La muerte de un ser querido llega a provocar dolor físico como el amor acelera el ritmo cardíaco o el miedo y la ira rigidez muscular. Pero ¿estas sensaciones físicas disparadas por emociones son universales o responden más a estereotipos culturales como el corazón partío de Alejandro Sanz? Tras crear el posiblemente primer mapa corporal de las emociones, investigadores finlandeses apuestan más por lo primero. A cada emoción, responde una determinada zona del cuerpo y esto sucede con personas que hablan diferentes lenguas o pertenecen a distintos países.
Todas las emociones básicas, desde la ira hasta la tristeza, tienen un correlato somático. El nerviosismo ante una entrevista de trabajo puede provocar sudoración en las manos y la tristeza, pesadez en las piernas. Son mecanismos biológicos que preparan o responden a estímulos del entorno. Pero no estaba claro si ante metáforas como la de las mariposas en el estómago todos sintieran el revoloteo de estos lepidópteros en la misma zona del cuerpo y menos aún si lo hacían igual un finlandés, un sueco o un chino.
“Pues sí, parece que todas las emociones que hemos estudiado aparecen asociadas con diferentes mapas de sensaciones corporales”, dice el profesor de neurociencia cognitiva de la Universidad de Aalto en Finlandia, Lauri Nummenmaa. Junto a varios colegas, Nummenmaa realizaró una serie de cinco experimentos sucesivos en los que una muestra de 703 personas debían localizar en qué lugar de su cuerpo percibían el impacto de cada una de las emociones más básicas y otras más complejas. Entre las primeras contaron la ira, el miedo, el asco, la felicidad, la tristeza o la sorpresa. Entre las segundas, en parte constructo en parte naturales, aparecen la ansiedad, el amor, la depresión, el desprecio, el orgullo (en el sentido de sentirse orgulloso), la vergüenza y la envidia.
Situados ante una silueta humana en blanco, pidieron a los participantes que colorearan las zonas del cuerpo que se activaban más o menos mientras leían las palabras usadas para nombrar a cada una de las 13 emociones analizadas. Debían usar el rojo para las zonas de mayor sensación y el azul las de menor activación. Para el conjunto de emociones, comprobaron que la mayoría de los participantes (por encima del 73%) coincidían en las zonas coloreadas creando los mismos mapas de sensaciones corporales.
Según publican en PNAS, vieron además que el conjunto de las emociones positivas, como la felicidad, el amor o el orgullo crean mapas sensoriales que se solapan, aunque algunos son más extensos que otros. En concreto, las dos emociones que más se sienten, casi recorriendo todo el cuerpo, son el amor y la felicidad (o alegría). “Nosotros, por supuesto, no sabemos la razón de fondo. Pero se puede especular con que las emociones positivas asociadas a, por ejemplo, estar con los seres queridos o en situaciones emocionantes, pueden provocar una respuesta global preparatoria en el sistema locomotor con el fin de asegurar los beneficios sociales de la situación”, sostiene el investigador finlandés.
Sin embargo, las reacciones sensoriales a las emociones negativas no se solapan pero sí se muestran emparejadas. Así, los mapas de ira y miedo son muy similares entre sí, como lo son también el de la ansiedad con el de la vergüenza o el de la tristeza con el de la depresión. Sí se coinciden prácticamente los creados por el asco, el desprecio y la envidia.
En general, las emociones básicas sean negativas o positivas activan sensaciones en el tronco superior. Allí es donde residen los órganos vitales y se inician procesos somáticos como el ritmo cardíaco o la respiración. En particular, la zona de la cabeza se ve golpeada por todas las emociones. Pero hay diferencias de intensidad según sea la emoción. Así, las extremidades superiores se hiperactivan con la ira o la felicidad y menos con la tristeza. Las emociones no básicas provocan una significativa menor respuesta corporal.
“Hemos llegado a la conclusión de que estos mapas reflejan los cambios corporales sistemáticos asociados con cada emoción, es decir, cada una desencadena un patrón funcional específico en el cuerpo que se corresponde con la forma en que trata de proteger nuestra mente y nuestro cuerpo”, asegura Nummenmaa.
El mismo mapa en diferentes culturas
Para descartar que la carga significante de las propias palabras desvirtuaran el resultado. Repitieron el experimento con dos grupos lingüisticos muy diferentes, por un lado hablantes del finés (una lengua urálica) y, por el otro, de sueco (lengua germánica). No apreciaron diferencias significativas entre los mapas sensoriales creados en cada una de las lenguas.
Aún así, las palabras, independientemente del idioma que sea, pueden portar una carga emotiva por sí mismas. Por eso, completaron el estudio con cuatro experimentos más. Buscaban inducir en los participantes cada estado emocional mediante series de fotografías, la lectura de relatos cortos, el visionado de películas o expresiones faciales. Aunque en ninguno de los materiales aparecían las palabras ira, alegría, tristeza… su contenido sí buscaba transmitir cada una de esas emociones. De nuevo, y para cada uno de los materiales audiovisuales, los participantes crearon mapas corporales de sus sensaciones que prácticamente coincidían con los generados tras leer las palabras.
Por último, para comprobar si estas observaciones podrían tener validez universal. Repitieron las pruebas con un grupo de taiwaneses y en su idioma natal. Los resultados seguían coincidiendo. Para Nummenmaa, ”las sensaciones corporales parecen tener un origen biológico más que ser una construcción lingüistica o cultural, ya que son muy similares en las distintas culturas y lenguas estudiadas”.
REFERENCIA