Nuestro amigo Nelson San Martin, el contertulio Uruguayo, me envía este texto que le ha gustado y quería compartir conmigo, y, de la misma manera, ahora lo hago yo con todos ustedes.
“Estuvo de suerte el mundo hace 22 millones de años cuando una mañana aquella golondrina sin patas, concebida por madre y padre en cópula revoloteada, súbitamente y sin entrenamiento previo, saltó del nido al vacío y a la velocidad de 10 aleteos por segundo, sin detenerse ni tan siquiera en su dormir, sobrevolando el Océano Atlántico a dos mil metros de altura, llegó a América del Sur sólo nueve meses después.
Aquel era un mal año para la región americana, las temperaturas habían bajado mucho; los mamíferos se cobijaron en cuevas, los reptiles y anfibios se enterraron en lodos, las aves emigraron… pero los insectos polinizadores no pudieron escapar del frío. El zumbido de abejas y abejorros dejó de estar en la partitura del día y de la noche; los sírfidos, esas moscas camaleónicas que les imitan, tampoco resistieron. Las mariposas con sus lenguas de acordeón, muertas en el suelo formaban edredones de retales. Sólo la Macroglossum stellatarum, la mariposa esfinge con su fuerza de cuerpo de abeja y trompa de elefante consiguió huir hacía tierras cálidas.
Por eso, el Apus apus o vencejo común, que come insectos como las ballenas plancton -volando con la boca abierta- empezó a notar un vacío en su vientre. Hambre en esa tierra recién alcanzada.
Un atardecer con suerte, divisó una mosca entre un campo de lavanda y se lanzó hacia ella en un vuelo picado que tampoco nunca había practicado pero que había visto hacer a sus parientes cernícalos, con tan mala puntería que su pobre pobre pico quedó clavado entre las flores, mientras la mosca escapaba con el corazón acelerado.
Daniel Montero. Ilustraciones para “SECRETOS. Relatos de mucha gente pequeña”
¡Qué sorpresa el dulce sabor del néctar para un pájaro acostumbrado a la dura e insípida quitina!
Así, en apenas unos millones de años más, aquel pájaro adelgazó hasta llegar a un peso ínfimo, de poquísimos átomos; se le alargó el pico hasta ser más fino que un alfiler, un instrumento de precisión cirujana para la libación; y modificó la forma de sus alas que a velocidades todavía más aceleradas le permitieron el mágico vuelo suspendido.
Había nacido el colibrí. Y las plantas en acto de amor se adaptaron a él en demostración que la vida es irrefrenable.
Cuando los pesticidas de las multinacionales acaben con abejas y abejorros, estará él. Suspendido en el viento.”
Gustavo Duch para La Fertilidad de la Tierra, Otoño 2015
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