Aunque queramos ver la muerte como algo natural, no podemos huir de ese miedo a lo desconocido. El misterio que la envuelve alimenta creencias, ritos y leyendas que sobreviven de generación en generación.
Ya en tiempo de los romanos, se consideraba a los muertos peligrosos, responsabilizándoles de enfermedades y tragedias. Por eso realizaban ritos para congraciarse con ellos y que éstos no se vengaran. Es como si al morirse las personas en general se volvieran muy quisquillosas y no digamos nada, si abandonaban este mundo de forma violenta; a estos: suicidas, ejecutados, asesinados…. se les llamaba los mal muertos. No tenían derecho a un entierro ni su busto se colocaba en el atrio de la casa .
Estos difuntos que no encontraban descanso ni dejaban descansar a los deudos, se dedicaban a vagar de un lado a otro convirtiéndose en aparecidos o fantasmas dando unos sustos enormes a aquellos que lograban verlos y la única manera de que reposaran y dejaran de incordiar al fin, era al parecer, no sólo darle sepultura al muerto si no también realizar todos los rituales establecidos.
Los “insepulti” o los que no han sido llorados, o lo que es lo mismo, los difuntos de los que no se logró encontrar el cuerpo; por ejemplo los ahogados, no podían descansar en paz, pero molestaban lo mismo que el grupo anterior, así que los romanos idearon los cenotafios: monumentos funerarios en los que no está el cadáver, pero dedicados a estas personas y llevaban a cabo todos los ritos como si estuvieran y parece que dio resultado.
Esta idea de que los ahogados cuyos cuerpos no se recuperaban y no descansaban por no haber sido enterrados, sigue existiendo en algunos lugares de la tierra. En la Bretaña francesa, cuando esto sucedía, se celebraba lo que ellos llaman “proella” que consistía más o menos en lo siguiente: En el domicilio del ahogado sobre una mesa cubierta con un paño blanco se colocaba una cruz de cera también blanca, flanqueada por dos cirios encendidos. En frente, un plato con agua bendita y una rama de boj. Durante la noche se velaba como si del muerto se tratara y por la mañana se formaba un desfile camino de la iglesia encabezado por el sacerdote. A continuación una persona de la familia portaba la cruz de cera y detrás seguían el resto de los familiares, amigos y vecinos. Llegados a la iglesia se depositaba la cruz de cera sobre el catafalco y se llevaba a cabo el funeral. Una vez terminado, se metía la cruz en una caja de madera que quedaba en la iglesia para luego trasladarla al cementerio colocándola en un mausoleo en dónde se reunían todas las cruces de cera de los marineros desaparecidos.
Aparecidos y fantasmas a veces actúan solos y otras van en grupo. Estos grupos reciben distintos nombres dependiendo de lugar, por ejemplo en Asturias se les conoce por La Güestia, en Galicia por La Santa Compaña, en Extremadura por Cortejo de gente de muerte y en León por La hueste de ánimas. Independientemente del nombre, estos grupos están formados por almas en pena que durante la noche recorren los caminos, van vestidos con túnicas con capucha y llevan en la mano una vela encendida y su misión es más o menos anunciar una muerte. Al escribir esto me vino a la memoria uno de mis primeros artículos en que hablaba de la mitología asturiana y al final ponía un fragmento de un cuento que había escrito hace tiempo y que en un momento se refería a la Güestia pues seguro que algún graciosillo usaría ese miedo incrustado en el subconsciente de la gente para gastarle una broma pesada a alguien. Si pinchas en el nombre podrás leerlo.
Historias y leyendas sobre fantasmas y aparecidos las hay a montón y en todos los países alimentadas por gentes que creían firmemente en ellos, pero también por gentes que aunque no creyeran, les convenía muchísimo seguir alimentando ese miedo en los demás para hacer alguna que otra fechoría echándole la culpa al fantasma. Siempre hay quien saca tajada de todo.
Para finalizar el tema voy a intentar crear una leyenda con fantasma incluido que se me ocurrió cuando preparé ese cuadro para ilustrar el tema, veamos lo que sale.
Hacía poco que residía en esta casa, la había alquilado porque estaba bastante alejada de las otras y tenía un hermoso jardín que llegaba hasta un precioso y sereno lago y eso es lo que ella necesitaba en esos momentos, mucha paz y silencio para poder volver a la serenidad después de los muchos problemas por los que había pasado últimamente.
Todas las tardes se sentaba en la semipenumbra de la sala apoyada en el alféizar de la ventana, dejaba vagar su mirada por el jardín. No sabía cuanto tiempo se quedaba allí sin moverse, incluso sus pensamientos parecía que acudieran a su mente muy lentamente como si no quisieran estorbarla. Pero había algo que solía turbarla, algo muy sutil que la rozaba como si de una suave brisa se tratara…. Creyó que sería una corriente por no estar la ventana bien cerrada pero una vez comprobado que no era así, optó por no darle importancia y volvió a sus ensoñaciones.
Una tarde en que siguiendo su rutina se acomodó de nuevo cerca de la ventana, escuchó un leve roce en la puerta. Al girar la cabeza, vio con asombro como ésta se abría lentamente y el hueco quedaba ocupado por una figura de mujer casi transparente. ¡No podía creer lo que estaba viendo!. Al principio su mirada fue de estupor y el miedo se adentró en su corazón impidiéndole apenas respirar, pero la curiosidad pudo más y miró fijamente a aquella figura que no le transmitía ninguna sensación de peligro, los rasgos de aquella mujer denotaban mucha tristeza..
La figura, que parecía no haber reparado en ella, se deslizó suavemente hasta la chimenea y tomó asiento en el viejo sillón. De su pecho salió un hondo suspiro cargado de angustia.
Viendo que no se movía, la inquilina de la casa, sabiendo que no perdía nada por intentarlo, se dirigió en voz baja a la joven y le preguntó:
-¿Quién sois?
Creyó que no le iba a contestar porque al principio ni se movió, pero pasados unos minutos aquella delicada figura, giró su cabeza y fijó, con cierto alivio, la mirada de sus ojos azul claro y brillante en aquella mujer que se había atrevido a dirigirle la palabra. Los antiguos moradores de la casa, reaccionaban con gritos de pánico y salían huyendo de su presencia.
-Mi nombre es Marcela. Yo viví en esta casa hace mucho tiempo y en ella fui muy feliz hasta que mi matrimonio fue concertado con el señor de Fabariego. Al principio todo era felicidad, fiestas, alegría hasta que llegó mi prima Constanza para acompañarme como dama de honor en mi boda. Ella era mucho más bella que yo y terriblemente celosa. Nunca admitía que ningún hombre se fijara en otra antes que en ella y cuando conoció al que iba a ser mi marido, se enamoró de él de una forma tan descontrolada que decidió que tenía que ser su esposa.
Para poder consumar su plan yo debía de desaparecer y no lo dudó ni un momento. Pocos días antes de la boda me pidió que la acompañara al lago para dar un paseo en barca y yo sin sospechar nada allí me dirigí. Ella se subió primero y cuando yo estaba a punto de entrar me dio un golpe tremendo en la cabeza, me metió en un saco que contenía unas cuantas piedras, lo ató y me arrojó al lago en donde perdí la vida.
Ella regresó a la casa diciendo que yo había desaparecido en el bosque. Todos salieron en mi busca, encabezando la marcha iba mi prometido tan desesperado por mi desaparición que todo el mundo creyó se volvería loco. Después de varios días, abandonaron la búsqueda. Pasó el tiempo, mi prima aprovechó para consolar al novio que viendo su dedicación y cariño decidió tomarla por esposa ya que estaba claro que yo no aparecería nunca.
Como a las personas desaparecidas no se les puede hacer entierro ni llevar a cabo los rituales de difuntos, regreso todos los años a esta casa con la esperanza de que alguien me escuche y rece por mi alma para que yo pueda descasar en paz, pero cada vez que me aparezco a alguien lo único que consigo es que griten, se asusten y abandonen la casa y así llevo muchos, muchos años.
La inquilina sintió pena por ella y le prometió que iría a la iglesia más cercana para encargar una misa por su alma y que ya que el cuerpo posiblemente no apareciera nunca, alquilaría una barca que la llevara al centro del lago para depositar allí un ramo de flores. Así lo hizo y desde entonces, aquella figura de mujer casi transparente dejó de visitar la casa.
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