Al mirar las últimas medidas tomadas por las autoridades monetarias chinas, uno tiene la impresión de que las cosas están fuera de control.
En diciembre China vendió bonos del Tesoro de Estados Unidos por la cifra récord de U$S 48 mil millones, una medida para reducir la liquidez en caso de que los dólares sean convertidos en yuanes.
En enero, el banco central de China, el Banco Popular de China (BPC), obligó a los bancos a prestar U$S 218 mil millones (es decir, ampliar la oferta crediticia), lo que representa la cantidad mensual más grande de la historia. Un aumento de la liquidez en enero es esperable dada la fecha del Año Nuevo chino, un momento en que la gente demanda más dinero y los bancos están cerrados durante una semana. Aun así, es la cantidad más grande de la historia.
Poco después del Año Nuevo chino, el BPC redujo el exceso de liquidez por una suma de U$S 16 mil millones mediante cesiones temporales de activos.
Pero la verdadera sorpresa apareció el 25 de febrero, cuando el yuan chino cerró por debajo del precio oficial fijado por el BPC por primera vez desde septiembre de 2012. También registró la mayor caída de siete días (0,95 %) respecto al dólar desde 1994.
¿Por qué es esto sorprendente? Desde el comienzo de la etapa de crecimiento de China, el yuan se ha ido apreciando frente al dólar a medida que ingresaba más dinero a China. Mediante intervención, el BPC ha logrado frenar la apreciación del yuan. Este es un gran cambio respecto a una de las tendencias más consolidadas de los mercados financieros.
Es neomercantilismo
Los movimientos caóticos y confusos de las autoridades chinas apuntan directamente a la debilidad del modelo económico chino.
Comenzó con una etapa de bajos precios a principios de la década de 1990. Tierra barata, mano de obra barata y un tipo de cambio barato, la receta perfecta para un modelo económico neomercantilista con bienes de exportación ultra-competitivos, alto nivel de empleo y crecimiento rápido.
Este modelo funcionó hasta la crisis financiera de 2008, cuando los países occidentales dejaron de comprar productos chinos dado que sus economías se enfrentaron a una aguda crisis. Debido a que el régimen chino necesita reducir el malestar social y el alto nivel de desempleo a toda costa, tuvo que impulsar el crecimiento de otro modo.
A finales de 2008 se inició un programa de estímulo monetario de U$S 600 mil millones. El dinero se destinó a activos fijos, como nuevas fábricas, aeropuertos, carreteras, trenes y casas. Pero los U$S 600 mil millones fueron sólo el comienzo. A través de sus bancos, el régimen chino ha otorgado un total de préstamos que supera los U$S 14 billones, canalizando más flujo de fondos hacia estos proyectos.
Y el plan funcionó. El desempleo se mantuvo bajo y el PIB continuó creciendo rápidamente. El problema ocurre debido a que la mayoría de esas inversiones no producen flujos de efectivo, debido a que no tienen ningún uso real. Solo fueron realizadas para generar crecimiento y distribuir el dinero.
Luego de unos pocos años y algunos billones, las autoridades chinas saben que este camino no puede mantenerse para siempre, por eso es que continuamente están hablando de desapalancamiento.
Sin embargo, también saben que no pueden simplemente hacer estallar la burbuja, ya que un proceso de desapalancamiento no controlado podría desembocar en mayor desempleo y en caos, precisamente lo que el régimen quiere evitar.
Este dilema parece explicar los movimientos erráticos para absorber y añadir liquidez, intentando lograr dos metas opuestas al mismo tiempo.
Callejón sin salida
Por lo tanto, las autoridades tuvieron que volver al enfoque neomercantilista que inicialmente funcionó tan bien y están tratando de depreciar su tipo de cambio.
El problema es que debido a la expansión monetaria de la Reserva Federal y el BPC, las cosas ya no están baratas en China. Los precios de los terrenos se han disparado y los salarios han aumentado.
Ajustado por la inflación y sobre una base ponderada por el comercio, el tipo de cambio efectivo real de China se encuentra en un máximo histórico. Otros países como Vietnam, Filipinas e incluso México son ahora más competitivos en términos de costos laborales unitarios.
Así que la única alternativa parece ser la de devaluar la moneda. Pero incluso ese camino podría llevar a un callejón sin salida debido a la estructura del balance del BPC.
Dilema por el yuan
Con el objetivo de depreciar el yuan, el BPC tiene que vender yuanes y comprar dólares. Hasta ahora, funciona. Pero con el fin de evitar una mayor inflación debido a estas operaciones, el BPC tendría que vender activos nominados en yuanes existentes en su balance y convertirlos por dólares.
Sin embargo, debido al escaso volumen de los mercados de capitales de renta fija de China, los activos denominados en yuanes del balance del BPC representan solo el 15 % de los activos totales al cierre del tercer trimestre de 2013. El resto lo constituyen las reservas de divisas y las ventas de las mismas fortalecerían al yuan. Así que el BPC tiene que imprimir dinero para comprar dólares, tal como lo ha hecho anteriormente.
Pero la impresión de más dinero promueve una mayor expansión del crédito y más burbujas. También dará lugar a nuevos aumentos de los precios internos y a la pérdida de competitividad. Para el BPC, esto es realmente una alternativa de suma cero.
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