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En el ámbito de la industria militar, las innovaciones tecnológicas son clave para mantener o lograr la supremacía, tanto a escala estratégica en tiempos de paz o de conflicto como en la táctica del campo de batalla. Así, un proyecto de la Marina de Estados Unidos sugiere un salto singular en el desarrollo de herramientas de defensa que, por sus peculiaridades, tiene un tono de ciencia ficción, relato bíblico e historia de superhéroes.
Como narra el periódico The Washington Post, el rastreo e identificación de bombas y explosivos es una tarea crucial para las fuerzas armadas y de seguridad. Y para probar nuevos esquemas en ello la Marina ha canalizado una subvención de 750,000 dólares para financiar una posibilidad que suena revolucionaria: el uso de insectos controlados a distancia para identificar la presencia de explosivos.
Los equipos K-9, de perros especialmente entrenados, han probado su eficacia para olfatear y detectar explosivos y otras sustancias, y delfines y otros animales han sido usados también con fines similares por las fuerzas armadas de Estados Unidos. Pero investigadores de la Universidad Washington en San Luis estudian dar un paso más allá y trabajan en investigaciones para transformar a los saltamontes en rastreadores de bombas.
Al parecer, esos insectos, las langostas de las plagas bíblicas y muy reales en varias partes del mundo, tienen una enorme capacidad olfativa y si se logra colocar microsensores en las antenas y los sistemas nerviosos de los saltamontes es posible detectar cuando esos animales perciben un nuevo olor.
Eso, una vez desarrollada la técnica y la tecnología, permitiría detectar cuando una langosta percibe un olor diferente, en este caso el de los explosivos, de acuerdo al profesor que encabeza a ese equipo, Baranidharan Raman.
El problema, con todo, es que esos insectos no obedecen precisamente instrucciones verbales para volar hacia donde un militar u oficial de seguridad desee para inspeccionar el área en búsqueda de bombas. Pero para solucionarlo, relata el Post, el profesor Srikanth Singamanemi, de la citada Universidad Washington en San Luis, ha propuesto un ingenioso sistema de ‘tatuajes biológicos’. Se trata de un material hecho de seda que puede convertir luz en calor. Ese ‘tatuaje’ se coloca sobre las alas de las langostas y, para controlar su vuelo, se emite un rayo láser que, al contacto con el ‘tatuaje’, produce calor en las alas del insecto. Así, al calentar el ala derecha o la izquierda se consigue, al menos en la propuesta de los científicos, que las langostas vuelen en una dirección determinada.