El Bosco, aquel pintor de muchos nombres, murió hace 500 años. Y tal y como se preveía, varios lugares celebran la efeméride por todo lo alto. El primero fue s’Hertogenbosch (Holanda), su ciudad natal y de residencia. El segundo es El Escorial, donde en época de Felipe II se reunió la mayor concentración de cuadros del pintor. Ahora le toca el turno al Prado, el museo donde se encuentran obras tan fundamentales como El carro del heno o El jardín de las delicias. La exposición de s’Hertogenbosch (en castellano, Bolduque) atrajo casi 500.000 visitantes. La de Madrid, entre el 31 de mayo y el 11 de septiembre, será histórica.
El Bosco y su circunstancia
Jheronimus Bosch (también Hieronymus o Jeroen) nació en realidad como van Aken (o Aaken), apellido procedente de Aquisgrán, la antigua ciudad palatina. Su bisabuelo era un pintor conocido en Nimega y su abuelo, igualmente pintor, ya se trasladó a s’Hertogenbosch, donde a la familia le debió de ir bien. Prueba de ello es que el padre de Jheronimus, Anthonius, pudo comprar una casa de piedra, signo de alto nivel, en plena plaza de la ciudad. Es decir, artesanos de lujo bien establecidos entre la burguesía, bien relacionados y bien casados, como el mismo Jheronimus.
No se conoce su fecha de nacimiento a ciencia cierta. En torno a 1450. Tampoco se sabe demasiado de su vida, aunque trabajos historiográficos como el escrito para esta muestra por la comisaria Pilar Silva Maroto, aporten un sinnúmero de pistas. En 1481 contrajo matrimonio con la hija de patricios Aleyt Goyaert. Un salto en la escala social. Otro dato muy significativo es su entrada en 1488 en la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora y más tarde en su círculo más interno, compuesto sobre todo por curas seglares, patricios (burgueses ennoblecidos), profesionales como médicos o abogados y algunos artistas. Entre 60 y 80 personas con una gran influencia en la religión y la nobleza del ducado de Brabante, del cual era capital. Lo que se llama un lobby religioso-burgués que hablaba en nombre de los más o menos 10.000 miembros de la Hermandad.
Esta era una época de especial agitación en la Europa Central, desde Bohemia hasta Flandes. En lo religioso estaban surgiendo todo tipo de movimientos espirituales que acabarían en el protestantismo pero ahora se centraban en laDevotio Moderna de Thomas a Kempis o en Erasmus de Rotterdam, contemporáneo de El Bosco, a quien seguramente conoció porque consta que el aún joven Erasmus estudio tres años en s’Hertogenbosch.
Por otro lado, se acumulaban las tensiones políticas que conducirían a las guerras de religión y en general a un enfrentamiento europeo que continuaría hasta el siglo XX. En la época de El Bosco, Brabante formaba parte del Gran Ducado de Borgoña, antagonista del rey de Francia, de quien era vasallo, para pasar luego a la casa de Habsburgo con el emperador Maximiliano I. Los españoles conocemos bien la historia posterior de Flandes.
En lo artístico, en Italia ya estábamos en el Renacimiento maduro. Que en realidad fue cuando el Renacimiento llegó a las artes centroeuropeas, flamencas y alemanas. Esa dilatada influencia del gótico o de no considerar necesaria la emulación de la antigüedad clásica, condujo a otro tipo de pintura y de imágenes. Una pintura con rasgos que podían parecer arcaicos pero muy evolucionada y bien informada a través de grabados, en los que Centroeuropa ya era una potencia.
Entre los pintores flamencos coetáneos de El Bosco estaban Petrus Christus (c.1410-75), Dieric Bouts (1420-75), Memling (c. 1430–1494), Van Der Goes (1440-82) o Brueghel el Viejo (c.1525-1569) y en la hoy Alemania Schongauer (post 1455-91), Grunewald (1470-1528), Durero (1471-1528) o Cranach el Viejo (1472-1553).
¿Sus correspondientes italianos? Mantegna (1431-1506), Leonardo (1452-1519), Miguel Ángel (1475-1564), Rafael (1483-1520). Tradiciones muy distintas pero más interrelacionadas de lo que aparentan: Vasari (1511-1574) comenta cómo un casi niño Miguel Ángel copió al óleo el famosísimo grabado La Tentación de San Antonio, de Schongauer, una obra muy en la imaginería infernal de El Bosco, por otra parte.
El Bosco y su obra
Antes de iniciar un repaso por su obra, hay que advertir un par de cuestiones. Como sucede con muchos grandes clásicos (todavía está el Prado La Tour, un caso extremo), la cuestión de la atribución de obra es muy entretenida pero siempre al albur de descubrimientos/ocurrencias ocasionales de uno u otro estudioso. Por ejemplo, El carro del heno siempre ha despertado algún escepticismo (fuera de España, bien entendido) y tanto los Siete pecados capitales (Prado) como Cristo con la cruz a cuestas (Gante) han caído hace unos pocos meses bajo la sospecha de ser trabajos de taller. Lo mejor es conformarse con lo que nos cuenten pero seguir creyendo candorosamente que el Hombre del casco de oro es de Rembrandt y El coloso de Goya, por mucho que lo niegue algún experto.
Otra dificultad es la de la datación. No hay cuadros de El Bosco datados y estilísticamente no es fácil percibir una evolución lineal. Lo más aproximado, dado que todos son óleos sobre tabla, son análisis dendrológicos de los soportes. Lo cual ofrece cierta orientación, pero tampoco precisa. Entre que la madera fuera cortada, curada y después fuera utilizada podían pasar muchos años. Nos movemos en plazos de una década. En cualquier caso, no hay obra acreditada y eso con dudas, de antes de 1485.
De las 59 obras que se muestran, unas 29 son atribuidas a El Bosco. De ellas, 10 son dibujos a tinta y 19 son óleos sobre tabla. Teniendo en cuenta que apenas hay 30 obras por el momento fuera de duda, no está nada mal. Las otras 30 obras o bien están atribuidas a seguidores, a su taller o pertenecen a otros artistas que trabajaban en su ciudad como Alart du Hameel, compañero en el círculo rector de la Hermandad de Nuestra Señora. O el escultor de altares Adriaen van Wesel, quien recibió el encargo de la Hermandad para que realizara el altar de la nueva iglesia de Nuestra Señora.
Son trabajos que está bien ver, pero quizá inciden demasiado en el ambiente lugareño de El Bosco, cuando una de las pocas cosas documentadas sobre su peripecia es que recibió un encargo de Felipe el Hermoso para pintar un Juicio Final. Es decir, que tan local no era. Tampoco se entiende que no esté presente su compañero del Prado, Brueghel el Viejo, uno de sus más evidentes continuadores. Y ya puestos, hay que anotar que un grabador como Pieter van der Heyden (1530-1572) grabó dibujos de Brueghel como por ejemplo Lujuria, que a su vez bebían directamente de El Bosco.
Sin embargo, está muy bien que haya tantas obras de taller o de seguidores. En primer lugar, hay algunas estupendas y en segundo, pasado mañana alguna puede ser reconocida como de la mano del maestro. Y eso que se lleva adelantado.
Comentado esto, esta exposición es tremenda. A los tres grandes trípticos del Prado, el jardín de las delicias (terrenales), el carro del heno y la Adoración de los Magos se une el tríptico de las Tentaciones de San Antonio Abad de Lisboa y el deSanta Wilgefortis (antes Santa Julia) de Venecia. Asimismo vienen de allí cuatro tablas de lo que se supone fue un políptico tradicionalmente adjudicado a El Bosco aunque de forma un poco lábil, como reconocen los mismos venecianos. De Brujas viene su Juicio Final, inferior al de mayor tamaño, más complejo y mejor conservado de la Academia de Viena.
Lo que sí es una ocasión única es ver reunidos los cuatro fragmentos de un tríptico o díptico desmantelado, conocido como el Camino de la vida y cuyas secciones, provenientes de Rotterdam, París, New Haven y Washington D.C. pueden verse reunidas casi por primera vez en siglos.
Aparte de estas grandes obras han venido otras menores en foco pero impresionantes, como la Coronación de espinas de Londres, el Ecce Homo de Frankfurt o el San Jerónimo en oración de Gante. Si a esto se le suma una buena selección de dibujos a tinta, incluido el retrato que Cornelis Cort realizo sobre El Bosco (aunque medio siglo tras la muerte de este), el proceso creativo queda algo más claro y se agradece. Desde el punto de vista de las obras y aun teniendo en cuenta que el mismo Prado, junto a piezas del Escorial (en cuya exposición, por cierto, se mostraron los tapices realizados sobre obras de El Bosco), Madrid o Valencia aporta el contingente más notable, la exposición es brutal y permite entender mucho mejor la obra de este enorme y peculiar artista.
El Bosco y su significado
El Bosco es uno de los pintores más interpretados de la historia. Podría decirse que sobreinterpretado. Su obra ha sido analizada desde puntos de vista médico, filosófico, alquimista, ocultista, psicológico o religioso, por mencionar solo las líneas más comunes. Es cierto que El Bosco no lo ponía fácil, al lado suyo la Torre de Babel o los Proverbios de Brueghel el Viejo parecen casi obvios.
La interpretación dominante durante cierto tiempo ha sido la simbólica. No es de extrañar. El Bosco vivía en aquel ambiente simbólico de la corte tardo-medieval de Borgoña muy bien descrito por Johan Huizinga para su estudio sobre los hermanos Van Eyck ( El otoño de la Edad Media). Según el gran especialista en el periodo, el alemán Wilhelm Fraengen (1890-1964), todos y cada uno de los detalles de estas pinturas tendrían ese carácter. Fraengen acabó concluyendo en su obra tardía y más que cuestionable que El Bosco pertenecía a una secta herética llamada Hermandad del Espíritu Libre. Punto desde el cual se ha ido desarrollando con los años una especie de conspiracionismo alrededor de su figura.
Todo es posible, pero resulta un poco extraño que a los comisionistas de sus obras, muchas destinadas a iglesias, no les resultara raro lo que veían o que Felipe II prácticamente llenara de boscos el Escorial (todo un monasterio) sin que los cuadros hubieran pasado por una dura criba de ortodoxia religiosa y política, que también se ha interpretado en El Bosco la resistencia de Flandes del Norte a los Habsburgo.
No parece una reseña el lugar adecuado para entrar en el detalle. Cada cuadro es un mundo y reconstruir el pensamiento simbólico de la época parece misión imposible desde nuestra perspectiva racionalista. Porque de la misma forma que los conceptos son fluidos y se van generando ex-novo, los símbolos también formaban un sistema dinámico susceptible de innovación. No hay más que ver los dibujos sobre Monstruos del Ashmolean de Oxford o alguno presente en esta exposición para comprobar que, simbólicas o no, El Bosco inventaba cosas. Monstruos, caricaturas humanas o serenos rostros de Cristo.
Pero todo ello con un método. El artista José Manuel Ballester presentaba hace unos días sus nuevos Espacios Ocultos en el museo Lázaro Galdiano, también en Madrid. Los Espacios Ocultos consisten en eliminar las figuras animadas de cuadros famosos. Es bastante más que una ocurrencia feliz, sino un trabajo digital que Ballester realiza de forma virtuosa y que, aparte de poner de manifiesto la estructura subyacente en los cuadros, genera una experiencia muy extraña. Ballester ha trabajado sobre la Meninas, la Primavera de Boticelli, la Última cenade Leonardo, la Balsa de la Medusa de Gericault , el Cristo de Velázquez…
En el Lázaro Galdiano, lo hace sobre el Greco, Goya y El Bosco, todos ellos en la colección del museo. Sobre su trabajo habitual en esta serie, en esta ocasión desnuda de figuras el San Juan Bautista en meditación pero en un trabajo paralelo y seguramente por primera vez, en vez de sustraer, añade un elemento al cuadro, la figura de un donante que existía pero se repintó (no es el único caso en El Bosco).
Con todo, lo más fascinante y que atañe de forma directa a la exposición del Prado es un vídeo donde Ballester traza las mil geometrías posibles de El jardín de las delicias. ¿Hablábamos de interpretaciones? Aquí una absolutamente actual sobre la geometría trascendente.
El Bosco vivió muy bien en vida y gozó de gran fama inmediatamente tras su muerte. Al menos hasta que llegó la Ilustración y los mundos imaginarios quedaron relegados a lo que no tiene sentido racional. A Alicia a través del espejoo Jan Svankjsmayer, por así decir. Sin embargo al Romanticismo, sobre todo al nórdico, ya le iba bien este tipo de representación truculenta, muy bien representada en sus cuentos tradicionales y que en cierta forma debía resultar bastante asumible en la tradición del esperpento hispano.
Tras Freud, El Bosco volvió a ponerse en boga, los surrealistas encontraron en él una verdadera mina y la psicodelia de los 60 lo puso definitivamente en órbita popular. De todas formas, lo que hoy se exhibe en el Prado como una gloria de la colección, el jardín de las delicias, se exponía hace unas décadas junto a una puerta en una de las grandes salas y con bastante mala iluminación. El Bosco no era tan apreciado, por mucho que se diga, sobre todo porque las dificultades inherentes a su obra y trayectoria le hacían aparecer un poco como una especie de bicho raro e inclasificable. Eso sí, avalado desde siempre por un emperador coleccionista.
Pero ahora, 500 años tras su muerte, seguramente ha llegado el momento para volver a apreciar su trabajo en el contexto en que se produjo. El racionalismo sigue dominando nuestro pensamiento pero hoy sabemos y sentimos que las imágenes de El Bosco pertenecían a un mundo que nunca se fue del todo.