Hablo expresamente de mí cuando digo que muy a menudo no sé lo que quiero (y menos aún lo que REALMENTE quiero), y que, a veces, tras insistentes preguntas y largos tiempos de espera a las respuestas que no llegan, deduzco equivocadamente que es porque no hay algo que quiera, y me respondo: “NADA”.
“¡Qué bien!”, digo, y me quedo tranquilo. Pero sólo un instante, porque inmediatamente llegan las dudas en tropel y me interrogan: “¿De verdad que lo que quieres es NADA o es que te conformas con esa respuesta para no reconocer tu desconocimiento de la respuesta a tan crucial pregunta?”
¿”NADA”, en este caso, es lo mismo que “NO SÉ”?
Si estuviera convencido de “NADA” como respuesta correcta no volvería a reiniciar el turno de preguntas con las que trato de apaciguar a quien se interesa por mi bienestar con esa pregunta.
¡No puede ser que quiera “NADA”!
¡Algo tengo que querer!
“Tal vez sí –me respondo-, pero… ¿Qué?”
Me doy cuenta de que acabo de regresar al principio.
Si no fuera como soy, tal vez me consolara con creer que lo que quiero es “descansar”, por ejemplo; o concluiría resignado “ni yo mismo sé lo que quiero”; o utilizaría la excusa de “basta ya de hacerme preguntas lo que quiero es no pensar y estar en paz”, pero no me quedo en paz porque sé que estoy intentado engañarme, y la primera sugerencia a respetar en un proceso de Desarrollo Personal es NO ENGAÑARSE JAMÁS. (La segunda es no conformarse nunca con un “NO LO SÉ”)
Por eso sigo preguntándome qué quiero realmente (aunque voy a matizarla con “ahora”, porque sé que más adelante es muy posible que quiera otra cosa)
¿Qué quiero REALMENTE AHORA?
Tic… tac… tic… tac…
Tic… tac… tic… tac…
Tic… tac… tic… tac…
Mi mente –no sé la tuya- tiene tendencia a vaguear, a dispersarse, a recordar cosas insólitas, a evadirse de su tarea de este momento que es ayudarme a encontrar la respuesta adecuada a la pregunta que me está corroyendo; se desperdiga en memeces, en asuntos innecesarios, o… se queda en blanco. Riguroso blanco-vacío-nada. Nada de nada.
No sé si te consuela saber que hay más personas que no saben/no sabemos. (Y si te consuela, confío en que no te conformes con ese consuelo sino que sigas en la búsqueda del saber)
Yo esto lo achaco a la falta de preparación para hacerlo y la ausencia de una motivación contundente. No estamos educados para saber las respuestas y saberlas de un modo correcto. La improvisación y la chapuza son muy habituales.
Las respuestas están en algún sitio, ya que a cada pregunta le corresponde una. Lo que pasa es que no nos encontramos con ellas. O bien por falta de atención –y por eso nos pasan desapercibidas-, o por buscar en el sitio equivocado, o por no querer verla ya que no nos gusta.
“Ya está bien de esta perorata” -me digo al terminar de escribir todo lo anterior-, de esta exhibición de ideas sin sentido, pero… ¿Cómo se hace para saber?
“No lo sé”, me respondo. Pero inmediatamente la memoria me recuerda que no hay que conformarse con un “NO LO SÉ”.
Respuesta chafada. Mi gozo en un pozo. A seguir investigando…
“¿Cómo se hace para saber?”, me repito.
Tal vez… admitiendo desde antes de comenzar que cualquier respuesta que aparezca puede estar equivocada, y que probablemente su validez será temporal, porque la evolución nos lleva a tener cada vez más conocimientos y más amplitud de miras. Porque la vida nos va enseñando a desapegarnos de las cosas y de las ideas. Porque la vida nos va enseñando a relativizarlo todo y a soltar el fanatismo.
Otra cosa es que no queramos aprender las lecciones de la vida y nos obstinemos en quedarnos estancados en la comodidad de no querer enfrentarnos a la realidad cuando contradice nuestra utopía.
Los esotéricos dicen que uno ya lo sabe todo, y que sólo necesita recordarlo. Como teoría suena bien. Y si es así, mejor. Pero la realidad es que si uno no lo recuerda cuando lo necesita, es mejor mandar la teoría a…
“No saber” es una posibilidad y, seamos realistas, más abundante que la de “Sí saber”. Por tanto, hemos de aprender a convivir con ello, sin desesperación, como algo natural, pero sin renunciar en ningún instante a la otra opción: la de SÍ saber, para lo cual, dependiendo del caso, habrá que preguntar al corazón, a las emociones, a los deseos, y ver si es posible satisfacer a la duda.
En algunas ocasiones sí sabemos lo que queremos, pero nos parece egoísta, o podemos padecer la sensación de que no lo merecemos o que está reservado para otro tipo de personas. O nos parece tan inalcanzable que no nos permitimos ni siquiera soñarlo.
Cuando averigüemos y sepamos qué es lo que realmente queremos, aunque haya sido un pensamiento que se ha colado sin ser invitado, aunque su paso haya sido fugaz e inmediatamente haya sido desechado, conviene prestarle atención, escucharlo, mimarlo, y darle un sitio y una oportunidad para que se exprese.
Conviene prestar atención a las respuestas que negamos o rechazamos, porque en ellas habitan en muchas ocasiones lo que decimos que no sabemos.
Sabemos más de lo que creemos que sabemos y más de lo que decimos que sabemos.
Son la inseguridad, la falta de Autoestima, e incluso el miedo ante el resultado de una decisión, quienes nos cambian una respuesta cierta por un: “¡No lo sé!”.
Nos resulta más cómodo aceptar la ignorancia que correr el riesgo de dar una respuesta.
La preocupación por dar una respuesta, que puede ser equivocada, y que tal vez nunca sabremos si fue la mejor o la más apropiada, coarta la libertad de manifestarse con sinceridad.
En las respuestas conviene valorar que no aparezca la intención de dañar a los demás, por lo menos haciéndolo con alevosía, y tener en cuenta también que es bueno buscar la que sea más beneficiosa para uno mismo. Y eso no se llama egoísmo, sino supervivencia.
Y recuerda lo que se dice: “De lo que más te arrepentirás será de aquello que no hiciste”.
Siente en el corazón. Hay más respuestas en él que en el pensamiento.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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