Después de casi 12 años de fracasos en la investigación del caso McCormick, el FBI decidido pedir ayuda a la comunidad internacional para intentar descifrar dos notas manuscritas encontradas durante el verano del año 1999 en el bolsillo del cadáver de un indigente llamado Ricky McCormick.
En la página oficial del sitio de la (Federal Bureau of Investigation) se puede acceder a éstos documentos, escritos en clave, para ver si alguien es capaz de desentrañar lo que se conoce como “el código McCormick”.
Se cree que dichos documentos podrían desentrañar la extraña muerte de ese ciudadano.
La historia del codigo McCormick
El 25 de junio de 1999, Ricky McCormick de 41 años de edad, un expresidiario desempleado y que vivía de la ayuda social, salió del consultorio de su médico. Esta fue la última vez que alguien le vio con vida. Cinco días después, un granjero halló su cuerpo en un maizal próximo a San Luis (Misuri), a 30 kilómetros del domicilio de McCormick. Todavía hoy no están muy claras las causas del óbito, aunque el forense apreció que la víctima tenía un golpe en la cabeza.
El asesinato de este hombre de color, jamás habría trascendido al mundo de no haber sido porque en uno de los bolsillos de su pantalón llevaba dos trozos de papel.
Las más de 30 líneas codificadas usan una exasperante variedad de letras, números, guiones y paréntesis. McCormick ni siquiera había terminado los estudios de secundaria, pero sabía leer y escribir y era un chico listo. Según su familia, McCormick había usado ese tipo de notas encriptadas desde que era un niño, pero aparentemente ninguno de sus parientes sabe como descifrarlas.
Los investigadores suponen que McCormick escribió estas notas tres días antes de su muerte. La Unidad de Análisis Criptográfico y Antifraudes del FBI se volcó en el reto de aclarar el código McCormick. No lo consiguió, a pesar de emplear las técnicas y las máquinas más refinadas. La American Cryptogram Association tampoco logró el menor resultado. Todo un enigma.
¿Acaso esas notas solo eran un divertimento para propio McCormick? No. Nadie inventa un código secreto para su propio placer, sino por utilidad: para comunicar algo a alguien, con la intención de que ese lenguaje sea conocido solo por ambas personas. Y por nadie más. Por algo es un código encriptado. Eso es lo que suponen los especialistas del FBI.
¿Qué es lo que quería comunicar McCormick en las dos notas ininteligibles que guardaba en su pantalón? ¿Y a quién?.
El 29 de marzo del 2011, el FBI decidió solicitar, a través de Internet, la ayuda del público para resolver este enigma. El jefe de la Unidad de Análisis Criptográfico y Antifraudes, Dan Olson, ha admitido que “los procedimientos habituales del descifrado han chocado contra un muro”.
Para avanzar, los analistas necesitan otra muestra del código McCormick o alguno similar que pueda servir para desentrañarlo. Algo así como lo que en su día significó el hallazgo de la piedra Rosetta, en 1799, para poder comprender los jeroglíficos egipcios.
Es la primera vez que el FBI pide colaboración para descubrir un código secreto. A quien lo consiga, le ofrece como recompensa “la satisfacción de saber que quizá ha contribuido a llevar ante la justicia a un asesino”, además de la fama mundial que obtendrá el que logre semejante proeza.
Códigos Secretos
La ciudad de San Luis, cercana a donde fue hallado el cadáver de McCormick, está vinculada a otro enigma similar: De San Luis procedía una carta enviada en 1820 por un tal Thomas Jefferson Beale al dueño de un hotel de Lynchburg (Virginia) poniéndole en la pista de una fortuna en oro y plata enterrada por él. Para localizarla era preciso descifrar tres pergaminos.
Uno de ellos fue dilucidado al descubrirse que la clave estaba en la Declaración de Independencia de EE UU, pero los otros siguen sin descodificar. Y el tesoro permanece oculto.
El mayor desafío mundial lo constituye el manuscrito Voynich, un misterioso libro ilustrado, de contenido desconocido, escrito en el siglo XV en un alfabeto no identificado.
Dicho códice ha sido objeto de intensos estudios, pero nadie ha conseguido averiguar ni una palabra. Esta sucesión de fracasos ha convertido a este texto en el Santo Grial de la criptografía histórica.
Quién sabe si la historia de McCormick no servirá de inspiración a un literato. Igual que Arthur Conan Doyle empleó en su día unas notas criptográficas como argumento de Los bailarines, un cuento en el que el superdetective Sherlock Holmes desenmascara unos jeroglíficos que asemejan una especie de monigotes. O como hace Edgar Allan Poe en El escarabajo de oro, un relato que contiene un intrincado criptograma que conduce a los protagonistas hasta un codiciado tesoro escondido mucho tiempo atrás por un pirata en la isla de Sullivan.