Tomamos una actitud de sagrada predisposición con cada persona, situación o ser viviente que se nos presenta y activamente servimos.
Nos tornamos más comprensivos y compasivos.
Nos entregamos a vivir la totalidad y nos conectamos con un estado de plenitud más profundo, de alegría consciente.
Le decimos que sí a la Vida, a las propuestas que nos ofrece, al lenguaje furtivo que nos conecta con el Todo y nos ocupamos de celebrar la fiesta del espíritu: el Amor.
Nuestros ojos embelesados brillan con mayor intensidad y nuestra mirada interna se torna policromática, indagamos en los colores y las texturas, para ajustar el pincel al tono preciso y trazar sobre el lienzo de la vida los pigmentos adecuados.
Nos maravillamos al observar la diversidad que nos contiene y nos circunda, que nos hace diferentes, pero al mismo tiempo nos hace Uno. Y allí, descubrimos cuántas similitudes tenemos con el otro, cuán prósperos seríamos si aprendiéramos a aunarnos y armonizar las asperezas que nacen de deseos individuales. Como Humanidad necesitamos purificar la existencia, y el hecho de imaginarnos y crear una nueva realidad, nos involucra como soñadores de un lenguaje con propósito sagrado, para elevar nuestras posibilidades, haciéndonos parte de la apremiante evolución planetaria.
Cuando estamos abiertos, sintonizamos con la Naturaleza Creadora. No pedimos, ni reclamamos a los demás aquello que queremos, no exigimos, ni demandamos, no nos enojamos con el otro porque estamos ausentes de expectativas, lo que no significa que seamos conformistas, sino que brota una predisposición interior hacia la preponderancia de lo pequeño.
Ésta es una elección y significa habitar en el reino de la gratitud, del agradecimiento, la universalidad e integridad, valorando aquello que se nos manifiesta como sincronicidad, que se nos entrega para que experimentemos y trabajemos como protagonistas de la Tierra, y no como espectadores selectivos de la vida.
Cuando estamos abiertos, sentimos correr el amor por nuestro cuerpo físico, por el fluir de la sangre y la respiración viaja más liviana, honda y pausada. Nuestro cuerpo de emociones se elonga y gana así mayor flexibilidad, adaptabilidad y fortaleza . El corazón queda henchido de amor, derrama su luz cálida y magnética, y emana rayos invisibles de un fuego hacendoso hacia los demás.
Cuando nuestra mente se vuelve activa y se expande, logramos neutralizar y transmutar nuestros pensamientos negativos y naturalmente nos brota una aptitud de servicio desinteresado. Nos mudamos internamente hacia un nuevo lugar, siendo más cuidadosos, solícitos y conscientes.
Esta apertura nos vuelve conscientemente naturales y el hecho de entrar y salir de un estado, de bajar o subir por nuestras gamas emocionales, nos cose y entreteje los mundos desde los fuegos más ardientes a los cielos más diáfanos y puros. En este ida y vuelta, nos vamos conociendo, purificando y tomando control de sí mismos.
Por ello, quien está abierto, ama. El amor nos compromete a la decisión interior de compartir nuestra energía potenciadora con los demás. Implica la buena voluntad del servicio, que agudiza nuestros sentimientos dadores, vitalizantes, magnéticos y energizantes, junto con el paulatino cultivo de la capacidad intuitiva de escuchar el cantar de los corazones que nos rodean: sus ritmos, silencios y melodías.
Si sostenemos y enfocamos en abrir nuestro corazón, reconoceremos que el amor nos hace más permeables, genuinos y espontáneos al movimiento de la Vida. La senda del corazón no conoce límites, ni divisiones, ni fronteras, ya que es un camino afectuoso, expansivo, inspirador, indestructible y eterno.
Así, el Alma que se encuentra recubierta por los yoes de la personalidad, comienza a irradiar sus finos y silenciosos hilos de luz desde la profundidad de su centro, por las hendiduras que produce la floración sigilosa y expansiva de los pétalos consciensales. A medida que las vibraciones aumentan y la personalidad comienza a rendirse a los pies del Alma, los pétalos del capullo se aventuran hacia lo desconocido, abriéndose, para penetrar más adentro hacia el centro de nuestra mente y corazón, en búsqueda de la misteriosa esencia inmortal.
Nuestro corazón contiene la inteligencia de inclusión y unidad. Nos despliega e integra en el amor espiritual, nos ubica en un estado de profunda y serena paz interior, e hilvana los filamentos entre la personalidad y el Alma, para que se fundan en conexión con el Espíritu.
Abrirnos nos impulsa a descubrir la sinfonía del Universo, las múltiples e infinitas conexiones que en él anidan.
Así que, ábrete. Conócete a ti mismo. Ama… Y veráscómo sobreviene tras tu apertura un abundante y próspero cambio de actitudes contigo mismo, de mayor confianza y mejor autoestima. Eleva el manto de las vergüenzas, los miedos y las estrictas exigencias que nos mantienen cerrados y aislados, para hallar el mundo de las oportunas circunstancias que siempre nos esperan y te llevarán al juego mayéutico de la divina reflexión. Indaga las causas que nos limitan a entregarnos por completo y traslada la mirada hacia el respeto, para sostener la diástoles en tu corazón y comprender la verdadera unidad que en él mora y nos hace Uno.
Lic. Jimena Rodríguez