Oír a hablar a Andrew Faust recuerda un poco a Terence Mckenna, el filósofo psicodélico que se convirtió en una temprana estrella de internet con una serie de videos y audios en los que presentaba de manera fascinante una serie de ideas sobre la conciencia planetaria, las drogas, la realidad virtual y la programación cultural. La facilidad verbal de Mckenna tenía una cualidad hipnótica y una capacidad sintética que seducía a explorar caminos psiconáuticos, sin que uno se detuviera a analizar del todo si lo que decía era un disparate o en realidad estaba dosificando a las masas con joyas desenterradas de sabiduría tecnochamánica que los gobiernos y las corporaciones no querían que supieras. Guardando las distancias, la capacidad de mezclar conceptos, de conectar puntos dispares y desarrollar una narrativa filosófica dentro de la permacultura con una notable agilidad mental, hacen de Andrew Faust una especie de Terence Mckenna de la ecología. Faust además comparte una misma inspiración ideológica que parte de las ideas de la Tierra como un superorganismo o una matriz de inteligencia vegetal que han evolucionado siguiendo el linaje de pensadores como Teilhard de Chardin, Marshall McLuhan, James Lovelock y el mismo Mckenna. La labor de personas como Faust o Mckenna, más que revelar ideas novedosas para decirnos de una manera atractiva algo que resuena con nuestra intuición profunda.
En la tradición del filósofo de internet, Faust está en su mejor juego haciendo videopresentaciones. Tal es el caso de su historia de la evolución ecológica, donde para fines dramáticos nos sitúa en el universo, como seres-polvo-de-estrella, parte de una ecología galáctica (recordamos que todos los elementos más pesados que el hidrógeno y el helio fueron hechos en núcleos de estrellas: así nuestro cuerpo tiene miles de millones de años y en él los ecos de las primeras luces del universo). Faust ofrece el camino de la permacultura como una forma de encarnar esa participación cósmica de nuestra existencia; la autosustentabilidad y la autonomía son las plantillas que permiten “sintonizar la sabiduría celular que predata al planeta mismo” y que existe en nosotros cuando no es ahogada por el ruido de la civilización moderna. “La conciencia ecológica es la conexión entre los seres humanos y la entidad terrestre más grande. Tenemos una capacidad única para sintonizar la conciencia de la Tierra, saber en cierto sentido lo que quiere”, dice Faust, quien nos recuerda que esta conexión con el planeta es una forma de honrar nuestra herencia biológica.
Una forma de iniciar esta reconexión es a través de lo que comemos y lo que respiramos –y lo que regresamos al medio ambiente. “Cuando estás viviendo el acto sagrado de absorber alimentos, quieres tener la habilidad de tomar una especie de viaje imaginario en el que puedes hacerte uno con la planta que estás ingiriendo. Ya sea que seas vegetariano, vegano u omnívoro, estás ingiriendo organismos vivos. Estos organismos vivos van a tener un papel significativo en tu bienestar general”. En esta relación simbiótica entre el hombre y su alimento es indispensable la permacultura:
De esto se trata la permacultura –de suministrar las necesidades de las comunidades humanas de formas que fortalezcan los ecosistemas que necesitamos de aire limpio, agua y comida. Es una forma de fotosíntesis, producir para nosotros mismos, desarrollando una profesión autónoma en medio de una sociedad de consumidores que se están acabando todo lo que pueden encontrar sin tener en cuenta cuanto tiempo podrán seguir encontrando ese recurso.