«Calculad el tiempo que os pasáis cada día comiendo, durmiendo – lo que es, por supuesto, útil e indispensable –, pero también hablando a diestro y siniestro, ocupándoos de futilidades. Los años pasan así lejos de la verdadera vida, de la vida del alma y del espíritu. ¡Qué derroche, qué despilfarro! Y así es cómo el día en que debáis iros al otro mundo, os encontraréis pobres y desnudos.
Penetraos bien del pensamiento de que al abandonar este mundo, las únicas piedras preciosas que os llevaréis serán vuestras virtudes, el único oro vuestro saber y los únicos vestidos serán los atavíos de vuestra alma. En el momento de la muerte, somos como esa gente que, expulsada de su hogar, se ven obligados a dejar sus tierras, sus casas, sus muebles: se precipitan hacia sus cofres para coger el oro y las joyas que son los únicos objetos de valor, gracias a los cuales, vendiéndolos, podrán sobrevivir. Cuando llega la muerte, sólo podremos llevarnos nuestras cualidades y nuestras virtudes, deberemos abandonar todo lo demás. Así pues, preguntaos desde hoy cuánto oro y piedras preciosas verdaderas poseéis.»

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