Nos pasamos gran parte de nuestras vidas buscando respuestas a nuestras preguntas, remedios a nuestros “males”, sensaciones fuertes e intensas que no hagan sentir plenos/as en el mundo exterior, creyendo, pensando, que allí encontraremos la tan ansiada respuesta, el antídoto a nuestra sensación de vacío y a nuestra percepción de que estamos solos y separados de lo que nos rodea. 

Huimos permanentemente del silencio, lo llenamos de música, televisión, sonidos varios con la esperanza de anestesiar esa vocecita que nos dice una y otra vez: “ve hacia dentro, conócete a ti mismo/a”. 

Tememos ver lo que ocurre si nos quedamos quietos, nos horroriza adentrarnos en territorio desconocido, abandonar la falsa sensación de seguridad, el control, para pasar a navegar en el océano de la incertidumbre, donde el barco es la confianza, y el capitán, la sabiduría del corazón.