Rosa María Artal | El Diario |
La operación está a punto de concluir. Con esa quemazón de los lazos que nos atan y atan fuerte en España. La investidura de Rajoy como presidente del gobierno, gracias al PSOE salido del alucinante motín del 1 de octubre, tiene mucha más envergadura aún de la que parece. El cambio de rumbo supone avalar a un partido anegado por la corrupción y condenar a la sociedad a unas políticas que el PSOE rechazaba. Así lo hicieron creer a sus votantes y no votantes.
Volverá a gobernar Rajoy. A ese fin se montó la defenestración de Pedro Sánchez. No hay alternativa, dicen, se trata de ir a terceras elecciones o abstenerse en favor del PP. No hay alternativa, desde luego, para una posición férreamente conservadora y aposentada que es la que se ha hecho con los mandos del PSOE. Y no por el método más airoso.
Nunca existió la posibilidad de un gobierno progresista. Por más que se llenen la boca de exculpaciones e inculpaciones numerosos miembros del PSOE. Probablemente Pedro Sánchez intentó al suscribir el acuerdo con Albert Rivera distraer y apaciguar a quienes preferían pactar con el PP o con el diablo antes que con Podemos. Pensó, quizás, que Pablo Iglesias se sumaría con una abstención con tal de echar a Rajoy, no a lo que representa. Sánchez, además, parecía sintonizar con Rivera. Pero Ciudadanos tenía una labor que anunció reiteradamente: el pacto había de ser con el PP, jamás con Podemos, ni luego con Unidos Podemos.
Felipe González también avisó. El expresidente tomó de alguna manera las riendas pocos días después de las primeras elecciones del 20D. Como ahora son múltiples las portavocías mediáticas de “la gran coalición”; en enero lo contó La Razón. Había que buscar a las viejas glorias para que frenarán a Sánchez no fuera a ser que se
desmandara. Y parece ser que Sánchez sí pensó en serio al final en un gobierno progresista porque era su única salida. Susana Díaz lo quería fuera, en cualquier circunstancia.
El País se convirtió en este periodo en un órgano de presión y tutelaje del candidato y del propio PSOE. Ya se dice, con acierto, que deberá estudiarse lo que un periódico ha llegado a hacer con un partido político. Se marcaron las pautas, se alabó y se censuró. Se llegó a insultar a Pedro Sánchez y reiteradamente. En el cúmulo de improperios se le acusó de tener “un partido secuestrado”, o aquel terrible “insensato sin escrúpulos” que señaló su derrocamiento. Ningún saqueador de las arcas públicas ha recibido ese trato. Hubo también un sobrecogedor final de editorial del 4 de septiembre: “Hay que evitar la repetición de elecciones a cualquier precio“.
Y el miércoles 28 de septiembre Felipe González acude a la Cadena SER y se duele de haber sido engañado por Pedro Sánchez. Le dijo que se iba a abstener y no lo hizo. Y hay que abstenerse, no lo puede dejar más claro. Por la tarde le presentan a Pedro Sánchez 17 dimisiones en la Ejecutiva. El sábado, solo 4 días después, en una bochornosa sesión, Sánchez pierde ante los amotinados. La triunfadora es Susana Díaz, quien ha decidido por fin dar el salto a Madrid. El presidente asturiano Javier Fernández es colocado al frente de una Gestora con sobradas atribuciones.
La maniobra se ha desarrollado ante nuestros ojos. Con menor pudor cuanto más colaba la osadía. Puede ser lícito que, de existir una mayoría en los órganos de decisión, se cambie a la persona que ocupe la Secretaría General sin cumplir los plazos y procedimientos. Pero no es eso lo que ha ocurrido, o no en la forma. Sánchez fue nombrado en primarias y le echa el Comité Federal, tras la declaración de guerra de la Ejecutiva. Lo hemos visto todos. El método para desbancar a Sánchez fue impresentable. El golpe de un sargento chusquero como lo calificó el socialista Josep Borrell. Ahora, el golpe en sí ha quedado en un segundo plano informativo. Y es clave en la historia.
La Fiesta del 12 de Octubre brindó múltiples pistas. La jefa -sin coronar aún- fue la estrella. Y hubo movimientos a amplias bandas. Sonrisas, parabienes, celos, algún crujido de sapos saltando en el estómago. Un cierto tufo a conchabeo en las cumbres. Susana Díaz deja el trabajo duro a otros –dicen que es su especialidad– y, ante el requerimiento de declaraciones, afirma: “Ya os cansaréis de oírme”. Da por hecha su ascensión. ¿Adónde? ¿A la Presidencia del gobierno? Mucho tiene que llover para eso. O no, visto lo visto. O sí, visto lo visto.
Varias voces en el PSOE, escasas, son conscientes de lo ocurrido. De su gravedad también. Pero el conocido como Susanato, o Sultanato, agrupa –con la presidenta andaluza y su círculo de apoyo–, a barones territoriales de su mismo corte: se asemejan mucho a la figura del cacique español que conoce bien el sustento de redes clientelares.
Los estamos viendo pronunciarse y defender la inevitabilidad de un gobierno de Rajoy. Las declaraciones tras la reunión de este martes, con sus acatamientos y excusas, producen sonrojo y casi dolor ajenos. El presidente de la Gestora insiste en que “abstenerse no es apoyar” y que “la democracia directa no está en la cultura del PSOE”. Varios barones se pronuncian en el mismo sentido. El portavoz de la Gestora, Mario Jiménez, declaró que “investir a Rajoy servirá para ‘sanar el daño’ que hizo el PP”. Y hay quien ya se consuela con la oposición tan constructiva que va a hacer el PSOE que igual consigue comisiones de investigación.
La división en el PSOE apunta indicios de ser traumática, y ocasionar la ruptura y separación de algunas federaciones como el PSC y la pérdida de figuras fundamentales. O puede que incluso también se diluya. Los objetivos de los amotinados son inapelables. En realidad solo necesitan brindarle a Rajoy, a lo que representa en el Sistema, 11 abstenciones, un “Tamayazo” amplio.
Esta crisis fue largamente preparada y, sin embargo, se ejecutó con torpeza extrema. Como en un ataque de urgencia o de soberbia que se precipitara eludiendo los cauces previstos. El “nuevo” PSOE ha quedado en tal situación de debilidad que no puede ni exigir contrapartidas a su apoyo. Corre el riesgo de que Rajoy les convoque elecciones y les mande al pozo del que no les salvarán las complacientes encuestas. La faena trae a la memoria la Ley de Clark, formulada, en su despido, por un científico de la NASA: “La incompetencia suficientemente avanzada es indistinguible de la mala voluntad”.
Todo está pasando ante nuestros ojos para quienes quieran verlo. Gracias a los procesos por corrupción que se están desarrollando, hasta los menos informados pueden ver el montaje de hilos entrelazados y se van afinando algunas de las figuras que los mueven. Podemos intuir más. Es la punta del iceberg. Algunas nunca las conoceremos. Ni tampoco los papeles de quienes gestionan la difusa urdimbre que mueve más de lo que muchos creen nuestras vidas. Los países menos o nada corruptos se libran de esta lacra.
Facilitar el gobierno a este PP es escandaloso, sin atenuantes. No solo por la corrupción, con ser letal e intolerable; son las políticas para la desigualdad, el aumento de la pobreza de todos los días, la demagogia impenitente, las trampas sonrojantes, o el peligroso autoritarismo que ha caracterizado el gobierno del PP con sus Leyes y Códigos Mordaza en vigor. Apoyarlo es sustentar todo esto. Y su continuidad. Rajoy no ha brindado ni una concesión a sus socios. Teatrillos habrá con el juego de minorías pero lo fundamental está atado.
Dicen que durará poco la legislatura pero, mientras no haya una conciencia ciudadana responsable, el entramado opera a sus anchas. Y si han sido capaces de hundir al PSOE para que nada cambie, ¿qué más cabe esperar de este tiempo que se avecina?