Ofir es un puerto o región mencionada en la Biblia que fue famosa por su riqueza. Se cree que el rey Salomón recibía cada tres años un cargamento de oro, plata, sándalo, piedras preciosas, marfil, monos y pavos reales de Ofir. De allí que ofi es la gema preciosa sin tallar. En la Biblia se habla en diversas ocasiones del “oro de Ofir”. Una de ellas se encuentra en el libro de Job, donde se lo equipara con el “oro puro”. Unos seiscientos años después del tiempo de Job, el rey David reunió una importante cantidad de “oro de Ofir” para la construcción del templo de Jehová en Jerusalén. Su hijo Salomón también importó oro de Ofir. Según la Biblia, Salomón mandó construir una flota de barcos en Ezión-guéber, a orillas del mar Rojo, y en ellos le trajeron oro de Ofir. Los expertos sitúan Ezión-guéber en el extremo superior del golfo de Aqaba, en el área de las actuales Elat y Aqaba. Desde allí los barcos podían llegar a cualquier punto del mar Rojo o a colonias comerciales más lejanas en las costas de África y de la India. Es posible que Ofir se encontrase en cualquiera de estas ubicaciones. Otros piensan que estaba en Arabia, donde se han hallado antiguas minas de oro e incluso se han explotado algunos yacimientos en épocas recientes. Hay quienes creen que las minas de las que Salomón obtenía oro no son más que una leyenda. No obstante, el egiptólogo Kenneth A. Kitchen afirma: “Ofir no es un mito. Existe un óstracon, fragmento cerámico con una inscripción, que probablemente data del siglo VIII antes de nuestra era, donde se puede leer la siguiente anotación contable en hebreo: ‘Oro de Ofir para Bet Horón: 30 siclos’. Esta inscripción demuestra que Ofir era un lugar donde realmente había oro. Lo mismo sucede con las expresiones ‘Oro de ‛Amau’, ‘Oro de Punt’ y ‘Oro de Cus’ de los textos egipcios, ya que hacen referencia al lugar de donde provenía el oro o a un oro del mismo tipo y calidad”. Estudiosos de la Biblia, arqueólogos y otras muchas personas han intentado determinar la localización exacta de Ofir. Muchos estudiosos modernos sostienen que podía haber estado en el suroeste de Arabia, en la región del actual Yemen. Ésta es también la posible localización de Sheba. Otra posibilidad es la costa africana del Mar Rojo, ya que el nombre puede ser derivado de la etnia Afar de Etiopía. Otros posibles localizaciones varían enormemente. El Easton’s Bible Dictionary(1897) menciona la conexión a «Sofir», el nombre copto para la India, y también una posible conexión a Abhira, en la desembocadura del río Indo. Flavio Josefo lo conectó con Cophen, un río indio, a veces asociado a una parte de Afganistán. Algunos estudiosos proponen conexiones con América antes de la llegada de Colón, especialmente con Bolivia y Perú.La historia marítima de los fenicios empieza hacia el siglo XXIV a.C. y según Reyes, en el Antiguo Testamento, llegaron a gozar de una fama tal que Salomón pidió al rey Irma, de Tiro, que le mandara carpinteros para construir una flota para el Mar Rojo, así como marinos para llevar esta flota hasta el país del Ofir. La localización geográfica de Ofir parece estar en la misma situación que la misteriosa Tierra de Punt. Ambos países se hallan “lejos, en el sudeste”.
Punt es un antiguo territorio descrito por los textos en jeroglíficos del Antiguo Egipto. No ha podido ser localizado con certeza, aunque posiblemente pudiera haber estado situado en la costa africana del océano Índico. La primera narración de una expedición a estas tierras se remonta al 2500 a. C. Fue enviada por el faraón Sahura, de la dinastía V de Egipto, para traer maderas preciosas, mirra, electrum, una aleación de oro y plata, monos y enanos. También Pepi II, faraón de la dinastía VI, decidió enviar un barco alpaís de Punt, «un lugar situado en la costa de Somalia. El punto de embarque debía encontrarse sobre la costa asiática del mar Rojo». Mentuhotep III, de la dinastía XI, envió otra expedición, que quedó registrada en inscripciones grabadas en las rocas del valle de Uadi Hammamat. Se explica que el canciller Henu mandó una expedición de tres mil hombres. Su inscripción relata: “Fui enviado a conducir barcos al país de Punt para traer al faraón especias fragantes que los príncipes del país Rojo recolectan profusamente puesto que entusiasman a todas las naciones. Y partí de la ciudad de Coptos pues Su Santidad ordenó que los hombres armados que debían acompañarme debían ser del sureño país de los Tebanos“. La expedición más célebre fue la enviada por la reina Hatshepsut, de la dinastía XVIII, acontecimiento que está grabado en su templo en Deir el-Bahari: “Exploraré las rutas hacia Punt, descubriré los caminos hacia las terrazas de mirra, tras guiar a la tropa por mar y tierra para traer maravillas de la Tierra de dios para este dios que ha creado sus perfecciones. Traen muchas maravillas y toda clase de productos típicos de la Tierra de dios a por los que tu majestad les envió: montones de terrones de mirra y árboles de mirra fresca con cepellón, plantados en el patio de ceremonias para ser vistos por todos los dioses. El jefe de Punt, Palhu, su esposa Aty, sus dos hijos, de su hija y del asno que carga con su esposa. Cargando pesadamente los barcos con las maravillas del país del Punt: todas las buenas maderas aromáticas de la Tierra del dios, montones de resina de mirra, jóvenes árboles de mirra, ébano, marfil puro, oro verde de Amu, madera de cinamomo, madera-hesyt, incienso-ibemut, incienso, pintura de ojos, monos, babuinos, perros, pieles de pantera del sur, y siervos y sus hijos“.El viaje empieza de un puerto en el Mar Rojo y dura tres años, entre ida y vuelta, para ambos destinos, tanto Punt como Ofir. Los productos de Ofir coinciden en general con los que los egipcios traían de Punt y de sus escalas: oro, maderas preciosas, especias, incienso, esclavos, etc. Siguiendo a los fenicios, tenemos que Paul Gallez, en su obra La Cola del Dragón, nos dice que: “Siendo Salomón yerno del faraón, es muy natural que a través de su esposa haya obtenido de su suegro las informaciones necesarias para organizar una expedición a la Tierra de Punt o a un país vecino. Los fenicios ya formaban las tripulaciones de las flotas egipcias y asumían su dirección técnica antes de tomar el mismo papel en la flota de Salomón. Enterados de los problemas y de los beneficios de la navegación al Extremo Oriente, era muy natural que los fenicios intentaran también sus expediciones por cuenta propia. Se puede preguntar cómo sus flotas tenían acceso al Mar Rojo y al Océano Índico, cuando su país sólo ocupaba una pequeña franja del litoral mediterráneo“. Las respuestas son varias, dice Gallez. Los fenicios eran originarios del Golfo Pérsico, de donde llegaron al actual Líbano. Sus primeras expediciones pueden haber tenido lugar antes de esta migración, a partir del Golfo Pérsico.
El libro de Job es un libro bíblico del Antiguo Testamento. En la Biblia figura como el primero de los Libros Sapienciales, ubicado entre II Macabeos y el libro de los Salmos; mientras que en el Tanaj hebreo, aparece entre los Proverbios y Cantar de los Cantares. En las versiones cristianas del Antiguo Testamento también se dan variantes: las versiones siríacas lo ponen entre el Pentateuco y el libro de Josué, indicando con ello su supuesto carácter histórico, y la Vulgata, al inicio de los libros llamados “didácticos”. Su autor es desconocido, aunque la tradición lo atribuye a Moisés, el cual posiblemente conociera a Job durante su huida del Bajo Egipto. Si este fuera el caso, Job era un habitante de la península arábiga, situada al este del imperio. Aunque algunos de estos especialistas datan el libro entre el año 500 a. C. y el año 250 a. C., su cita en antiguos manuscritos judíos descartan tal opción. Popularmente se considera que fue escrito alrededor del año 3500 a. C. Dada la perfección formal del escrito se piensa normalmente en la época de oro de la literatura judía, es decir, entre los siglos X y VIII antes de Cristo. Charles Pfeiffer, tomando en cuenta los arameísmos presentes en el texto, lo data con posterioridad, es decir, hacia el final de la monarquía judía. Por otro lado, la problemática tratada habla de una datación incluso posterior, por lo menos tras las deportaciones y en tiempos del profeta Malaquías: entre el 538 y el 330 a. C. El autor es anónimo pero de gran finura religiosa y con grandes conocimientos. El apéndice afirma que Job vive en Uz, entre los confines de Idumea y Arabia. Aun cuando la temática del libro es unitaria, hay diversos indicios de una composición más compleja, como por ejemplo, la variación en el uso de los nombres divinos, tales como Yahvé, Saddai, Eloah, Elohím. Se trata, evidentemente, del sufrimiento del inocente. Ya desde la más remota Antigüedad los pensadores han hablado del problema del hombre bueno que sufre y del malo que es feliz. Incluso Platón se preocupó del asunto. Varios mitos griegos se refieren a temas parecidos: Prometeo es culpable, pero la enormidad de su castigo produce que se rebele; Edipo Rey sufre el castigo de los dioses por un pecado del que él no era consciente. Hércules no ha pecado, pero los dioses terminan por aplastarlo. Es este, precisamente, el tema que trata el libro de Job. El protagonista es un hombre religioso, bueno y justo, a quien Dios permite que Satán someta a numerosas y espantosas pruebas. Mientras Job sufre bajo las acechanzas del Mal, tres buenos amigos intentan consolarlo, tratando de convencerlo de que si sufre es por culpa de sus propios pecados.
Job se enoja y se defiende, pues él sabe que eso es un infundio y rechaza ese argumento con energía. Cuando aparece un cuarto amigo que explica que el sufrimiento templa el alma y el espíritu, Job continúa quejándose. Por último, Yahvé en persona se hace presente y reprende a Job por no haber aceptado Su voluntad, así como por sus quejas. Pero devuelve a Job su antigua felicidad. «Hubo un hombre en la tierra de Hus cuyo nombre era Job; y ese hombre era perfecto y recto, y temía a Dios y evitaba el mal». Se le bendijo con una gran familia y miles de ovejas y bueyes. Era «el hombre más grande de Oriente». «Entonces, un día, los hijos de los dioses fueron a presentarse ante Yahvé, y Satán estaba entre ellos. Y Yahveh le preguntó a Satán dónde había estado; y Satán respondió: Recorriendo la Tierra, paseándome por ella». Así comienza el relato bíblico de Job, el hombre justo al que Satán puso a prueba para ver los límites de la fe del hombre en Dios. Cuando las calamidades comenzaron a caer sobre Job, y éste empezó a cuestionarse los caminos del Señor, tres de sus amigos acudieron a él desde tierras distantes para llevarle su simpatía y su cariño. Mientras Job expresaba en voz alta sus quejas y sus dudas acerca de la sabiduría divina, sus amigos le hablaban de las muchas maravillas de los cielos y la tierra que sólo Dios conocía. Entre ellas estaban las maravillas de los metales y sus veneros, y el ingenio para encontrarlos y extraerlos de las profundidades de la tierra: “Sin duda, hay para la plata un venero y un lugar donde se refina el oro; donde se obtiene hierro de los minerales y de las piedras fundidas sale el cobre“. Y lo detallan de esta forma: “Él pone fin a la oscuridad, explora lo que hay de valor de las piedras en las profundidades y en la oscuridad. Abre el arroyo lejos del poblado, donde se mueven los hombres olvidados y extraños. Hay una tierra de la que vienen los lingotes, cuyas entrañas están agitadas como con fuego; un lugar donde las piedras son verde azuladas, que tiene las vetas de oro. Ni siquiera el buitre conoce el camino, ni el ojo del halcón lo discierne. Allí pone Su mano sobre el granito, derrumba de raíz las montañas. Abre galerías a través de las rocas, y todo lo que es precioso Sus ojos han visto, represa las fuentes de los ríos, y saca a la luz lo que estaba escondido“.
Job pregunta de dónde proviene este conocimiento de minerales y metales: “¿Y dónde se encontrará el Conocimiento? ¿De dónde vendrá la Comprensión? Ningún hombre conoce su camino; su origen no está donde moran los mortales. Con oro sólido no se puede comprar, ni se paga a precio de plata. No se valora con el oro rojo de Ofir, ni con la preciosa cornarina ni con el lapislázuli. No se le compara el oro ni el cristal, ni su valor en vasijas de oro. El coral negro y el alabastro no merecen ni mención; el Conocimiento vale más que las perlas”. Job reconoce que todo este Conocimiento proviene de Dios, el que lo había enriquecido y empobrecido, y el que podía restablecerle: “Sólo Dios conoce su camino y sabe cómo se establece. Pues Él puede explorar los confines de la Tierra y ver todo lo que está bajo los cielos“. Es posible que la incorporación de las maravillas de la minería en el discurso de Job con sus tres amigos no fuera accidental. Aunque nada se sabe de la identidad de Job o de la tierra en donde vivió, los nombres de los tres amigos nos proporcionan algunas pistas. El primero era Elifaz, de Teman, del sur de Arabia; su nombre significa «Dios es mi oro puro». El segundo era Bildad, de Súaj, un país que se cree que estuvo situado en el sur de Karkemish, la mítica ciudad hitita; el nombre de la tierra significa «lugar de los fosos profundos». El tercero era Sofar, de Naamá, lugar así llamado por la hermana de Túbal Caín «señor de todos los herreros», según la Biblia. Así pues, los tres provenían de tierras relacionadas con la minería. Karkemish, Carchemish o Carquemís fue una importante ciudad de los imperios mitanno, hitita y asirio, situada en lo que hoy es la frontera turco-siria, conocida por los romanos como Europus. Es famosa por ser el lugar de la importante batalla de Karkemish entre babilonios y egipcios, mencionada en la Biblia, donde la ciudad es llamada Jerablus, probablemente una corrupción de un posible nombre en lengua local para la ciudad, Jarablos. La antigua Karkemish estaba situada 100 kilómetros al noreste de la actual Alepo, en Siria, y 60 kilómetros al sureste de la actual Gaziantep, en Turquía, en la orilla occidental del Éufrates, lo que le permitía controlar el principal vado de este río. Esta posición estratégica explica buena parte de su importancia para los imperios de la antigüedad. Desgraciadamente, Turquía ha construido una base militar sobre las ruinas de Karkemish, lo que impide el acceso libre a la zona.Karkemish estuvo poblada desde el neolítico, convirtiéndose pronto en un importante centro mercantil, mencionado ya en el tercer milenio antes de Cristo. Tuvo tratos comerciales con Ugarit, Mitani y Ebla, entre otros. Sin embargo, con el creciente poder de Mitani, parece que la ciudad pudo convertirse en vasalla de este imperio. Así, cuando Egipto invade Mitani, el faraón Thutmose I erige una estela cerca de Karkemish para celebrar sus victorias (1500 a. C.).
El control egipcio de la zona no dura mucho, y pronto Mitani recupera su antigua posición de potencia dominante en Siria, hasta el momento en que el rey hitita Suppiluliuma I (mediados de siglo XIV a. C.) logra destruir el poder de Mitani en la Primera Guerra Siria, dejando al reino reducido a unas pocas fortalezas, entre las cuales Karkemish es la más importante. En la Segunda Guerra Siria,Suppiluliuma conquistó Karkemish, e instaló a uno de sus hijos, Sarri-Kusuh, como virrey hitita en la ciudad. A partir de este momento, Karkemish se convierte en la principal fortaleza hitita en Siria, y en el núcleo de su administración en la zona. Los virreyes de Karkemish, siempre miembros de la familia real hitita, estuvieron encargados de defender la frontera oriental del reino contra los avances enemigos, primero de Egipto y luego de Asiria. Esta posición se mantuvo hasta la repentina desaparición del imperio hitita a causa de la invasión de los misteriosos pueblos del mar (1200 a. C.). Karkemish logró sobrevivir a dicha invasión y los virreyes de la ciudad, ante la ausencia de un monarca en Hattusa, capital hitita, adoptaron para sí mismos el título de Gran Rey y conservaron un extenso reino de cultura hitita durante algún tiempo. Sin embargo, el creciente poder asirio no pudo ser combatido, y pronto, a comienzos del siglo X a.C., Karkemish pierde casi todo su reino, siendo reducida a tributaria asiria en el siglo IX a. C. En el año 717 a. C., Karkemish es finalmente conquistada por los asirios, que también usaran la ciudad como importante centro administrativo. Durante la época de Nabopolasar de Babilonia y de su hijo, Nabucodonosor II a finales del siglo VII a. C., los asirios sufrieron una serie de derrotas y perdieron su capital Nínive, por lo que intentaron retirarse, primero a Harrán y posteriormente a Karkemish. Desde ahí, los asirios se prepararon para una última batalla (605 a. C.) contra los babilonios, donde contaron con ayuda egipcia. La victoria de los babilonios implicó la desaparición del imperio asirio y la conquista de Karkemish por parte de Babilonia, momento a partir del cual la ciudad languideció, sin que se registren más sucesos de importancia. A pesar de que Karkemish era conocida por referencias en la Biblia y en documentos egipcios y asirios, su localización correcta no fue descubierta hasta 1876 por George Smith, ya que anteriormente se barajaron otros emplazamientos, como la confluencia del Chebar y el Éufrates, o la Hierápolis griega. La investigación arqueológica de Karkemish estuvo en manos del Museo Británico hasta la primera guerra mundial. En estas investigaciones participó Thomas Edward Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia.
Volviendo al Libro de Job, al hacer las detalladas preguntas antes indicadas, Job, o el autor del Libro de Job, demostró un considerable conocimiento en mineralogía, minería y procesos metalúrgicos. Su época es, ciertamente, lejana, después de que el hombre utilizara por primera vez el cobre, y ya dentro del período en que los metales se obtenían extrayendo minerales, que tenían que ser fundidos, refinados y moldeados. En la Grecia clásica del primer milenio a.C, el arte de la minería y los metales se consideraba también un sistema para descubrir los secretos de la naturaleza, ya que la palabra metal proviene del griego matallao,que significa «buscar, encontrar cosas ocultas». Los filósofos griegos, seguidos por los romanos, perpetuaron la división de la historia humana de Platón en cuatro eras de los metales: Oro, Plata, Bronce (o Cobre) y Hierro, en la que el oro representaría la era ideal, aquella en la que el hombre había estado más cerca de sus dioses. Hay también una división bíblica, incluida en la visión de Daniel, que comienza con la arcilla, antes de hacer una relación de metales, y es una versión más exacta de los avances del hombre. Después de un largo período paleolítico, el mesolítico comenzó en Oriente Próximo hacia el 11000 a.C., justo después del Diluvio Universal. Unos 3.600 años después, el hombre de Oriente Próximo bajó de las cadenas montañosas a los fértiles valles, dando comienzo a la agricultura, la domesticación de animales y el uso de metales naturales, metales encontrados en lechos de ríos, como las pepitas de oro, que no requerían ni de minería ni de refinado. Los expertos le han llamado a esta fase período neolítico (o Nueva Edad de Piedra), pero en realidad fue la época en la que la arcilla, a través de la cerámica y otros muchos usos, sustituyó a la piedra. Esto es lo que sostiene el Libro de Daniel. La primitiva utilización del cobre fue, por tanto, de piedras de cobre, y por este motivo muchos expertos prefieren no llamar a ese tiempo de transición entre las edades de piedra y las de los metales Edad del Cobre, sinoCalcolítico, la Edad de la Piedra-Cobre. El cobre se procesaba machacándolo hasta darle la forma deseada, o a través de un proceso llamado templado, si la piedra de cobre se ablandaba primero con fuego. Se cree que esta metalurgia del cobre y, con el tiempo, del oro, tuvo su inicio en las tierras altas que rodean el Creciente Fértil de Oriente Próximo, y esto se debió posiblemente a las circunstancias particulares de la zona.
El Creciente Fértil, también llamado “media luna fértil“, es una región histórica que se corresponde con parte de los territorios del Levante mediterráneo, Mesopotamia y Persia. Se considera que fue el lugar donde se originó la revolución neolítica en Occidente. El término fue acuñado por el arqueólogo James Henry Breasted, de la Universidad de Chicago, por la forma de Luna creciente del área geográfica referida. Por similitud histórica, también suele denominarse así a otros territorios donde surgió la agricultura y la ganadería, tales como las altiplanicies mexicanas (cultura del maíz), ciertas regiones de China (cultura del arroz), los Andes peruanos (cultura de la papa) o del África subsahariana (cultura del sorgo). Lo bañan los ríos Nilo, Jordán, Tigris y Éufrates y ocuparía unos quinientos mil kilómetros cuadrados. La región comprendería desde el valle del Nilo y la orilla oriental del Mediterráneo hasta el norte del Desierto de Siria, y desde el norte de Arabia, toda Mesopotamia hasta el Golfo Pérsico. Son áreas que pertenecen a los actuales territorios de Egipto, Israel, Cisjordania, la Franja de Gaza, y Líbano; también de partes del río Jordán, Siria, Irak, el sudeste de Turquía y el sudoeste de Irán. Se estima que su población en la Antigüedad rondaría los 40 ó 50 millones de personas. En la actualidad, es una zona de gran inestabilidad política. En el Creciente Fértil se encuentran muchos restos de importante actividad humana de antiguas épocas. Han aparecido esqueletos de primitivos humanos modernos y antiguos, como en la Cueva de Kebara, en Israel, y restos de culturas cazadoras-recolectoras nómadas del Pleistoceno, así como semisedentarias del Epipaleolítico (natufianos). Pero la zona se vincula principalmente a los orígenes de la agricultura y la ganadería. La zona occidental de los alrededores del río Jordán y al norte del Éufrates, donde se incluyen lugares como Jericó, dio lugar a la primera cultura Neolítica, datada en torno al 9000 a. C. Esta región, junto con una Mesopotamia definida al este del Creciente Fértil, entre los ríos Tigris y Éufrates, aglomeró una compleja realidad de culturas a partir de la Edad de Bronce, por lo que la zona ha recibido el nombre de Cuna de la Civilización. Desde la Edad de Bronce, la zona de cultivo ha ido ampliándose gracias al regadío, del que aún depende una producción agrícola que. La aparición de la agricultura parece deberse no sólo a la irrigación de estos ríos, sino también a la facilidad climática para favorecer el crecimiento de plantas anuales y de semillas comestibles, con una mayor productividad a lo largo de las estaciones que las plantas perennes. En el Creciente Fértil se encuentran los antepasados de las plantas neolíticas más importantes, como el farro, el trigo escaña, la cebada, el lino, el garbanzo, el guisante o la lenteja, así como las cinco especies de animales domesticados más importantes: la vaca, la cabra, la oveja, el cerdo y el caballo.
El oro y el cobre se encuentran en la naturaleza en «estado natural», no sólo como filones en las profundidades de la tierra, sino también en forma de pepitas y terrones, e incluso como polvo en el caso del oro, que las fuerzas de la naturaleza, como las tormentas, inundaciones o la persistente corriente de arroyos y ríos, han ido soltando de las rocas en las que estaban expuestos. Los terrones naturales de estos metales se encontrarían, por tanto, cerca o en los lechos fluviales. Luego, habría que separar el metal del lodo o de la grava lavándolo con agua («cribado») o cerniéndolo con tamices. Ello no implica la perforación de túneles. La mayoría de los expertos cree que este tipo de minería se practicaba en las tierras altas que circundan el Creciente Fértil de Mesopotamia y las costas orientales del Mediterráneo, ya en el quinto milenio a.C, y con seguridad antes del 4000 a.C. Es éste un proceso que se ha venido usando a lo largo de los tiempos. Pero pocos son los que saben que los «mineros del oro» de las famosas fiebres del oro del siglo XIX no eran en realidad mineros que se introducían en las profundidades de la tierra en busca del metal, como en el caso, por ejemplo, de la minería del oro del sur de África. En realidad, realizaban minería de placer, cerniendo la grava lavada en los lechos fluviales en busca de pepitas o polvo de oro. Durante la fiebre del oro del Yukón en Canadá, por ejemplo, los «mineros», utilizando un mínimo de herramientas, dijeron haber recogido más de 28 toneladas de oro al año en sus mejores momentos, hace un siglo. La producción verdadera fue, probablemente, el doble. Y es curioso que, aun en nuestros días, estos mineros de placer sigan encontrando varias toneladas de oro al año en los lechos de los ríos Yukón y Klondike, y en sus afluentes. Hay que reseñar que, aunque tanto el oro como el cobre se podían conseguir en estado natural, y el oro era incluso más adecuado para su utilización porque, a diferencia del cobre, no se oxida, el hombre de Oriente Próximo de aquellos primeros milenios no utilizaba el oro, sino que se limitaba a usar el cobre. La explicación habría que encontrarla en ideas que resultaban familiares en el Nuevo Mundo, o sea que el oro era un metal que pertenecía a los dioses. Cuando empezó a usarse el oro, a comienzos del tercer milenio a.C. o algunos siglos antes, fue para realzar los templos, o «Casas de Dios», y para hacer vasijas con las que servir a los dioses que había en ellos. Fue ya hacia el 2500 a.C. cuando el oro se convirtió en metal de uso regio, indicando un cambio de actitudes cuyos motivos están aún por explorar.
La civilización sumeria floreció hacia el 3800 a.C., y es evidente, por los descubrimientos arqueológicos, que sus comienzos tuvieron lugar hacia el 4000 a.C., tanto en el norte como en el sur de Mesopotamia. También es éste el momento en que aparece en escena la verdadera minería, el procesamiento de los metales y la sofisticación metalúrgica. Era un avanzado y complejo cuerpo de conocimientos que, como en el caso del resto de ciencias, los pueblos de la antigüedad decían haber recibido de los anunnaki, los dioses que habían venido a la Tierra desde Nibiru, según Zecharia Sitchin. Revisando las etapas del hombre en el uso de los metales, L. Aitchison, en su obra A History of Metals, observaba con asombro que, hacia el 3700 a.C, «todas las culturas de Mesopotamia se basaban en la metalistería», y concluyó con obvia admiración que las cimas metalúrgicas entonces alcanzadas «se deben atribuir inevitablemente al genio técnico de los sumerios». No sólo se obtenían, procesaban y usaban el cobre y el oro, que se podía obtener de pepitas naturales, sino también otros metales que requerían su extracción de filones rocosos, como es el caso de la plata, o su fundido y refinado a partir del mineral, como es el caso del plomo. También se desarrolló el arte de la aleación, la combinación química en un horno de dos o más metales. El primitivo martilleo de los metales dejó paso al arte de la fundición, y se inventó, en Sumer, el complejo proceso conocido como Cire perdue («cera perdida»), que permitía la fundición y la producción de objetos útiles y hermosos, como estatuillas de dioses o animales, o utensilios para el templo. Los avances realizados en Sumer se difundieron por todo el mundo. Según R. J. Forbes, en Studies in Ancient Technology, «hacia el 3500 a.C, la metalurgia había sido absorbida por la civilización en Mesopotamia», que había tenido sus inicios hacia el 3800 a.C. «A este nivel se llegó en Egipto unos trescientos años más tarde, y hacia el 2500 a.C toda la región entre las cataratas del Nilo y el Indo estaba versada en el metal. Por esta época, parece que se inició la metalurgia en China, pero los chinos no se convirtieron en verdaderos metalúrgicos hasta el período Long-shan, entre el 1800 y el 1500 a.C. En Europa, los objetos de metal más antiguos difícilmente aparecen antes del 2000 a.C.». Según Zecharia Sitchin, antes del Diluvio Universal, cuando los anunnaki estuvieron extrayendo oro en el sur de África para sus propias necesidades en el planeta Nibiru, los minerales fundidos se embarcaban en naves sumergibles hasta su Edén. Navegando a través de lo que es ahora el Mar de Arabia y, luego, el Golfo Pérsico, entregaban sus cargas para el procesamiento y refinado final en Bad Tibira, una especie de industria siderúrgica tipo la Pittsburgh norteamericana, pero antediluviana. Bad Tibira significa «lugar fundado para la metalurgia». En ocasiones, se deletreó Bad Tibila, en honor a Tibil, el dios de los metalúrgicos o herreros. Y existen pocas dudas de que el nombre del artesano metalúrgico del linaje de Caín, Túbal, proviene de la terminología sumeria.
Después del Diluvio, la gran llanura del Tigris-Eufrates donde había estado el Edén, quedó enterrada bajo un lodo impenetrable. Le llevó casi siete milenios secarse lo suficiente como para poder albergar a una población y lanzar la civilización sumeria. Aunque en esta llanura de lodo seco no había ni recursos pétreos ni minerales, las leyendas dicen que la civilización sumeria y sus centros urbanos siguieron «los planos de antaño», y el centro metalúrgico sumerio se estableció en donde una vez estuvo Bad-Tibira. El hecho de que el resto de pueblos del Oriente Próximo de la antigüedad no sólo empleara las tecnologías sumerias, sino también las terminologías sumerias, es buena prueba de la importancia de Sumer en la metalurgia antigua. En ninguna otra lengua de la antigüedad se han encontrado términos tan numerosos y precisos en relación con la metalurgia. En los textos sumerios se han encontrado no menos de treinta términos para variedades de cobre (Uru Du), sea procesado o sin procesar. Tenían numerosos términos con el prefijo zag para denotar el brillo de los metales, y ku para la pureza del metal o de su mineral. Disponían de términos para variedades y aleaciones de oro, plata, cobre y hierro, que, supuestamente, no se empezó a utilizar hasta casi un milenio después de la supremacía de Sumer; recibiendo el nombre de An Bar. Algunos textos sumerios se hacía una relación de términos para «piedras blancas», minerales de colores, sales que se obtenían a través de la minería y sustancias bituminosas. Se sabe por los archivos y por descubrimientos, que los comerciantes sumerios llegaron a costas muy distantes en busca de metales, ofreciendo a cambio no sólo productos de primera necesidad, como cereales y prendas de lana, sino también productos metálicos acabados. Aunque todo esto se pueda atribuir al saber hacer y a la iniciativa de los sumerios, lo que todavía precisa explicación es el hecho de que tanto la terminología como los símbolos escritos relacionados con la minería fueran también suyos, cuando ésta era una actividad que se llevaba a cabo en tierras distantes, y no en Sumer. Así, se mencionan los peligros del trabajo minero en África en un texto titulado «El descenso de Inanna al mundo inferior». Y en la epopeya de Gilgamesh se describe el calvario de los que eran castigados a trabajar en las minas de la península del Sinaí, cuando el compañero de Gilgamesh, Enkidu, es sentenciado por los dioses a finalizar allí sus días. En la escritura pictográfica sumeria había un impresionante surtido de símbolos pertenecientes a la minería, muchos de los cuales mostraban la diversidad de pozos mineros en función de sus estructuras o de los minerales extraídos. Pero, ¿dónde estaban estas minas? En Sumer, seguro que no.
Algunas inscripciones reales indican que se trataba de tierras lejanas y distantes. Un buen ejemplo es una cita del Cilindro A, de Gudea, rey de Lagash, durante el tercer milenio a.C., en el que se registraron los extraños materiales utilizados en la construcción del E. ninnu, el templo de su dios: “Gudea construyó un templo brillante, con metal, lo hizo brillante, con metal. Construyó el E.ninnu de piedra, lo hizo brillante, con joyas; con cobre mezclado con estaño lo construyó. Un herrero, un sacerdote de la divina dama de la tierra, trabajó en su fachada; con dos palmos menores de piedra brillante cubrió el enladrillado, con un palmo menor de diorita de piedra brillante“. Uno de los pasajes clave de este texto, que Gudea repitió en el Cilindro B, para asegurarse de que la posterioridad recordara sus piadosos logros, es la utilización de «cobre mezclado con estaño» para construir el templo. La escasez de piedra en Sumer llevó a la invención del ladrillo de arcilla, con el cual se podían construir altos e imponentes edificios. Pero, según nos informa Gudea, en este caso se utilizaron piedras especialmente importadas, e incluso el enladrillado se cubrió con «un palmo menor de diorita» y dos palmos menores de otra piedra menos extraña. Para esto, las herramientas de cobre no eran lo suficientemente buenas. Eran necesarias herramientas más duras, herramientas hechas con el «acero» del mundo antiguo, el bronce. Como muy bien afirmaba Gudea, el bronce era una «mezcla» de cobre y estaño, no un elemento natural. Era el resultado de una aleación de cobre y estaño en un horno y, por lo tanto, un producto totalmente artificial. La medida sumeria para la aleación era de un 85 por ciento de cobre y un 15 por ciento de estaño, que es, de hecho, una excelente proporción. Sin embargo, el bronce también era un logro tecnológico en otros aspectos. Sólo se podía modelar fundiéndolo, ni con martillo ni a través del templado; y el estaño había que sacarlo del mineral a través de un proceso denominado fusión y recuperación, pues es difícil encontrarlo en la naturaleza en estado natural. Hay que extraerlo de un mineral llamado casiterita, que suele encontrarse en depósitos aluviales que se crean como resultado del lavado en sus rocas de filones o vetas de estaño por medio de fuerzas naturales, como lluvias fuertes, inundaciones o avalanchas. El estaño se extrae fundiendo la casiterita, normalmente en combinación con piedra caliza en la primera fase de la recuperación. Incluso esta descripción simplificada de los procesos metalúrgicos implicados será suficiente para aclarar que el bronce era un metal que precisaba de avanzados conocimientos metalúrgicos en cada etapa de su procesado.
Pero, para añadir más problemas, hay que decir que el estaño también era un metal difícil de encontrar. Fueran cuales fueran los filones disponibles cerca de Sumer, se agotaron con rapidez. Algunos textos sumerios mencionan dos «montañas de estaño» en una tierra distante cuya identidad no queda clara; hay expertos, como B. Landesberger en el Journal of Near Eastern Studies, vol. XXI, que hablan de lugares muy lejanos, como los del cinturón del estaño de Extremo Oriente, en Birmania, Tailandia y Malasia, que es en la actualidad una de las principales fuentes de estaño en el mundo. Se afirma que, en su búsqueda de este metal tan vital, los comerciantes sumerios alcanzaron, a través de intermediarios de Asia Menor, los veneros de mineral de estaño de la cuenca del Danubio, concretamente en las provincias que conocemos en la actualidad como Bohemia y Sajonia, donde ya hace tiempo que se agotó el mineral. R. J. Forbes, en Studies in Ancient Technology, observó que «los descubrimientos del Cementerio Real de Ur (2500 a.C.) demostraron que los herreros de Ur conocían la metalurgia del bronce y el cobre a la perfección. Lo que todavía es un misterio es de dónde venía el mineral de estaño que utilizaban». Misterio que, de hecho, aún persiste. No sólo Gudea y otros reyes sumerios, en cuyas inscripciones se menciona el estaño, tuvieron que ir lejos para obtenerlo. Hasta una diosa, la famosa Ishtar, tuvo que recorrer montañas para encontrarlo. En un texto conocido como Inanna y Ebih, siendo Inanna el nombre sumerio de Ishtar y Ebih el nombre de una cordillera distante y sin identificar, Inanna pidió permiso a los dioses superiores diciéndoles: “Dejad que me ponga en camino hacia las vetas de estaño, dejadme aprender de esas minas“. Por todas estas razones, y quizás porque los dioses anunnaki tuvieron que enseñarle al hombre antiguo cómo recuperar el estaño del mineral, fundiéndolo, este metal se tuvo por «divino» entre los sumerios. El término que utilizaban para designarlo era An.na, literalmente «piedra celestial». Del mismo modo, cuando comenzó a usarse el hierro, que precisaba de la fundición del mineral, se le llamó An.bar, «metal celestial»). Al bronce, la aleación del cobre y el estaño, se le llamó Za.bar, «doble metal reluciente». Los hititas incorporaron el término del estaño, Anna, sin cambiarlo demasiado. Pero en lengua acadia, la lengua de los babilonios, asirios y otros pueblos de habla semita, el término sufrió un ligero cambio hasta convertirse en Anaku. Este término solía significar «estaño puro» (Anak-ku); pero tal vez este cambio pudo reflejar una relación más estrecha e íntima del metal con los dioses anunnaki, pues también se ha encontrado escrita como Annakum, que significa aquello que pertenece o proviene de los anunnaki.
Este término aparece en la Biblia en varias ocasiones. Finalizando con una suave kh, identificaba una plomada de estaño, como en la profecía en la que Amos visualiza al Señor sosteniendo una Anakh para ilustrar su promesa de no apartarse más de su pueblo de Israel. Como Anak, el término significaba «collar», reflejando con ello el alto valor que se le daba a este brillante metal por su escasez, que lo hizo tan precioso como la plata. Y también significaba «gigante», probablemente una interpretación hebrea del mesopotámico «anunnaki». Es una interpretación que evoca sospechosas relaciones tanto con las leyendas del Viejo Mundo como con las del Nuevo Mundo, al atribuir a los «gigantes» diversas hazañas. Todas estas relaciones del estaño con los anunnaki pudieron surgir por su papel al concederle a la humanidad este metal, así como los conocimientos requeridos para su extracción. De hecho, la pequeña pero significativa modificación desde el sumerio An.na hasta el acadio Anaku sugiere un determinado marco temporal. Está bien documentado, tanto por los descubrimientos arqueológicos como por los textos, que la gran expansión de la Edad del Broncese ralentizó hacia el 2500 a.C. El fundador de la dinastía acadia, Sargón de Acad, valoraba tanto este metal que lo prefirió antes que el oro o la plata para conmemorarse a sí mismo, hacia el 2300 a.C. Los historiadores de la metalurgia han confirmado que hubo un declive en el suministro de estaño debido a que el porcentaje de estaño en el bronce siguió bajando, y debido también al descubrimiento en diversos textos de que la mayor parte de los objetos de bronce nuevos se elaboraba con bronce viejo, fundiendo objetos más antiguos y mezclándolos con la aleación fundida y con más cobre, reduciendo a veces el contenido de estaño hasta un 2 por ciento. Después, por razones desconocidas, la situación cambió súbitamente. Forbes decía que, «sólo desde la Edad Media del Bronce en adelante, desde alrededor del 2200 a.C., se utilizaron verdaderas formas de bronce, y aparecen con más regularidad unos altos porcentajes de estaño, y no sólo para formas intrincadas, como en el período más antiguo». Tras darle a la humanidad el bronce, que impulsó las grandes civilizaciones del cuarto milenio a.C., parece que los anunnaki llegaron de nuevo al rescate más de un milenio después. Pero mientras que, en el primer caso, las desconocidas fuentes de estaño parece que estaban en el Viejo Mundo, la del segundo caso es un completo misterio. La hipótesis de Zecharia Sitchin es que la nueva fuente de estaño estaba en el Nuevo Mundo. Si el estaño del Nuevo Mundo llegó a los centros de civilización del Viejo Mundo, sólo pudo hacerlo desde un sitio: el lago Titicaca.
Y esto, no por su nombre, que significa lago de «las piedras de estaño», sino porque esta parte de Bolivia sigue siendo, milenios después, la principal fuente de estaño del mundo. El estaño, aunque no excepcional, sí que se considera un mineral escaso, que sólo se encuentra en cantidades industriales en unos pocos lugares. En la actualidad, el 90 por ciento de la producción mundial proviene de Malasia, Tailandia, Indonesia, Bolivia, Congo-Brazzaville, Nigeria y China. Las fuentes más antiguas, como las de Oriente Próximo o Europa, se agotaron. En todas partes, la fuente de estaño es la casiterita aluvial, el mineral de estaño oxidado que las fuerzas de la naturaleza lavaron de sus filones. Sólo en dos lugares se han encontrado los filones originales de mineral de estaño: en Cornualles, Gran Bretaña, y en Bolivia. El primero se agotó; el último sigue abasteciendo al mundo desde montañas que parecen ser en verdad «montañas de estaño», tal como las describía el texto sumerio de Inanna. Estos ricos pero difíciles recursos mineros, en alturas que exceden los 3.500 metros, se concentran principalmente al sudeste de La Paz, la capital de Bolivia, y al este del Lago Poopó. La casiterita fluvial más fácil de obtener en lechos de ríos ha sido la de la costa oriental del lago Titicaca. Era allí donde el hombre antiguo recolectaba el mineral por su muy apreciado contenido, y en donde este tipo de producción continúa todavía. Una de las más fidedignas investigaciones llevadas a cabo en lo referente a la antigua minería del estaño en Bolivia y en el Titicaca es la de David Forbes, en su obra Researches on the Mineralogy of South America; realizada hace más de un siglo. En ella nos ofrece la imagen más cercana posible a los tiempos de la Conquista de América, antes de que las operaciones mecanizadas de gran envergadura del siglo XX transformaran el paisaje y oscurecieran las antiguas evidencias. Dado que el estaño puro es sumamente raro en la naturaleza, Forbes se quedó asombrado cuando le enseñaron una muestra de estaño puro. Las investigaciones demostraron que aquella muestra no provenía del interior de una mina en Oruro, sino de los ricos depósitos aluviales de casiterita. Forbes rechazaba categóricamente la explicación ofrecida de que el estaño metálico era el resultado de los incendios forestales provocados por un rayo que «fundiera» el mineral de casiterita, ya que el proceso de recuperación del estaño a partir del mineral supone algo más que el mero calentamiento del mineral. Después le enseñaron a Forbes algunos ejemplares de estaño metálico proveniente de lavados de oro de la ribera del Tipuani, un afluente del río Beni que discurre hacia el este desde las estribaciones cercanas al lago. Para su asombro, descubrió que la fuente era rica en pepitas de oro, casiterita y en pepitas de estaño metálico Esto significaba, sin ninguna duda, que quienquiera que hubiera trabajado en aquella zona para obtener oro, conocía también cómo procesar el mineral de estaño para obtener estaño.
Explorando la región que hay al este del lago Titicaca, Forbes se quedó impresionado por la gran proporción de estaño reducido y fundido, y afirmó que el «misterio» de la aparición de estaño metálico en estos lugares «no se podía explicar por simples causas naturales». Cerca de Sorata, encontró una maza de bronce que, al ser analizada, mostró una aleación del 88 por ciento de cobre y sólo un 11 por ciento de estaño, «que es casi idéntico a muchos de los bronces de la antigüedad» de Europa y Oriente Próximo. Los emplazamientos parecían ser «de períodos sumamente antiguos». Forbes también se sorprendió al darse cuenta de que los indígenas que vivían alrededor del lago Titicaca, descendientes de las tribus aymara, parecían saber dónde encontrar todos estos lugares tan enigmáticos. De hecho, el cronista español Francisco Esteve Barba (1640), en su obra Historiografía Indiana, afirmaba que los españoles habían encontrado tanto estaño como cobre en las minas en las que trabajaban los indígenas y las minas de estaño estaban «cerca del lago Titicaca». El paleontólogo, antropólogo y arqueólogo austriaco, Arthur Posnansky, encontró estas minas preincaicas a 9,5 kilómetros de Tiahuanacu. Él y otros después de él confirmaron la sorprendente presencia de objetos de bronce en Tiahuanaco y sus inmediaciones, y ofreció el convincente argumento de que la parte trasera de las hornacinas de la Puerta del Sol habían estado cubiertas con paneles de oro que giraban sobre unas bisagras o «puntas giratorias» que tenían que ser de bronce para soportar el peso. Encontró en Tiahuanaco bloques de piedra con entalladuras para albergar cerrojos de bronce, así como en Puma-Punku. En este lugar, vio una pieza de metal, indudablemente de bronce, que «con sus puntas dentadas parecía un aparejo o mecanismo para levantar pesos». Él mismo vio y dibujó esta pieza en 1905, pero en su siguiente visita ya no estaba; alguien se la había llevado. A la vista del saqueo sistemático de Tiahuanacu, tanto en tiempos de los incas como en tiempos modernos, las herramientas de bronce encontradas en las islas sagradas de Titicaca y Coatí nos pueden dar una idea de lo que debió de haber en Tiahuanacu. Entre estos descubrimientos hay barras, palancas, cinceles, cuchillos y hachas de bronce. Herramientas todas ellas que podrían haber servido para el trabajo de construcción, si no lo hicieron también en operaciones mineras.
De hecho, Arthur Posnansky (1873-1946) comenzó el cuarto volumen de su tratado con una introducción acerca de la minería en tiempos prehistóricos en el altiplano boliviano en general y en las inmediaciones del lago Titicaca en particular: “En las estribaciones montañosas del Altiplano, se han encontrado cavernas o túneles abiertos por sus antiguos pobladores con el objeto de proveerse de metales útiles. Hay que diferenciar estas cuevas de las que abrieron los españoles en su búsqueda de metales preciosos, y que los restos de estos antiguos trabajos metalúrgicos preceden en mucho a los de los españoles […] en los tiempos más remotos, una raza inteligente y emprendedora […] se proveyó de metales útiles, si no preciosos, en las profundidades de estas montañas. ¿Qué clase de metal buscaba el hombre prehistórico de los Andes en las profundidades de las montañas en una época tan remota?. No era oro o plata. Era un metal mucho más útil lo que les llevó a ascender hasta los picos más altos de la cordillera de los Andes: el estaño“. Y el estaño, explicaba, se necesitaba para alearlo con el cobre con el fin de crear «el noble bronce». Y terminaba afirmando que el descubrimiento de muchas minas de estaño en un radio de treinta leguas de Tiahuanaco confirmaba que éste era el objetivo de aquellos hombres. Pero, ¿acaso el hombre andino necesitaba aquel estaño para hacerse sus propias herramientas de bronce? Al parecer, no. En un magnífico estudio del antropólogo sueco Nordenskjöld, Erland (1877-1932), titulado The Copper and Bronze Ages in South America, éste establecía que no había rastros en Sudamérica del desarrollo de edad alguna del bronce, ni siquiera del cobre. Y la conclusión a la que llegaba era que todas las herramientas de bronce que se habían encontrado se basaban, de hecho, en las tecnologías del Viejo Mundo. «Al examinar todo este material de armas y herramientas de bronce y cobre de Sudamérica –escribió Nordenskiold – tenemos que confesar que no hay mucho que sea completamente original, y que, en la mayoría de los tipos fundamentales, hay algo que se corresponde con el Viejo Mundo». Mostrándose todavía reacio a suscribir esta conclusión, acabó admitiendo de nuevo que «hay que confesar que existe una considerable similitud entre la técnica metálica del Nuevo Mundo y la del Viejo Mundo durante la Edad del Bronce». Curiosamente, algunas de las herramientas incluidas en estos ejemplos tenían mangos modelados con la cabeza de la diosa sumeria Ninti, con las cuchillas umbilicales gemelas que tenía por símbolo, la que sería tambiénSeñora de las minas del Sinaí.
La Biblia, de hecho, no tiene una, sino dos versiones de la creación del hombre, ambas extraídas de primitivas versiones mesopotámicas. Pero ambas ignoran una tercera versión, probablemente la más antigua, en la cual la humanidad no se hizo de arcilla, sino de la sangre de un dios. En el texto sumerio en el cual se basa esta versión, el dios Ea (Enki), en colaboración con la diosa Ninti, «preparó un baño purificador». «Que se sangre a un dios en él -ordenó-; de su carne y de su sangre, que Ninti mezcle la arcilla». A partir de esta mezcla se crearon hombres y mujeres. La historia del bronce en el Nuevo Mundo está, así pues, vinculada con el Viejo Mundo, y la historia del estaño en los Andes, donde tuvo su origen el bronce del Nuevo Mundo, está inexorablemente unida al lago Titicaca. Y, en ello, Tiahuanaco jugó un papel fundamental, vinculada con los minerales que la rodeaban. Y esta parece ser la razón por la que se construyó allí. Pero, ¿qué era Tiahuanaco? De todas las muestras y restos que sobrevivieron de esa misteriosa edad en que convivieron el hombre y gigantes, que es mencionado por el Códice Vaticano y con registros del mismo Calendario Azteca, el más impactante es el de la Misteriosa civilización de Tiahuanaco, situada en otra altiplanicie fabulosa a 4.000 metros de altura, en América del Sur. Cada versión de cada leyenda de los Andes apunta al lago Titicaca cuando habla del Comienzo. El lugar donde el gran dios Viracocha realizó sus hazañas creadoras, donde la humanidad reapareció después del Diluvio, donde a los antepasados de los incas se les concedió la varita mágica de oro con la que fundarían la civilización andina. Si esto fuera ficción, no vendría apoyado por los hechos; pues a orillas del lago Titicaca se encuentra la primera y más grande de las ciudades que en todas las Américas se hubieran levantado. En Tiahuanaco volvemos a encontrar el recuerdo del hombre blanco. Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas e inexplicables. Cuando llega allí Pizarro, en 1532, los indios dieron a los conquistadores el nombre de Viracochas, señores blancos. Su tradición, más o menos perdida, habla de una raza de señores desaparecida, de hombres gigantescos y blancos, venidos de lejos, surgidos de los espacios, de una raza de Hijos del Sol. Reinaba y enseñaba allí hace milenios. Desapareció de golpe, pero volverá. En todos los lugares de la América del Sur, los europeos que iban en busca de oro conocieron esta tradición del hombre blanco y se aprovecharon de ella. Sus deseos de conquista fueron auxiliados por el más grande y misterioso recuerdo.
Hans Schindler Bellamy, que investigó las obras del cosmólogo nazi Hanns Hörbiger, descubrió en los Andes, a cuatro mil metros de altura, restos de sedimentos marinos que se extienden a lo largo de setecientos kilómetros. Las aguas de fines del terciario llegaban hasta allí, y Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca, sería uno de los centros de civilización de aquel período. Las ruinas de Tiahuanaco dan testimonio de una civilización cientos de veces milenaria y que no se asemeja en nada a las civilizaciones posteriores. Según los partidarios de Horbiger, son visibles las huellas de gigantes, así como sus inexplicables monumentos. Se encuentra allí, por ejemplo, una piedra de nueve toneladas, con seis hendiduras de tres metros de altura que son incomprensibles para los arquitectos, como si su papel hubiese sido olvidado desde entonces por todos los constructores de la Historia. Hay pórticos de tres metros de altura por cuatro de anchura, que aparecen tallados en una sola piedra, con puertas, falsas ventanas y esculturas esculpidas con cincel, pesando todo el conjunto diez toneladas. Hay lienzos de pared de sesenta toneladas, sostenidos por bloques de piedra arenisca de cien toneladas, hundidos como cuñas en el suelo. Entre estas ruinas fabulosas, se elevan estatuas gigantescas, una sola de las cuales ha sido bajada de allí y colocada en el jardín del museo de La Paz. Tiene ocho metros de altura y pesa veinte toneladas. Todo invita a los horbigerianos a ver en estas estatuas retratos de gigantes realizados por ellos mismos. Hay una plegaria Inca dirigida a Viracocha, que fue traducida por Alonso de Molina, hombre de Pizarro, y que dice: “¡ Oh, Creador! ¡Omnipresente Viracocha! Tú que diste vida y coraje a los hombres, diciendo, <<sea esto un hombre>>. Y a la mujer, diciendo, <<sea esto una mujer>> ¡Tú que los hiciste y les diste el ser! Vela por ellos, que puedan vivir con salud y en paz. ¡Otórgales larga vida, oh Creador!”. La cordillera andina reúne gran cantidad de misteriosas construcciones, entre ellas, Machu-Pichu, Marcahuasi, Nazca, etc. Pero destacan los misterios de una enigmática ciudad, la ciudad de Tiahuanaco, cuya historia va, inevitablemente unida a un lago, el lago Titicaca. Comencemos pues por este lago que se encuentra a unos 3750 metros sobre el nivel del mar, atravesado por la frontera entre Perú y Bolivia, ocupa un área de 8256 km2 y mide 220 km de longitud y unos 112 km de ancho. Su profundidad alcanza en algunos puntos los 300 metros. Esta región, situada actualmente a una elevada altura, está sorprendentemente sembrada de millones de conchas marinas fosilizadas, lo que supone que en un pasado remoto la región fue elevada desde el nivel del mar.
Según los expertos este fenómeno se produjo hace unos 100 millones de años, aunque otros investigadores opinan que sucedió mucho más recientemente, cuando ocurrió el cataclismo que hundió la Atlántida, hace unos 12000 años. Esta datación encajaría mejor con el hecho de encontrarse restos marinos y que Tiahuanaco parece haber sido un puerto. Pese a esto, el lago Titicaca ha conservado, hasta el presente, muchos tipos de peces y crustáceos oceánicos, lo que confirma que este lago se formo al quedar estancada el agua marina tras la elevación de los Andes. Desde que este lago se formó, parece haber sufrido diversos cambios y hoy en día se pueden observar distintas líneas de costa. En algunos puntos esa línea de costa antigua esta a 90 metros más arriba que la actual, mientras que, en otros puntos, esa misma línea está a 82 metros más abajo, lo que indicaría que dicha línea de costa no está nivelada, es decir, que el lago ha cambiado su forma varias veces a lo largo de su historia. Los geólogos han determinado que el Altiplano se sigue elevando pero no de forma regular, sino desequilibrada. Los cambios experimentados en el lago Titicaca tendrían más que ver con los cambios geológicos propios del lugar que con las variaciones del volumen de agua. Es por ello que es más difícil de explicar la evidencia irrefutable de que la ciudad de Tiahuanaco fue antiguamente un puerto que estaba provisto de grandes diques y situado en las orillas del lago Titicaca. Las ruinas de esta ciudad se hallan actualmente a unos 20 Km. al sur del lago y a una altura de más de 30 metros de la presente línea costera, por lo que se deduce que en el periodo a partir del cual fue construida la ciudad debió de ocurrir uno de estos dos fenómenos: o bien el nivel del agua descendió de forma muy notable o bien el terreno se elevo igualmente de forma muy notable. El arqueólogo Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, nos ofrece una respetable teoría con respecto al origen de Tiahuanaco. La ciudad de Tiahuanaco se encuentra en Bolivia, a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar. El propio nombre de Tiahuanaco, en lengua Quechua, es ya de por si enigmático. Luis E. Valcárcel, en Etnohistoria del Perú(Lima, 1959) nos aclara que Ti significa “reunión o conjunto”; hua es “la tierra”; na significa ”donde se hace” y co quiere decir “agua”. Por tanto, reuniendo el sentido del nombre tendremos que Tiahuanaco viene a querer decir algo así como <<el lugar donde se forma (o hace) la tierra y el agua>>. Sin embargo, no todos los investigadores coinciden con este autor. Otros significados que se le dan a este nombre son: “Ciudad eterna”; “Hijos del Tiki o del Jaguar”; “Ciudad del agua” o “Pueblo de los Hijos del Sol”. A Tiahuanaco también se le denomina Chuquiyutu. Según otros autores, Tiahuanaco podría derivar de “tiwanaka”, que significa “esto es de Dios”.
En esta ciudad en ruinas podemos encontrar gigantescos monolitos, gruesas piedras labradas y grandes figuras de arenisca rojiza y de andesita. Tiahuanaco es un paraje de leyendas, de felinos y cóndores, de hombres-pájaro, de llamas sagradas, de templos solares. Todo el conjunto arqueológico de Tiahuanaco cubre una zona de unos 450.000 metros cuadrados. Se encuentra en la alta meseta de Collao y se trata de un paraje ondulado, de tierra rojiza y helada. Apenas existe vegetación. Este árido paraje no es el más adecuado para el florecimiento de grandes culturas del pasado, pero todo hace suponer que no siempre fue así, ni que la cordillera tuvo siempre la altura de ahora. Y ahí puede radicar parte del enigma de Tiahuanaco, que debió surgir en tiempos en que la climatología era más benigna. Las ruinas que pueblan el paraje, por supuesto, nada dicen. Son los arqueólogos los que interpretan los signos de acuerdo con lo que pretenden ver allí. Sabemos que en Tiahuanaco existieron templos piramidales. La arquitectura piramidal era abundante. Había cuatro pirámides junto al Palacio de los Sarcófagos, pero de ella apenas si quedan nada y su recuerdo permanece gracias a los cronistas de la conquista, como el caso la pirámide de Akapana. Hay quien supone que Tiahuanaco debió de ser una gran ciudad religiosa, semejante a Teotihuacan, que floreció en México. Se sabe que Tiahuanaco fue concebido por individuos que sabían mucho de astronomía y que conocían perfectamente el eje geográfico de la Tierra, como lo demuestran los ejes que parten de la pirámide de Akapana, cuyas dimensiones debieron ser de más de doscientos metros de lado por veinticinco de altura. Por lo que sabemos Tiahuanaco también fue la sede de un colegio de cirujanos que llevaban a cabo operaciones en el cerebro con cuchillos de bronce. También hubo astrónomos que estudiaban las estrellas con el equivalente de modernos telescopios: reflectores y lentes. En el Templo de Kalasasaya, los primeros conquistadores españoles que llegaron quedaron atónitos y no falto quien dijese que tal obra era una de las maravillas del mundo. El templo se alza al noreste de la pirámide de Akapana. El nombre en aymará significa “piedras erguidas” y en uno de sus ángulos se alza todavía la famosa Puerta del Sol, que se ha desplomado varias veces, debido a los corrimientos de tierra, pero que ha vuelto a ser levantada. Las “piedras erguidas” no son menhires, sino los restos de pilares que solo reflejan pálidamente lo que debió ser el templo.
Vayamos al momento en que el propio pueblo Inca llega a la región. L. Pauwels y J. Bergier se refirieron a este lugar en su libro “El retorno de los brujos”, con la siguiente frase: <<Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas, inexplicables, que nosotros conocemos>>. <<Pregunte a los nativos si esos edificios se habían construido en la época de los incas – escribió el cronista Pedro Cieza de León -. Se echaron a reír ante mi pregunta, afirmando que habían sido construidos mucho antes del reinado inca y que…según los relatos transmitidos por sus antepasados, todo cuanto se veía allí había aparecido súbitamente de la noche a la mañana>>. Los libros de Historia nos dicen que cuando los españoles, al mando de Diego Almagro, llegaron al lago Titicaca en 1535, quedaron maravillados al ver las ruinas de Tiahuanaco y los restos de las estructuras megalíticas, algunos de cuyos bloques pétreos pesaban mas de cien toneladas. Estos primeros viajeros quedaron impresionados ante el gigantesco tamaño de los edificios y la atmósfera de misterio que los rodeaba. Fue en aquel momento cuando nació la historia arqueológica de Tiahuanaco. Diego Almagro y sus tropas buscaban oro y les importaban poco las piedras labradas. Como ya sabemos, los conquistadores españoles fueron recibidos como Viracochas, señores blancos, en recuerdo de antiguas tradiciones incas sobre una raza desaparecida de Hijos del Sol, surgidos del cielo y que, tras su repentina marcha, prometieron volver. El cronista de los conquistadores españoles, Pedro Cieza de León (1518-1560), en su obra “Crónicas del Perú” afirma lo que le contaron sus guías aymaras de que “Tiahuanaco se edifico antes del diluvio, en una sola noche, por gigantes desconocidos. Los gigantes vivieron aquí en soberbios palacios. Pero por no hacer caso a una profecía de los adoradores del Sol, fueron devorados por sus rayos y sus palacios se vieron reducidos a ruinas”. También existe la leyenda inca en la que se cuenta que Tiahuanaco fue construida en una sola noche por el Noé de la región, un pastor que sobrevivió al diluvio. Otra leyenda asegura que Tiahuanaco fue construida por gigantes, titanes o por “criaturas llegadas del cielo”. Otro visitante español del mismo periodo narro una tradición según la cual las piedras habían sido alzadas de forma misteriosa del suelo: <<fueron transportadas por el aire a los sonidos de una trompeta>>. También Garcilaso de la Vega escribió una detallada descripción del lugar maravillándose y preguntándose cómo y quienes pudieron llevar a cabo aquella colosal empresa.
Hoy en día no es posible encontrar ninguna de las estatuas de figuras humanas que existían en el siglo XVI. Sólo tenemos fragmentos y piezas y las palabras de viejos misioneros que visitaron la ciudad de los muertos en compañía de los nativos. “Había muchas delicadas estatuas de hombres y mujeres, tan reales que parecían vivientes. Algunas sostenían copas y parecían estar en posición de beber. En mil posturas naturales, las estatuas aparecían de pie o reclinadas”. Un viejo misionero manifestó una gran curiosidad porque muchas de las figuras aparecían representadas con barba, similares a las de los dioses sumerios. Tras el saqueo llevado a cabo sobre las ruinas de Tiahuanaco podemos observar hoy en día y en colecciones particulares objetos maravillosos, tales como estatuas de oro macizo, que pesan de dos a tres kilos, tazas, platos, vasos, cucharas de oro. Ello nos da a entender que los antiquísimos habitantes de la “ciudad de Viracocha” conocían los objetos que hoy utilizamos en nuestras mesas y que aparecieron por primera vez en Europa hacia finales del siglo XVI, cuando en América los vemos entre los aztecas, incas y otros pueblos más antiguos. Si debemos la escasa información de Tiahuanaco a alguna persona, es sin duda al arqueólogo austriaco Arthur Posnansky. Este arqueólogo ha dedicado gran parte de su vida al estudio de esta ciudad, y la pregunta que él se hizo y que nos hacemos nosotros es: ¿cuándo fue construida Tiahuanaco? Las tesis oficiales históricas nos dicen que las ruinas no son mucho más antiguas que el año 500 d. C. Pero, basándonos en los cálculos matemáticos y astronómicos del profesor Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, y el profesor Rolf Muller llegamos a unas fechas que si que podrían explicar mejor los cambios producidos en la región. Estos investigadores sitúan la fase principal de la construcción de Tiahuanaco en el año 15.000 a. C. Tras la construcción de esta ciudad sobrevinieron una serie de cambios geológicos, con fechas marcadas en torno al 11.000 a.C. que comenzaron a separar cada vez más la ciudad de la costa del lago. Arthur Posnansky, en su obra “Tiahuanaco, la cuna del hombre americano”, cree que la ultima civilización de Tiahuanaco apareció unos 14.000 años a. C. y que en algún lejano momento se produjo un fenómeno geológico de proporciones dantescas que fraccionó la cordillera de los Andes. Posteriormente se produjo una elevación de la región del lago Titicaca hace más de diez mil años, tras un hundimiento de amplias regiones de tierra, que supuestamente afectaron a los míticos continentes de Mu y la Atlántida.
Según Posnansky, el terrible cataclismo que ocurrió en aquella región durante el undécimo milenio a. C. fue causado por unos movimientos sísmicos que hicieron que se desbordaran las aguas del lago Titicaca y provocaron erupciones volcánicas. Asimismo es posible que ocurriera un aumento temporal del nivel del lago debido al desborde de otros lagos que se hallaban más al norte y a una mayor altitud. Entre las pruebas presentadas por Posnansky de que el agente destructor de Tiahuanaco habría sido una inundación, cabe citar el hallazgo de flora lacustre mezclada en el aluvión con los esqueletos de seres humanos que habían perecido en el cataclismo y el hallazgo de varios esqueletos de unos peces también hallados en el mismo aluvión. Además se habían hallado unos fragmentos humanos y esqueletos de animales que yacían en caótico desorden entre piedras, utensilios, herramientas e infinidad de objetos. Fue realmente una terrible catástrofe la que asolo Tiahuanaco y, si Posnansky está en lo cierto, se produjo hace mas de 12.000 años, lo que implica una curiosa coincidencia con los datos que aporta Platón sobre el hundimiento de la Atlántida. A partir de entonces, aunque la inundación remitió, “la cultura del Altiplano no volvió a alcanzar un elevado nivel de desarrollo, sino que cayó en una absoluta y definitiva decadencia”. Los terremotos que habían hecho que el lago Titicaca inundara Tiahuanaco fueron solo los primeros de una serie de desastres que acaecieron en esa zona. Aunque en un principio estos hicieron que las aguas del lago se desbordaran, al cabo de cierto tiempo provocaron el efecto contrario, reduciendo de forma progresiva la profundidad y el área de superficie del Titicaca. A medida que pasaban los años, el nivel del lago continuó descendiendo aislando así a la gran ciudad, alejándola de las aguas que antaño habían desempeñado un papel decisivo en su vida económica. Al mismo tiempo, existen pruebas que el clima de la zona de Tiahuanaco se volvió más frío y desfavorable para el cultivo de unas cosechas que con anterioridad se habían desarrollado sin problema. Podemos decir que un periodo de calma siguió al momento crítico de los disturbios sísmicos. Pero luego, el clima empeoró y se hizo inclemente. Como consecuencia de ello, se produjeron unas emigraciones masivas de gentes de los Andes hacia emplazamientos más favorables.
Los habitantes de Tiahuanaco, integrantes de una civilización muy avanzada y recordados en las tradiciones locales como “los viracochas”, tuvieron que luchar para sobrevivir. En todo el Altiplano se hallaron curiosas pruebas que indican que habían llevado a cabo experimentos agrícolas de carácter científico, con gran ingenio y dedicación, para tratar de compensar el deterioro climático. Así, por ejemplo, lograron eliminar la toxicidad de determinadas especies vegetales para que fueran comestibles. También diseñaron unos campos de cultivo con determinadas características que superaban las técnicas agrícolas modernas. Durante los últimos años, agrónomos y arqueólogos han reconstruido estos campos elevados y los sembrados experimentales en ellos han proporcionado unas cosechas muy superiores a los sembrados normalmente. Asimismo, los cultivos de las zonas experimentales soportaron casi sin perdidas las bajas temperaturas y extrema sequía que se dio en el lugar. Estas técnicas ancestrales llamaron la atención de las autoridades bolivianas y de otros organismos internacionales que las han aplicado en otros lugares del mundo. Todo esto se asemeja significativamente con lo que hicieron los dioses de Sumer. Según hemos visto, el profesor Posnansky nos dice que Tiahuanaco fue una ciudad portuaria muy activa en el 15.000 a.C., y que continuó siéndolo durante otros 5.000 años. Durante esa época, el muelle principal de la ciudad se hallaba situado en un lugar llamado actualmente Puma Punku, “la puerta del puma”. Cuando Posnansky llevó a cabo sus excavaciones observó que uno de los bloques de piedra que fueron empleados en la construcción del muelle se encontraba todavía en el yacimiento y pesaba aproximadamente 440 toneladas. Asimismo había muchos otros bloques, que pesaban entre 100 y 150 toneladas. Otro dato curioso es que en estos bloques aparecen representaciones de una cruz profundamente gravada en la dura piedra gris. Incluso, según la cronología histórica ortodoxa, esas cruces tenían una antigüedad de no menos de 1500 años. Dicho de otro modo, habían sido esculpidas en este lugar por unas personas que desconocían el cristianismo, un milenio antes de la llegada de los primeros misioneros españoles al Altiplano. Pero, ¿de dónde habían obtenido sus cruces? Seguramente, no de la cruz de Cristo, sino de alguna fuente mucho más antigua. De hecho los antiguos egipcios habían utilizado un jeroglífico semejante a una cruz para simbolizar la vida. Nos encontramos con que en Tiahuanaco se empleaba como elemento decorativo la esvástica, grabada sobre la piedra de construcción, al igual que en el valle del Indo. También se empleaba en la cerámica de Tiahuanaco. Y esto nos vuelve a relacionar con los antiguos dioses sumerios. El Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiahuanaco ha determinado, tras las excavaciones efectuadas en la región, que, como mínimo, se encuentran superpuestas unas cinco civilizaciones diferentes cuya antigüedad no ha podido ser determinada.
La arqueóloga Simone Waisbard escribe en su libro de 1975, “Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas” las siguientes palabras: “Cinco ciudades yacen enterradas, superpuestas o mezcladas con esqueletos de toxodontes, de mamíferos ungulados de una edad al parecer antediluviana”. Son realmente sorprendentes estos interesantes descubrimientos de animales prehistóricos representados en cerámica o en bajorrelieves. En 1956, el submarinista norteamericano William Mardoff efectuó inmersiones en el lago Titicaca, cerca de la desembocadura del río Escoña, y encontró los restos de una supuesta ciudad sumergida que podría tratarse de la legendariaChiopata, o ciudad de los dioses, de la que hablan las crónicas antiguas. Otros investigadores, como Ramón Avellaneda, también se sumergieron en la región obteniendo filmaciones de esas ruinas submarinas de una antigua ciudad. Ante estos descubrimientos, el propio Jacques I. Cousteau se trasladó a la región en 1968 para efectuar una serie de inmersiones. Pero su informe no reveló nada nuevo a lo dicho anteriormente. Más recientemente, la denominada Expedición Atahualpa 2000 descubrió también diversas formaciones arquitectónicas bajo las aguas del lago Titicaca. En concreto se trataba de un templete de unos 250 metros de largo por 50 metros de ancho y que se encuentra a 20 metros de profundidad, además de un muro de contención, una figura y una especie de terraza. Todo parece indicar que la cultura Tiahuanaco permaneció en el lugar durante mucho tiempo y que no fue construida como relatan las leyendas en una sola noche por los titanes. Cinco civilizaciones se superponen en la zona, como ya hemos visto y puede que sea alguna más. Los miles de años que éstas representan no es fácil de calcular y más difícil aún resulta precisar las gentes que vivieron allí, ni cómo, cuándo o de dónde procedían. Quienes construyeron los monolitos de Tiahuanaco, aunque parece que fueron en distintas épocas, tenían un conocimiento geométrico y astronómico que en nada tenía que envidiar a los nuestros actuales, ya que resolvían problemas que a nosotros nos han costado siglos de esfuerzos. Desgraciadamente sabemos que con las piedras de Tiahuanaco se ha construido parte del tendido férreo de La Paz. Bloques magníficamente labrados han servido de cimientos a numerosas construcciones y de ornamentación de las viviendas de los ricos propietarios. El tendido de la vía férrea de Guaqui sirvió para causar más destrozos en las ruinas de Tiahuanaco. Los barrenos volaron en fragmentos el palacio de Putuni, el complejo de Kalasasaya y las estatuas, todo lo cual, convertido en cascajos, sirvió para extender calzadas, puentes o campamentos.
Según diversos autores, los primeros pobladores de Tiahuanaco debieron ser, cuando la cordillera andina todavía no existía, los habitantes del continente de Mu, cuyos exploradores, los naacales, extendieron la religión del Sol por todo el mundo, llegando incluso al valle del Indo, al Daccan, Birmania, Mesopotamia y Egipto, y cuyas huellas aun pueden ser encontradas en el Tíbet. Tras el hundimiento de Mu, en un cataclismo apocalíptico, ocurrieron toda clase de catástrofes sísmicas y volcánicas que fueron configurando la cordillera andina, casi como la conocemos en la actualidad. Los escasos supervivientes vivieron refugiados en grutas, cuevas o valles hasta que Viracocha hizo aparecer de nuevo el Sol. Y esto lo podríamos entender como el final de un periodo glaciar. Simone Waisbard, en “Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas” nos dice: “Es casi cierto que el subsuelo de Tiahuanaco por una parte y el de Cuzco por otra, están perforados por misteriosos túneles empedrados. Los indios de Tiahuanaco dicen que los túneles están a un metro bajo la tierra y a veces incluso a cuatro por lo menos.” También se cuentan historias de un cura que se extravió y cayó en uno de estos túneles, recorrió su interior y finalmente salió a una playa del lago Titicaca. Fernando Montesinos, en su libro, escrito en 1638, “Memorias antiguas, historiales, políticas de Perú” escribió: “Tiahuanaco y Cuzco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quien lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la selva amazónica”. Una de las versiones de la famosa tradición sobre Viracocha nos habla de Thunupa, cuya versión proviene de la zona que rodea al lago Titicaca que se llama el Collao. En ella se nos narra que Thunupa apareció en el Altiplano en tiempos remotos, procedente del norte y que vino acompañado por cinco discípulos de ojos azules y barba. Sorprendente descripción que parece referirse a vikingos. Después de instruir a la población en diversos campos y recorrer grandes distancias a través de los Andes, Thunupa fue atacado y herido gravemente por un grupo de conspiradores envidiosos. Esta historia, en su desarrollo más detallado, nos ofrece grandes paralelismos con la historia de Osiris y su muerte. De hecho, Osiris en Egipto y Thunupa-Viracocha en Sudamérica presentan puntos en común. Ambos eran grandes civilizadores, ambos fueron víctimas de una conspiración, ambos resultaron malheridos, los cuerpos de ambos fueron depositados en un receptáculo, ambos fueron arrojados al agua, ambos se deslizaron por un río y ambos alcanzaron el mar. Los paralelismos entre esta región y el antiguo Egipto están aun presentes.
En la isla de Suriqui, en el lago Titicaca, se siguen construyendo actualmente unos botes de juncos de totora que son casi idénticos, tanto en el método de construcción como en el aspecto que ofrecen, una vez terminados, a los barcas de los faraones hechas con cañas de papiro. Los lugareños afirman que quienes les transmitieron la forma de hacer esos barcos fueron el “pueblo de Viracocha”. Entre los monumentos que podemos admirar en Tiahuanaco destacan los restos de la pirámide de Akapana, la Puerta del Sol, dentro del gran complejo del Templo de Kalasasaya, el templete del Gran Ídolo, y los palacios de Putuni, Laka-Kollu y Kheri-Kala. Observamos piedras de arenisca y basalto cuyos yacimientos no se encuentran en las inmediaciones, y que sugieren un difícil transporte, tal vez desde kilómetros de distancia. En la zona central de lo que constituyen las ruinas de Tiahuanaco encontramos dos conjuntos arquitectónicas conjuntos, uno es el Templo enterrado y el otro es el complejo denominado Kalasasaya, dentro del cual se encuentra la Puerta del Sol. El Templo enterrado consiste en un hoyo de grandes dimensiones, rectangular, excavado a unos 2 metros de la superficie. El fondo mide unos 12 metros de largo por 10 metros de ancho y está formado por grava dura y lisa. Sus sólidos muros están tallados y ensamblados sin el uso de morteros. Las técnicas de construcción y de unión de bloques de piedra mediante junturas metálicas son similares a las técnicas empleadas en Mesopotamia, en la arquitectura de los palacios asirios, relacionados con los de la antigua Sumer. Sobre los muros de este recinto también se pueden observar decenas de cabezas de animales esculpidas en piedra. El Kalasasaya se encuentra al oeste del Templo subterráneo y tiene las dimensiones de un estadio de fútbol. Consta de una plaza y a un lado de esa plaza se extiende una sala cubierta. Plaza y sala son de una sola pieza tallada en roca. Kalasasaya significa “lugar de las piedras verticales”. La mayoría de estudiosos defienden que este recinto era una especie de observatorio celestial y su objetivo habría sido el de fijar los equinoccios y solsticios y establecer, con precisión matemática, las diversas estaciones del año. Según el estudio de diversas alineaciones astronómicas se habría podido determinar que el periodo de construcción del recinto Kalasasaya se remontaba a unos 17.000 años, es decir, en el 15.000 a.C. Arthur Posnansky detallo en su libro, “Tiahuanacu: the Cradle of American Man” los cálculos arqueológicos y astronómicos que lo condujeron a esa increíble datación de las ruinas. Según Posnansky esa cifra es el resultado de la diferencia en la oblicuidad de la eclíptica en el periodo en que fue construido el Kalasasaya y el tiempo actual.
Posnansky consiguió datar el Kalasasaya al establecer las alineaciones solares de ciertas estructuras clave que ahora aparecían desalineadas. El profesor demostró de forma convincente que la oblicuidad de la eclíptica en la época en que se construyo el Kalasasaya era 23º 8`48“. Cuando ese ángulo se calculó sobre el gráfico que elaboro la Conferencia Internacional de Efemérides, se comprobó que correspondía a la fecha del 15.000 a. C. Recordemos que los científicos ortodoxos situaban dicha construcción en torno al año 500 de nuestra era. Tras el posterior estudio que llevaron a cabo importantes científicos sobre los datos suministrados por Posnansky, llegaron a la conclusión de que Posnansky tenía básicamente la razón. De esta manera se admitía que el Kalasasaya había sido construido de forma que concordaba con las observaciones celestes realizadas hacía mucho tiempo, en una época mucho más antigua que el 500 d.C. Según declararon los científicos, la fecha del 15.000 a.C. propuesta por Posnansky se hallaba dentro de los límites de lo posible. En un elevado pilar de roca roja, dentro del Templo enterrado, se halla tallado un enigmático rostro que muchos investigadores han dicho que se trata de Viracocha. Tiene la frente despejada y los ojos grandes y redondos, nariz recta, una larga e impresionante barba y sus ropas consisten en una túnica larga y vaporosa. A ambos lados de la túnica se aprecia la sinuosa forma de una serpiente que se alzaba del suelo hasta alcanzar el nivel del hombro. Esta figura tallada mide aproximadamente dos metros de altura y estaba orientada hacia el sur, de espaldas a la antigua línea de costa del lago Titicaca. Dentro del Kalasasaya existen dos gigantescas estatuas, una de ellas denominada El Fraile, que mide unos 2 metros de altura y que representa a un ser dotado de unos ojos y labios inmensos, que sostiene, en la mano derecha, algo semejante a un cuchillo, y en la mano izquierda algo parecido a un libro. De cintura para abajo la figura parece ir vestida con una prenda confeccionada con escamas de pez. Todo parece indicar que El Fraile es la representación de un hombre pez imaginario o simbólico. Cierto es que una tradición local antigua se refería a los “dioses del lago, que estaban provistos de colas de pez, llamados Chullua y Umantua”. Esta tradición y esta figura nos recuerdan mucho a los mitos mesopotámicos sobre seres anfibios “dotados de razón” que habían visitado la tierra de Sumer en la remota prehistoria. El jefe de estos seres se llamaba Oannes, el dios pez. Y era, por encima de todo, un civilizador según explica detalladamente el sacerdote caldeo Beroso.
El otro gran ídolo del Kalasasaya consistía en un importante monolito de andesita gris, de considerable grosor y unos dos metros y medio de altura. Su amplia cabeza se erigía sobre sus inmensos hombros, y su rostro, plano como una losa, mostraba una expresión ausente. Al igual que El Fraile, de cintura para abajo llevaba una vestimenta compuesta por escamas y símbolos de pez y también sostenía dos objetos no identificables en las manos. En Tiahuanaco existen dibujos de seres de pies palmípedos, con cuatro dedos y rodeados de discos refulgentes. De hecho, cuenta una leyenda que un barco espacial descendió de los cielos en aquella región. En el barco viajaba una reina de nombre Oryana. Su tarea en la Tierra consistía en convertirse en la madre de la Humanidad. Dio a luz a setenta niños terrestres antes de volverse al cielo. Oryana se distinguía de su prole porque poseía manos con cuatro dedos y sus pies eran como los de los palmípedos. En el ángulo noroeste del Kalasasaya se encuentra la famosa Puerta del Sol, que consiste en un monolito de roca de traquito duro de color gris-verdoso formado por un solo bloque de 3,73 metros de alto, 3,84 metros de ancho, 0,5 metros de espesor y pesa 12 toneladas. Parece representar una puerta entre ninguna parte y la nada. La obra de sillería representada en la roca es de extraordinaria calidad y las autoridades en la materia coinciden en que “es uno de los prodigios arqueológicos de las Américas”. Su rasgo más enigmático es el llamado Friso del Calendario, que aparece esculpido en su fachada oriental. En el centro, el friso está presidido por lo que los expertos consideran otra representación de Viracocha, o también lo denominan el “dios-jaguar” que en este caso representa la terrible faz de rey-dios capaz de invocar el fuego divino y lleva entre las manos un símbolo del trueno y el rayo. Según Posnansky se trataría de un misterioso instrumento astronómico y, al mismo tiempo, de un calendario del año astronómico venusino. La adopción de tal calendario parece cuando menos misteriosa, ya que el computo del tiempo basado en este planeta presupone cálculos harto complicados y mucho más sencillo y racional hubiera sido adoptar el calendario lunar, usado, además, por todos los pueblos. La verdadera razón para la adopción de este calendario venusino aun no es conocida, pero no es descartable que fuera introducido por seres ajenos a la Tierra y cuyo origen fuera Venus. En la tercera columna de la derecha se observa la cabeza de un elefante y esto es sorprendente, pues no existen elefantes en América, aunque si habían existido en tiempos prehistóricos. Los miembros de una especie llamada Cuvieronius, un proboscidio parecido a un elefante que estaba dotado de colmillos y trompa, de aspecto extraordinariamente similar a los “elefantes” de la Puerta del Sol, habían abundado en la zona meridional de los Andes, hasta su repentina extinción hacia el 10.000 a.C.
Entre la multitud de figuras de animales esculpidas en la Puerta del Sol había también varias especies extintas. Una de ellas había sido identificada por los expertos como perteneciente al género Toxodón, un mamífero anfibio bajo y grueso, dotado de tres dedos, que media casi tres metros de largo y uno y medio de altura, parecido a un cruce entre un rinoceronte y un hipopótamo. Al igual que elCuvieronius, estos mamíferos habían prosperado en Sudamérica en el plioceno tardío, hace unos 1,6 millones de años, y se habían extinguido a fines del Pleistoceno, hace unos 12.000 años. Estos importante hallazgos vienen a corroborar las pruebas astro-arqueológicas que datan Tiahuanaco hacia finales del Pleistoceno, hacia el 10.000 a.C., dejando obsoletos la cronología histórica ortodoxa, ya que el mamífero del genero Toxodon solo pudo ser copiado de un ejemplar vivo. Por consiguiente, el hecho de que en el friso de la Puerta del Sol aparezcan esculpidas nada menos que cuarenta y seis cabezas de toxodontes viene a demostrar, por lo menos, que la cronología oficial tiene que ser de nuevo revisada. La imagen de este animal no solo se encuentra en la Puerta del Solsino que aparece representada en numerosos fragmentos de cerámica de Tiahuanaco. Además del Toxodon se descubrieron otras especies extintas, en concreto, el Chelidoterium, un cuadrúpedo, y el Macrauchenia, animal similar al caballo moderno dotado de unas características patas con tres dedos. En la costa peruana se encuentran algunas localidades que indudablemente tuvieron la influencia directa de Tiahuanaco. Y en ellas, en 1920, el profesor Julio Tello descubrió jarrones en los que había llamas pintadas, pero estas no tenían la pezuña partida en dos como se conocen en la actualidad, sino que tenían cinco dedos. Y la ciencia sabe que realmente esas llamas de cinco dedos existieron en aquella región, así como caballos y bovinos de igual característica, pero en una remota prehistoria. Julio Tello, para más demostración, también descubrió enterrados esqueletos de estas llamas de cinco dedos. Pero algo súbito ocurrió en aquella región y todo quedo detenido en un segundo eterno. De hecho, la Puerta del Sol no se había completado. Ciertos aspectos inacabados del friso indican la posibilidad de que hubiera sucedido algo trágico e inesperado que habría obligado al escultor, según Posnansky, a “soltar su cincel para siempre en el momento que se disponía a dar los últimos toques a su obra”.
En dos paredes, que indican el camino hacia la Puerta del Sol, sobresalen una serie de caras esculpidas. Según cuentan las leyendas, Viracocha habría esculpido y dibujado en una gran piedra todas las naciones que se proponía crear. Las caras esculpidas en estas paredes no eran realmente indias, ni eran todas iguales, como habría sido normal en una hilera de esculturas ornamentales. En realidad, no había dos caras que se pareciesen. Allan y Sally Landsburg, en su libro “En busca de antiguos misterios”, opinan que: “las caras que se hallaban próximas a la Puerta del Sol parecían copiadas del natural. Había frentes altas y bajas, anchas y estrechas. Ojos saltones, ojos rasgados, ojos hundidos, ojos oblicuos. Pómulos salientes y pómulos hundidos, etc…”. Muy bien este conjunto de esculturas pudieron ser, tal y como nos cuenta las antiguas tradiciones incas: “todas las naciones que Viracocha se proponía crear”. Podemos entender también que, estas esculturas representaran los tipos humanos existentes en el mundo en aquellos momentos. En todo caso, esta idea nos da a entender que el escultor tenia conocimientos amplios sobre esos tipos humanos. Y ello presupone unas comunicaciones a nivel mundial. En Tiahuanaco hay una colina artificial de unos 15 metros de alto, que es conocida como la pirámide Akapana. Está perfectamente orientada hacia los puntos cardinales y mide unos 210 metros en cada lado. Esta pirámide fue utilizada, a modo de cantera, por los constructores de La Paz y ahora tan solo quedan un 10 % de sus bloques originales. En sus entrañas, los arqueólogos han descubierto una compleja red de canales de piedra zigzagueantes, que estaban revestidos de hermosos sillares. Es evidente que la función de este complejo hidráulico era eminentemente práctica. Otro posible legado de “los viracochas” reside en la lengua que hablaban los indios aymaras locales, una lengua que algunos especialistas consideran la más antigua del mundo. En la década de 1980, Ivan Guzman de Rojas, un científico boliviano especializado en informática, demostró de modo casual que la lengua aymara no solo era muy antigua, sino que se trataba de un “invento”, que había sido creada de forma intencionada y muy hábil. Uno de sus rasgos más interesantes es el carácter artificial de su sintaxis, rígidamente estructurada y poco ambigua, hasta el extremo de resultar inconcebible en una lengua “orgánica” normal. Esta estructura sintética significa que el aymara podía transformarse sin dificultad en un algoritmo informático destinado a ser utilizado para traducir de un idioma a otro.
Cuando el etnólogo estadounidense L. Taylor-Hansen visito una tribu de pieles rojas apaches asentados en Arizona, descubrió unos datos muy interesantes. El etnólogo mostró a sus huéspedes una fotografías de pinturas egipcias y en una de ellas, los apaches reconocieron a una de sus divinidades y a la que dedicaban sus bailes folklóricos, era el “Señor de la Llama y de la Luz”. Y lo más sorprendente es que aquel dios vivía en el recuerdo de estos indios con su mismo nombre egipcio, Ammón Ra. Aquello no era más que el principio de una serie de revelaciones a las que hicieron de puente dos números sagrados, el 8 y el 13, que constituyen precisamente la base del calendario venusino. La relación que indica las revoluciones efectuadas durante el mismo periodo por la Tierra y Venus en torno al Sol se expresa como 8:13, es decir, que la Tierra lleva a cabo 8, mientras que Venus efectúa 13. Cuando Taylor Hansen, en su conversación con los indios, hizo referencia a Tiahuanaco, los apaches identificaron aquella localidad un centro de su legendario imperio del pasado, describiendo, sin haberla visto nuca, la estatua del “blanco barbudo”: << El dios empuña dos espadas en posición vertical, lo que significa amistad hasta cierto límite. Las espadas forman ángulo recto con los antebrazos, y con la cabeza un tridente, que es nuestra señal secreta de reconocimiento. Allá donde se alza la estatua, es el lugar de nuestro origen>>. Según el profesor Homet: “Los atlantes eran de raza blanca. Todavía hoy sus escasos descendientes puros son blancos: son los uros del Titicaca, que viven allá donde floreciera la civilización de Tiahuanaco”. El doctor Vernau, que ha estudiado a los patagones del Río Negro argentino, llega a siguiente conclusión: “Son blancos los indios del Brasil central, del Estado de Minas Gerais, los famosos hombres de Lagoa Santa”. Muchas preguntas podrían surgir de esta región y pocas son aun las respuestas. Por ello se hace necesario continuar las investigaciones sobre el pasado, pero no con visiones cerradas y dogmáticas sino con mentes abiertas, que tengan en cuenta todos los hechos aportados por la arqueología, astronomía o cualquier otra ciencia. Se hace necesaria una nueva generación de científicos que vuelvan a reescribir la historia. Comenzándola desde mucho más atrás en el tiempo, que prescindan de los dogmas impuestos y que sean guiados siempre por la razón y por los hechos, por la investigación moderna y por los relatos antiguos. Para ello nada mejor que la siguiente reflexión de Sir Frederic Sodd, premio Nobel de Física en 1921: <<No hay nada que pueda impedirnos creer que alguna razas hoy desaparecidas hubieran alcanzado, no solo nuestros conocimientos, sino también poderes que no poseemos todavía>>.
Los tres centros civilizados del Viejo Mundo surgieron en fértiles valles ribereños. Fueron la civilización sumeria, en la llanura entre el Tigris y el Eufrates, la egipcia-africana, a lo largo del Nilo, y la de la India, a lo largo del río Indo. Su base fue la agricultura. El comercio, posible gracias a los ríos, aportaba las materias primas y permitía la exportación de cereales y productos acabados. Surgieron las ciudades a lo largo de los ríos, el comercio precisó de registros escritos, y floreció cuando la sociedad estuvo organizada y las relaciones internacionales se hubieron desarrollado. Tiahuanaco no se ajusta a este modelo. Una gran metrópolis, cuya cultura y formas artísticas influyeron en la casi totalidad de la región andina; construida en medio de la nada, a orillas de un lago inhóspito en la cima del mundo. E, incluso, si fue por los minerales, ¿por qué allí? La geografía nos puede dar una respuesta. Todas las descripciones que se hacen del lago Titicaca suelen comenzar diciendo que es la masa de agua navegable más alta del mundo, a 4.224 metros de altitud. Es un enorme lago, con una superficie de 8.217 kilómetros cuadrados. Su profundidad varía entre los 30 y los 300 metros. De forma alargada, tiene una longitud máxima de 192 kilómetros y una anchura máxima de 70. Sus recortadas orillas, consecuencia de las montañas que lo rodean, forman numerosos cabos, penínsulas, istmos y estrechos, y el lago tiene casi cuarenta islas. La disposición noroeste-sudeste del lago viene marcada por las cadenas montañosas que lo bordean. Al este, se extiende la Cordillera Real de los Andes bolivianos, donde se eleva el impresionante Monte Illampu, con su doble pico, en el grupo del Sorata, y el imponente Illimani, justo al sudeste de La Paz. Excepto unos cuantos ríos pequeños, que discurren entre esta cadena montañosa y el lago, la mayoría de los ríos corren hacia el este, hacia la inmensa llanura brasileña y el Océano Atlántico, 3.200 kilómetros más allá. Es aquí donde se encontraron los depósitos de casiterita, en las costas orientales del lago y en los lechos de los ríos y arroyos que fluyen en ambas direcciones. No menos imponentes son las montañas que bordean el lago por el norte. Allí, las aguas de las lluvias corren en su mayor parte hacia el norte, alimentando ríos como el Vilcanota, que algunos consideran el verdadero origen del Amazonas, para, reuniendo afluentes y fundiéndose en el Urubamba, ir bajando hacia el norte y después hacia el nordeste, hasta la gran cuenca del Amazonas. Allí, entre las montañas que bordean el lago y Cuzco, es donde se encontró la mayor parte del oro del que dispusieron los incas.
La orilla occidental del lago Titicaca, aunque sombría y triste, es la más poblada. Allí, entre montañas y bahías, en costas y penínsulas, pueblos y poblaciones actuales comparten su sitio con antiguos emplazamientos; como Puno, la mayor ciudad y el mayor puerto del lago, cerca de las enigmáticas ruinas de Sillustani. Desde ese punto, como descubrieron los ingenieros del moderno ferrocarril, una carretera o una línea férrea no sólo puede llevar hacia el norte, sino también, a través de una de las pocas vías de acceso de los Andes, hasta las llanuras costeras y el Océano Pacífico, tan sólo a 320 kilómetros de distancia. La geografía y la topografía marítima y terrestre cambian considerablemente cuando se ve la parte sur del lago que, como la mayor parte de la costa este, no pertenece a Perú, sino a Bolivia. Allí, dos de las penínsulas más grandes, la de Copacabana, en el oeste, y la de Hachacache, en el este, casi se juntan, dejando sólo un angosto estrecho entre la parte norte del lago, mucho más grande, y la parte sur. Esa parte sur se convierte así en una especie de laguna, como la denominaron los cronistas españoles, una masa de aguas tranquilas, si se la compara con la ventosa parte norte. Las dos islas principales de la leyenda nativa, la Isla del Sol, en la actualidad, la isla de Titicaca, y la Isla de la Luna, actualmente Coatí, se encuentran frente a la costa norte de Copacabana. Fue en estas islas donde la tradición dice que el Creador ocultó a sus hijos, la Luna y el Sol, durante el Diluvio. Fue desde Titi-kala, una roca sagrada de la isla de Titicaca, desde donde el Sol se elevó al cielo después del Diluvio, según una versión. Según otra, fue sobre esta roca sagrada sobre la que cayó el primer rayo de Sol cuando terminó el Diluvio. Y fue desde una cueva bajo la roca sagrada, desde donde la primera pareja fue enviada a repoblar las tierras y donde se le dio la varita de oro a Manco Capac, con la cual encontró Cuzco y comenzó la civilización andina. El principal río que se lleva aguas del Titicaca es el Desaguadero, que inicia su curso en la esquina sudoccidental del lago. Lleva las aguas desde el lago Titicaca hasta otro lago satélite, el Poopó, 416 kilómetros más al sur, en la provincia boliviana de Oruro. Hay cobre y plata a lo largo de todo su recorrido, y a lo largo de su recorrido hasta la costa del Pacífico, en la frontera entre Bolivia y Chile. Es en la costa meridional del lago donde la cuenca llena de agua que forman estas cadenas montañosas se convierte en tierra firme, formando un valle o meseta en la que se encuentra Tiahuanacu. En ninguna otra parte del lago hay una meseta llana.
En ninguna otra parte hay una laguna cerca que conecte con el resto del lago, haciendo factible el transporte por agua. En ninguna otra parte alrededor del lago hay un lugar como éste, con pasos montañosos en las tres direcciones terrestres, y por el agua hacia el norte. Y en ninguna otra parte estaban tan a mano los preciados metales, oro, plata, cobre y estaño. Tiahuanaco estaba allí porque era el mejor lugar para ser lo que fue, la capital metalúrgica de Sudamérica, del Nuevo Mundo. Las diversos modos en que se ha deletreado su nombre, Tiahuanacu, Tiahuanaco, Tiwanaku, Tianaku, no son más que esfuerzos por capturar la pronunciación del nombre que conservaron y transmitieron los indígenas de la zona. Según Sitchin el nombre original fue Ti.Anaku: ciudad estaño. Sitchin tiene la hipótesis de que el Anaku en el nombre del lugar proviene del término mesopotámico que identificaba al estaño como metal concedido por los anunnaki. Ello evocaría un vínculo directo entre Tiahuanaco y el lago Titicaca por un lado y el Oriente Próximo de la antigüedad por otro. Existen evidencias que apoyan esta hipótesis. El bronce acompañó la aparición de civilizaciones en Oriente Próximo y llegó a su plena utilización metalúrgica allá por el 3500 a.C. Pero hacia el 2600 a.C., más o menos, los suministros de estaño, necesarios para producir bronce, tras una fase de disminución estuvieron a punto de agotarse. Después, súbitamente, hacia el 2200 a.C., aparecieron nuevos suministros. De algún modo, los anunnaki intervinieron para dar fin a la crisis del estaño y salvar las civilizaciones que habían dado a la humanidad. ¿Cómo lo lograron? Hacia el 2200 a.C., cuando los suministros de estaño en Oriente Próximo aumentaron abruptamente, un enigmático pueblo apareció en aquel escenario. Sus vecinos les llamaron casitas. No existe explicación para este nombre. Al menos los expertos no la conocen. Pero tal vez pudiera ser el posible origen del término casiterita, por el cual se ha conocido desde la antigüedad al mineral del cual se extrae el estaño. Esto supondría reconocer a los casitas como el pueblo que pudo suministrar el mineral o como el pueblo que venía de donde se encontraba el mineral.
Los casitas fueron un pueblo de origen incierto que llegó a constituir la dinastía reinante en Babilonia, o Karduniash, como ellos la llamaban, desde aproximadamente el 1531 a. C. hasta el año 1155 a. C., en que fueron derrocados por los elamitas. Su conquista de la vieja Babilonia de Hammurabi y el territorio mesopotámico, con sus diferentes ciudades-estado, dio lugar a lo que se podría llamar el estado territorial de Babilonia en la mitad sur de Mesopotamia, cuya rivalidad con el estado de la mitad norte, Asiria, configurará el futuro de la región. Los casitas son uno de los pueblos con el origen más misterioso de cuantos poblaron la antigua Mesopotamia. Se supone que proceden del suroeste de Irán y que llegaron a Babilonia a través de los montes Zagros. Las primeras menciones de loscasitas los sitúan en el siglo XVIII a. C. cuando atacaron Babilonia en el noveno año del reinado de Samsuiluna (1749-1712 a. C.) hijo de Hammurabi, en que fueron repelidos. Un siglo más tarde se tiene noticias de un rey casita en la ciudad de Hana situada al norte de Babilonia. Este periodo de la historia de Mesopotamia y Asiria es el peor documentado y se lo conoce como la Época oscura. No se conoce el modo en que los casitas ocuparon el trono de Babilonia, tras el saqueo de la ciudad llevado a cabo por los hititas, que acabó con la antigua dinastía. Se acepta que el primer rey casita de Babilonia fue Agum II, que trajo de vuelta a la ciudad la estatua del dios Marduk que habían robado los hititas. Los casitas impusieron la paz y el orden en el territorio, creando un periodo de estabilidad que propició una gran prosperidad. Se aprecia un descenso en el número de habitantes en las ciudades y un aumento de grandes pueblos y aldeas, lo que podría significar un mejor reparto de la tierra de cultivo y la suficiente seguridad para establecerse fuera de la protección de las murallas de las ciudades. Los precios se basaron durante un siglo en un patrón oro. Loscasitas formaban una reducida élite social diseminada por el territorio, eran el núcleo del ejército, del gobierno y de la corte. La subida de la dinastía casita al trono de Babilonia no supuso una ruptura cultural ni política y poco a poco se fueron diluyendo en el elemento acadio y sumerio original. Los últimos reyes de la dinastía tienen nombres acadios. Los casitas crearon una red de provincias para administrar el reino, generalmente gobernadas por personajes locales. A nivel internacional, Babilonia quedó apartada del centro político ya que, primero Mitani y luego Asiria, obstaculizan su salida al norte. Aun así los contactos y relaciones comerciales son frecuentes.
Así, Karaindash organizó un servicio de correo regular entre Babilonia y Egipto, Kurigalzu I financió con oro egipcio la construcción de su nueva capital, Dur-Kurigalzu. Kadashman-Enlil I dio primero a su hermana y luego a su hija en matrimonio a Amenhotep III. Se tiene constancia, por las cartas halladas en Tell el-Amarna, de las negociaciones que llevaron a cabo ambos monarcas para establecer una contrapartida en oro. También hay constancia de las relaciones comerciales que mantuvieron el hitita Hattusili III y Kadashman-Enlil II. Excavaciones danesas realizadas en los años 1960 en el área de Baréin, en cuya isla se ha localizado un asentamiento comercial y una fortaleza, así como textos localizados en Nippur, sugieren que esa zona del Golfo era gobernada por los reyes casitas. Los casitas no dejaron nada escrito en su propia lengua, de la que sólo se conocen algunas palabras dispersas en textos acadios y un par de textos de referencia sumerio-acadio. Gracias a esto se puede decir que la lengua casita no es una lengua semítica y que no está emparentada con ninguna de las otras lenguas habladas en el antiguo Oriente medio, ni con las lenguas indoeuropeas. Los dioses tutelares de los reyes casitas Shuqamuna y Shumaliya parecen ser los únicos que dispusieron de templo propio en la ciudad de Babilonia y que sobrevivieron en el panteón babilónico tras la caída de los casitas. Los reyes casitas siguieron venerando a los dioses tradicionales babilónicos. Plinio, un erudito romano del primer siglo d.C., decía que el estaño, que los griegos llamaban «cassiteros», era más valioso que el plomo. Afirmaba que los griegos lo valoraban desde la guerra de Troya. Y, de hecho, Homero lo menciona por el término cassiteros). La guerra de Troya tuvo lugar en el siglo xiii a.C., en el extremo occidental de Asia Menor, donde los antiguos griegos entraron en contacto con los hititas o, quizá, con los indoeuropeos, primos suyos. «Las leyendas dicen que los hombres buscan este cassiteros en las islas del Atlántico – escribió Plinio en su Historia Naturalis -, y que lo transportan en barcos hechos de mimbre cubiertos con pieles cosidas». Las islas que los griegos llaman Cassiteritas, «debido a su abundante estaño – escribió -, están ya dentro del Atlántico, frente al cabo que llaman el Fin de la Tierra; son las seis Islas de los Dioses, que algunos llaman las Islas de la Dicha». Es una enigmática aseveración, pues si los hititas, de quienes los griegos aprendieron todo eso, hablaban de los dioses en términos de anunnaki, tendríamos aquí el término de Anaku.
Sin embargo, a las islas Cassiteritas se las suele identificar con las Islas Scilly, frente a Cornualles. En especial desde que se sabe que los fenicios iban hasta aquella parte de las Islas Británicas en busca de estaño, durante el primer milenio a.C. El profeta Ezequiel, contemporáneo de los fenicios, menciona concretamente al estaño como uno de los metales que los fenicios de Tiro importaban en sus naves. Las referencias de Plinio y de Ezequiel son las más llamativas, aunque no son los únicos pilares sobre los que gran número de autores modernos han propuesto teorías acerca de los desembarcos fenicios en América durante aquella época. El esquema en el que se basan consiste en que, después de que los asirios dieran fin a la independencia de las ciudades-estado fenicias en el Mediterráneo oriental durante el siglo IX a.C., los fenicios fundaron un nuevo centro, Cartago (Keret-Hadasha, «Ciudad Nueva») en el Mediterráneo occidental, en el Norte de África. Desde esta nueva base, continuaron con su comercio de metales, pero también comenzaron a hacer incursiones en busca de esclavos entre los nativos africanos. En el 600 a.C., los fenicios circunnavegaron África en busca de oro para el faraón egipcio Nekó, emulando así la hazaña realizada por el rey Salomón cuatro siglos antes. Y en el 425 a.C., bajo el liderazgo de Hannón, recorrieron la costa occidental de África, estableciendo puestos de suministro de oro y esclavos. La expedición de Hannón volvió a salvo a Cartago, pues vivió para contar el relato de su viaje. Pero otros, antes o después que él, perdieron el rumbo a causa de las corrientes del Atlántico y naufragaron en las costas de América. Dejando a un lado los mucho más que especulativos descubrimientos de objetos que apuntan a la presencia mediterránea en Norteamérica, las evidencias de esta presencia en América del Centro y del Sur son más convincentes. Uno de los pocos académicos que ha vuelto la cabeza en esta dirección es el profesor Cyrus H. Gordon, en su obra Before Columbus y Riddles in History. Recordando a sus lectores una mención anterior acerca de la identidad del nombre de Brasil con el término semita Barzel (“hierro“), reconocía más tarde el crédito que le merecía la llamada Inscripción de Paraíba, que apareció en este lugar del norte de Brasil en 1872. Su desaparición poco después, y las vagas circunstancias de su descubrimiento, llevaron a la mayoría de los expertos a considerarla un fraude, especialmente porque, si se aceptaba como auténtica, hubiera socavado la idea de que no había habido contactos entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Pero Gordon, con gran erudición, defendió que se aceptara como auténtica la inscripción, que era un mensaje que había dejado el capitán de un barco fenicio, separado de los otros barcos que le acompañaban a causa de una tormenta, que había partido de Oriente Próximo hacia el 534 a.C.
Estos estudios consideran que el «descubrimiento» de América fue accidental, consecuencia de un naufragio o de haber perdido el rumbo por causa de las corrientes oceánicas. Además, que sucedió en el primer milenio a.C., siendo más probable la segunda mitad de ese milenio. Pero Sitchin propone una época muy anterior, casi dos mil años antes. Y afirma que el intercambio de bienes y de personas entre el Viejo y el Nuevo Mundo no fue accidental, sino consecuencia de la intervención deliberada de los «dioses», los anunnaki. Las crónicas de Oriente Próximo sitúan los casitas al este de Sumer, en lo que es ahora Irán. Se les relacionó con los hititas de Asia Menor, así como con los hurritas, los bíblicos horitas o joritas, «pueblo de los pozos», que sirvieron de vínculo cultural y geográfico entre Sumer, el sur de Mesopotamia, y los pueblos indoeuropeos del norte. Ellos y sus predecesores, incluidos los sumerios, pudieron haber alcanzado América del Sur navegando hacia el oeste, llegando al extremo de África y cruzando el Atlántico hasta Brasil; o navegando hacia el este, rodeando el extremo de Indochina y el archipiélago de islas y cruzando el Pacífico hasta llegar a Ecuador o Perú. Ambas rutas hubieran precisado de mapas de rutas marinas y de mucho atrevimiento. Pero hemos de concluir que estos mapas sí que existían. La sospecha de que algunos navegantes europeos tuvieron acceso a mapas antiguos comienza con el mismísimo Cristóbal Colón. En la actualidad, la mayoría de los expertos supone que Colón sabía a dónde estaba yendo, porque a través de Paolo del Pozzo Toscanelli, astrónomo, matemático y geógrafo de Florencia, había obtenido unas copias de cartas y mapas que Toscanelli había enviado a la Iglesia y a la Corte de Lisboa en 1474, urgiendo a los portugueses para que intentaran la ruta occidental a la India, en lugar de circunnavegar África. Tras abandonar siglos de dogma geográfico basado en las obras de Ptolomeo de Alejandría, Toscanelli recogió las ideas de los eruditos griegos precristianos, como Hiparco y Eudoxo, de que la Tierra era una esfera, y tomó sus medidas y su tamaño de los sabios griegos de siglos anteriores. La confirmación de estas ideas la encontró en la misma Biblia, en el profético libro de Esdrás II, que formaba parte de la Biblia en su primera traducción latina, en el que claramente se habla de un «mundo redondo». Toscanelli aceptó todo esto, pero calculó mal la anchura del Atlántico. También creía que las tierras que se extendían a unos 6.200 kilómetros al oeste de las Islas Canarias eran las de Asia. Ahí fue donde Colón encontró tierra, las islas que se dice que él creía que eran las «Indias Occidentales», un término equivocado que ha perdurado hasta el día de hoy.
Los investigadores modernos están convencidos de que Portugal llegó a tener mapas que trazaban las costas atlánticas de América del Sur, pero unos mil seiscientos kilómetros más al este de las islas que descubriera Colón. Encontraron la confirmación de esta creencia en el compromiso que ordenara el Papa en mayo de 1493, que trazaba una línea de demarcación entre las tierras descubiertas por los españoles al oeste de esa línea y las tierras desconocidas, si las hubiera, al este de la línea. Esta línea norte-sur exigida por los portugueses, 370 leguas al oeste de las Islas de Cabo Verde, les dio Brasil y la mayor parte de América del Sur, para sorpresa de los españoles tiempo después, pero no de los portugueses, que se cree que conocían de antemano este continente. De hecho, hasta el momento se ha encontrado un número sorprendentemente grande de mapas de tiempos precolombinos. En algunos, como el mapa de los Médici de 1351, el Pizingi de 1367, y otros, aparece Japón como una gran isla en el Atlántico occidental y, curiosamente, una isla llamada «Brasil» a mitad de camino. En otros, aparecen contornos de las Américas, así como de la Antártida, un continente cuyos rasgos están velados por la capa de hielo, sugiriendo por tanto que estos mapas se dibujaron basándose en datos a los que se pudo tener acceso cuando la capa de hielo desapareció. Es decir, justo después del Diluvio, hacia el 11000 a.C. El más conocido de estos mapas es el mapa del almirante turco Piri Reis, que lleva una fecha islámica equivalente al 1513 d.C. Las anotaciones del almirante que aparecen en el mapa dicen que se basaba parcialmente en mapas utilizados por Colón. Durante mucho tiempo se supuso que los mapas europeos de la Edad Media, así como los mapas árabes, se basaban en la geografía de Ptolomeo. Pero en diversos estudios se demostró que los mapas europeos más precisos del siglo XIV se basaban en la cartografía fenicia, y especialmente en la de Marino de Tiro. Pero, ¿dónde obtuvo sus datos Piri Reis? Charles Hapgood es hoy quizás el más recordado de los proponentes del deslizamiento polar. Su libro “La deslizante corteza Terrestre” (1958) incluye un prefacio de Albert Einstein y fue escrito antes de que la tectónica de placas fuese aceptada por la gran mayoría de los expertos. En su libro Path of the Pole (La Ruta del Polo), escrita en 1970. Hapgood especula que la masa de hielo acumulada en cada uno de los polos desestabiliza el balance rotacional de la Tierra, causando deslizamientos de una buena parte de la corteza alrededor del núcleo terrestre, el cual retiene su orientación axial. Basado en investigaciones propias, Hapgood opina que cada deslizamiento toma aproximadamente 5000 años, seguido por períodos de 20.000 a 30.000 años sin ningún movimiento polar. Hapgood argumentó que las fuerzas que causaban los deslizamientos en la corteza se encontraban debajo de la superficie.
Hapgood, en uno de los mejores estudios sobre el mapa de Piri Reis y sus antecedentes (Maps of the Ancient Sea Kings), concluyó que «las evidencias que ofrecen los mapas antiguos parecen sugerir la existencia en tiempos remotos de una verdadera civilización, una civilización de un tipo avanzado». Opinaba que era más avanzadas que Grecia o Roma. Hapgood opinaba que determinados detalles de los mapas, como el de la Antártida, le hacían preguntarse si esta civilización no habrían precedido a la mesopotámica. Aunque la mayoría de los estudios sobre estos mapas se centran en sus rasgos atlánticos, los estudios de Hapgood y su equipo determinaron que el mapa de Piri Reis representa también correctamente la cordillera andina. Asimismo los ríos, incluido el Amazonas, que discurre a partir de la cordillera andina hacia el este; y la costa sudamericana del Pacífico, desde Ecuador, pasando por Perú, hasta la mitad de Chile. Sorprendentemente, el equipo descubrió que «el dibujo de las montañas indica que se observaron desde el mar, navegando por la costa». Las costas se dibujaron con tal detalle que se llega a discernir la península de Paracas. Stuart Piggott, en su obra Aux portes de l’histoire, fue uno de los primeros en observar que el trecho de la costa del Pacífico de América del Sur también aparecía en las copias europeas del Mapa del Mundo de Ptolomeo. Sin embargo, no se mostraba como un continente más allá del inmenso océano, sino como una Tierra Mítica, que se extendía desde el extremo sur de China, más allá de una península llamada Quersoneso de Oro (la Península de Oro), hacia el sur, hasta un continente que ahora llamamos Antártida. Esta observación impulsó al notorio arqueólogo sudamericano D. E. Ibarra Grasso a poner en marcha un extenso estudio de mapas antiguos. Publicó sus conclusiones en su obra La representación de América en mapas romanos de tiempos de Cristo. Al igual que otros investigadores, llegó a la conclusión de que los mapas europeos que llevaron a la Era de los Descubrimientos se basaban en el trabajo de Ptolomeo, que a su vez se basó en la cartografía y la geografía de Marino de Tiro y en informaciones aún más antiguas. El estudio de Ibarra Grasso demuestra convincentemente que el contorno de la costa occidental de esta Tierra Mítica se adecúa a la forma de la costa occidental de América del Sur que se introduce en el Pacífico. Y, curiosamente, es ahí donde las leyendas situaron siempre los desembarcos prehistóricos. En las distintas copias europeas de los mapas de Ptolomeo había un nombre que denominaba a un lugar en medio de aquella tierra mítica: Cattigara.
Ibarra Grasso comentó que se encuentra «donde está situado Lambayeque, el principal centro metalúrgico de oro en todo el continente americano». Se encuentra donde se fundó Chavín de Huantar, el prehistórico centro peruano de procesamiento de oro, donde los olmecas africanos, los barbados semitas y los indoeuropeos se habrían encontrado. Tal vez los casitas también estuvieron allí, o en la bahía de Paracas, más cerca de Tiahuanaco. Los casitas han dejado un rico legado de artesanía metalúrgica que va del tercer al segundo milenio a.C. Entre sus objetos, hay numerosas piezas de oro, plata e, incluso, hierro. Pero su metal preferido era el bronce, siendo los artífices de los «bronces de Luristan», renombrados entre los historiadores del arte y los arqueólogos. Los casitasdecoraban con frecuencia sus objetos con imágenes de sus dioses y de sus héroes legendarios, entre los cuales tenían como favorito el tema de Gilgamesh luchando con los leones. Increíblemente, nos encontramos con los mismos temas y formas artísticas en los Andes. En un estudio titulado La religión en el antiguo Perú, Rebecca Carnon-Cachet de Girard ilustró a los dioses que los peruanos adoraban a partir de representaciones en vasijas de barro encontradas en las regiones costeras del centro y del norte. La similitud con los bronces casitas es asombrosa. En Chavín de Huantar, donde las estatuas representaban tipologías hititas, vemos también representaciones de la escena de Gilgamesh con los leones. Quienquiera que llegara desde el Viejo Mundo para contar y representar este relato allí, también lo hizo en Tiahuanaco. Entre los objetos de bronce encontrados allí había una placa, como en el Luristán de los casitas, en donde se representaba claramente la misma escena de Oriente Próximo. En todos los pueblos de la antigüedad aparecen representaciones de «ángeles», los alados «dioses mensajeros» o los bíblicos MaVachim, literalmente «emisarios». Las representaciones de los hititas se parecen mucho a los mensajeros alados que flanquean a la deidad principal de la Puerta del Sol. Es significativo que, al reconstruir los acontecimientos de la América de la antigüedad, las características olmecas sustituyeran a las mesopotámicas en los paneles de dioses alados de Chavín de Huantar, donde seguramente se encontraron los reinos de los dioses de Teotihuacán y Tiahuanaco.
En Chavín de Huantar la deidad indoeuropea era el Dios Toro, un animal mítico para los escultores de allí. Pero, aunque no había toros en Sudamérica hasta que los llevaron los españoles, los expertos se han quedado sorprendidos al descubrir que, en algunas comunidades indígenas cercanas a Puno, en el lago Titicaca, e incluso en Pucará, uno de los legendarios altos en la ruta de Viracocha desde el lago hasta Cuzco, se daba culto al toro en ceremonias que tuvieron su origen en tiempos prehispánicos. En Tiahuanaco y en el sur de los Andes se representó a este dios armado con un rayo ahorquillado y sosteniendo una varita de meta, una imagen tallada en la piedra, representada en objetos de cerámica o en tejidos. Es una combinación de símbolos bien conocidos en el Oriente Próximo de la antigüedad, donde al dios llamado Ramman («el atronador») por los babilonios y asirios, Hadad («eco ondulante») por los semitas occidentales y Teshub («soplador del viento») por los hititas y casitas, se le representaba de pie sobre un toro, su animal de culto, sosteniendo la herramienta metálica en una mano y el rayo ahorquillado en la otra. En Sumer, que es donde tuvieron su origen los panteones del Viejo Mundo, se le llamaba a este dios Adad o Ish.kur («el de las montañas lejanas»), y se le representaba con la herramienta de metal y un rayo ahorquillado. Uno de sus epítetos era Zabar Dib.ba «el que obtiene y reparte el bronce», una esclarecedora pista. Tal vez el Rimac de las costas meridionales de Perú era el Viracocha del altiplano andino, cuya imagen, con la herramienta de metal y el rayo ahorquillado, aparecía por todas partes y cuyo símbolo del rayo está presente en muchos monumentos. Quizá incluso se le mostrara de pie sobre un toro en un grabado de piedra que encontraron al sudoeste del lago Titicaca Mariano Eduardo de Rivero y Ustariz, científico, geólogo y mineralogista peruano, y Johann Jakob von Tschudi, naturalista, lingüista y explorador suizo.
Los expertos que han estudiado el nombre de Viracocha en sus diversas variantes coinciden en que sus componentes significan «Señor/ Supremo» que de «la Lluvia/la Tormenta/el Rayo» es «Hacedor/Creador». Un himno inca lo describe como el dios «que viene en el trueno y en las nubes tormentosas». Y ésta es, palabra por palabra, la forma en la que se loaba en Mesopotamia a esta deidad, el dios de las tormentas. Y el disco dorado de Cuzco representa a una deidad con el revelador símbolo del rayo ahorquillado. En aquella remota época, Ishkur/Teshub/Viracocha puso su símbolo del rayo ahorquillado, para que todos lo vieran, desde el aire y desde el océano, en la ladera de una montaña de la Bahía de Paracas, la misma bahía que el equipo de Hapgood identificara en el mapa de Piri Reis. En efecto, en la zona puede verse el famoso geoglifo del Candelabro de Paracas, ubicado en la costa norte de la península de Paracas, en la provincia de Pisco, dentro del departamento de Ica. Sus grandes dimensiones y su diseño sobre la arena permiten distinguir una relación con las líneas y geoglifos de Nazca y de pampas de Jumana. El Candelabro mide 180 m de largo y se calcula que tiene unos 2500 años. Su significado sigue siendo un misterio. La Bahía de Paracas se trataba de la bahía en la que, probablemente, anclaban los barcos que se llevaban el estaño y el bronce de Tiahuanaco hacia el Viejo Mundo. Era un símbolo que decía, tanto a dioses como a hombres: ¡Éste es el reino del dios de la tormenta! Pues, como se dice en el Libro de Job, sí que hubo una tierra de la que venían los lingotes, cuyas entrañas estaban agitadas como con fuego. Un lugar tan alto entre las montañas que «ni siquiera el buitre conoce el camino, ni el ojo del halcón lo discierne». Era allí donde el dios que proporcionaba los metales vitales «pone su mano sobre el granito, derrumba de raíz las montañas, abre galerías a través de las rocas».
Fuentes:
- Zecharia Sitchin – Los Reinos Perdidos
- Erich Von Daniken – Profeta del Pasado
- J. Forbes – Studies in Ancient Technology
- Erland Nordenskiold – The Copper and Bronze Ages in South America
¿De dónde venían el oro, la plata o el estaño de la antigüedad?