Cuando en 1984 el fiscal del Estado presentó una querella contra Pujol y otros responsables de Banca Catalana, el entonces presidente de la Generalitat acababa de ganar sus segundas elecciones. El día de su investidura salió al balcón de la plaza Sant Jaume y dijo: «Nos han hecho una jugada indigna. De ahora en adelante, de ética y de moral hablaremos nosotros».
Treinta años más tarde, el lunes 7 de julio, después de que revelara EL MUNDO que la familia Pujol había ingresado en apenas un mes 3,4 millones de euros en un banco de Andorra, el patriarca del clan acudió al Palau de la Generalitat a hablar con su actual inquilino y le confesó que la información de EL MUNDO era cierta.
Ese lunes 7 de julio de 2014, Artur Mas y Jordi Pujol pactaron la estrategia de hacer dimitir a Oriol Pujol definitivamente de sus cargos en CDC y el Parlament, y de que su padre diera una explicación pública para tratar de salvar los muebles. Así se selló el pacto de la vergüenza.
Después de años de dar lecciones a todo el mundo, de explicarnos cómo teníamos que hacer las cosas y de venderse como un referente ético; después de décadas de hablar de valores y moral, de atreverse a juzgar a los demás con una arrogancia que la Biblia no prevé ni para el Juicio Final, Jordi Pujol i Soley confesó el viernes que durante 23 años Cataluña estuvo gobernada por un evasor fiscal y que la máxima autoridad del Estado en la comunidad, y encargado máximo de hacer cumplir la ley, era el primero que no la cumplía.
Pero lo más grave, y lo que acabará de destruirle, es que tampoco anteayer dijo toda la verdad, ni siquiera su parte más significativa. Suponiendo que sea cierta la historia de la herencia de su padre, el grueso de lo que a los Pujol les han encontrado en el extranjero, y lo que les irán encontrando, corresponde a las comisiones que cobró su hijo mayor a cambio de concesiones y favores del Govern mientras su padre lo presidió, y al rendimiento de los negocios e inversiones que con este capital se hicieron con posterioridad.
Fue Jordi Pujol padre quien expresamente destinó al mayor de sus hijos -precisamente el más brillante y el más dotado para la política- a la zona oscura de la financiación del partido; fue Jordi Pujol padre quien estableció desde su llegada a la Generalitat el principio cínico de que otros se mancharan las manos para poder él hacerse el impoluto.
El ex presidente y la verdad tienen una relación escasa. Después de años de conocerle he llegado a pensar que cree que está sobrevalorada. Pujol tenía el pacto tácito con el Estado -forjado con los socialistas, pero que Aznar respetó- de mantener bajo mínimos el latido independentista a cambio de que se le respetara la pompa del cargo y de que nadie se metiera con su familia. Cuando decidió prescindir de Miquel Roca y éste, en una demostración más de su calaña y su sentido de la lealtad, fue a ver al ministro Solchaga para contarle los turbios manejos de Jordi Pujol hijo, Solchaga no movió ni un dedo en cumplimiento de este pacto.
Para no quedar como un traidor y en su afán por legar su figura con la mayor épica posible a la eternidad, Pujol acabó abrazando el independentismo. El Estado entendió entonces que su virrey más fiel rompía unilateralmente el trato y a partir de ahí le aplicó la legislación vigente con el conocido resultado.
En un intento desesperado por salvar su honorabilidad, Pujol mintió cuando dijo que había utilizado el dinero de Banca Catalana «para el país», cuando en realidad lo usó para comprar favores que le aseguraran su elección como presidente.
También falta a la verdad en su confesión al presentarse como una víctima entre la última voluntad de su padre y la protección de los intereses de sus hijos, pues él fue quien institucionalizó el sistema de cobros del partido designando como jefe de operaciones a su primogénito, y él es, por lo tanto, el responsable moral de todo lo comisionado durante los 23 años que ostentó su cargo.
Igualmente, causó el mayor fraude moral jamás visto a nacionalistas e independentistas atizando el odio contra una España con la que había pactado para exprimir los réditos de este engaño. Tan o más descomunal ha sido su ingratitud con el Estado.
Sabremos durante el otoño más cosas y más graves. Se sumarán estampas al gran mural de la jugada indigna. Mas decía que es un asunto «estrictamente privado y familiar» mientras por la línea dos llamaba a Oriol Pujol para exigirle su dimisión.
De todos modos, a nadie extraña que el actual presidente de la Generalitat considere la evasión fiscal un tema familiar si pensamos que él fue consejero de Economía con firma en la cuenta suiza de su padre. Todo es familiar y privado en CDC y así ha funcionado durante años. También el caso Palau es un asunto familiar. Cuando Maragall acusó a CiU de cobrar el 3% de comisión de la contratación pública, se equivocó, porque con el 3% no se va a ninguna parte.
Cataluña es en el fondo un asunto familiar y para ser justos con Pujol, y hasta con Mas, hay que decir que han contado con la colaboración de una ciudadanía que lo sabía todo y a la que ya le iba bien hacer ver que no veía. Cuando en septiembre el juez tire del hilo de las facturas de Jordi Pujol júnior se verá que media Cataluña le pagaba la mordida. Cuando se conozcan los detalles de la trama del Palau, se verá que si la otra mitad no pagaba era porque para el Domund ya había dado.
Querer independizarnos de España es un simulacro para no tener que admitir que de quien queremos huir es de nosotros mismos.
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¡Qué vergüenza, qué vergüenza! Parece increíble.
Nunca mejor dicho, «un simulacro para no tener que admitir que de quien queremos huir es de nosotros mismos».
¿queda algún trozo en España que no huela a podrido?