En su último trabajo, “El fin de las sociedades”, el sociólogo francés explica que el dominio del capitalismo financiero pone en duda y vuelve inservibles todas las construcciones sociales del pasado.
Desde hace muchos años, Alain Touraine se impuso como uno de los observadores más atentos y finos del devenir de nuestra sociedad. En un libro tras otro, el sociólogo francés analiza los caracteres y las transformaciones de un mundo que, de post-industrial, ha pasado a ser “post-social”. Una evolución que constituye también el centro de su último trabajo, El fin de las sociedades, un ensayo donde explica que el dominio del capitalismo financiero pone en duda y vuelve inservibles todas las construcciones sociales del pasado. Ante este verdadero “fin de la sociedad”, donde hasta los movimientos sociales parecen no tener asidero en lo real, lo único que nos queda, según este estudioso que hace poco cumplió ochenta y ocho años, es confiar en la resistencia ética, única capaz de devolver un sentido al vivir y al actuar colectivo.
–¿Qué cambió en las últimas décadas?
–A partir de los años 60 asistimos al ocaso progresivo del capitalismo industrial. Prevaleció el capitalismo financiero y especulativo, que resta capitales a las inversiones productivas. Esta transformación del capitalismo vació de contenido las categorías político-sociales en las que estábamos acostumbrados a pensar.
–¿Eso qué significa?
–Hoy, todas las categorías y las instituciones que nos ayudaban construir la sociedad –Estado, Nación, Democracia, Clase, Familia– se han vuelto inutilizables. Eran hijas del capitalismo industrial. Ya no nos ayudan a pensar las prácticas sociales ni a gobernar el mundo.
–¿Existe una alternativa?
–Es necesario encontrar nuevas categorías. Antes, lo social se fundaba en la idea de la relación con el otro, hoy hay que reconocer la prioridad de la relación con uno mismo. Por ese camino, el individuo puede volver a ser un actor social. No pasando ya por lo social, por la política o por la religión, sino pasando por uno mismo, en tanto sujeto.
–En el plano individual son importantes la conciencia y la responsabilidad…
–Naturalmente. Y cuando se habla de sujeto se habla de derechos. En el centro de la reflexión deben estar los derechos fundamentales, porque los derechos constituyen lo social. Respeto a Stéphane Hessel –el inspirador de los indignados–, pero la indignación no basta. En este momento, es necesario volver a partir de los derechos y de su defensa, como ya ocurre en muchas partes. Y como hace también el nuevo Papa, que parece adoptar con gusto el vocabulario de la ética. Hannah Arendt subrayó el derecho a tener derecho, yo agrego que los derechos están por encima de las leyes.
–¿A través del sujeto es posible oponer resistencia al fin de las sociedades?
–La cuestión de los derechos es fundamental. La libertad, la igualdad, pero también el derecho a la dignidad, que impide que el cuerpo humano pueda venderse como una mercadería. Defenderlas recrea lazos sociales. Estas preocupaciones éticas no son aspiraciones abstractas, dado que ya están presentes en la sociedad civil mucho más de lo que podemos imaginar.
–Promoviendo la resistencia ética a la descomposición social, ¿no se corre el riesgo de contraponer la ética a la política?
–La contraposición hoy es necesaria, dado que lo que llamamos “política” es ahora una realidad muy degradada y distorsionada. El carácter noble de la acción política puede renacer sólo de la ética. No de una política de clase, no de una política de la nación, no de una política de los intereses, no de una política de lo sagrado. Utilizando esas categorías del pasado, la política no sabe y ya no puede hablarle a la gente.
–¿Cómo se puede hacer, entonces, para volver a tomar decisiones que nos afectan a todos?
–La idea de la política que toma decisiones en nombre del interés común ya no funciona. Hoy es necesario partir de una exigencia ética que se transforme en acciones concretas y en instituciones. Pensemos en los derechos de las mujeres. La condición femenina ha pasado a ser uno de los elementos determinantes para evaluar el grado de desarrollo de una sociedad.
Traducción de Cristina Sardoy, en Revista Clarin