por un hombre clavado en una cruz.
por Salvador Freixedo
del Sitio Web Scribd
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