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En el islam, la palabra que frecuentemente se usa para hablar del demonio es “Shaitán” (Satán). El diablo es “el que se opone”, “el que se enfrenta” a Dios. También la palabra “Iblis” designaría a aquel que “causa desesperación”. En este sentido, Iblis, o Shaitán serían personificaciones del mal, paralelas a las de Satanás o el diablo en el cristianismo. He ahí un primer punto de conexión.
Según las enseñanzas del Corán, Dios creó a los ángeles, los genios (yinn) y los seres humanos. Y les otorgó la libertad de elegir entre el bien y la obediencia a Dios o el mal. Como muestra la Sura 38 (71-76), Iblis eligió el camino de la desobediencia:
“Cuando tu Señor dijo a los ángeles: “Voy a crear a un mortal de arcilla y cuando lo haya formado armoniosamente e infundido en él de Mi Espíritu, ¡caed prosternados ante él!”. Los ángeles se prosternaron, todos juntos, salvo Iblis, que se mostró altivo y fue de los infieles. Dijo: “¡Iblis! ¿Qué es lo que te ha impedido prosternarte ante lo que con Mis manos he creado? ¿Ha sido la altivez, la arrogancia?”. Dijo: “Yo soy mejor que él. A mí me creaste de fuego, mientras que a él le creaste de arcilla”.
En este relato de la desobediencia podemos reconocer otro punto de conexión con la figura del diablo en el cristianismo: la decisión de rebelarse contra Dios.
Sobre su naturaleza, podemos encontrar cierta confusión. Según el consenso de los teólogos musulmanes, Iblis era un yinn. Un genio que había sido creado del fuego (Qur. 38, 76).
Aun así, en otros pasajes del texto coránico se menciona que había alcanzado la misma categoría de los ángeles, sin llegar a serlo, ya que los ángeles en el Islam, por su propia naturaleza no pueden desobedecer a Dios.
Sin embargo, resulta bastante frecuente que muchos musulmanes conciban a Shaitán como un “ángel caído”. Algo que puede encontrar explicación por un desconocimiento pormenorizado del texto coránico o por el sincretismo que se produjo a través de la convivencia con tradiciones mayoritariamente cristianas desde los mismos orígenes del Islam.
Se dice que Shaitán fue castigado por Dios al no postrarse ante Adán. Además de ser una importante diferencia respecto al relato bíblico judeo-cristiano, ha ocasionado cierta controversia: “Y cuando dijimos a los ángeles: “¡prosternaos ante Adán!”, se prosternaron, excepto Iblis, que era uno de los genios y desobedeció la orden de su Señor (Qur. 18,).
Si Dios mismo había prohibido postrarse, adorar o servir a cualquier ser o entidad que no fuera Él mismo. La idolatría, politeísmo o la asociación a otros dioses (shirk) es el mayor pecado existente en el credo islámico, de manera similar al primer mandamiento de la tradición judeo-cristiana. Por tanto, no postrarse ante Adán no constituiría un motivo de castigo.
La mayoría de corrientes ortodoxas islámicas argumentan que el negarse a obedecer a Dios o rebelarse contra su voluntad constituye un pecado de igual grado que la adoración a los ídolos.
Otra similitud que podemos encontrar respecto a la personificación del mal en el cristianismo: no sólo en el hecho de su existencia, sino cómo la tentación constituye un riesgo, un reto que debe siempre superarse para no alejarnos del camino recto.
Para los musulmanes, la desobediencia de Shaitán le ocasionó la condenación al infierno por toda la eternidad, pero permaneciendo entre los hombres hasta el Juicio Final.
Hasta ese momento, su venganza es tratar de corromper al ser humano para incumplir la voluntad de Dios.
De este modo, la teología islámica considera a Shaitán y sus colaboradores como “los susurradores”, que tratan de infundir la semilla del mal en los corazones de los hombres.