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Reconstruir el Paraíso Terrenal no es fácil. «Cada escultura nos lleva entre una semana y un mes», explica Manto, de 26 años, que estudió escultura durante un año en Florencia, mientras da capas de pintura a la piel de la coveja. No sólo es duro. También es una ciencia inexacta. Fazekas, de pelo castaño, 24 años, parece algo escéptica: «Nosotras seguimos las instrucciones de los expertos. Pero siempre entra en juego tu criterio artístico. A veces te vuelves loca». Tal vez sea por lo ambicioso de la tarea, dado que el Génesis no da descripciones físicas. Por ejemplo, ¿cómo eran Adán y Eva? «Los científicos han hecho sus investigaciones basándose en la genética, y suponemos que eran físicamente como la gente de Oriente Medio», declaran las artistas. En el taller, unas esculturas, aún sin pintar, muestran a nuestros primeros padres. El resultado, sin embargo, parece poco impresionante: Eva podría ser la chica del mes de Playboy, y Adán el equivalente de Playgirl. O en el Paraíso había implantes de silicona y gimnasios, o los gustos estéticos de Dios son sorprendentemente parecidos a los de cualquier revista.
Visión bíblica. Pero esto no es ninguna revista de moda. Ni el decorado de una película de ciencia-ficción. Se trata del taller del Museo de la Creación, en Boone County, Cincinnati, un proyecto de 25 millones de dólares —21 millones de euros—, que abrirá sus puertas dentro de un año. Es un Museo de Historia Natural y de Historia de la Humanidad, con sus dinosaurios y su planetario, su cafetería y su tienda para niños, sus hombres de Neanderthal viviendo en cavernas y sus fósiles. Pero con un matiz: en él, todo será explicado con una interpretación literal de la Biblia.
Carolyn Manto y Stephanie Fazekas creen que Dios creó el mundo en seis días, que Noé salvó en su arca a los animales —incluyendo a los dinosaurios, que no se extinguieron hasta hace unos pocos siglos, si es que todavía no quedan algunos en regiones tropicales— y que las razas humanas son una consecuencia directa de la confusión creada tras la Torre de Babel. Es lo mismo que creen otros 125 millones de estadounidenses, el 42% de la población, según una encuesta hecha en agosto pasado por el Centro de Estudios Pew, la organización de análisis de la opinión pública más prestigiosa de ese país. La tesis de Charles Darwin de que las especies han evolucionado de forma aleatoria sólo es aceptada por el 26% del censo: apenas 67 millones de personas.
En otras palabras: en Estados Unidos —cuyos científicos han ganado 55 veces el Premio Nobel de Química, 41 el de Física y 74 el de Medicina—, casi la mitad de la población es creacionista estricta, es decir, cree que la versión del origen del Universo contenida en la Biblia debe ser aceptada de forma literal y sostiene que la evolución es ciencia-ficción, como rezaban las pegatinas repartidas en la Conferencia para la Acción Política Conservadora celebrada en San Francisco el pasado 11 de febrero. Entre los adeptos se encuentra Raymond V. Damadian, el inventor de las resonancias magnéticas, y que ahora es uno de los asesores del Museo de la Creación.
Dos pisos más arriba del taller en el que Manto y Mazekas tratan de reconstruir el Génesis, está el despacho de Ken Ham, el fundador y máximo responsable del proyecto. «La gente está empezando a tener acceso a más y más información. Eso les lleva a cuestionar la Evolución. La información es clave. Y queremos que el museo disemine esa información crítica», dice Ham frente a su ordenada mesa de trabajo. Al otro lado de los grandes ventanales, el jardín de hectárea y media que rodea la sala, y en el que están empezando a construirse una serie de cascadas, tiembla bajo el frío del Medio Oeste estadounidense.
La localización del futuro museo revela que el proyecto está subordinado al proyecto de Ham de difundir su visión de la creación entre el mayor número posible de gente. «Prácticamente dos tercios de la población de Estados Unidos vive a menos de 1.000 kilómetros de aquí. Nueva York, Chicago, Washington y Atlanta están dentro de ese radio. Y por aquí pasa la autopista con más tráfico del país», explica Mark Looy, el jefe de prensa, un jovial americano enamorado de España que, con su camisa azul, bigote blanco y ligero sobrepeso, parece la representación de la idea platónica del estadounidense de clase media.
A sus 54 años, Ham es más delgado que Looy, y su fisonomía viene marcada por una barba sin bigote que, en su cara cuadrada, recuerda al capitán Ahab tal y como lo interpretó Gregory Peck en la versión de Moby Dick dirigida por John Huston. Ham, sin embargo, no parece un hombre consumido por una pasión destructiva, aunque él igualmente está entregado a una causa. «Darwin esencialmente admitió que quería demostrar que la Biblia estaba equivocada», explica con la voz suave y el tono didáctico de quien ha explicado sus tesis en miles de charlas —impartidas, entre otros lugares, en Valencia, Málaga, Madrid y Sevilla— y con un acento en el que todavía quedan inflexiones de su Australia natal. La biblioteca de su oficina muestra sus intereses: hay unos 100 libros, en su mayor parte religiosos y científicos.
Expertos. Ham es licenciado en biología, al igual que muchos otros trabajadores del Museo de la Creación. De hecho, el centro puede alardear del currículo académico de muchos de sus responsables. El planetario, con capacidad para 84 personas, ha sido diseñado por Jason Lisle, doctor en Astrofísica por la Universidad de Colorado, con el objetivo de «demostrar cómo los cielos declaran la gloria de Dios». Los efectos de luz y sonido, que harán que los visitantes experimenten en sus propias carnes cómo fue el Diluvio Universal o la cólera de Dios cuando Adán y Eva comieron la fruta del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, están siendo preparados por Patrick Marsh, a quien Steven Spielberg encargó parte de los efectos especiales de la película Tiburón.
Otros miembros de la organización tienen doctorados o licenciaturas en disciplinas científicas por las universidades de Harvard, Oxford, Londres, Berkeley, UCLA, Georgetown y Pensilvania. Los aproximadamente 20.000 donantes del museo «son, en promedio, personas con un nivel educativo más alto que la media de los socios de una ONG», declara Looy, que estudió Ciencias Políticas y se especializó en la antigua Unión Soviética. La donación media es de 70 dólares (57 euros), pero algunos contribuyentes son muy ricos. Una familia anónima del estado de Michigan ha donado 475.000 dólares (400.000 euros) para el planetario.
No sólo la localización del museo es didáctica. También su tono. En sus oficinas, divididas en los típicos cubículos de las empresas estadounidenses, gran parte de los 130 empleados y 40 voluntarios preparan las exhibiciones, realizan DVDs didácticos, cuidan una página web (www.answersingenesis.org) y escriben un boletín que llega a 70.000 suscriptores. Aunque las estrellas no son las personas, sino los dinosaurios. «No somos una galería de dinosaurios, pero sí los utilizamos mucho, porque hay una gran fascinación por esos animales», declara Looy junto a un robot que representa a un velocirraptor como los de la película Parque Jurásico, que se mueve y ruge de la forma más siniestra posible, y que ha costado 75.000 dólares (63.000 euros). El Museo tendrá muchos más robots, incluyendo a uno del apóstol San Pedro que explicará cómo se tradujo la Biblia, y otro de un centurión romano contando la crucifixión de Jesucristo. Difundir la idea de que el universo funciona de acuerdo a la Biblia es difícil. La organización Respuestas en el Génesis, creada por Ham y que es la impulsora del proyecto, sostiene que los dinosaurios no se extinguieron, sino que Noé los metió en el Arca (aunque probablemente cogió crías o huevos para ganar espacio). «No hay pruebas, pero sí evidencias, de que los dinosaurios vivieron hasta fechas recientes, como muestra la bandera de Gales [en la que se representa un dragón rojo], la aparición de sangre en los huesos de un dinosaurio exhumados en Montana y ciertas referencias a grandes animales en la Biblia, como el Behemot [monstruo mítico]», declara Looy. Las dificultades parecen agudizarse con la tesis de que en el Paraíso los animales no comían carne. Pero, cuando el visitante pregunta a Looy cómo es posible que un cocodrilo con una dentadura pavorosa exhibido en la zona del Jardín del Edén fuera herbívoro, obtiene una respuesta clara y concisa: «No puedes partir una sandía si no tienes unos dientes como ésos».
Converso. Looy nació en una familia atea, pero se convirtió al Creacionismo en una conferencia impartida por el bioquímico Duane Gish en la Universidad de Berkeley, una de las más izquierdistas de Estados Unidos. Su conversión parece un símbolo de lo que, según algunos, es un fenómeno más profundo en la sociedad yanqui. En julio de 2002, el Premio Nobel de Economía Robert Fogel, uno de los pioneros en el análisis combinado de fenómenos sociológicos y económicos, declaró en Madrid que «estamos en un momento de despertar religioso en Estados Unidos».
Cuatro años después, los hechos revelan que esas palabras eran proféticas (aunque no consta que Fogel sea creacionista). Y la Teoría de la Evolución, más incluso que el aborto o el matrimonio homosexual, se ha convertido en lo que en EEUU se llama «las guerras de la cultura». La clave reside en si Dios debe entrar o no en las clases de las disciplinas científicas. Los defensores de que así sea pretenden que los profesores expliquen, además de la Evolución, la teoría del Diseño Inteligente, según la cual ciertos elementos del Universo y de los seres vivos se comprenden, mejor que con la selección natural, con una causa creadora inteligente. Es decir: por Dios (aunque no falta quien dice que por los extraterrestres o por viajeros en el tiempo).
La idea es muy popular. El vicepresidente Dick Cheney ha dado conferencias en el Discovery Institute, la organización más fuerte de apoyo al Diseño Inteligente. George W. Bush y su principal enemigo político, el senador John McCain, al que muchos ven como un republicano moderado, defienden que el Diseño Inteligente sea impartido en igualdad de condiciones que el Darwinismo. En 2001, el senador Rick Santorum —el número 3 de la jerarquía republicana del Senado— introdujo una propuesta no de ley para que así fuera y la coló en la Ley del Presupuesto de Educación: 91 senadores votaron favor de la Ley —con enmienda incluida— y ocho en contra. Era previsible. Por un lado, la propuesta no iba a convertirse en ley, por lo que sólo tenía un significado simbólico. Por otro, revelaba que los legisladores son conscientes de que mostrar un apoyo ciego al Darwinismo es un suicidio político. Según una encuesta de la empresa de estudios demoscópicos Zogby, el 71% de los estadounidenses «quiere que los profesores de Biología enseñen en clase la Teoría de la Evolución de Darwin, pero también los argumentos científicos en su contra».
El plan de Santorum no tuvo repercusiones a nivel nacional. Pero el movimiento sigue en los estados. Sobre todo en el sur, donde el 51% de la población cree que Dios creó el Universo en seis días y al séptimo descansó. Los Senados de Misisipí y Alabama están debatiendo una Ley que hará la enseñanza del Creacionismo obligatoria y la de la Evolución voluntaria. Utah prepara otra ley que obligaría a los profesores a especificar, cuando hablen de la Evolución, que no todos los científicos están de acuerdo con esa teoría. En Oklahoma no se debate una, sino dos leyes para obligar que el Diseño Inteligente —una versión diluida del Creacionismo, que simplemente recuerda la influencia de Dios en el Cosmos— se enseñe en igualdad de condiciones que la Evolución. El Senado de Misuri debate otra norma para incentivar a los profesores a cultivar el «espíritu crítico» de los niños de entre 6 y 12 años por medio de ejercicios en los que se cuestiona el Darwinismo. Indiana acaba de aprobar la revisión de todos los libros de texto en los que se explica la Evolución.
Amenaza. Es el último frente en «las guerras de la cultura», un conflicto que a veces amenaza con convertirse en una batalla campal de verdad. Cuando el pueblo de Dover, en Pensilvania —un lugar no exactamente ateo, como muestra el que tenga siete iglesias para 1.815 habitantes— decidió que sus niños no estudiarían el Diseño Inteligente, Pat Robertson, el fundador de un grupo llamado Coalición Cristiana, dijo: «Sólo quiero decir a los buenos ciudadanos de Dover que, si hay un desastre en el área en que vivís, no le pidáis a Dios, porque lo habéis echado de vuestra ciudad».
Robertson ha creado una instalación aún más impresionante que el Museo de la Creación, la Regent University, en Virginia Beach. El fundador de la Coalición Cristiana, que es protestante evangélico, recibió allí a Magazine en septiembre, para explicar el renacer religioso de EEUU que, según él, se está extendiendo a todo el mundo, con la excepción de Europa. «Somos el grupo más dinámico y que más crece. Y hay una evidente convergencia entre católicos y protestantes en este campo», dijo Robertson. Santorum, a fin de cuentas, es católico, aunque L’Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, ha publicado un artículo defendiendo la Evolución y en contra del Diseño Inteligente en el que se califica a los creacionistas de dogmáticos.
En realidad, los creacionistas están muy divididos. Ham, que también es evangélico, recela de Robertson. «Hay que distinguir entre ir a la iglesia y ser cristiano. La formación teológica de la mayoría de los evangélicos es muy pobre», explica, en referencia a los seguidores de la Coalición Cristiana. También rechaza el Diseño Inteligente: «Es un movimiento que acepta el Big Bang [la teoría de que el Universo fue creado por una explosión que hace que se siga expandiendo] y que no rechaza la Evolución. Nos gusta, porque mantiene a los evolucionistas ocupados. Pero no es un movimiento cristiano». Eso es cierto. Entre los defensores del Diseño Inteligente hay, por ejemplo, musulmanes. Y, además, la suspicacia es mutua. «Respuestas en el Génesis es un movimiento exclusivamente cristiano y demasiado dogmático», explica un miembro del Discovery Institute que prefiere no desvelar su nombre. El Museo de la Creación también tiene un fuerte componente anticatólico, con una instalación en la que se explica por qué Lutero estaba en lo cierto y el Vaticano, equivocado.
Pero, a pesar de las divisiones, la guerra a Darwin continúa en un país en el que hubo gente que llegó a enviar tarjetas de felicitación tras los atentados del 11-S «porque esto demuestra que el Juicio Final está próximo». Un Juicio Final que también está presente en el Museo de la Creación, aunque aún no se sabe bien cómo será. «Hay que hacerlo de forma muy cuidadosa. Tenemos que dar una imagen positiva. Pero ser juzgado por Dios no es poca cosa», finaliza Looy. Y en EEUU, hoy, la justicia divina más temible está presente en todo el país. Como dijo Robertson cuando le criticaron por sus declaraciones respecto a Dover, quienes no estén de acuerdo, «que le recen a Darwin, no a Dios».
En www.answeringenesis.com y www.discovery.org
1 Dinosaurios
Según los creacionistas, no se extinguieron hasta fechas recientes y es posible que haya algunos vivos. Los primeros seres humanos jugaban con los dinosaurios herbívoros. La Tierra no supo lo que fue la muerte de un ser vivo a manos de otro hasta después del Pecado Original, cuando Yavé ordenó a Adán que sacrificara un cordero.
2 La familia
Adán y Eva vivían felices hasta que cometieron el Pecado Original. Tuvieron decenas de hijos. Para los creacionistas, una cuestión compleja es si Adán y Eva tenían ombligo, dado que fueron creados por Dios, uno del barro, la otra de una costilla de él, y no nacieron ni fueron gestados, por lo que no tuvieron cordón umbilical.
3 Mamuts
Estaban presentes en la Creación. La organización “Answers in Genesis” (Respuestas en el Génesis) vincula las eras glaciares –cuando, según la ciencia, vivieron estos animales– a las consecuencias del Diluvio Universal.
4 La vegetación
Es difícil saber cómo era, pero los creacionistas asumen que en el principio, el Jardín del Edén era como una selva tropical.
EL DÍA EN QUE DARWIN SE DECIDIÓ A CONTARLO
Mantuvo en secreto su Teoría de la Evolución durante 20 años porque sabía las consecuencias que iba a tener.
Por Pablo Jáuregui
Charles Darwin tuvo que armarse de valor antes de presentar en sociedad su irreverente teoría de la evolución. De hecho, se pasó más de dos décadas dándole vueltas a esta peligrosa idea en la cabeza, hasta que finalmente se atrevió a publicar “El Origen de las Especies” en 1859, el primer árbol evolutivo de la Historia. Su intuición era que todas las especies vivas –incluyendo al ser humano– no habían sido engendradas de un día para otro por la mano de Dios, sino por un proceso de selección natural, basado en la supervivencia de los organismos mejor adaptados a su entorno, que había durado milenios. En la Inglaterra victoriana del siglo XIX, semejante propuesta suponía una insolente blasfemia, y Darwin era perfectamente consciente del escarnio público al que tendría que enfrentarse desde el momento en que la hiciera pública. En una carta que le escribió a uno de sus mejores amigos, el botánico Joseph Hooker, el padre de la evolución confesó que se sentía “como un hombre a punto de confesar un crimen”.
Darwin era un hombre al que no le gustaba nada perder tiempo y energía en polémicas. No podía permitirse ese lujo, ya que poco después de pisar suelo británico tras la aventura transoceánica del “Beagle”, su salud se volvió extremadamente frágil, y cualquier situación de angustia le condenaba a la cama durante días con temblores, vómitos y palpitaciones.
Darwin ya conocía de primera mano el escándalo al que iba a tener que enfrentarse, porque en cierta medida ya lo había sufrido en su propio hogar. Su esposa Emma, una prima carnal con la que se casó a los 30 años tras calibrar de forma metódica “los pros y los contras del matrimonio” en uno de sus célebres cuadernos de apuntes, era una mujer muy creyente que desde el inicio de su relación le echó en cara su falta de fe. Darwin la tranquilizó como pudo, asegurándole que él creía en Dios a su manera, pero con el paso de los años, la creciente rebeldía científica del naturalista contra las verdades establecidas de la Iglesia se convirtió en una gran fuente de tensión en un matrimonio que por lo demás fue muy feliz.
El momento culminante de este delicado conflicto religioso en el seno de la familia Darwin llegó tras la muerte de Annie, la hija favorita de Charles (de las 10 criaturas que tuvo con Emma), como consecuencia de una tuberculosis. Para el padre de la evolución, la agonía de su niña de 10 años fue la prueba definitiva de que no podía existir un Dios que permitiera una injusticia tan cruel. Un mundo en el que existen especies de avispas que se alimentan de los cuerpos vivos de los gusanos, provocándoles torturas infernales, o donde él había tenido que padecer la insoportable muerte de su queridísima Annie, no podía ser un mundo gobernado por un Creador bondadoso y omnipotente que se preocupara por sus criaturas, sino un universo frío en el que los hombres se encuentran totalmente solos ante los caprichos del azar.
Pero precisamente por haber tenido que padecer disputas tan dolorosas en su propia casa, y quizás en sus diálogos consigo mismo, Darwin temía las reacciones de hostilidad que podrían provocar sus ideas sobre la evolución de las especies y, sobre todo, la implicación más humillante para el ser humano: el hecho de que nuestra especie no había sido creada a imagen y semejanza de Dios, sino que había “descendido” del mono. El padre de la evolución quiso asegurarse, por lo tanto, de que sus argumentos estaban muy bien fundamentados sobre los cimientos de la evidencia recogida en sus trabajos de campo, y por eso tardó más de 20 años en “confesar su crimen”.
La aparición de “El Origen de las Especies” desató un escándalo descomunal en la sociedad británica, y sobre todo en los círculos eclesiásticos que aún ejercían su hegemonía en el mundo académico. El prestigioso geólogo Adam Sedgwick, por ejemplo, comparó al autor de esta “insolente” teoría con “la serpiente del Jardín del Edén”, por envenenar las mentes de las damas inglesas al enseñarles que son “hijas de los simios y criadoras de monstruos”. Al mismo tiempo, las revistas satíricas de la época caricaturizaban la inconfundible cabeza barbuda de Darwin, pintándola sobre el cuerpo de un chimpancé, y el arzobispo de Dublín denunció que la teoría de la evolución constituía la visión más degradante del ser humano jamás concebida, ya que implicaba que “no hay Dios y que Adán es un mono”. La polvareda social levantada por sus ideas inevitablemente volvió a postrar en la cama a un Darwin superado por la angustia de encontrarse en el ojo de este huracán fundamentalista.
Afortunadamente, sin embargo, Darwin contaba con excelentes aliados en la comunidad científica que le ayudaron a defender la teoría de la evolución frente a todos aquéllos que la habían bautizado como “el evangelio del demonio”. El más importante de ellos fue sin duda el naturalista Thomas Henry Huxley. Ante la imposibilidad de que el propio Darwin pudiera promocionar sus ideas en público, fue Huxley el hombre que ganó la primera batalla histórica para el campo de los evolucionistas, cuando el 30 de junio de 1860 se celebró un gran debate sobre la llamada “teoría del mono” en la Universidad de Oxford. En aquel evento, que congregó a una enorme multitud de estudiantes, profesores y autoridades eclesiásticas, el obispo de esta célebre ciudad universitaria, Samuel Wilberforce, se enfrentó a Huxley en un espectacular duelo dialéctico.
El objetivo de Wilberforce fue ridiculizar la teoría de Darwin, manifestando su sorpresa ante esa “extraña hipótesis” según la cual los hombres están emparentados con “las setas”, y preguntando a Huxley, con fina ironía inglesa, si descendía del mono “por el lado de su abuelo o su abuela”. Sin embargo, al obispo el tiro le salió por la culata, ya que Huxley era un maestro de la esgrima verbal, y tras exponer de forma brillante los argumentos de Darwin, le respondió con un golpe magistral que aún resuena en la cámara de debates de la Universidad de Oxford: “Si tuviera que escoger entre tener como abuelo a un mono miserable, o a un hombre dotado de inteligencia y poder, pero que empleara estas facultades para introducir ideas ridículas en un debate científico serio, preferiría mil veces al simio”. A continuación, todo el público estalló en carcajadas y aplausos a favor del padre de la Evolución, y aquel fue un primer paso decisivo en la aceptación social del darwinismo.
Cuando Darwin murió dos décadas después, en 1881, su teoría ya se había establecido ampliamente como un respetado paradigma para comprender y analizar todas las formas de vida en la Tierra. De hecho, las autoridades británicas le concedieron el honor póstumo de ser enterrado en el cementerio de Westminster Abbey, el lugar donde suelen enterrarse todas las grandes figuras de Gran Bretaña, junto a otro gran revolucionario de la ciencia, Sir Isaac Newton.
Lo que el padre de la Evolución jamás hubiera imaginado es que, a principios del siglo XXI, los arcaicos argumentos de aquel dogmático obispo de Oxford volverían a resurgir contra él en el corazón del país más poderoso del mundo.
Y AHORA EL “DISEÑO INTELIGENTE”
Por Santiago Collado
“En la actualidad, existe mucha controversia en el encendido debate entre creacionismo, evolucionismo y Diseño Inteligente (D.I.). Esta última corriente defiende que los sistemas biológicos ofrecen un cierto diseño natural que ha llegado a un nivel de complejidad irreductible, y niega que algunos sistemas complejos puedan haberse formado de manera paulatina. Para entendernos: o están todas las partes en su sitio o el entramado no funciona; si quitas una simple molécula, todo se derrumba. Este es el arma que empuñan sus defensores para enfrentarse a Darwin. Pero que ha habido evolución desde los dinosaurios hasta ahora es patente. El darwinismo habla de modificaciones aleatorias de los seres vivos y de selección natural. El D.I. busca el respaldo de la ciencia, pero apoyada en un principio creador, y entre sus defensores se encuentran protestantes, católicos, musulmanes… El debate se ha polarizado y la ideología lo ha contaminado. Es una lucha entre los que apoyan que la realidad del mundo procede del azar o se explica a sí misma, y los que apelan a un dios”.
Santiago Collado es físico y filósofo, y profesor de la Universidad de Navarra
http://www.gbasesores.com/reflexiones/biblia/creacionistas.htm