Habitualmente sólo estamos acostumbrados a conocer los datos que la arqueología oficial nos facilita. Sin embargo, hay académicos independientes que nos ofrecen explicaciones diferentes que son, en muchos casos, verdaderamente difíciles de rebatir. Y de eso nos vamos a ocupar ahora porque, de ser ciertas estas exposiciones, nos obligarían a reescribir la Historia que conocemos.
En la meseta de Gizeh en El Cairo se encuentran una serie de monumentos que desafían nuestra lógica. En 1994 el ingeniero Robert Bauval y más tarde Graham Hancock, licenciado en sociología por la Universidad de Durham y escritor, divulgaron la teoría sobre la constelación de Orión, descubriendo que las pirámides fueron dispuestas como un reflejo en la Tierra de esta constelación. Pero lo verdaderamente intrigante de este hecho es que la fecha en que la disposición de las pirámides y Orión fue exactamente la misma nos lleva al año 10500 a.C. Una fecha en la que supuestamente aún ni siquiera existía la civilización. Pero de las pirámides ya nos ocuparemos, merecen un estudio aparte.
La Esfinge, el monumento ahora en cuestión, es si acaso más enigmática aún. Se descubrió que se alinea con misteriosa precisión con el Sol cuando llega el equinoccio de primavera, y al hacerlo en la citada fecha, mira con sus ojos directamente hacia su orto heliaco. No nos queda más remedio que admitir, como afirma Giorgio de Santillana, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el hecho de que los antiguos egipcios conocían un fenómeno llamado la «precesión de los equinoccios». Un ciclo de 21600 años de duración que se manifiesta cada año con el anticipo de la llegada de la primavera. Algo que se creía un descubrimiento moderno y resulta que aquellos sabios del Nilo ya lo conocían. Bajo estas perspectivas no tenemos mas que sentir admiración por los constructores de estos monumentos.
En marzo de 2005 José Miguel Parra, uno de los arqueólogos españoles más activos y que no es precisamente de los que imaginen secretos inconfensables dentro de los agujeros que presenta la civilización más fascinante del pasado, confesaba que aún no se sabe como los construyeron.
John West, investigador y egiptólogo independiente revelaría algo fascinante…
Paul Roberts, periodista, diría de él en un congreso sobre egiptología: “West es la peor pesadilla de los egiptólogos porque llega con un plan bien desarrollado, bien presentado, expuesto con coherencia, maravillosamente escrito y lleno de datos que no se pueden refutar, y les rompe los esquemas. ¿Cómo afrontan este desafío? Lo ignoran, esperan a que pase, pero eso no ocurre”.
West descubrió que la erosión que presenta la Esfinge se debe a haber estado expuesta a intensas lluvias. A un geólogo el desgaste que muestran estos monumentos le cuenta el tiempo de exposición al viento y la arena, pero la Esfinge y los lados del foso desde los que fue excavada son diferentes. Las rocas parecen desgastadas por muchos siglos de lluvias intensas, habiéndolas dejado con un perfil redondo y ondulado.
Este hallazgo fue explosivo porque, ¿cuándo hubo unas lluvias así en Egipto? Lo que es evidente, que en tiempo de los faraones no. Sólo una época encaja, ese tiempo primero al que se refieren Bauval y Hancock.
Pero si esto es así, ¿como explicar la cara del faraón y su tocado? Para West esto tiene una respuesta. Si la observamos con detenimiento, nos daremos cuenta que la cabeza está en bastante mejor estado que el resto del cuerpo. Aún estando hecha de piedra caliza más dura las diferencias son enormes. Y algo sumamente inquietante, la cabeza es muchísimo más pequeña. Vista desde el aire, el cuerpo es largo y aplanado y la cabeza es como una cabeza de alfiler encima. Esto puede ser una prueba de que se hizo de nuevo, que no es la original, que en algún momento de la Historia se esculpió otra cabeza para la Esfinge. Puede que la original, como se muestra en una de las imágenes, fuera la de un león. Para constatar esta a teoría puede servirnos el hecho de que se ha observado que la Esfinge parece estar hecha para observar el cambio de las eras astrológicas. En efecto, la precesión nos ofrece otro indicio. La lenta fluctuación de la Tierra hace que parezca que las constelaciones viajen a través de la épocas y los egipcios mostraron una especial atención a este efecto. Según la explicación ortodoxa la Esfinge se construyó en el 2500 a.C. Por aquel entonces el Sol salía por la constelación de Tauro, hubiera sido, por tanto, absurdo para un faraón construir un marcador equinoccial con forma de león en esa época. De hecho sólo hay una en la que hubiera sido apropiado la construcción de la Esfinge con la forma que tiene, la era de Leo, que empezó en el milenio 11 a.C. Una fecha que vuelve a situarnos, una vez más, en ese tiempo primero.
West prosigue: El cambio de los patrones climatológicos trajo consigo lluvias torrenciales a esta zona, marcando el fin de la edad de hielo. Las lluvias desgastaron al león que quedó como lo podemos contemplar hoy. Cuando cesaron las lluvias las fértiles sabanas se convirtieron en desiertos, la arena llevada por el viento enterró la estatua hasta el cuello. Esto hizo que durante miles de años el cuerpo se protegiera del desgaste, no así la cabeza que quedó al descubierto. Siguió erosionándose y reduciéndose de tamaño. Posiblemente se volvió a tallar. Los reyes de la IV dinastía la reconstruyeron. Por tanto, el faraón Kefrén, al que se le atribuye su construcción, dotando a la Esfinge con su imagen, no lo hizo, sino que sólo la restauró.
No queda, por tanto, más que esperar nuevas investigaciones para poder conocer la verdad sobre el origen de la Esfinge. En su interior se han encontrado cámaras secretas. Quien sabe si en ellas se encuentre la respuesta.