Dan Muntford
El viaje es una gran metáfora. La vida es un viaje, del nacimiento a la muerte. Hay quienes afirman que el viaje viene desde antes, y que continúa después, pero de eso no hay pruebas, sólo suposiciones. Cada conjunto de creencias tiene distintas interpretaciones, y quien afirme que la suya es la válida, miente. Si una religión estuviera en lo correcto significaría que las demás, que son muchas, están equivocadas. Y si el ateísmo fuera la verdad, que antes de nacer no hay nada y después de la muerte tampoco, cualquier creencia sería una ilusión. Hablemos entonces de lo terrenal, del viaje que comienza al abrir los ojos por primera vez y termina al cerrarlos definitivamente. De lo demás no sabemos nada.
El camino entre la casa y la tienda en la otra esquina, en un esfuerzo por comprar tabaco, es una odisea, como lo es también la odisea mental al leer La odisea. Según el poema más famoso del poeta greco-egipcio Constantino Cavafis, lo que importa es el viaje y no el puerto de llegada. El camino de Ulises es lo relevante, no Ítaca.
Ten siempre en tu mente a Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.
El viaje de la vida comprende el camino a comprar tabaco, aunque parezca que lo importante del segundo es el tabaco. La marcha es un obstáculo que hay que sortear, sobre todo en un lugar como el Distrito Federal.
Hasta cierto punto todos somos viajeros. Hay quienes brincan continentes a la menor provocación y hay quienes apenas salen de la línea casa-trabajo, pero todos estamos inmersos en el viaje personal que implica vivir. Al existir viajamos a través del tiempo, pues con cada segundo envejecemos. De entre quienes brincan continentes sobresalen, a mi gusto, los que luego lo cuentan, y de entre éstos quienes lo cuentan bien. Escribe Toriz sobre Chatwin:
Es evidente que Chatwin es un gigante, un auténtico fenómeno, inigualable. No sólo se pasea literalmente por el mundo como por su cuarto, sino que parece saberlo todo, desde la perspectiva de un esteta consumado al que la belleza ha bendecido con sus misterios más profundos y perdurables.
Después de publicar En la Patagonia, Bruce Chatwin fue acusado de ficcionalizar ciertos eventos descritos como verdaderos, en la vena de los documentales de Werner Herzog. Nicholas Shakespeare, el biógrafo de Chatwin, dice que “no cuenta una media verdad, sino una verdad y media”. Es como la vida y los sueños. Hay veces que se juntan sin que sepamos cómo, ni por qué.
La descripción que más me gusta del viaje es la de Claudio Magris:
El viajero, escribe Jean Paul, es semejante al enfermo, está en equilibrio entre dos mundos. El camino es largo, aunque sólo nos desplacemos de la cocina a la habitación que contempla occidente y en cuyos cristales se incendia el horizonte, porque la casa es un reino vasto y desconocido y una vida no basta para la odisea entre la habitación de niño, el dormitorio, el pasillo por el que se persiguen los hijos, la mesa del comedor sobre la cual los tapones de las botellas disparan salvas como un piquete de honores y el escritorio con unos cuantos libros y unos cuantos papeles, que intentan explicar el significado de este ir y venir entre la cocina y el comedor, entre Troya e Ítaca.
Chatwin se pasea por el mundo como por su cuarto, de África a la Patagonia y Australia, pero Magris hace del camino entre su habitación y la cocina algo trascendente. El Ulises de Homero recorre mar y tierra y sortea todo tipo de obstáculos, mientras el de Joyce camina algunos kilómetros en un día, pero el de Magris sólo anda algunos pasos, y en ese ir y venir transcurre la vida entera, la historia personal y la historia de occidente. Ese párrafo contiene al mundo, y los ojos que lo leen han viajado ese camino, puramente metafísico.
El objetivo es, entonces, una mera excusa, un accidente que nos permite movernos en una dirección precisa, pues sin destino a dónde ir no habría razón para caminar. El significado de la vida es un invento que nos deja andar, y nos dice hacia dónde. Hay que intentar llegar, aunque llegar es lo de menos. A menudo a mitad del camino surge otro destino, el sendero se bifurca y el rumbo cambia, pues da igual. “Acaso Chatwin, moribundo, llegó al son del corazón: ‘la búsqueda de los nómadas es la búsqueda de Dios’”.
La vida es el viaje de la habitación a la cocina, o la lectura de estas líneas. Poco importa si la tienda está cerrada o no hay tabaco; es más: es mejor. Así se abre otro viaje, que será más largo, “lleno de aventuras, lleno de conocimientos”.