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Abre tu página de noticias preferida de internet. Enciende el televisor o la radio. Ojea el periódico. La avalancha de malas noticias es abrumadora: decenas mueren en bombardeos en Siria. Una familia entera es fusilada en México. Estado Islámico decapita por doquier en sus territorios.
La evidencia ante nuestros propios ojos parece indicarnos que el mundo es cada vez más violento, que todo está empeorando.
Pero, ¿es así?
¡No! responden con seguridad muchos investigadores. De hecho constituye toda una corriente, a la que cada vez se unen más pensadores y políticos.
Sus argumentos reposan en que nunca antes había existido tanta riqueza, expectativas de vida y democracia. Hay quienes calculan que para 2030 seá posible acabar con la pobreza extrema.
Uno de los científicos que más ha ayudado a divulgar y debatir esta idea es el canadiense Steven Pinker. Lo viene haciendo desde 2011, cuando publicó su libro «Los ángeles que llevamos dentro» (The Better Angels of Our Nature), donde afirma que en el pasado el mundo era muchísimo peor.
«La violencia ha descendido por miles de años y ahora podemos estar viviendo en la era más pacífica de nuestra existencia como especie», resumió después en un artículo para The Wall Street Journal.
Pero la violencia no es lo único que ha descendido en las últimas centurias.
Salud y riqueza
De acuerdo con diferentes fuentes, a principios del siglo XX, la expectativa global de vida era de 38 años. En la actualidad se calcula en 70 años. Algo parecido ocurre con la mortalidad infantil. En 1900 era de 19,5%. Ahora se calcula globalmente en 3,69%.
Esto, por supuesto, tiene mucho que ver con los grandes descubrimientos científicos del siglo pasado, como la penicilina.
Y el patrón continúa: hace poco se anunció que América Latina se había convertido en la primera región del planeta en suprimir el sarampión, que en los años 70 causó dos millones de muertes.
Hace poco más de un mes Guatemala se convirtió en el cuarto país de nuestra región (tras Colombia, Ecuador y México) en erradicar definitivamente la oncocercosis, conocida como la ceguera de los ríos, que afecta en especial a personas pobres.
Para seguir en términos macroeconómicos, también a principios del siglo pasado se calculaba que el 68,7% de la población mundial vivía en pobreza extrema (los que viven con US$1,90 al día). Esa cifra -dependiendo de a quien se cite- oscila ahora entre 16,9% y el 20%..
En octubre de 2013, el actual presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, aseguró que, con las medidas adecuadas, era posible erradicar la pobreza extrema para 2030. «Somos la primera generación de la historia de la humanidad que puede poner fin a la pobreza extrema», dijo.
Sin embargo, aunque la pobreza total se reduce, la desigualdad se profundiza.
Según reveló Oxfam en enero de este año, el 1% más rico del mundo tiene más que el 99% restante (aunque estas cifras fueron criticadas por centros de estudio que defienden el libre mercado). Lo que significa que en la actualidad nuestro planeta es más desigual que en el siglo XIX.
Y todo lo anterior, por supuesto, trae otro tipo de presiones sobre nuestro planeta: con mayores expectativas de vida, menos mortalidad infantil y millones (como en China y en India) saliendo de la pobreza e ingresando a las clases medias, la Tierra experimenta sobrepoblación y consumo no sostenibles en el largo plazo. Quizás en el mediano.
Democracia
Otra argumento que ofrecen quienes dicen que el mundo no empeora es cuánto han disminuido los regímenes autoritarios.
Como recuerda el historiador británico Mark Mazower en su libro Dark Continent: Europe’s 20th Century, para los años 30 del siglo XX, la democracia sólo era otro sistema político más -y no el más popular- al lado del comunismo y el fascismo. Ahora es el que predomina en el mundo entero.
Para esto basta echar -de nuevo- sólo un vistazo a América Latina.
En 1980, el 90% de los países estaban bajo un gobierno militar. Hoy la proporción se ha invertido: más del 90% son democracias.
Algunas bastante imperfectas, cierto, pero el sólo hecho de que se denominen así demuestra la legitimidad que tiene el sistema menos de cien años después de su disputa global con el fascismo y el comunismo.
Violencia
Pero volvamos a Pinker.
Sus argumentos no son nuevos, como él mismo reconoce: el patrón de descenso de la violencia ya lo había destacado el sociólogo alemán Norbert Elías en su gran libro «El proceso de la civilización», publicado en 1939 pero sólo redescubierto en los años 70.
A grandes rasgos -y con multitud de datos y estudios en respaldo- Pinkerargumenta en su libro que ha habido cuatro grandes declives en la violencia en el mundo desde la Prehistoria: el primero, cuando se empezaron a formar los primeros Estados.
Gracias a investigaciones arqueológicas se calcula que, en promedio, 15% de las personas morían violentamente antes de que los Estados fueran creados. Alrededor de 3% después.
El segundo fue en la Edad Media y la consolidación de territorios feudales en reinos más vastos y centralizados.
El tercero, desde el llamado Siglo de las Luces y la lucha por erradicar la tortura y los despiadados castigos que aplicaban tanto la Iglesia como el Estado (empalamiento, garrote vil, destripamiento, incineramiento, etcétera).
El cuarto y último corresponde al período que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, eque algunos historiadores anglosajones han denominado The Long Peace (La Larga Paz). El porcentaje de muertes violentas es menor a 1%.
Pero…
«Efectivamente, los datos de la última década indican que, hay menos conflictos armados y menos víctimas mortales. Y en el terreno de la pobreza también hay una reducción del número de los que se pueden considerar pobres en el mundo», dice a BBC Mundo Mariano Aguirre, director del Centro Noruego para la Construcción de la Paz.
Pero agrega: «Dicho esto, en los últimos tres o cuatro años, la tendencia a la baja del número de conflictos ha disminuido. En este momento hay un ascenso, especialmente debido al conflicto sirio».
«Pero hay que ver otras tendencias. Por ejemplo hay un aumento -como nunca se había visto desde la Segunda Guerra Mundial- de refugiados en el mundo, que no sólo son desplazados, sino que también sufren violaciones -en el caso de mujeres y niños- y toda clase de penurias. Entonces, si bien se ha reducido el número de víctimas, es más difícil decir que se ha reducido la violencia estructural en términos de opresión y de violación de derechos humanos», indica Aguirre.
Otra cifra que va a contracorriente es la de víctimas civiles en guerras.Hasta principios del Siglo XX era alrededor del 10% del total de muertes. Actualmente se calcula que son el 90%.
Además el número de muertes por ataques extremistas ha aumentado en todo el mundo desde 2012 -aunque no en Europa Occidental- y se disparó en 2015 por atentados en Irak y Nigeria (según datos del Global Terrorism Database, del Departamento de Estado de EE.UU.).
El poder de las malas noticias
Cuando se habla de la visión pesimista que tenemos del mundo, generalmente se culpa -con alguna razón- a los medios de comunicación, que se enfocan especialmente en los hechos negativos.
Pero esto también parece tener una explicación científica: que nuestros cerebros están estructurados para prestar más atención a lo negativo, a lo que represente algún peligro. que a lo positivo.
Así lo resume el emprendedor tecnológico Ryan Ellis en un artículo donde discute, precisamente, las teorías de Steven Pinker:
«Nuestra amígdala cerebral se desarrolló en las sabanas de África Oriental hace 5.000 años para asegurar que la información conectada con posibles peligros fuera procesada y recordada con mucha más prioridad que la información vinculada a la seguridad y las oportunidades».
Esta predisposición hacia lo negativo ha sido tratada en publicaciones como «Noticias, política y negatividad» (News, politics and negativity), de los investigadores Stuart Soroka y Stephen McAdams.
Pero también hay un argumento que podríamos llamar filosófico-político.
En una columna sobre el libro de Pinker, el conocido escritor colombiano Héctor Abad recuerda que, según el pensador austriaco Karl Popper, «la peor influencia de muchos intelectuales (de izquierda y de derecha) era haber convencido a los jóvenes de que estaban viviendo en un mundo moralmente malo y en una de las peores épocas de la historia».
«A pesar de haber padecido la persecución nazi en los años treinta del siglo pasado, Popper sostenía que esa afirmación sobre la maldad del mundo occidental era una gran mentira. Para él no había habido nunca un sistema social mejor -o menos malo, si quieren- que el consolidado en las sociedades europeas occidentales a finales del siglo XX. Esto, decía, no asegura nada hacia el futuro, pues no existe ninguna ley histórica del progreso».
Esto, por supuesto, va de la mano con lo que decíamos del crecimiento de la democracia.
Así que hay argumentos científicos, evolutivos y hasta filosóficos.
¿Te convence alguno?