domi Josep Pla: El payés desnudo, ensayo identitario

Una editorial madrileña rescata ‘Viaje a pie’, obra olvidada de Pla que salió en 1949 y luego nunca fue reeditado en el castellano original | Pla aboga por el progreso con tanta efusión como detesta los gustos modernos | El libro desentraña el esquivo carácter del campesino y desarma los mitos románticos

Josep Pla: El payés desnudo, ensayo identitario

Josep Pla delante del Mas de Llofriu Hemeroteca

La fortuna de ser muy leído, o al menos muy citado, produce a veces manoseos inconvenientes, sobre todo en la patria chica de uno, por exceso de pasión. Le pasa a Jovellanos en Asturias, que a falta de mayores glorias padece periódicamente la reinvención del ministro razonable en una competición por la loa desmesurada o la interpretación lateral. Y también alumbra de vez en cuando extraños olvidos. Así se explica que Viaje a pie, un original en castellano de Josep Pla (Palafrugell, 1897-Llofriu, 1981) publicado en 1949, haya pasado más de sesenta años olvidado, antes de que Ediciones 98, modesta editorial madrileña dirigida por Jesús Blázquez, lo rescatase.

Viaje a pie no cuenta una caminata. Ni muchas. Pero es su producto. Se describen paisajes, paisanajes, yantares y circunstancias. Pero no hay itinerarios, sino una vivisección del payés, un escrutinio de sus virtudes y de sus miserias. Y una pregunta retórica, casi un lamento, que consumía al falso payés que fue Pla, ¿por qué son así los payeses?, para la que ensaya respuestas o, cuando menos, vierte el material indiciario para hallarlas.

La centralidad del asunto es obvia para un país en el que la pregunta sobre la identidad colectiva es un entretenimiento en permanente vaivén. Habla el Pla de 1949: “En Barcelona viven cuatrocientas mil personas cuyos bisabuelos, cuyos abuelos fueron payeses. Ello hace que la manera general de ser del país se encuentre afectada por esa ascendencia indubitable”.

Pero restringir el interés de Viaje a pie a los linderos de lo catalán es un ingrato pago a los desvelos rurales del autor de Palafrugell. Se trata de una minuciosa descripción del agro, cuando menos el ibérico todo él, cuya harapienta idiosincrasia es haber conservado artes, mañas, haberes y humores medievales hasta bien entrado el siglo XX. Y con los matices y la atenuación que la prosperidad trajo, aún es cartografía adecuada para quienes de los pueblos no sepan otra cosa que el agasajo paisajístico y alimenticio que se guarda al veraneante.

Por mejor hacer ver el contraste, Pla convoca en sus páginas a otras clases, así que el lector dispone también de una elocuente guía sobre el hombre comercial, industrial y terrateniente -y un afinado juego de espejos entre los pescadores y los campesinos, que salda el de Palafrugell a favor de los primeros-, en un fresco recorrido por la conocida y un tanto cómica aversión del escritor por la fatuidad burguesa.

Provocador, Josep Pla arranca su mirada hacia los pueblos negándoles tal condición. No son pueblos, sino sumas de casas, gentes que viven vecinas pero aisladas: “Impera la insolidaridad más profunda. A mi entender, esa insolidaridad ha aumentado, en los últimos años, en términos considerables. No puede esperarse hoy que nazca, del interior de ellos, la menor empresa de carácter colectivo”. No se deja llevar Pla por la tentación pastoril del observador de tipismos y postales, del bardo del romanticismo antimoderno. Pla ha vivido ya por entonces en las principales capitales europeas: “Los pueblos pequeños viven en un estado de abandono inenarrable, insondable, abrumador. Por ellos pasan los decenios, los siglos, y están como el primer día. Atraviesan momentos de pobreza y momentos de prosperidad, ahora estamos en uno de estos momentos. Y las cosas permanecen siempre igual: la misma suciedad, el mismo abandono, idéntico gusto por vivir en la decrepitud desagradable y siniestra”.

Pla se esfuerza, no obstante, por evitar el desdén o el caricato. Incluso se diría que, en su conservadora aversión por los nuevos ricos y los pedantescos -el adjetivo es suyo- modos burgueses, nada le placería más que escribir una elegía a las virtudes humildes y abnegadas del labrador y el ganadero. Pero ahí parecen ejercer un peso capital su vida y sus viajes: Pla sabe que el progreso material y técnico provee vidas más dignas y que la miseria material convoca la miseria moral. Por eso aplaude el materialismo desconcertado que el payés abraza con la subida de los precios de los productos del campo. Habla de alcantarillados, del perentorio asfaltado de los caminos carreteros y de la necesidad de que la electricidad, el agua y el teléfono lleguen a cada casa y no desfallezcan cada vez que cae un aguacero. Y alaba con entusiasmo que algunos payeses vayan haciéndose -poco a poco, hablamos de los años cuarenta- con la propiedad de masías cuyos dueños ya hacen su vida toda en la ciudad.

Pero el asunto central, el que preside todo el libro, es la condición huraña del payés, su conversación esquiva, esa permanente desconfianza ante las intenciones del prójimo que lo lleva a ser un nefasto negociador, antipático y suspicaz pero con resultados terriblemente contrarios a sus propios intereses: “El payés es un ser desconfiado; pero, al mismo tiempo, se fía de todo y de todos con una inocencia inexplicable. (…) Se fía durante años y años de su eterno explotador. De la romana o de la báscula amañada”.

Es de esta colisión, elocuente para cualquiera que aun hoy conozca de primera mano la vida campesina, de la que nace el desespero de Pla: “Es siempre la misma contradicción, la misma confusión extravagante. Vende la leche de su vaca y cría raquíticamente a su becerro; discursea contra la ignorancia y obliga a sus hijos a salir de la escuela antes de tiempo; se pasa el día contando, sumando y restando y, al final, suele equivocarse…”.

Y atisba ahí un silogismo circular y ominoso, que atañe al universal humano todo, sea rural o urbano, pretérito o contemporáneo, referido a cuantos desconfían y se consumen con certezas fantásticas sobre lo latente antes que mirar con atención lo patente: la desconfianza es hija evidente de la ignorancia, pero también su madre fecunda.

 ”Pla nunca fue un localista, su obra es universal”

Resulta chocante. Un editor abulense residente en Madrid, sin otro contacto con Catalunya que sus letras, edita en castellano a Pla, Gaziel y Joan Maragall. Y esa es obviamente la anomalía, que a alguien, a todos quizá, resulte chocante. Jesús Blázquez dedica sus desvelos a Ediciones 98, en la que da cobijo a grandes de las letras españolas del siglo XX. Pío Baroja, Wenceslao Fernández Flórez, César González-Ruano. Y Pla.

Sostiene usted que se edita mucho a Pla, pero mal.
Los libros que leemos de Pla en castellano, a no ser que se busquen las ediciones antiguas, son traducciones. Cuando se editaron las 30.000 páginas de sus obras completas -10.000, originales en castellano-, se tradujo todo, sin su concurso, porque él nunca corregía ni traducía. Y ahora se contrata a un traductor que traduzca del catalán piezas que eran originales en castellano. Además, en la traducción al catalán se hizo una cosa muy mal, a mi entender: se eliminaron los castellanismos, que él respetaba. Una gran traición a Pla.

¿Por qué editar este libro?
Pertenece a la segunda época de su vida, cuando cambia el sombrero por la boina y fa el pagès. Pero no es una visión hagiográfica del payés, es una mirada crítica. Para Pla la literatura ha de ser inteligible, pero bajo su apariencia de sencillez este es un análisis profundo. Su grandeza es que atañe a la condición humana, es universal. No es un localista.

¿Cómo dio con él?
Ediciones 98 es una editorial familiar, y al rescate. Mi catálogo es fruto de mis lecturas y de mis descubrimientos, que pretendo compartir con la gente. Busco obras de grandes autores que hayan pasado desapercibidas, como por ejemplo Las horas solitarias de Pío Baroja, un dietario casi desconocido. Además tengo el convencimiento de que un libro es una unidad de comunicación. Cuando metes un libro en unas obras completas, lo diluyes. Unas obras completas son un gran cementerio de las obras individuales.

¿Es verdad que aprendió catalán para leer a Pla?
Leí El cuaderno gris y vi que estaba magníficamente escrito. Pero, claro, la traducción es de Dionisio Ridruejo, que era un magnífico escritor. Así que decidí aprender catalán para leer el original. Y también la poesía de Joan Maragall. Estoy estudiando una edición bilingüe de su poesía. Porque otra ambición de la editorial es potenciar el diálogo entre los pueblos de España, siendo respetuoso con las idiosincrasias y culturas de cada uno.

Y pronto editará a Gaziel.
Sí, Castilla adentro. Me interesa mucho porque es justo lo contrario: Gaziel hablando de Ávila, que es mi tierra. Agustí Calvet es una figura muy interesante, escribiendo en Madrid en una especie de exilio interior.

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