Mucho se ha escrito sobre las Tres Culturas en la Península Ibérica, pero ¿De verdad existió esa convivencia pacífica o fue una coexistencia obligada?
En las siguientes páginas haremos un viaje en el tiempo repasando la vida de la comunidad judía desde los inicios del Islam en la Península hasta su expulsión por parte de los almohades. Conoceremos su historia a través de los grandes pensadores que dieron renombre a Sefarad y conoceremos la tragedia de la mano del integrismo, de la guerra y del poder, pues la convivencia o coexistencia muchas veces dependía de la personalidad del emir.
La llegada del Islam a la península supuso un balón de oxígeno para la maltrecha comunidad judía. Las disposiciones del rey Egica, si bien no pudieron llevarse a cabo debido al descomunal desorden del reino, facilitaron lo que algunos historiadores afirman: que hubo pactos o colaboraciones entre las distintas comunidades judías y así facilitaron la invasión musulmana. Realidad o leyenda, lo cierto es que no fueron los únicos, los witizanos y el arriano don Julián, señor de Ceuta y Tánger, también les facilitaron la entrada.
La crónica musulmana que narra la invasión del 711, la llamada Akhbar Machmua, nos informa que Kaula al-Yehudí comandaba las tropas judías y que se establecieron guarniciones israelitas en Granada, Córdoba, Sevilla y Toledo.
Y, aunque no obtuvieron un status de libertad completa, nuevos contingentes de judíos vinieron a instalarse en la península y los judíos convertidos forzosamente al cristianismo retornaron a la fe de sus padres.
Este status de libertad completa es lo que da pie a nuestro título. Era bien sabido por parte de las autoridades islámicas que tanto cristianos como judíos forman parte de la Dhimmah, y por lo tanto, a cambio del pago de ciertos impuestos, se les toleraba. Ahora bien, se les consideraba inferiores y tanto mozárabes (cristiano que habita en zona musulmán) como judíos, sufrieron parecidas limitaciones como el pago de impuestos territoriales y personales. Además, los judíos debían llevar trajes que les identificaran, no usar caballos de monta, recitar sus oraciones en voz baja y sus casas y sinagogas no podían superar determinada altura.
Como veremos más adelante, no siempre se cumplían ciertas disposiciones.
El camino hacia la plenitud
La documentación de la que disponemos los historiadores en los primeros años de la dominación árabe es escasa, sin embargo, toda la obra intelectual que se generó durante el siglo X fue tan importante, que solo una comunidad grande y fuerte podría haberla llevado a cabo.
Pero, ¿cómo se llegó a los albores del Siglo de Oro de la cultura hebrea? Para responder a esta pregunta debemos remontarnos al año 711 y escudriñar las consecuencias que tuvo para la comunidad judía.
A partir de la conquista islámica, Al Andalus se insertó en un sistema de “estados musulmanes”, donde el idioma y la religión creaban enlaces vinculantes y que permitían una comunicación fácil y directa con las escuelas babilónicas de Sura y Pumbedita y sus gaones, considerados los directores espirituales de Israel.
No en vano, los judíos andalusíes desempeñaron un papel preponderante en la difusión de la versión babilónica del Talmud. Los mozárabes en el siglo IX denominaban a estos textos “hebraica veritas”.
El emir Hisham, en la segunda mitad del siglo VIII, ordenó que todos sus súbditos asistieran a escuelas árabes para aprender el idioma. La élite aprendió árabe facilitando así los negocios y la comunicación en ese mundo tan global que era la zona de influencia musulmana, pues llegaba desde el Atlántico hasta China. Hombres emprendedores se convirtieron en hombres de negocios con caudales inmensos y un prestigio social considerable. En el campo de la cultura se produjeron obras que obtuvieron tal importancia que, sin ellas, el mundo intelectual europeo – incluso cristiano – no sería lo que ha sido.
El judío andalusí que se plasma en la poesía hebrea contemporánea es la de un hombre culto y refinado, que aúna los placeres del mundo con la religiosidad tradicional judía. Los jóvenes estudiaban junto al Talmud, poética, filosofía, medicina, filosofía, etc.
Es en la ciudad de Córdoba donde encontramos al principal protagonista de esta época, un médico y farmacéutico que fue la mano derecha de Abd al-Rahman III, viajando como su embajador. Su gran curriculum culmina con la creación de la gran Escuela Talmúdica Sefardí, siendo el responsable del esplendor cultural de los siglos XI-XII al hacer del hebreo una lengua literaria.
Hablemos de Hasdai Ibn Shaprut
Nacido en Córdoba en el 915, como médico se ganó la confianza del emir y posterior califa Abd al-Rahman III. Fue el responsable de la recepción a la embajada de Otón I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y de negociar el tratado comercial con Constantino VIII de Bizancio.
La reina Toda de Navarra pidió al califa la sabiduría de Ibn Shaprut para curar de obesidad a su nieto Sancho I de León.
Su estrecha relación con las academias rabínicas de Kairwan y Constantina en el Norte de África y con las de Babilonia, hizo posible que tras el eclipse de Sura y Pumbedita, trajera a Córdoba al prestigioso maestro R. Moses Ibn Enoch. Su hijo, Enoch ibn Moses, le sucedió en el cargo de director de la Escuela Talmúdica en el 965 y siempre tuvo la protección de Almanzor durante las fuertes tensiones generadas entre los recién llegados y los antiguos maestros.
Fue en Córdoba donde se consolidó la idea de los israelitas sefardíes eran los descendientes de las tribus de Judá y Benjamín. Su prestigio crecía tanto en la órbita musulmana como en la europea.
Demos ahora un breve repaso a los más importantes de esos sabios que, bajo el auspicio de los Omeyas y Almanzor, lo hicieron posible.
Menahen Ibn Saruq (910-970) es el autor de Mahberet, la primera lexicografía hebrea. Se ha supuesto que él es el auténtico autor de la carta al rey de los khazaros.
Dunas Ibn Labrat (920?-980?) compartió con Saruq la oposición a los maestros babilónicos. Introdujo la métrica árabe en el verso hebreo, otorgando incluso delicadeza y altura a la poesía islámica culta.
No debemos olvidar que, aunque hubo poetas de “vida poco recomendable”, parafraseando a Luis Suárez, sus obras contenían emoción y viva religiosidad, aun en las profanas. Para L. Suárez, es este empeño en ignorar esta faceta esencial lo que hace muchas veces incomprensible a los historiadores el fenómeno del Judaísmo Hispánico.
Los reinos de taifas: el siglo de oro
Tras la muerte de Hasdai Ibn Shaprut y la primera generación de poetas, la escuela de Córdoba tuvo un lento declive para acabar en una brusca desaparición. La segunda generación de poetas fue mucho menos brillante al estar inmersa en querellas internas y los problemas del califato.
Joseph Ibn Sutanas, discípulo de Moses Ibn Enoch tras abandonar la península se hacía eco de las persecuciones implacables que la comunidad judía sufría por parte de los árabes.
Los siguientes directores de la escuela fueron tradicionalistas y su protector ya no era la autoridad gobernante, si no un rico judío, Jacob Ibn Gan.
La comunidad se vio envuelta en las guerras civiles que estallaron tras la caída del Califato. Muhammad II se valió de ellos para garantizar a Ramón Borrel de Barcelona el pago de sus emolumentos. Por ello, los berberiscos vieron en ellos sus enemigos y sufrieron las más crueles represalias.
En la tradición histórica judía la “guerra de los berberiscos” aparece como la catástrofe definitiva que dispersó hasta entonces a la gran poderosa aljama de Córdoba. Desde aquí partió la primera y gran oleada migratoria hasta los reinos cristianos.
Sin embargo, muchos de los sabios prefirieron emigrar a las taifas, donde reyes musulmanes ofrecían un remanso de paz y donde, eficazmente, supieron sacar provecho de la sabiduría judía dentro de un ambiente de libertad intelectual.
Si bien es cierto que algunas familias volvieron a Córdoba, no se volvió a abrir la Escuela. Granada, con su importante judería volvieron a activar la de Lucena, pero Zaragoza será el centro de la sabiduría hebrea. Allí encontraremos a Ibn Gabirol, Ibn Paquda y Yehuda ha-Levi.
Ibn Negrella fue uno de tantos emigrados por la guerra de los berberiscos. Su don de idiomas y su habilidad como calígrafo y compositor en árabe llamó la atención del visir del rey Habbus de Granada. Al poco tiempo lo vemos como visir, jefe del ejército y desde 1027 príncipe (naguid) de los judíos.
Según Ibn Hayya, su aspecto era el de un árabe. Quizás por ello no tuvo de su parte a toda la comunidad judía granadina a pesar de su favorecedora política de inmigración. En 1055 le sucedió su hijo Josef, que murió en 1066 tras el estallido de la cruenta revuelta que costó la vida a numerosos judíos.
Un descendiente del rey Habbus, Abd Allah, acusó en sus memorias a Joseph de haber asesinado a judíos de la facción opuesta a él, de haber envenenado a un hijo del rey y de negociar con la taifa de Almería la rendición de Granada. El historiador J. Perez señala como causa la predicación de un alfaquí iracundo.
Las exigencias de una economía de guerra se vieron agravada por el aumento continuo de las parias (impuesto pagado a los reyes cristianos), y terminó por arruinar a la población musulmana que manifestó su descontento con motines. La guerra civil entre musulmanes y judíos en Granada solo fue un ejemplo más.
Prácticamente la aljama desapareció. Las cifras que dio R. Dozy y que fueron admitidas por el profesor Heinrich Graetz, son de 4.000 personas o 1.500 familias.
La matanza tuvo lugar en Shabbat, el 30 de diciembre de 1066.
* Licenciada en Historia por la Universidad de Murcia.
http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Titular/61482/