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Los médicos que aceptan comidas de las farmacéuticas recetan más medicamentos de marca que genéricos (iguales pero mucho más baratos). Así lo documenta un estudio publicado en JAMA Internal Medicine que ha seguido al menos a 280.000 doctores que recibieron comidas patrocinadas por la industria.
Un dato curioso de este trabajo de análisis estadístico, hecho durante el año 2013, es el precio de las comidas. No os imaginéis suntuosos bocados en restaurantes galácticos, los autores del análisis citan un coste típico de menos de 20 dólares estadounidenses por comida.
El asunto es el que sigue: los medicamentos de marca están protegidos (por lo general durante 20 años desde su registro) por una patente, excusa perfecta para que los laboratorios consigan de las autoridades sanitarias precios elevados para dichos productos.
Una vez vencido el plazo de la patente pueden fabricarse fármacos similares pero ya a precios mucho más bajos pues al no haber patente no hay exclusividad y sí competencia entre fabricantes.
La receta por principio activo, es decir, que los médicos a la hora de recomendar un tratamiento elijan, si lo hay, el genérico del mismo, es una medida lógica que tiene como objetivo racionalizar el gasto farmacéutico de las administraciones públicas, sobre todo en España (más de 9.000 millones de euros en 2015).
Con las citadas comidas (y otros muchos regalos y prebendas que pueden calificarse de sobornos, como documento en el libro Laboratorio de médicos), lo que pretende la industria es intentar convencer a los médicos que le siguen el juego de que los medicamentos de marca, los más nuevos y caros, son mejores.
Se produce un conflicto de interés: lo que es bueno para la industria es malo para las administraciones públicas que sufragamos entre toda la población.
Un ejemplo: En el caso de Bystolic, un betabloqueante usado para el tratamiento de lahipertensión, los médicos que recibieron por lo menos cuatro comidas eligieron esta marca 5,4 veces más que la genérica.
El médico está en medio, como el árbitro de un partido; tiene pues la capacidad de elegir entre marca o genérico. Lo triste de las conclusiones de este trabajo es que algunos (algunos muchos) resuelven el citado conflicto por un par de platos de lentejas.
No todos los profesionales sanitarios son así, está claro. De hecho, en los últimos años han surgido plataformas críticas con todo esto.
Un ejemplo es NO Gracias, que han decidido plantar cara a una industria que denigra la profesión médica (leed sobre losmédicos que piden frenar la corrupción de las Big pharma), somete los presupuestos públicos a sus intereses y sustenta una epidemia “fantasma” de iatrogenia odaños provocados por medicamentos y productos sanitarios.
En suma, lo que documenta el trabajo en JAMA es que a más comidas pagadas por la industria a los médicos, más recetas extendidas por estos.
En este contexto, Farmaindustria, el principal lobby de la industria farmacéutica en España, anuncia que va a publicar a partir de ahora los pagos que recibe cada médico que trabaja con los laboratorios adscritos a esta patronal.
La prensa ha acogido muy bien esta medida de “transparencia“. Para mí supone un reconocimiento explícito de que la industria “compra” la voluntad de muchos galenos. Lo que intenta Farmaindustria es lavar la deteriorada imagen de una industria que dice trabajar por la salud de las personas pero a ello antepone su codicia y sed de beneficios económicos.
El Código Penal español y la Ley de Medicamentos prohíben incentivar a los profesionales sanitarios para conseguir de ellos rendimientos económicos.
Farmaindustria está diciendo bien alto y claro que ha subvertido ambas normas. Corresponde a los poderes públicos actuar en consecuencia.