Es una de las maneras más comunes de morir: paro cardíaco.
Es también uno de los escenarios más comunes en los que alguien puede salvar una vida por medio de RCP o reanimación cardiopulmonar, la técnica que se usa para mantener el flujo de sangre y oxígeno hasta que lleguen los equipos de emergencia.
La intrigante historia de esta técnica data de hace más de 100 años, cuando la electricidad estaba empezando a llegar a los hogares y, en parte, debe su descubrimiento a un perro sin nombre.
A principios del siglo pasado hubo una revolución eléctrica en Estados Unidos y las casas se llenaron de aparatos eléctricos, desde focos de luz hasta neveras.
El lado malo de esa modernización era el riesgo de electrocutarse que corrían quienes trabajaban con las líneas eléctricas, muchos de los cuales morían por paros cardíacos.
Tácticas de choque
Para intentar evitarlo se habían inventado los desfibriladores externos, para aplicar descargas eléctricas y restablecer el ritmo cardíaco sin tener que operar.
Pero eran demasiado grandes y engorrosos para usarlos fuera de los hospitales.
En los años 50, el Edison Electric Institute en EE.UU. decidió financiar investigaciones sobre los efectos de las corrientes eléctricas en el corazón.
Una de ellas fue la de Guy Knickerbocker, de 29 años de edad, quien trabajaba bajo la dirección del ingeniero eléctrico William Kouwenhoven en uno de los laboratorios del la Johns Hopkins University de Maryland.
Intentaban mejorar el desfibrilador externo, que Kouwenhoven había inventado hacía unos años.
En 1958, antes de que el trato ético de los animales se convirtiera en un asunto que se debía considerar, sus experimentos incluían ensayos en perros de laboratorio.
Knickerbocker, quien hoy en día tiene 86 años, recuerda que un día, cuando estaba trabajando con un colega, de repente a uno de los perros le dio un paro cardíaco, o fibrilación ventricular.
Normalmente, cuando esto ocurría, usaban el desfibrillador, pero ese dia estaban en el laboratorio en el piso 12º y el equipo estaba en el 5º piso.
Los ascensores del edificio eran tremendamente lentos, así que era imposible que el aparato llegara a tiempo para salvar al perro.
«La probabilidad de supervivencia es muy baja tras un paro cardíaco que dure más de cinco minutos», le explica Knickerbocker a la BBC.
«De repente, cobró vida»
Knickerbocker tuvo una idea luminosa. Unas semanas antes había observado que la mera presión de las paletas del desfibrilador en el pecho de los perros causaba un cambio en la presión sanguínea.
¿Sería que ese cambio en la presión significaba que la sangre se estaba moviendo por el cuerpo?
Se arriesgó: «Empezamos a hacerle compresiones en el pecho, sólo porque parecía que era lo correcto».
Knickerbocker bajó corriendo las escaleras hasta el 5º piso para traer el desfibrilador, mientras sus colegas presionaban el pecho del perro durante 20 minutos, cuatro veces más tiempo que cualquier otro intento exitoso anterior.
Cuando regresó, le administraron dos descargas eléctricas y «de repente, el perro cobró vida».
La importancia de su descubrimiento no puede sobrestimarse: el experimento estableció más allá de toda duda que las compresiones rítmicas en el pecho podían sostener la vida.
«Habiamos encontrado la manera de demorar el proceso de la muerte y de darle a la gente el tiempo para recibir ayuda especializada».
Del cachorro a la gente
Entusiasmado, Knickerbocker compartió su descubrimiento con el cirujano cardíaco Jim Jude, quien trabajaba en el laboratorio de al lado.
Jude reconoció inmediatamente el potencial y, junto a Kouwenhoven, se pusieron a explorar dónde exactamente había que presionar, cuántas veces, a qué ritmo y con cuánta fuerza.
Descubrieron que podían extender la vida de un perro por más de una hora.
«Ni yo ni la mayoría de mis amigos creíamos que la técnica de compresión del pecho se traduciría jamás a los humanos», dice Knickerbocker.
El director de cirujía en el Johns Hopkins se contaba entre los no creyentes, y quería que el equipo proveyera mucha evidencia antes de permitirles que publicaran sus hallazgos.
No obstante, Jude estaba convencido de que la técnica con la que estaban salvándole la vida a perros podía funcionar con seres humanos.
Esa técnica, notó, podía utilizarse para estimular hasta el 40% de la actividad cardíaca normal.
El problema que tenía era que no tenía en quién hacer pruebas.
Poco más de un año después, una mujer de 35 años que había ido al hospital para una operación de la vesícula, tuvo una reacción negativa a la anestesia que le ocasionó un paro cardíaco.
Jude empezó inmediatamente a aplicarle presión rítmica y manual en el pecho.
En menos de dos minutos, su corazón empezó a latir de nuevo, aguantó la operación y se recuperó completamente.
«Feliz y orgulloso»
El episodio permitió que Kouwenhoven, Jude y Knickerbocker publicaran su descubrimiento en 1960.
«Cualquier persona en cualquier lugar ahora puede iniciar procedimientos de resucitación cardíaca», concluyeron los autores. «Todo lo que se necesitan son dos manos».
En colaboración con otro grupo de investigación que estaba estudiando técnicas de ventilación, desarrollaron la RCP moderna, que hoy en día se enseña en todo el mundo.
La American Heart Association estima que si la víctima de un paro cardíaco recibe RCP sus probabilidades de supervivencia se doblan o triplican.
«Cuando todo pasó, nunca pensé mucho en nuestro trabajo en el laboratorio. Pero me sentía feliz y orgulloso de que todo saliera tan bien».
«Pero recientemente vi unas estadísticas en internet, que contaban el número de personas que han resucitado gracias a la RCP. Eran millones. Me quedé asombrado», le cuenta a la BBC Knickerbocker.
Y añade, irónicamente: «No tenían en cuenta el número de mascotas que también se han beneficiado…».
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/10/150930_perro_rcp_resucitar_corazon_finde_dv