Los economistas dijeron que los mercados podían salvar el planeta. Pero no es así.
Por John Feffer, 7 de enero de 2016
Se suponía que los mercados iban a salvar el planeta.
O al menos ese fue el argumento utilizado por muchos economistas preocupados por los problemas del cambio climático: cuando los combustibles fósiles se hiciesen más escasos, el precio del petróleo y del gas natural subirían. De modo que otras opciones, como las energías solar y eólica, se abaratarían, sobre todo porque la inversión fluiría hacía este sector y conduciría a un descenso en los costes de estas nuevas tecnologías.
Y ¡voilá!: una mano invisible regularía gradualmente el termostato global.
Es un argumento ridículo. Por una parte, no hay garantía de que los mercados respondieran de manera oportuna (es decir, antes de que ya no haya remedio). Por otra parte, los precios del petróleo y del gas son tal volátiles e impredecibles como una rueda de prensa con Donald Trump.
En el año 2008, por ejemplo, el petróleo llegó a alcanzar un precio de 145 dólares por barril. Pero eso no duró mucho. En 2015, a pesar de la endiablada situación de Oriente Medio y en otros países productores de petróleo, como Nigeria, el precio del crudo se redujo entre entre un 30% y un 40%, alcanzando su nivel más bajo en los últimos 11 años. Es una reducción mucho más elevada que la de los precios de los productos básicos, tales como los metales, granos y la soja. Las estaciones de servicio no reflejan en su totalidad esta caída de los precios, pero los precios de la gasolina siguen cayendo a un promedio de 2,40 dólares por galón, y supuso un ahorro de más de 500 dólares el año pasado para cada conductor.
Hay un sinnúmero de razones para explicar esta caída de los precios, aunque básicamente sea por la ley de la oferta ( aumento) y la demanda (descenso): Estados Unidos ha aumentado su producción de petróleo en un 66% en los últimos cinco años, convirtiéndolo en el mayor productor de petróleo y gas natural del mundo en 2015; otros países productores, como Arabia Saudí, tampoco se ha quedado atrás, en parte para aprovechar las sanciones impuestas a Irán e intentar arrebatarle sus clientes. Por otra parte, una mayor eficiencia de los combustibles y la desaceleración del crecimiento económico en todo el mundo (especialmente en China) han reducido la demanda.
La caída en picado del precio del petróleo habrá sido una buena noticia para mucha gente y en muchos países, pero no es una buena noticia para el planeta.
Primero, las buenas noticias
Los consumidores quieren unos precios bajos de la energía. De este modo es más barato llenar el depósito o calentar la casa. La factura del comercio también es menor, debido a unos costes de producción y de transporte más bajos. Las aerolíneas debieran reducir el precio de sus billetes. Y también supone un impulso para la economía mundial. Como señala The Economist: “una caída de los precios supone generalmente un aumento del PIB por transferencia de recursos desde los productores a los consumidores, que son más propensos a gastar su dinero de nuevos ricos”.
La otra buena noticia es que los precios del petróleo no han supuesto una reducción en el desarrollo de energías más sostenibles. Con anterioridad, unos precios más baratos de los combustibles fósiles producían el efecto de que Gobiernos y la Industria invirtiesen menos en energías renovables. Sin embargo, varios factores han cambiado este panorama.
La comunidad internacional se ha comprometido recientemente en París a invertir en energías solar y eólica. Debido a los avances tecnológicos y los incentivos de algunos Gobiernos, el coste de producción de las energías renovables ha disminuido. El precio de los paneles solares en Estados Unidos, por ejemplo, ha caído un 70% desde 2009, y observadores de la Industria vaticinan una disminución todavía más pronunciada en los años venideros. Para mantener este impulso, el Gobierno de Obama amplió hasta 2019 los créditos fiscales para fomentar las energías renovables. Y los bancos de inversión, que por lo general tienen aversión a invertir en este campo, finalmente se han decidido a apostar fuertemente por este sector: Goldman Sachs, por ejemplo, anunció en noviembre que aumentaría en cuatro veces las inversiones en energías renovables.
Otro de los beneficios debido a unos precios más bajos del petróleo es de carácter ambiental: la cancelación de proyectos de obtención del petróleo más difícil de obtener. Finalmente el Presidente Obama desestimó en noviembre pasado la construcción del oleoducto Keystone, un proyecto contra el que se han manifestado numerosos activistas. La construcción del oleoducto era mucho menos atractiva con unos precios del petróleo por debajo de 60 dólares el barril.
El Departamento de Estado también está encantado con unos precios bajos del petróleo. Los aliados de Estados Unidos en Europa y los países asiáticos pueden reducir el coste de sus compras de energía ( y disponer de recursos para comprar productos estadounidenses, como material militar). Y los principales adversarios de Estados Unidos en la producción de petróleo están sintiendo el impacto: Irán tuvo que reducir su producción de petróleo debido a las sanciones, aunque el panorama es más favorable después de las conversaciones sobre su programa nuclear; Rusia también está sometido a sanciones por su actuación en Ucrania; unos precios del petróleo más bajos han supuesto una disminución de ingresos para Venezuela y también para el Estado Islámico.
La disminución de la dependencia de Estados Unidos respecto del petróleo del exterior debido al aumento de la producción nacional no sólo es algo que suena bien y agradecen los votantes. También resulta ser una poderosa arma para la política exterior estadounidense, que puede luchar de forma más efectiva contra el Estado Islámico, pero una mala noticia para restringir la venta de armas.
Y ahora las malas noticias
Se habló mucho en diciembre pasado de un posible pico mundial en las emisiones de carbono. Investigadores de la Universidad de East Anglia y Global Carbon Project publicaron un informe que señala que la emisiones de gases de efecto invernadero se redujeron en 2015 un 0,6%. Quizás no puede parecer mucho, pero es la primera reducción en décadas.
Las emisiones de carbono se han reducido en la UE, y muy poco en Estados Unidos durante 2015. Pero la verdadera razón de ese descenso es China. Debido a la reciente desaceleración económica, el país utiliza mucho menos carbón que el año pasado.
Por lo tanto, esta debería ser una buena noticia. Pero no lo es. En primer lugar, si bien China, Estados Unidos y la UE, redujeron las emisiones de carbono, el resto del mundo ha continuado con el incremento. En segundo lugar, es probable que el descenso se deba a una anomalía, del mismo modo que las anteriores predicciones del pico del petróleo resultaron prematuras.
Y en tercer lugar, para cualquier campaña a favor de lograr cero emisiones, unos precios bajos de los combustibles fósiles es el peor incentivo. El precio actual es demasiado irresistible, para los propietarios de automóviles que lo emplean en las vacaciones, para las empresas que quieren aumentar sus ganancias, y para los Gobiernos que quieren impulsar el crecimiento económico.
Ramificaciones geopolíticas
Arabia Saudí ha estado últimamente destacando en sus actuaciones: ha intervenido militarmente en su vecino Yemen para aplastar un movimiento de insurgencia del que culpó a Irán (sin evidencias); ha destinado dinero para sus propias fuerzas insurgentes (los extremistas sunitas) para derrocar a Bashar al-Assad en Siria; el día de Año Nuevo ejecutó a serie de “terroristas”, entre el jeque Nimr al-Nirm, un clérigo chií.
Desde luego, Arabia Saudí no es conocida por su moderación, pero el Gobierno de Riad ha estado actuado de una forma mucho más errática y paranoica de lo habitual.
O tal vez Arabia Saudí tenga buenas razones para esa paranoia: la caída de los precios del petróleo significa problemas económicos para un país que depende de las ventas de crudo, suponiendo de un 85% a un 90% de sus ingresos. El país ya tiene un enorme déficit, alrededor del 15% de su PIB. En sus presupuestos más recientes, los saudíes han tenido que apretarse el cinturón, lo que se traducirá en recortes en las subvenciones al gas y el agua.
Reducción de las subvenciones y subida de precios. Si los precios suben, la gente se muestra descontenta. En otros países de Oriente Medio, el aumento de precios ha dado lugar a numerosas protestas. No es de extrañar que Riad esté tratando de eliminar los posibles focos de oposición, tanto dentro del país como en el exterior.
La volatilidad del mercado de energía ha contribuido a desestabilizar a Gobiernos en el pasado: la Unión Soviética bajo Gorvachov, el régimen de Suharto en Indonesia o Venezuela, poco antes del ascenso de Hugo Chávez. Así que no es descabellado pensar que los vientos de cambio que soplan en Arabia Saudí, o Rusia, donde la situación económica está volviéndose desesperada, o Irán, que está deseando que se levanten las sanciones económicas después del acuerdo nuclear.
Pero como señala F. Gregory Gause en el Informe de Brookings, de abril de 2015: los precios del petróleo son sólo uno de los factores que afectan a la estabilidad de un Gobierno, y la mayoría de los productores de petróleo tienen las suficientes reservas como para capear la volatilidad. De hecho, Gause se imagina incluso que una caída de los precios del petróleo puede traer una mayor estabilidad a Oriente Medio si Irán y Arabia Saudí coordinar sus esfuerzos para recortar la producción. Pero Arabia Saudí e Irán han roto las relaciones la semana pasadoa lo cual parece que ambos continúen extrayendo petróleo a un ritmo vertiginoso, lo que hace que los precios caigan aún más.
Uno no puede dejar de pensar que Estados Unidos haya aumentado su producción de energía para mantener unos precios bajos, con la finalidad de generar disturbios en Rusia, o que Arabia Saudí haga lo mismo para fomentar el descontento en Irán. Ambos países tienen muchas razones para apretar el acelerador, en lo que a la energía se refiere. Pero las autoridades de Riad y Washington quizás no estén preocupados por los efectos secundarios de su estrategia.
El problema es que la inestabilidad en Rusia e Irán no está en el punto de mira de uno u otro, Estados Unidos y Arabia Saudí. Washington necesita la ayuda de Moscú e Irán para negociar una solución en Siria. Y la administración de Rouhani, frente a un Gobierno clerical de línea más dura que pudiera surgir en Irán, es un socio con mejores perspectivas de negociación que Arabia Saudí ( suponiendo, claro, que quiera ser interlocutor).
Una oportunidad de oro
Los bajos precios de la energía han llegado en un momento especialmente oportuno.
Los Gobiernos no pueden simplemente sentarse y esperar, sino que deben emplear recursos de manera inteligente, sobre todo cuando se trata del medio ambiente. Que las inversiones estén fluyendo al sector de las energías renovables a pesar de la caída de los precios del petróleo y el gas natural, es una buena noticia. No está claro durante cuanto tiempo los precios se mantendrán bajos, de modo que los Gobiernos deberían de utilizar bien el dinero.
Una medida prioritaria debería la eliminación de las subvenciones a la energía, como dice Moises Naim en The Atlantic:
“Las subvenciones a la energía, que ascienden a 540 mil millones de dólares en todo el mundo, es alguno muy común, pero es también perjudicial para la economía, las personas que tienen menos recursos y el medio ambiente, ya que estimulan el consumo e impiden los esfuerzos para ahorrar energía y utilizarla de un modo más eficiente. Según el Banco Mundial, estas subvenciones son regresivas: del orden del 60% al 80% de lo que los Gobiernos de Oriente Medio y el Norte de África gastan en subvenciones a la energía, benefician exclusivamente al 20% más rico de la población, de modo que los menos favorecidos reciben menos del 10% de esas subvenciones públicas”. |
Con precios tan bajos, los Gobiernos podrían fácilmente suprimir esas subvenciones a la energía sin causar excesiva perturbación en la economía de los consumidores (al mismo tiempo que podrían emplear ese dinero en ayudar a los más desfavorecidos).
La segunda prioridad es que los Gobiernos utilicen el dinero que se ahorran en unas importaciones de energía más baratas en proporcionar unas subvenciones de un tipo diferente: para las energías renovables. Este es el momento en el que el mundo debiera realizar un cambio drástico. Los Gobiernos debieran centrarse en el sector público: reducción de las emisiones de carbono en los edificios públicos, en las escuelas, hospitales, etc. Pero también debe ayudar económicamente para que los hogares adopten la energía solar, en la construcción de parques eólicos y para que las empresas mejoren sus procesos de fabricación.
La tercera prioridad es algo contrario a la intuición. Los productores de energía deben unirse para reducir la producción, lo que conllevaría a un aumento de los precios del petróleo y del gas. Al menos, así debiera ser. Si queremos reducir considerablemente las emisiones de carbono, tenemos que tener unos precios de los combustibles fósiles lo más alto posibles.
El ex Ministro de Petróleo venezolano, Juan Pablo Pérez Alfonso, que impulso la creación de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), no estaba interesado en el aumento de los precios del gas para obtener unos beneficios extraordinarios, un ecologista que consideraba al petróleo un “excremento del diablo”. Veía a la OPEP, y su capacidad para reducir la producción y aumentar los precios, como una herramienta para la conservación.
Este es precisamente el tipo de cosas que necesitamos desesperadamente en este momento, cuando el excremento del diablo se ha convertido en más barato que el litro de leche desnatada.
John Feffer es codirector de Foreing Policy in Focus del Instituto de Estudios Políticos en Washington D.C. Es autor de “Corea del Norte, Corea del Sur: la política de Estados Unidos en tiempo de crisis” (Seven Stories, 2003), entre otros libros.
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Procedencia del artículo:
http://www.commondreams.org/views/2016/01/07/economists-said-market-would-save-planet-it-didnt