Hablamos todos los días. Pero no solemos prestar suficiente atención a las palabras que elegimos, aunque revelan muchísima información sobre nosotros y dejan entrever incluso nuestras tendencias más profundas e inconscientes.
Lo cierto es que escogemos las palabras que usamos como elegimos la ropa que nos ponemos o el color con el que pintamos las paredes de nuestra casa; o sea, mezclamos elementos inconscientes y racionales. Las palabras, en particular, son herramientas particularmente poderosas, emotivas y evocadoras. Su elección no es tan accidental como pensamos.
De hecho, hasta cierto punto todos somos “camaleones lingüísticos” ya que cambiamos nuestra forma de hablar para adaptarnos a nuestro interlocutor. No nos dirigimos de la misma manera a nuestra pareja que a un colega de trabajo o a un desconocido. No obstante, a pesar de esas diferencias, existen patrones de fondo que dejan entrever nuestras tendencias psicológicas más arraigadas, sobre todo en el plano del lenguaje emocional.
Las palabras que revelan el nivel de responsabilidad afectiva
“Las pequeñas emociones son los capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta”, decía Vincent Van Gogh. Si somos capaces de entenderlas y gestionarlas asertivamente, se convertirán en la brújula que nos guíe, pero si culpamos a los demás de ellas desarrollaremos un locus de control externo que nos convertirá en víctimas mientras traspasamos todo el peso de nuestra responsabilidad sobre los demás.
Y las palabras que elegimos dejan entrever precisamente nuestro nivel de responsabilidad afectiva. De hecho, existen diferentes maneras de expresar lo que sentimos.
Por ejemplo, cuando estamos enfadados o frustrados tenemos básicamente tres opciones para expresar verbalmente ese malestar:
- Enfoque personal. Frases como “estoy enfadado” indican que asumimos la responsabilidad por la emoción que estamos experimentando porque usamos la primera persona del singular: “yo”.
- Enfoque inculpatorio. Frases como “me has hecho enfadar” señalan que estamos intentando transferir la responsabilidad de la emoción que estamos sintiendo sobre nuestro interlocutor.
- Enfoque impersonal. Frases como “me han enfadado” revelan que estamos proyectando nuestra responsabilidad en un ente externo, a menudo vago, como puede ser la autoridad o las reglas, usando un lenguaje impreciso.
La diferencia es sutil pero importante porque cuando desarrollamos un lenguaje emocional basado en un locus de control interno somos conscientes de que:
- Somos responsables de nuestras reacciones, emociones y decisiones.
- Mantenemos el control de la situación.
- Nos reservamos el derecho de decidir cómo actuar.
- Somos los verdaderos artífices de nuestra vida.
En cambio, cuando nuestro lenguaje emocional revela un locus de control externo:
- Cedemos el control de nuestras reacciones y emociones a otras personas o fuerzas.
- Asumimos el papel de víctimas perennes y nos sentimos desgraciados.
- Culpamos a los demás, obligándolos a cargar con nuestro malestar.
- Caemos en la indefensión aprendida porque creemos que no podemos cambiar.
¿Cómo usar asertivamente el lenguaje de las emociones?
Las palabras que usamos terminan dando forma a nuestra percepción de la realidad. Literalmente, determinan cómo vemos el mundo y, por ende, pueden ampliar o limitar nuestro universo de opciones para cambiar lo que no nos gusta.
Por ejemplo, si pensamos: “mi jefe me vuelve loco”, creeremos que el problema radica en esa persona y, por ende, la única solución que contemplaremos será cambiar de trabajo (o echar al jefe, pero esa no suele ser una opción viable). En cambio, si pensamos: “me siento frustrado cuando mi jefe me da orientaciones confusas” habremos detectado el problema y podremos abordarlo para intentar solucionarlo.
Para asumir la responsabilidad por nuestros sentimientos, lo ideal es cambiar nuestro lenguaje emocional asumiendo este marco lingüístico:
- Observación. Refiere los hechos y datos específicos sin realizar juicios de valor.
- Sentimiento. Indica cómo te sientes hablando en primera persona.
- Necesidad. Señala la necesidad que subyace a ese sentimiento.
- Solicitud. Propón una acción específica que pueda satisfacer tu necesidad, a modo de propuesta, no con una actitud demandante.
Si aplicas esa estrategia, tendrás una frase como: “Cuando ______, me siento ____, porque necesito _____. Por eso, me gustaría que _____”.
Por ejemplo: “cuando me ignoras, me siento mal, porque necesito saber que soy importante para ti. Por eso, me gustaría que la próxima vez pudiéramos hablar”.
En el caso de un jefe: “cuando no me da información suficiente, me siento frustrado porque necesito saber qué debo hacer. Por eso, me gustaría que la próxima vez fuera más específico”.
Por último, pero no menos importante, es fundamental que seas capaz de distinguir entre las causas y los desencadenantes. Cuando algo provoca una respuesta afectiva, es porque ha tocado alguno de tus puntos sensibles. Todos llevamos a cuestas un equipaje emocional, de manera que somos más sensibles a ciertas actitudes, palabras o sucesos.
Pero esos hechos no son la causa última de tu malestar, sino tan solo un factor desencadenante. No puedes cambiar todo lo que te molesta del mundo – y mucho menos culpar a los demás – pero tienes la posibilidad de reaccionar mejor ante esos eventos. Y puedes comenzar cambiando tu lenguaje emocional. Tu salud mental te lo agradecerá.
Referencia Bibliográfica:
Rosenberg, M. B. (2003) Non violent communication. A language of life. Encinitas, CA: PuddleDancer.
Hay 3 tipos de lenguaje emocional, pero solo uno empodera, ¿cuál usas?