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Hace algunos años viajé hasta Campisábalos, una pequeña población ubicada en el noroeste de la provincia de Guadalajara, en la misma falda de la Sierra de Pela, en cuyas estribaciones se levantaron algunos de los mejores ejemplos del románico rural español. Precisamente, el objeto de mi visita a Campisábalos era conocer uno de esos templos, con la particularidad de que el situado en esta localidad es «doble». Me explico. En realidad, Campisábalos cuenta con un conjunto románico integrado por dos edificios anexos: la iglesia de San Bartolomé y la capilla de San Galindo, dos nombres harto sugerentes para quienes hemos recorrido estas tierras siguiendo las pistas dejadas por los caballeros templarios. En este sentido, el complejo arquitectónico que nos ocupa, erigido entre los siglos XII y XIII, posee una importancia extraordinaria, comparable a la de ermitas más populares o conocidas como la de San Bartolomé de Ucero, situada en el interior del soriano Parque Natural del Cañón del Río Lobos, a menos de cien kilómetros al norte y en la perpendicular de Campisábalos.
CALENDARIO AGRÍCOLA
Aún no era mediodía cuando llegué a este tranquilo municipio y me situé frente a la portada de la ermita, que se hallaba cerrada como acostumbran a estarlo la mayoría de iglesias en entornos aislados, a menudo presas fáciles para los amigos de lo ajeno. Tras rodear el edificio y detenerme unos minutos en el muro sur de la cabecera para admirar su mensario –uno de los calendarios agrícolas mejor conservados de la provincia de Guadalajara–, advertí la presencia de varias estelas discoidales y de una sugerente celosía mudéjar que me pareció una invitación para entrar en la ermita. Así, decidí preguntar a unos vecinos por el paradero del encargado de las llaves. Afortunadamente, el responsable vivía justo detrás del banco donde se sentaban mis interlocutores. Llamé a la puerta y casi de inmediató contestó Simón.
Severino Simón, que así se llama el guía de San Bartolomé y San Galindo, no tardó en hacerme partícipe de sus muchos conocimientos sobre el mensario y otros detalles arquitectónicos visibles en la fachada del conjunto, pero parecía más interesado en usar su llave y mostrarme el interior de la iglesia.
UNA SIRENA EN GUADALAJARA
Una vez dentro, Simón –como le conocen en el pueblo– continuó desplegando su magia entre los muros oscuros y casi desnudos de la ermita, en tanto que yo tomaba fotografías de cuanto creía de interés. En la penumbra y algo abstraído, lo primero que llamó mi atención fue un singular efecto óptico que convertía en «triple» al Cristo colgado en la pared, a causa de dos focos de luz laterales que provocaban sombras a izquierda y derecha de la efigie. Andaba preguntándome si la intención de los artífices del decorado era evocar el dogma de la Santísima Trinidad, cuando, al retroceder unos pasos siguiendo a Simón, ante mis ojos apareció una escultura de San Bartolomé que me dejó atónito. El santo egipcio «hijo de Ptolomeo» (en arameo, bar-Tôlmay) había sido representado con la barba dividida en dos, cuchillo en mano y pisando al demonio Astarot, del mismo modo que San Jorge lanceara al dragón o, mucho tiempo antes, Osiris diera muerte al cocodrilo. ¿Templarios en Campisábalos? La siguiente pista me persuadió de que los monjes-soldado tenían mucho que ver con aquellas señales…