Mencionados en el Papiro de Turín, también conocido como Canon Real de Turín, y en otros supuestos textos históricos, los Compañeros de Horus, o Shemsu Hor, constituyen uno de los enigmas más sorprendentes de la prehistoria egipcia. Las alusiones a estos misteriosos personajes son muy difusas, pero tal vez su intervención en tiempos muy anteriores a la Primera Dinastía pudo concretarse en el diseño estelar de la Gran Esfinge y de otros importantes monumentos. Pero, ¿quiénes eran los Shemsu Hor? Para los egiptólogos, se trata de entidades legendarias y sin base real. Otros investigadores, en cambio, creen que desarrollaron un papel muy relevante como intermediarios entre los dioses y los hombres. Olvidados al comienzo de los tiempos y considerados por los investigadores como un producto de la imaginación de los antiguos egipcios, algunos dioses reclaman hoy su autenticidad. Lejos de ser un producto de la fantasía, los Shemsu Hor de Egipto pudieron haber gobernado este país hace miles de años. Egipto es una de las más longevas de las civilizaciones de la historia conocida de la humanidad. Del 3100 a.C. al 30 a.C., el país del Nilo conoció 30 dinastías y 170 faraones. Tres mil años de sorprendente historia que los egiptólogos han dividido en tres grandes imperios: Antiguo, Medio y Nuevo. Pero, antes de esta época, ¿qué sucedió? La respuesta se encuentra en el Museo de Turín, Italia, donde se conservan 160 fragmentos de un papiro conocido como Canon Real de Turín, antes mencionado. Se trata de una lista apócrifa de reyes, descubierta en 1822 en la antigua ciudad de Tebas. Aunque el famoso Champollion, considerado padre de la egiptología, reconoció su importancia de inmediato, los investigadores actuales relegan la lista a un simple mito. ¿Por qué? Porque el documento refiere que, en el principio de los tiempos, Egipto fue gobernado durante 11.000 años por un grupo de seres, semidivinos, a los que denomina Shemsu Hor, los Compañeros de Horus.
Pero, ¿quiénes fueron estos misteriosos Shemsu-Hor? Unos jeroglíficos de la V Dinastía hallados en Sakkara se refieren a ellos como “los brillantes”, una denominación muy común en otras culturas para referirse a dioses que bajaron de las estrellas e instruyeron a los humanos. Ahora veamos cuales son los antecesores de los Shemsu Hor. Al comienzo de la lista del Canon Real de Turín se encuentra el dios Ptah que, según la cosmogonía de Menfis, creó el mundo con el corazón y la palabra. Le sucedió Ra, el dios sol creador de la vida, y después su hijo Shu, el aire, que separó el cielo (Nut) de la tierra (Geb) interponiéndose entre ambos. A Shu le sucedió Geb, y después el hijo de éste, Osiris, que fue asesinado por su hermano Seth. Luego aparece Horus, el hijo póstumo de Osiris, que luchó contra Seth por el trono de Egipto. Después, el Canon Real de Turín da los nombres de otros tres dioses: Thot, Maat y otro cuyo nombre se ha perdido. Aquí hay que tener en cuenta el papel de Maat, que era la diosa del orden, la justicia, y la verdad. Según la mitología de Heliópolis, Geb, representando la tierra de Egipto, y su esposa y hermana Nut, representando el cielo, dan vida a dos varones, Osiris y Seth, y dos mujeres, Isis y Neftis. Osiris se casa con Isis, y Seth con Neftis. La leyenda da cuenta de los innumerables enfrentamientos entre Osiris y su hermano Seth. Gracias a un engaño, Seth logró asesinar a Osiris, lo descuartizó y ocultó sus restos para evitar que encontrasen su cuerpo, desperdigándolos por todo Egipto. Su mujer, Isis, enterada de lo sucedido, buscó cada pedazo, día y noche, por todos los rincones de Egipto. Finalmente, Isis logró recuperar todos los restos de su difunto marido Osiris, menos su pene. Isis utilizó sus poderes mágicos para resucitar a su marido Osiris, que a partir de entonces se encargaría de gobernar en el país de los muertos, la Duat. Utilizando su magia, Isis pudo concebir un hijo del resucitado Osiris. Se trataba de Horus. Al poco tiempo de nacer, Horus, hijo de Osiris, fue escondido por su madre Isis y lo dejó al cuidado de Thot, dios de la sabiduría, que lo instruyó y crió hasta convertirse en un excepcional guerrero. Al llegar a la mayoría de edad, ayudado por los Shemsu Hor, luchó contra Seth para recuperar el trono de su padre, asesinado por aquél. Seth quedó como el dios del Alto Egipto y Horus del Bajo Egipto.
Posteriormente Horus fue dios de todo Egipto, mientras que Seth era dios del desierto, incluyendo la Península de Sinai y los pueblos extranjeros. Este mito supuestamente representa la lucha entre la fertilidad del valle del Nilo (Osiris) y la aridez del desierto (Seth). Más adelante, según la tradición, Horus dejó el gobierno a los reyes míticos, denominados Shemsu Hor. Como dios solar, Horus defiende la barca de Ra, con la ayuda de Seth, contra la malvada serpiente Apep. Además era el protector de Osiris en el inframundo egipcio, o Duat. Ptah, “Señor de la magia“, era un dios creador en la mitología egipcia. Asimismo era “Maestro constructor“, inventor de la albañilería, así como patrón de los arquitectos y artesanos. Se le atribuía también poder sanador. El dios tenía forma de hombrecillo con barba recta, mientras que los demás dioses egipcios la llevan curva, envuelto en un sudario, con un casquete en la cabeza, el collar menat, el cetro uas, así como con el pilar Dyed y el Anj; también estaba sobre un pedestal, símbolo de Maat. Era la deidad de la ciudad de Menfis, donde se encontraba uno de los principales templos de Ptah. Por esta razón, la preeminencia de dicha ciudad sobre el resto de las ciudades egipcias implicaba la elevación del dios sobre el resto del panteón egipcio. Mientras la ciudad de Menfis se mantuvo como capital política del reino, el culto y el clero de Ptah conservaron una posición de preeminencia. Durante la época del Imperio Antiguo era el dios más poderoso, asociado al poder menfita. Pero, con el tiempo, perdió notoriedad frente a los dioses Ra y Amón. Las ciudades del Antiguo Egipto rivalizaban por considerar a Ptah como creador del mundo (Menfis) o como una divinidad surgida de las otras (Tebas). Durante el periodo Ramesida (dinastía XIX y XX) Ptah formó con Amón y Ra la gran tríada del Reino. Según la cosmogonía menfita, Ptah creó a los dioses, que son atribuciones de su creador, estableció las regiones (nomos), edificó las ciudades, asignó a cada dios su lugar de culto, edificó sus templos y determinó las ofrendas que debían recibir. Su esposa era Sejmet y su hijo, Nefertum. De esta divinidad proviene el nombre de Egipto, utilizado por Homero para designar tanto al río como al país. Esta palabra griega Aigyptos, que pasó a otras lenguas, procede de Hat Ka Ptah “la Casa del Espíritu de Ptah“, nombre de un templo de la ciudad de Menfis que luego dio nombre a la ciudad de Hiku-ptah.
Después, en el Canon Real de Turín, aparecen otros nueve dioses, que son los que se encargan de la transición entre un gobierno de supuestos dioses a otro de humanos. Estos dioses son los Bau Pe y los Bau Nejen, los cuales representan a los gobernantes del norte y del sur durante el periodo Predinástico, anterior al 3000 a.C. Estos dioses en conjunto forman los Bau de Heliópolis y se relacionan con Horus, el dios de la realeza. Las almas de Pe y Nejen eran una serie de deidades y divinidades dentro de la mitología egipcia antigua. El nombre egipcio es Bau Pe o Urshu Pe. En cuanto a las almas de Nejen, el nombre egipcio es Bau Nejen o Urshu Nejen. El nombre griego es de almas de Pe y Nejen que ha acabado por ser el nombre popular. Las almas de Pe son deidades antropomórficas que pueden ser representadas con la cabeza de halcón, tanto en pie como postradas con la rodilla en el suelo. Llevan el brazo en alto con el puño cerrado y con un ángulo recto. Las almas de Nejen son divinidades antropomórficas con cabeza de chacal. Suelen encontrarse en postura análoga a las almas de Pe. Como divinidades celestes, las almas de Pe están relacionadas con Horus . Suelen jugar el papel de representantes de las almas preeminentes de los difuntos de la ciudad de Pe que, personificadas en la humanidad, aparecen como bailarines Muu, con la cabeza cubierta de unos tocados muy altos. Estos actúan en los funerales realizado danzas complejas dando una especie de bienvenida al muerto y llevándolo hacia su destino ultra-terreno, tocados con un traje arcaico y un tocado vegetal. No tuvieron paralelismos con las almas de Nejen. Se encuentran una serie de vinculaciones en las dos clases de almas con los cuatro hijos de Horus , ya que también simbolizan a las almas de los antepasados reales. El dios Upaut está relacionado con estas almas como una divinidad terrestre, mientras que Horus lo está como entidad celeste. Lo que nos cuenta la mitología es que Horus de Nejen ofreció a la monarquía sus espíritus transfigurados, que tomaron la forma del lobo Upaut. Las ciudades de Buto (Pe) y Hieracómpolis (Nejen / Nekhen) fueron concedidas a Horus por parte de Ra a fin de compensar todos los agravios.
Horus le pidió a Ra que en aquellas ciudades situara a sus hijos para que el país pudiera prosperar. En cuanto a sus orígenes históricos son los monarcas predinásticos del Norte y el Sur elevados a la categoría de dioses. Representan los espíritus primordiales de las ciudades y sus descendientes. Los podemos ver representados y presentes en el Reino Antiguo y responden al deseo de personificar a los antepasados reales que se fundían en estas almas. Como ya hemos explicado, su origen son los monarcas predinásticos del Norte y del Sur elevados a la categoría de dioses, así como los espíritus primordiales de ambas localidades, y los “Compañeros de Horus” y sus descendientes. Ellos asistían al monarca en vida y lo acogían en la muerte, ayudándole con una escala de oro para que el rey ascendiese al cielo con mayor facilidad. Aunque la importancia de unas almas y otros fue primordial y sustancial, parece que dentro de los textos las almas de Pe tienen una cierta superioridad sobre las de Nejen. La leyenda nos cuenta que el dios Ra entregó la ciudad de Buto a Horus como recompensa por el ojo perdido en la batalla entre éste y Seth, hermano de Osiris. Las luchas que llevaron a cabo eran consecuencia del deseo de Horus de recuperar el trono que, por derecho, le correspondía y que finalmente Horus se llevó la victoria. Las almas de Pe fueron introducidas en el mito de Osiris y quizá por eso tuvieron tanta importancia. Se encargaban de iluminar el camino de Horus para que se pudiera vengar de su malvado tío Seth. Tanto unas almas como las otras fueron veneradas colectivamente bajo el nombre de “Las almas de Heliópolis”. Después de estos dioses vinieron los misteriosos Shemsu Hor, “Compañeros de Horus“, los cuales parece fueron los reyes predinásticos, aunque están todavía envueltos en un gran misterio. Los Compañeros de Horus se representaban con cuerpos celestes, con forma de discos alados, y con armaduras impropias de su época.
Zecharia Sitchin (1920 – 2010) fue un investigador y escritor de origen ruso. Es un autor de libros populares que promueven la teoría de los antiguos astronautas y el supuesto origen extraterrestre de la humanidad. Atribuye la creación de la cultura sumeria a los annunaki (o Nefilim), procedentes de un hipotético planeta llamado Nibiru, en el sistema solar. Afirma que la mitología sumeria refleja este punto de vista. Sitchin conocía en profundidad el hebreo clásico y el moderno, y leía el sumerio así como otros idiomas antiguos de oriente. Ha traducido y reinterpretado antiguas tablillas e inscripciones de los pueblos donde surgieron las primeras civilizaciones. A partir de su interpretación de poemas sumerios y acadios, de inscripciones hititas y de tablillas sumerias, acadias, babilonias y cananeas, además de los jeroglíficos egipcios, mezclándolo y relacionándolo todo con los libros del Antiguo Testamento, el Libro de los Jubileos y otras fuentes, ha llegado a conclusiones que, en su opinión, le permiten abordar la historia de la humanidad y del planeta Tierra desde una óptica absolutamente sorprendente. Sitchin intenta mostrar la equivalencia entre los dioses sumerios y los dioses egipcios. Se conocen más de una docena de ejemplares de Listas de Reyes Sumerios, encontrados en Babilonia, Susa, y en la Biblioteca Real Asiria de Nínive, del siglo VII a.C. Se cree que todos proceden de un original que probablemente fue escrito durante la tercera dinastía de Ur o un poco antes. El ejemplar mejor conservado de la Lista de Reyes Sumerios es el llamado Prisma de Weld-Blundell, que fue escrito en cuneiforme hacia el 2170 a.C. por un escriba que firma como Nur-Ninsubur, a finales de la dinastía Isin. El documento ofrece una lista completa de los Reyes de Sumer desde el comienzo, antes del Diluvio, hasta sus propios días, cuando reinaba Sin-Magir, Rey de Isin (1827 – 1817 a.C.), incluyendo además y expresamente a los 10 Reyes Longevos que vivieron antes del Diluvio Universal. Se trata de un prisma excelente, de barro cocido, que fue hallado por la expedición Well-Blundell en el año 1922, en Larsa, hogar del cuarto rey antediluviano, Kichunna, unos pocos kilómetros al norte de Ur, y que posteriormente fue depositado en el Museo Ashmoleande Oxford. Se cree que el objeto es anterior en más de un siglo a Abraham, y fue encontrado a poca distancia del hogar de dicho patriarca hebreo.
La Lista de Reyes Sumerios comienza así: “Tras descender el Reinado del Cielo, Eridú (lugar donde según la Biblia estuvo el Jardín del Edén) se convirtió en la sede del Reino”. La Lista de los Reyes Sumerios, al igual que la Biblia, habla acerca del Diluvio: “Después de que las aguas cubrieran la tierra y que la Realeza volviera a bajar del Cielo, la Realeza se asentó en Kis”. El objeto de la Lista Real era demostrar precisamente que la monarquía bajó del Cielo, y que había sido elegida una determinada ciudad para que dominara sobre todas las demás. Beroso, el historiador y escriba babilonio del 300 a.C., basando su historia en archivos del Templo de Marduk, copiados a su vez de inscripciones primitivas, muchas de las cuales han sido descubiertas, nombró a los 10 Reyes Longevos de Sumeria, que reinaron la friolera de entre 10.000 a 60.000 años cada uno de ellos. Dice Beroso: “En los días de Xisuthro (Zinsuddu) ocurrió el Gran Diluvio”. Tanto las tablillas de Nippur como el Prisma de Weld dan los nombres, reinos y duración de reinados como siguen: rey Alulim, reino de Eridú, 28.000 años; rey Alalmar, reino de Eridú, 36.000 años; rey Emenluanna, reino de Badgurgurru, 43.000 años; rey Kichunna, reino de Larsa, 43.000 años; rey Enmengalanna, reino de Badgurgurru, 28.000 años; rey Dumuzi, reino de Badgurgurru, 36.000 años; rey Sibzianna, reino de Larak, 28.000 años; rey Emenduranna, reino de Sippar, 21.000 años; rey Uburrato, reino de Shuruppak, 18.000 años; rey Zinsuddu; rey Utnapishtim. “Entonces el Diluvio destruyó la Tierra”. Estos son exactamente los mismos reyes que cita el historiador babilónico Beroso.
Después del gran Diluvio, mientras el dios sumerio Ninurta se ocupaba de hacer represas en las montañas que rodean Mesopotamia y de drenar sus llanuras, el dios sumerio Enki volvió a África para evaluar los daños que el Diluvio había causado allí. Al final, el dios sumerio Enlil y sus descendientes terminaron controlando todas las zonas altas desde el sudeste hasta el noroeste. Elam se le confió a la diosa Inanna/Ishtar, los Montes Tauro y Asia Menor se le dieron al dios Ishkur/Adad. Las tierras altas, que forman un arco entre ellas, se le dieron a Ninurta, en el sur, y a Nannar/Sin, en el norte. El mismo Enlil conservó la posición central, controlando el antiguo E.Din, y el supuesto lugar de aterrizaje de los anunnaki en la montaña de los Cedros, en Líbano, que se puso bajo el mando del dios Utu/Shamash. ¿Dónde fueron entonces el dios Enki y sus seguidores? Cuando Enki inspeccionó África se le hizo evidente que solamente el Abzu, la parte sur del continente africano, no era suficiente. Si la «abundancia» en Mesopotamia se basó en el cultivo de ribera, lo mismo tenía que hacerse en África, de manera que puso su atención, sus conocimientos y sus dotes organizativas en la recuperación del valle del Nilo. Los egipcios sostenían que sus grandes dioses habían llegado a Egipto desde la Ur sumeria, que significa «el lugar de antaño». Según Manetón, el reinado de Ptah sobre las tierras del Nilo comenzó 17.900 años antes que Menes, es decir, hacia el 21.000 a.C. Nueve mil años más tarde, Ptah entregó los dominios de Egipto a su hijo Ra. Pero el reinado de éste se interrumpió súbitamente después de unos 1.000 años, es decir, hacia el 11.000 a.C., tal vez coincidiendo con el hundimiento de la Atlántida. Fue entonces, según los cálculos de Zecharia Sitchin, cuando tuvo lugar el Diluvio. Los egipcios creían que, después, Ptah volvió a Egipto para llevar a cabo grandes obras de recuperación de tierras y, literalmente, de elevación de éstas desde debajo de las aguas. Existen textos sumerios en donde se atestigua también que Enki fue a las tierras de Meluhha (Etiopía/Nubia) y Magan (Egipto) para hacerlas habitables para el hombre y los animales: “Fue al País de Meluhha; Enki, señor del Abzu, decreta su destino: Tierra negra, que tus árboles sean grandes, que sean árboles de las Tierras Altas. Que tus palacios reales se llenen de tronos. Que tus juncos sean grandes, que sean juncos de las Tierras Altas. Que tus toros sean grandes, que sean toros de las Tierras Altas. Que tu plata sea como oro, que tu cobre sea estaño y bronce. Que tu pueblo se multiplique; que tu héroe salga como un toro”.
Las crónicas sumerias, que relacionan a Enki con las tierras africanas del Nilo, resultan importantes porque corroboran los relatos egipcios con relatos mesopotámicos, y porque vinculan a los dioses sumerios, especialmente Enki, con los dioses de Egipto. Se cree que el dios egipcio Ptah no es otro que el dios sumerio Enki. Tras hacer habitables de nuevo las tierras, Enki dividió el continente africano entre sus seis hijos. El dominio más meridional se lo volvió a conceder a Nergal («Gran Vigilante») y a su esposa Ereshkigal. Un poco más al norte, en las regiones mineras, se instaló Gibil («El del Fuego»), a quien su padre enseñó los secretos de la metalurgia. Aninagal («Príncipe de las Grandes Aguas») se le dio, como su nombre indica, la región de los grandes lagos y las fuentes del Nilo. Aún más al norte, en los pastos mesetarios del Sudán, reinó el hijo menor, Dumuzi («Hijo Que Es Vida»), cuyo apodo era «El Apacentador». Entre los expertos se discute aún la identidad de otro de los hijos de Enki. Pero no hay duda de que el sexto hijo -en realidad el primogénito de Enki y su heredero legal- fue Marduk («Hijo del Montículo Puro»). Debido a que uno de sus cincuenta epítetos fue Asar, que suena similar al egipcio As-Sar («Osiris» en griego), algunos expertos han especulado con la idea de que Marduk y Osiris fueran el mismo dios. Pero estos epítetos, como «Todopoderoso» o «Impresionante», se les aplicaban a diversas deidades, y el significado de Asar, «Todo lo Ve», fue también el nombre-epíteto del dios asirio Assur. De hecho, se han encontrado más similitudes entre el dios babilonio Marduk y el dios egipcio Ra. El primero era hijo de Enki, el segundo era hijo de Ptah, siendo ambos, Enki y Ptah, según se cree, el mismo dios; mientras que Osiris era el bisnieto de Ra y, por tanto, de una generación muy posterior a la de Ra o Marduk.
De hecho, en los textos sumerios se han encontrado evidencias dispersas, pero insistentes, que apoyan la idea de que el dios al que los egipcios llamaban Ra y el dios al que los mesopotámicos llamaban Marduk eran la misma deidad. Así, un himno auto-laudatorio a Marduk declara que uno de sus epítetos era «El dios IM.KUR. GAR RA», que equivale a «Ra Quien Junto al País Montañoso Habita». Además, existen evidencias textuales de que los sumerios eran conscientes de que el nombre egipcio de la deidad era Ra. Hubo sumerios cuyos nombres personales incluían el nombre divino de RA; y en tablillas del tiempo de la III Dinastía de Ur se menciona «Dingir Ra» y su templo E.Dingir.Ra. Más tarde, tras la caída de esta dinastía, cuando Marduk logró la supremacía en su ciudad favorita, Babilonia, su nombre sumerio Ka.Dingir («Puerta de los Dioses») se cambió por Ka.Dingir.Ra, «Puerta de los Dioses de Ra». Ciertamente, el ascenso de Marduk hasta su encumbramiento tuvo sus inicios en Egipto, donde su monumento más conocido, la Gran Pirámide de Gizeh, jugó un papel crucial en su turbulenta carrera. Pero el Gran Dios de Egipto, Marduk/Ra, anhelaba gobernar toda la Tierra, y hacerlo desde el antiguo «Ombligo de la Tierra» en Mesopotamia. Esta ambición fue la que le llevó a abdicar del trono divino de Egipto en favor de sus hijos y nietos. No se imaginaba que esto iba a llevar a dos Guerras de las Pirámides y casi a su muerte.
«Y los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet; estos fueron los tres hijos de Noé, de los cuales se pobló toda la Tierra». Así, al relato bíblico del Diluvio le sigue el recital de la Tabla de las Naciones (Génesis 10), un documento singular del cual dudaron los expertos en un principio, debido a que en él había una relación de naciones desconocidas. Más tarde, se analizó críticamente y, por último, después de un siglo y medio de descubrimientos arqueológicos, provocó la sorpresa por su precisión. Según William F. Albright, que fue un destacado orientalista estadounidense: “El décimo capítulo del Génesis se encuentra absolutamente solo en la literatura antigua, sin un paralelo a distancia, incluso entre los griegos, donde se encuentra la aproximación más cercana a una distribución de los pueblos en el marco genealógico. La Tabla de las Naciones sigue siendo un documento preciso sorprendente“. Es un documento que conserva gran cantidad de información histórica, geográfica y política en lo referente a la elevación de una exigua humanidad que, desde el lodo y la desolación que siguió al Diluvio, llegó a levantar civilizaciones e imperios. Dejando para el final al importantísimo linaje de Sem, la Tabla de las Naciones comienza con los descendientes de Jafet («El Hermoso»): «Y los hijos de Jafet: Gomer, Magog y Madai, Yaván, Túbal, Mések y Tiras. Y los hijos de Gomer: Askanaz, Rifat y Togarmá; los hijos de Yaván: Elisa, Tarsis, los Kittim y los Dodanim. De ellos surgieron las naciones isleñas». Mientras que las últimas generaciones se difundieron, pues, por las regiones costeras y las islas, lo que pasó desapercibido fue que las primeras siete naciones se corresponden con las tierras altas de las regiones de Asia Menor, el Mar Negro y el Mar Caspio, zonas que fueron habitables poco después del Diluvio, a diferencia de las bajas regiones costeras y las islas, que no se pudieron habitar hasta mucho después.
Después de la lista de dioses, el Canon Real de Turín comienza con los reyes humanos, siendo el primero de ellos Menes, primer rey de la Dinastía I, el primer Rey del Alto y Bajo Egipto, esto es, del Egipto unificado. Su nombre aparece dos veces, uno con un determinativo para “humano” y el otro para “divino”. Al contrario de lo que ocurría con las listas reales que hemos mencionado, el Canon Real de Turín sí que incluye a los odiados gobernantes hiksos del Segundo Periodo Intermedio, del 1773 al 1550 a.C., correspondientes a las dinastías XIII a XVII, siendo las dinastías hiksas la XV y la XVI, aunque a los hiksos se les añade a sus nombres el calificativo de “extranjero”. El término “hiksos” viene de la expresión egipcia “heqau khasut”, es decir, “gobernantes de los países extranjeros”, el cual se aplicaba a los gobernantes asiáticos. Evidentemente, el motivo de la inclusión de los hiksos en el Canon Real de Turín es que no era una lista real destinada al culto a los reyes predecesores de un faraón, como las de Abidos o Karnak, lo cual da más veracidad a la lista de dioses gobernantes como tal, y no producto de una fantasía mitológica. Otro texto apócrifo para la egiptología son las Crónicas de Egipto, de Manetón. Manetón escribió La Historia de Egipto en 3 volúmenes que ya no existen en la actualidad, pero nos han llegado fragmentos recogidos por distintos autores. Según recoge Eusebio de Cesarea (263 – 339), una dinastía de dioses reinó en Egipto durante 13.900 años. El primer dios fue Vulcano, el dios descubridor del fuego, después el Sol, Sosis, Saturno, Isis y Osiris, Tifón hermano de Osiris, y Horus hijo de Isis y Osiris. A estos, siguieron dinastías de semidioses que reinaron durante 11.025 años, lo que hace un total de 24.925 años. A partir de ese tiempo, aproximadamente sobre el 3150 a.C. reinaría el primer faraón, Menes o Narmer.
Según Jorge Sincelo, o Jorge el Monje, secretario personal (sincelo) del patriarca Tarasio y que vivió a finales del siglo VIII e inicios del IX, desde las Crónicas de Manetón, seis dinastías de dioses reinaron durante 11.985 años. De nuevo aparecen: Hefesto dios del fuego, Helios o Sol, Agatodemon, Cronos o Saturno, Isis y Osiris y Tifón hermano de Osiris. Los primeros 9 semidioses que cita Sincelo son Horus, hijo de Isis y Osiris, Ares, Anubis, Heracles, Apolo, Amón, Titoes, Sosus, y Zeus, abarcando entre estos 9 semidioses un periodo de unos 2.645 años aproximadamente en el reinado en Egipto. A continuación, siguen sucediéndose dinastías de semidioses, y seguidores o compañeros de Horus, abarcando entre todos ellos miles de años de reinados en Egipto, con unas duraciones similares a las que establece Eusebio de Cesarea. Y todo esto, antes de que empezara a reinar en Egipto el primer faraón según la Historia oficial. Hay pequeñas diferencias entre las cronologías de Eusebio y Sincelo, pero ambas básicamente son muy similares. Por ejemplo, Sincelo cataloga a Horus como el primero de los semidioses, mientras que Eusebio lo nombra como el último de los dioses. Asimismo, está el importante testimonio de Diodoro de Sicilia, un famoso historiador griego del siglo I a. C., que empleó 30 años en escribir una Historia Universal, para lo cual visitó todos los lugares y monumentos que menciona. En Egipto fue ilustrado por los sacerdotes y eruditos egipcios de aquella época, y no dudó en escribir que los primeros monarcas del país del Nilo reinaban desde hacía 23.000 años. Otra vez asomaban dioses y semidioses en la cronología de Egipto, en un tiempo en el que todavía no reinaban los seres humanos. Y volvemos al tema extraterrestre, que podría encajar con el concepto de dioses o semidioses. La Piedra de Palermo es la mitad de una enorme losa de diorita negra que actualmente se puede contemplar en el Museo de Palermo. El documento, en escritura jeroglífica, da cuenta de 120 reyes predinásticos que reinaron antes de que existiera oficialmente la civilización egipcia. De nuevo aparecen los nombres de los misteriosos dioses y semidioses engrosando las genealogías reales egipcias.
Si todos estos reyes hubieran sido figuras solo mitológicas, para que tomarse la molestia de inventar la duración de sus reinados, más aún con cifras aparentemente tan precisas ¿Quiénes eran estos personajes considerados dioses? ¿Fueron ellos los constructores de los grandes monumentos de la antigüedad? ¿Fueron seres extraterrestres que visitaron la Tierra? Estas son las preguntas a hacernos ante las evidencias encontradas, en lugar de intentar negar su existencia sólo porque no encajan en las cronologías oficiales. El Canon Real de Turín y la Piedra de Palermo fueron hallazgos arqueológicos que aportan más información a los textos que narran sobre reyes legendarios que gobernaron durante largos períodos de tiempo en una historia remota. Las teorías de civilizaciones antediluvianas incluyen, como información más importante, la Lista Real Sumeria, la Biblia (Génesis), los Manuscritos del Mar Muerto, las Crónicas de Manetón y la Historia de Babilonia de Beroso. Las cronologías de muchos pueblos antiguos, entre los que destacan los mesopotámicos o los egipcios, hablan de la presencia de misteriosas entidades que desempeñaron el papel de gobernantes en tiempos muy antiguos. Cuando un historiador moderno accede a referencias sobre alguna de estas entidades en algún antiguo manuscrito, suele relacionarlo con las llamadas cronologías mitológicas. Como sucede en toda Mesopotamia, los sumerios confeccionaron, a partir de un estudio detallado de los movimientos del Sol, la Luna y la Tierra, grandes tablas cósmicas en las que se anunciaban con absoluta precisión la llegada de eclipses. De igual manera, a la vez que podían predecir, los cálculos matemáticos de los sumerios también les permitieron precisar la existencia de eclipses sucedidos hacía ya miles de años, de los que la arqueología no les puede hacer testimonios directos.
En Egipto sucedió algo similar. En la remota historia de Egipto, los habitantes del valle del Nilo dedujeron la presencia de unos seres, supuestamente míticos, que gobernaron su país en una época de gran esplendor. Se trataba de los Shemsu Hor o Compañeros de Horus. Son varios los textos que indican la existencia de estos misteriosos personajes en los albores de la Historia de Egipto. En primer lugar, tal como ya hemos indicado, tenemos el Canon Real de Turín, un documento fechado en la dinastía XVIII, alrededor del 1400 a. C., en el que se nos ofrece una relación de todos y cada uno de los reyes que gobernaron el valle del Nilo desde el comienzo de los tiempos. En este documento de extraordinario valor arqueológico se nos habla de los Shemsu Hor, una especie de héroes que gobernaron Egipto durante seis milenios, inmediatamente después del final del advenimiento de los dioses, y poco antes de los primeros faraones humanos. En la época tolemaica, el greco-egipcio Manetón, que fue sumo sacerdote durante el reinado del faraón Ptolomeo II Filadelfo (240 a. C.), recibió de éste el mandato de escribir una Historia de Egipto. Poco es lo que conservamos de su obra, que recogía la historia de esta civilización desde sus orígenes hasta la llegada de Alejandro Magno, seguida de la dinastía de los Ptolomeos. De su libro apenas se han conservado unos breves fragmentos transmitidos por recopiladores posteriores durante la época romana. En el texto original de Manetón aparecían todos los reyes y años de reinado de los faraones antecesores del propio Ptolomeo Filadelfo. Sin embargo, en los fragmentos recogidos por Eusebio de Cesarea, Manetón hace referencia a los semidioses que gobernaron después de los primeros dioses, entre ellos el propio Horus. Si bien el sacerdote greco-egipcio no hace referencia tácita a los Shemsu Hor, el período del reinado, 6.000 años, y su puesto en la lista real de estos semidioses, parecen hacer referencia a ellos. Estos seres, aparentemente míticos, habrían pasado desapercibidos para muchos investigadores si no hubieran sido rescatados del olvido por las nuevas cronologías de la Egiptología, que parecen retrasar varios siglos el comienzo de la historia de esta civilización. Una pregunta que nos tenemos que hacer es si fueron los Shemsu Hor los verdaderos constructores de las pirámides, una vez retrasamos su datación en varios siglos.
Para muchos egiptólogos el dios Osiris es identificada con uno de los primeros grandes reyes de la Historia de Egipto en el IV milenio a. C. Posiblemente este dios, ya no tan mítico, debió gobernar en alguna localidad del sur de Egipto, cerca de Abydos, ciudad que en los siglos sucesivos se convirtió en el centro de adoración de este dios. Precisamente el hijo de esta divinidad, Horus, el dios con cabeza de halcón, está ligado a la figura de su padre Osiris por el célebre relato de su muerte a manos de su hermano Seth. Además, cuenta la leyenda, que a la hora de vengar la muerte de su padre, Horus recibió ayuda de unos misteriosos seguidores, los Shemsu Hor, que fueron una baza importante en el desarrollo de la batalla final. En uno de los relieves de la galería que rodea al templo de Horus en Edfu, aparecen los Shemsu Hor en una de las pocas representaciones que de estos seres se conservan en Egipto. ¿Son narraciones míticas que no fueron ciertas? O son realmente la constatación histórica de que Egipto fue fundado y habitado por una civilización, actualmente ignorada, miles de años antes de lo que afirman las cronologías oficiales. Hay muchos interrogantes cuado más retrocedemos hacia el origen de la civilización egipcia. Calculando la duración de los reinados de los sucesores de los Shemsu Hor, vemos que, de haber existido estos semidioses, tendrían que haber gobernado la Tierra en algún momento alrededor del 10.000 a. C., fecha cercana a la presunta desaparición de la Atlántida. Según las crónicas egipcias, la realeza primitiva tuvo una sucesión ininterrumpida de 13.900 años. Algunos autores antiguos, como el ya mencionado Eusebio de Cesarea, creían que este gran número de años se debía a que los egipcios llamaban año al mes lunar, Sin embargo, esta interpretación no está fundamentada. A decir verdad, no existe ni una sola prueba arqueológica que permita los egiptólogos probar la existencia de una civilización desarrollada alrededor del 10.000 a.C., precisamente el mismo momento del hundimiento de la Atlántida de Platón. Por ello, cabe preguntarse dónde realmente gobernaban los Shemsu Hor en una época tan temprana de la Historia.
Hay algunas pruebas astro-arqueológicas que pueden retrasar la cronología del antiguo Egipto a tiempos considerados míticos. Robert Bauval es conocido especialmente por su teoría sobre la Correlación de Orión. Esta teoría establece una relación entre la pirámides egipcias de la IV dinastía, en la meseta de Guiza, y el alineamiento de ciertas estrellas de la constelación de Orión llamada comúnmente Cinturón de Orión o las Tres Marías. Lo indicado por Bauval, la nueva cronología de la Esfinge, más otros informes al respecto, señalan claramente el 10.000 a. C. Éste es el caso del zodíaco del templo de la diosa Hathor, en Dendera, cuyos 2,5 metros de diámetro decoraban el techo del pórtico de una de las salas dedicadas a Osiris, en la zona oriental del templo. Conservado en la actualidad en el museo parisino del Louvre, puede comprobarse cómo la colocación de los signos zodiacales está desarrollada de tal manera que el signo correspondiente a la constelación de Leo es el primero en aparecer. Es el grupo de estrellas que dominaba el horizonte de Egipto precisamente en el año 10.000 a.C. Sin embargo, ninguna de estas teorías arqueo-astronómicas demuestra que en esa época tan temprana existiera en el valle del Nilo una civilización desarrollada. Pero, sin embargo, este tipo de pruebas astronómicas deben haceros reflexionar, tal como han hecho algunos investigadores, como Robert Bauval. Si no existió ninguna cultura capaz de construir grandes monumentos en el año 10.000 a. C., ¿qué es lo que motivó a los antiguos egipcios a reflejar en sus monumentos relaciones estelares con aquel momento de la antigüedad? Algo sucedió alrededor del año 10.000 a. C. para que los egipcios lo rememoraran dejando constancia de ello. Contradiciendo las teorías que pretenden que el término Shemsu Hor no es más que la designación dada a una serie de reyes míticos que vivieron en un pasado lejano mítico, hay otras teorías que pretenden otorgar a los Shemsu Hor un papel más importante de lo que se había pensado hasta ahora. Autores como Robert Bauval o Graham Hancock, no solamente piensan que los Shemsu Hor existieron, sino que además fueron los portadores de una sabiduría iniciática que durante siglos se mantuvo en el más absoluto de los secretos.
Bauval y Hancock defienden que gracias a este selecto grupo de sabios, los antiguos egipcios pudieron erigir grandes construcciones para las que se requerían conocimientos astronómicos y matemáticos, que resultan imposibles de encontrar en una civilización aparentemente primitiva como la egipcia del 2500 a. C., fecha en la que supuestamente se levantaron las grandes pirámides. Según estos dos autores, a la hora de edificar monumentos como los de la meseta de Gizeh, debieron estar involucrados seres sabios, sin cuya ayuda hubiera sido imposible la consecución de tales logros arquitectónicos. Y apuntan a los Shemsu Hor. El plan de los Shemsu Hor, según Bauval y Hancock, era alcanzar la conquista de un gran proyecto cósmico para las futuras generaciones de egipcios. Este proyecto no sería otro que el gigantesco plan cósmico que supone la construcción sobre el valle del Nilo de una réplica en piedra de la constelación de Orión, grupo de estrellas que estaba identificado con el dios Osiris, precisamente la divinidad que propició que los Shemsu Hor se unieran a su hijo Horus con el fin de vengar su muerte. Al parecer, este plan se consumó. Pero no sabemos si de manera exitosa. Pero después de la llamada Era de las Pirámides, que en la Historia oficial de Egipto se extiende desde el 2600 hasta el 2000 a. C., ya no se volvieron a llevar a cabo todas aquellas construcciones que requerían una serie de conocimientos astronómicos y matemáticos extraordinarios. Supuestamente desaparecieron los Shemsu Hor como herederos de un saber iniciático, que había sido guardado desde tiempos inmemoriales y que fue empleado para honrar a los dioses con monumentos extraordinarios. El misterio aparece cada vez que profundizaos en el estudio del origen de la civilización egipcia. Tanto si existieron como no los Shemsu Hor, una vez intuido su papel en la historia, estaremos en condiciones de comprender el verdadero sentido de aquella sorprendente civilización.
Los faraones llevaban una doble corona, compuesta por un halcón que simbolizaba el sur de Egipto y una serpiente que representaba el Egipto septentrional. Pero la Esfinge parece haber tenido una sola corona de serpiente. Lo que nos remontaría a los tiempos del mito de la serpiente emplumada en la América precolombina o a su equivalente en los templos camboyanos de Angkor. Con esta información podemos intentar descubrir la auténtica identidad de aquellos misteriosos civilizadores. En el Templo de Edfu están grabados los Textos de la Construcción. El Templo de Edfu es un templo de Antiguo Egipto ubicado en la ribera occidental del Nilo, en la ciudad de Edfu, que durante el periodo grecorromano fue conocida como Apolinópolis Magna, dedicada al dios de los dioses, Horus-Apolo. Es el segundo templo más grande de Egipto después de Karnak y uno de los mejor conservados. El templo, dedicado al dios halcón Horus, fue construido durante el periodo helenístico, entre 237 y 57 a. C. Las inscripciones en sus paredes proporcionan información importante sobre el lenguaje, la mitología y la religión durante el mundo grecorromano en el Antiguo Egipto. En particular, sus textos inscritos sobre la construcción del templo proveen detalles de su construcción y también información sobre la interpretación mítica de éste y otros templos como la Isla de la Creación. También existen inscripciones que relacionaron el conflicto antiquísimo entre Horus y Seth. En éstos se nos habla de unos constructores conocidos con el nombre de los Siete Sabios, procedentes de una isla arrasada por las aguas, tal vez la Atlántida. Estos sabios fundaron una hermandad secreta, con el objetivo de preservar, generación tras generación, algunos de los conocimientos matemáticos y astronómicos más relevantes. Por lo tanto, cabe la posibilidad de que estos sabios planificaran las pirámides de Gizeh miles de años antes de que se construyeran. En la misma línea, las fuentes egipcias consultadas por el escritor Graham Hancock mencionan una organización cuya existencia apoya las argumentaciones de quienes creemos que, en la Era de Leo, llegaron a Egipto los supervivientes de una entidad civilizadora.
Según estas fuentes, antes incluso de que existiera el Egipto faraónico, el país estuvo gobernado por unos seres semidivinos que poseía grandes conocimientos científicos. Los textos de Edfu nos dicen que esa organización de sabios era conocida con el nombre de Shemsu Hor, “Compañeros de Horus”. Su misión consistía en legar esos conocimientos a las generaciones futuras, pero de forma hermética o esotérica, pues no todo el mundo podía acceder a dichos conocimientos. Para complicar más el escenario, algunas tradiciones centroamericanas describen otra hermandad hermética, pero en esta ocasión en estrecha relación con las culturas precolombinas. Se trataría de los “Compañeros de Quetzalcóalt”, probablemente los mismos Shemsu Hor a los que nos hemos referido. Esa hermandad sería la responsable de llevar a buen término la construcción de la ciudad de Teotihuacán, transmitiendo así unos conocimientos que se perpetuarían en quiénes heredaran estos conocimientos en la América precolombina. Además, existe algún indicio arqueológico que apunta a la época en el que debieron de estar presentes aquellos civilizadores del Nuevo Mundo. Hoy sabemos que en Tiahuanaco, situada en pleno altiplano boliviano, en la zona ritual de Kalasasaya, se practicaban ciertos rituales relacionados con la bóveda celeste. El papel astronómico de este lugar es evidente, ya que existen dos puntos de observación en el recinto, que señalan el solsticio de invierno y el de verano. Actualmente, los dos trópicos están exactamente a 23º 30´ al Norte y al Sur del ecuador, pero los dos puntos del solsticio en el Kalasasaya revelan que fueron construidos cuando los trópicos se hallaban situados a 23º 8´ 48″ del ecuador, es decir, en torno al 10.500 a.C. Justo la época en la cual, según describen las tradiciones centroamericanas, los “Compañeros de Quetzalcóalt” llevaban a cabo su proyecto civilizador en América. Todo esto apunta a unos antepasados civilizadores comunes para los mayas, los aztecas, los olmecas, el Egipto dinástico y la cultura megalítica, entre otras.
Al estudiar estos monumentos antiguos observamos nuevos hechos arqueo-astronómicos que evidencian los grandes conocimientos de aquella antigua civilización. Por ello debemos considerar seriamente la posibilidad de que muchas de las principales obras arquitectónicas del pasado apuntaran al firmamento durante la Era de Leo, alrededor del 10.500 a.C., como conmemoración de algún acontecimiento extraordinario, que no conocemos. Pero podemos suponer que probablemente conmemoraban el resurgimiento de la civilización después de un terrible cataclismo, como el que destruyó la Atlántida. Por aquellas remotísimas fechas, los templos camboyanos estaban orientados hacia la constelación del Dragón, la Esfinge hacia la de Leo y las pirámides hacia la de Orión, una constelación a la que han dado mucha importancia diversas culturas en gran parte del planeta. Pero lo más sorprendente es que dicha transmisión de conocimientos se perpetuará en el tiempo. Hay quienes especulan con la posibilidad de que exista una hermandad heredera de estos conocimientos en la actualidad. Lo cierto es que nos volvemos a encontrar con unos misteriosos “Compañeros” en la Edad Media. Los constructores herméticos medievales inauguraron una nueva etapa de esplendor arquitectónico, llena de referencias arqueo-astronómicas tan significativas como las de sus colegas de la antigüedad. Entonces, de nuevo, renació con fuerza un arte sagrado tal como el que había inspirado la antigua cultura egipcia o la megalítica, y que tendrá su continuación en el arte románico y gótico. Al igual que pasó en su día con la Gran Pirámide, los herederos medievales de esta tradición de compañerosconstruyen las famosas catedrales góticas, e que está presente el concepto hermético egipcio al que los Templarios denominaron la “cuadratura del círculo”. Estas dos figuras geométricas están predispuestas de tal forma que sirven de base geométrica a alegorías simbólicas de un pasado remoto.
Diversas leyendas y mitos se han conservado durante larguísimos periodos de tiempo, a través de la tradición oral de los pueblos antiguos. James Bruce de Kinnaird (1730 – 1794), naturalista, explorador y geógrafo británico, recordado por haber buscado durante unos doce años las nacientes del Nilo Azul, debido a su capacidad lingüística fue nombrado cónsul británico en Argel, lo que le sirvió para visitar países africanos como Abisinia, actual Etiopía, de la cual se llevó consigo un antiguo ejemplar del Kebra Negast y el Libro de Enoc. Tiempo después ambos manuscritos fueron donados a la biblioteca Bodleiana de Oxford. En el libro La búsqueda del Santo Grial, de Grahan Hancock, se da a entender que el verdadero motivo de James Bruce para visitar Etiopía era investigar sobre si realmente ellos tenían el Arca de la Alianza, a fin de poderla transferir a una Orden de masones escoceses. Desde entonces se ha ido perfilando una inquietante relación entre los francmasones británicos, la historia del diluvio universal y el Libro de Enoc. Sorprendentemente las implicaciones de este manuscrito han superado las fronteras del mito para entrar en los dominios de la historia. Como señalan los escritores Robert Lomas y Cristopher Knight, en su libro The Hiram Key: Pharaohs, Freemasonry, and the Discovery of the Secret Scrolls of Jesus, nos explican el descubrimiento de que los mas importantes conjuros de la masonería se pronuncian en egipcio antiguo, lo que representó el punto de partida de una búsqueda de las raíces perdidas de la masonería. Los autores, ambos francmasones, pronto se encontraron dilucidando una cadena extraordinaria de eventos que se inicio con un asesinato en la antigua Tebas y concluyo al descifrar el simbolismo de un extraño edificio medieval escocés. El libro plantea cuestionamientos que desafían a algunas de las creencias mas veneradas de la civilización occidental: ¿Fueron enterrados los pergaminos con las enseñanzas secretas de Jesús en el templo de Herodes poco antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos?, ¿Desenterraron los caballeros templarios, dichos pergaminos para luego adoptar los rituales que incluían?, ¿Fueron después enterrados dichos pergaminos bajo una detallada reconstrucción del templo de Herodes, en la cima de una colina escocesa, donde esperan ser desenterrados nuevamente?
Según Lomas y Knight, la historia de un aniquilamiento masivo, cercano a la extinción, forma parte de los antiguos rituales de la organización masónica. Pero este ritual ha sido objeto de transformaciones a lo largo de los últimos tres siglos, por parte de los propios francmasones ingleses. Al parecer, antes de que fueran censurados de un modo deliberado por los propios francmasones durante los siglos XVIII y XIX, los rituales superiores de la francmasonería mencionaban claramente que preservaban el arcano conocimiento del alto sacerdocio judío, que ya era antiguo en tiempos del rey David y del rey Salomón. Esos ritos masónicos de tradición oral, como casi todas las tradiciones de la antigüedad, hacen mención al diluvio universal y a la existencia en el pasado de una hermandad destinada a preservar las tradiciones de la época de Noé. También se hace referencia a la existencia de una civilización, anterior a un gran cataclismo, poseedora de avanzados conocimientos. De las personalidades que se dan cita en sus listas destaca Enoc. En la tradición masónica se narra su vida y su contacto con Uriel, un querubín que le dio las pautas a seguir con objeto de salvar los secretos de la civilización de un cataclismo global. En el Libro de Adán y Eva, Uriel es identificado como el querubín que permanece junto a las puertas del Edén con una espada ardiente para evitar el acceso de los humanos al Árbol de la Vida. El Libro de Enoc podría considerarse como algo así como un libro de instrucciones destinado a preservar el conocimiento. Algunas partes del libro son susceptibles de controvertidas interpretaciones desde el punto de vista astro-arqueológico.
En el Libro de Enoc se habla de un extraño grupo de seres, los Vigilantes, además de los Ángeles, que interaccionan con Enoc y otras personas de su entorno. También encontramos referencias de otro tipo de seres, los Gigantes, que eran descendientes directos de los Vigilantes, que supuestamente poseían una naturaleza humana y divina. A estos Gigantes los vemos referenciados en las mitologías de todo el mundo, incluida la Biblia. A este respecto, hay que recordar la historia del enfrentamiento entre David y el gigante Goliat. Sin embargo, han sido los Manuscritos del Mar Muerto los que nos han ofrecido la narración más amplia que se tiene hasta ahora de estos míticos Gigantes. En un capítulo del Libro de Enoc, bajo el título de Libro de los Gigantes, encontramos tres referencias significativas. Por un lado, se dice que los Gigantes poseían un conocimiento secreto y que vigilaban muy de cerca a los seres humanos que podríamos considerar normales. Además, se dice que se experimentaron cruces genéticos poco naturales. Finalmente, los Gigantes se inquietaron al saber que iba a haber un gran diluvio y que ni tan siquiera ellos lo podrían evitar. Muchos astro-arqueólogos están convencidos que estos seres eran de origen extraterrestre. Tal vez los seres descritos en el Libro de Enoc habían heredado los conocimientos de una civilización avanzada, víctima de los caprichos destructivos de la madre naturaleza. Probablemente los contemporáneos de Enoc supieron que los Vigilantes no eran tan humanos como ellos, ya que sus inusuales conocimientos y poderes los hacían equivalentes a dioses. Íñigo Jones (1573 – 1652) fue un importante arquitecto británico y el primero en emplear las reglas de proporción y simetría vitruvianas en sus edificios. Los manuscritos masónicos que hacen referencia a Enoc fueron escritos por Iñigo Jones y por Wood. Ambos conceden una gran importancia a los pueblos de antes del diluvio y describen el alto dominio que éstos tenían del trivium, las tres vías o caminos que contenían las artes de la “elocuencia”: Gramática, Retórica y Dialéctica, lo que hoy podríamos considerar las humanidades, así como el quadrivium, las cuatro vías o caminos que agrupaban las ciencias relacionadas con los números y el espacio: Aritmética, Geometría, Astronomía y Música.
En estos escritos se insinúa la existencia de una civilización avanzada en tiempos antediluvianos. Esta idea se intuye en los textos cuando se afirma que los egipcios encontraron unos pilares secretos, después del diluvio, que contenían las claves científicas de aquella civilización olvidada. Esos conocimientos antiguos sirvieron de base a la pujante civilización egipcia, que siglos después asombraría al mundo con sus fabulosos monumentos. Estos manuscritos masónicos parecen confirmar la realidad histórica de los Shemsu Hor. Ciertos rituales francmasones, hoy ya en desuso, dan una versión alternativa a la historia de los pilares. Así, en algunos de estos documentos se nos dice que el artífice de estos pilares fue Enoc; mientras que en otras versiones los pilares fueron descubiertos hace más de tres mil años atrás, cuando unos albañiles, que trabajaban en el Templo de Salomón, los desenterraron. Los antes mencionados Robert Lomas y Cristopher Knight afirman que “los antiguos rituales del Rito Escocés Antiguo dicen que los grandes sacerdotes de Jerusalén, que sobrevivieron a la destrucción de la ciudad en el año 70 a.C., fueron el origen de las familias europeas que mil años después formaron la orden de los Templarios”. Tal vez, ese conocimiento tan detallado provenga de esas antiguas familias o de los Rollos de Qumrán, o Manuscritos del Mar Muerto, que se supone los templarios desenterraron cuando excavaron en el monte del Templo en Jerusalén entre 1118 y 1128. La casi totalidad de los Rollos de Qumrán están redactados en hebreo y arameo, y solo algunos ejemplares en griego. Los primeros siete manuscritos fueron descubiertos accidentalmente por pastores beduinos a finales de 1946, en una cueva en las cercanías de las ruinas de Qumrán, en la orilla noroccidental del Mar Muerto.
Posteriormente, hasta el año 1956, se encontraron manuscritos en un total de 11 cuevas de la misma región. Parte de los manuscritos hallados en el mar Muerto constituyen el testimonio más antiguo del texto bíblico encontrado hasta la fecha. En Qumrán se han descubierto aproximadamente 200 copias, la mayoría muy fragmentadas, de todos los libros de la Biblia hebrea, con excepción del libro de Ester, aunque tampoco se han hallado fragmentos de Nehemías, que en la Biblia hebrea forma parte del libro de Esdras. Del libro de Isaías se ha encontrado un ejemplar completo. Otra parte de los manuscritos son libros no incluidos en el canon de la Tanaj, como comentarios, calendarios, oraciones y normas de una comunidad religiosa judía específica, que la mayoría de expertos identifica con los esenios. Se sabe que los Templarios siempre estuvieron muy relacionados con Etiopía, sobre todo a lo largo del siglo XIII. Cabe la posibilidad de que encontraran el Libro de Enoc e incluso que lo llegaran a utilizar en sus ceremonias. En ese caso, los actuales ritos francmasónicos tendrían su origen en los caballeros templarios, que seguramente actuaron de intermediarios con el judaísmo pre-rabínico. De ser ese el caso, podríamos afirmar que la francmasonería es en realidad un culto enoquiano. La legitimidad del Libro de Enoc viene avalada por una serie de pruebas arqueológicas. El descubrimiento de otras nueve copias del texto en los Manuscritos del Mar Muerto garantiza su autenticidad, puesto que la información astronómica que contiene ya era conocida mucho antes por los francmasones ingleses. Además, la historia masónica de Enoc ya existía mucho antes de que el enigmático libro fuera descubierto por James Bruce.
El profesor James Lovelock ha manifestado que cualquier especie que inflige un gran daño al planeta Tierra está condenada a la extinción. Brian Desborough, un científico norteamericano, en su libro They Cast No Shadows, presenta evidencias astrofísicas e históricas que sugieren que un evento celestial importante, con la participación de Venus y Marte, causó estragos en el planeta Tierra, en el forma de una época de inundaciones y de glaciación, destruyendo la mayor parte de la raza humana. Ello pueden ayudar a explicar por qué algunos geólogos consideran que el actual paisaje marciano tiene menos de diez mil años de antigüedad, a juzgar por la falta de erosión de las rocas, a pesar de las violentas tormentas de arena marcianas. A raíz de este cataclismo, la mayoría de los seres humanos degeneraron hasta volver a ser meros cazadores-recolectores. Con el fin de producir un nuevo avance de la Humanidad hacia una nueva civilización, una increíble raza de seres apareció en la Tierra. Se trataba de los Shemsu Hor, tal como dijeron algunos egiptólogos, como Schwaller de Lubicz (1891- 1951), que consideraba que la época pre-dinástica de Egipto no tuvo un desarrollo evolutivo, sino que más bien recibió su civilización del exterior. Los textos antiguos han revelado que estos grandes civilizadores fueron los Shemsu Hor, algunos de cuyos supuestos esqueletos han sido descubierto en Saqquara, en Egipto. Según parece, los Shemsu Hor habrían sido una raza más alta que los entonces indígenas egipcios. Curiosamente, sus cráneos poseían una característica física asombrosa. A diferencia de los cráneos humanos convencionales, la frente y las mitades posteriores de los cráneos Shemsu Hor no estaban unidas. Por lo tanto, como el cerebro crecía durante la infancia, la mitad posterior del cráneo se alargaba hacia atrás. Esta deformación causó que su piel estuviese muy estirada, dando así a la Shemsu Hor la apariencia facial de una serpiente. Curiosamente el faraón Akenatón tenía esta misma deformación. Muy significativamente, los deformados cráneos de los Shemsu Hor se han encontrado en regiones del mundo en las que se construyeron las famosas estructuras antiguas, construidas con enormes bloques de piedra. Como ejempo de dicas construcciones tenemos las pirámides y Esfinge de la meseta de Gizeh, las pirámides de América Central y el Hipogeo de Hal Saflieni en Malta, entre otras muchas construcciones.
El término sumerio “shem” significa «Cámara Celeste», lo que resulta bastante elocuente. Es también en estas regiones en que se han encontrado figurillas de una Diosa Madre con los rasgos faciales de una serpiente. Curiosamente, uno de los rollos del mar Muerto, titulado El Testamento de Amran, tiene la siguiente enigmática frase: ” … su cara era la de una víbora“. Muy probablemente los Shemsu Hor descendieron sobre una montaña, seguramente el monte Hermón, durante el diluvio universal y más tarde fueron conocidos como los Vigilantes, Anunnaki o Nefilim. Según los textos sumerios, residieron durante muchos años en las laderas superiores de la montaña, en un valle que llamaron Edin, donde enseñaron a un grupo de seres humanos. Cuando las aguas del diluvio retrocedieron, los Shemsu Hor emigraron a Mesopotamia, donde introdujeron la agricultura y otros conocimientos entre los recolectores-cazadores nativos. Los egiptólogos oficiales afirman que la Gran Pirámide fue construida alrededor del año 2500 a.C. Pero un famoso vidente, como Edgar Cayce, afirmaba que la pirámide en realidad databa del 10.500 a.C. Otra vez esta enigmática fecha. Es decir, antes de a la época de los faraones, pero durante la probable estacia en Egipto de los Shemsu Hor. La magnífica época civilizadora de los Shemsu Hor en Egipto parece haber terminado alrededor del año 2.250 antes de nuestra era, cuando una hermandad, conocida como la Real Orden del Dragón, se convirtió en dueña de Egipto. A partir de entonces, el Egipto de la antigüedad perdió los conocimientos necesarios para las grandes construcciones de pirámides. La Real Orden del Dragón, que rinde culto al dragón o serpiente, todavía existe en la actualidad. Cuando los Shemsu Hor desaparecieron misteriosamente de la historia de Egipto y de otras partes del mundo, algunos de los habitantes locales iniciaron la costumbre de atar los cráneos de sus bebés entre dos placas planas, con el fin de simular los cráneos alargados de los Shemsu Hor, que habían reintroducido la civilización después de la inundación global.
Curiosamente, al mismo período de tiempo que la era de los Shemsu Hor terminó en Egipto, el pueblo olmeca de Centroamérica todavía era una sociedad de agricultores primitivos hasta que, de acuerdo a las tradiciones de Mesoamérica, los olmecas fueron visitados por un ser alto, de piel blanca y con una barba blanca, que poseía una increíblemente alargada cabeza, una descripción que parece coincidir con la de los Shemsu Hor. En un muy corto período de tiempo los olmecas desarrollaron una cultura que les permitió la construcción de las primeras pirámides en Mesoamérica. Con los conocimientos impartidos por este misterioso personaje, a quien veneraban, los olmecas construyeron una fortaleza en La Venta, mediante la utilización de bloques de piedra ciclópeos. Cerca del lugar, el arqueólogo norteamericano Mathew Stirling descubrió una gran escultura de roca con la supuesta imagen de un Shemsu Hor, con una cabeza alargada y luciendo una larga barba. El imperio olmeca misteriosamente se colapsó alrededor del año 100 a.C. Algunos de los olmecas se trasladaron a Belice y otros a la península de Yucatán, donde fueron conocidos como los mayas. Por otro lado, otros olmecas viajaron hasta el centro de México, donde fundaron el imperio tolteca. Los cráneos alargados de los Shemsu Hor se han descubierto en estas ambas áreas. Una extraña anomalía de las principales pirámides en Egipto y América Central consiste en que sus entradas están desplazadas de la línea central de la pirámide en una distancia de 7,3 metros. Parece obvio que no es una casualidad. Pero ¿cuál es la razón de este desplazamiento? La respuesta a este enigma parece que está en los archivos del Instituto para la Ciencia Técnica de la Información, que es una rama de la Academia Rusa de Ciencias. Son documentos que se basan en datos experimentales, que no sólo refutan la teoría gravitacional de Einstein, sino que también refutan gran parte de la física teórica actualmente aceptada. Dicho de otro modo, proponen una revisión a fondo del mundo de la física teórica.
Estos trabajos de investigación los llevó a cabo el físico y matemático alemán Hartmut Müller mientras trabajó en el Instituto de Investigación Cósmica en Rusia, durante la década de 1980. La base de la investigación del Dr. Müller fue el descubrimiento de una interacción no electromagnética entre los sistemas bióticos físicos. Más tarde se descubrió, por parte de científicos rusos que esta supuesta interacción biocampo incluso se producía entre objetos supuestamente inanimados, tales como rocas o materia interestelar. Más tarde, en 1988, experimentos microbiológicos realizados a bordo de la nave espacial Mir determinaron que el biocampo era en realidad la gravitación. Y, sorprendentemente, la gravitación modulada poseía la capacidad única de la transmisión biológica de datos, un hecho verificado independientemente por el distinguido físico nuclear y biólogo molecular norteamericano George Merkl. El biocampo sería el campo electromagnético que se genera alrededor de un cuerpo biológico, y que es producido por el intercambio de información o de impulsos electromagnéticos de los átomos y células de dicho cuerpo. Experimentos rusos realizadas durante la década de 1960 y posteriormente, como las de los astrónomos N. A. Kosyrev y V. V. Nasonov del observatorio Krim, revelaron que las ondas gravitacionales son capaces de viajar, al menos, a veinte veces la velocidad de la luz y que un biocampo impregna todo el universo. Después de examinar estos datos científicos, el Dr. Müller fue capaz de deducir que una onda estacionaria gravitatoria escalar logarítmica impregna la totalidad del universo. Esta onda estacionaria gravitatoria confiere datos resonantes apropiados para todos los sistemas bióticos dentro del universo, imponiendo así un efecto duradero sobre la evolución planetaria. Contrariamente a populares creencias científicas, la investigación del Dr. Müller revela, para sorpresa de los estudiosos del genoma humano, que la información genética no está contenido en las cadenas de ADN. En lugar de ello, las moléculas del ADN y del ARN generan hologramas ópticos que están en resonancia con frecuencias específicas generadas por ondas estacionarias gravitatorias escalares a nivel del universo.
Cada célula viva recibe en resonancia los datos apropiados, en la forma de señales electromagnéticas débiles codificadas, desde la onda estacionaria gravitatoria escalar, necesaria para los procesos bioquímicos, tales como la síntesis de proteínas. Cabe destacar que, con el fin de proteger los supuestos conocimientos en biogenética avanzada de los ojos profanos, las imágenes representadas en las tablillas de arcilla sumerias por los Shemsu Hor, contendrían datos codificados que corresponderían a la síntesis de proteínas y a la fabricación de un tipo de elixir que repara las células dañadas y restaura las células muertas. Algunas tablillas de arcilla sumerias parece que contienen imágenes codificadas del citoplasma, proteínas, nucleótidos y retículo endoplasmático. El código contenido en las tablillas sumerias parece que fue destruido por el Dr. George Merkl, cuya sospechosa muerte no parece que fue por causas naturales. Las células vivas rechazan los campos electromagnéticos externos que carecen biológicamente de datos relevantes, permitiendo así el crecimiento celular para proceder de una manera controlada. Por desgracia, para toda la vida dentro de nuestra biosfera, gran parte de la contaminación electromagnética, generada por las líneas eléctricas de alta tensión y los sistemas de telecomunicaciones, contiene espectros de frecuencia de importancia biológica, elegida arbitrariamente, que impregna y contamina la biosfera con campos de energía que no están en sintonía con el cosmos. No es tanto la intensidad, sino el contenido de información biológica electromagnética, la “basura” que es tan perjudicial para todos los procesos celulares bióticos. La frecuencia de las computadoras y los teléfonos celulares, por ejemplo, transmiten frecuencias que son resonantes con células de la médula ósea humana. Los Shemsu Hor no sólo introdujeron una nueva civilización de Egipto, Malta, Mesopotamia y Mesoamérica, sino que también nos dejaron pistas de que tenían un profundo conocimiento de la onda estacionaria gravitatoria escalar universal y de su importancia en el esquema cosmológico de las cosas. En efecto, además del desplazamiento de la entrada de la Gran Pirámide, las dimensiones de su Gran Galería y la Cámara del Rey, un supuesto sarcófago, son resonantes con la geometría de la onda escalar universal, tal como también lo son la magníficas catedrales góticas de Europa.
Las catedrales góticas fueron diseñadas y dirigidas por maestros canteros cistercienses o templarios, iniciados en una Escuela de Misterios conocida como Fratres Solomonis. No sólo diseñaron las catedrales para que sus interiores fuesen cavidades resonantes, sino también su arquitectura fue codificada en base a la numerología, la alquimia y la astrología. Mediante el estudio de la geometría sagrada codificada en la arquitectura de las principales pirámides del mundo, se hace evidente el importante legado de los Shemsu Hor, cuyo objetivo parece que era establecer una civilización basada en una cosmología que estuviese en sintonía con la onda estacionaria gravitatoria escalar. Aprender a entender y trabajar con el cosmos en vez de en su contra. El calendario maya de la cuenta larga y su supuesta profecía del fin del mundo en realidad se originó en los antiguos pueblos olmecas, no los mayas, utilizando los avanzados conocimientos astronómicos otorgados por sus civilizadores, los Shemsu Hor. El calendario es más preciso que el que usamos hoy en día. Había otros dos calendarios mesoamericanos que, cuando se utilizan junto con el de la cuenta larga, revela no sólo el conocimiento de los Shemsu Hor sobre la de la precesión de los equinoccios, sino también un medio para pronosticar con precisión los acontecimientos celestes que abarcan millones de años. Acompañando al calendario olmeca también tenemos un mito de la creación, que se ha registrado en un códice conocido como el Popol Vuh, equivalente a la biblia de los pueblos indígenas de Mesoamérica. El mito de la creación es un relato de una batalla entre las fuerzas del bien y mal. El área oscura de la Vía Láctea, cuyo nombre es Xibalba Be, el camino al inframundo, que se cree que es el camino que lleva al reino de los seres malignos.
El mito gira en torno a la muerte y resurrección de un guerrero conocido como Hun Hunahpú, dios de la fertilidad y del juego de pelota. Si bien el juego de pelota está sobre la tierra, es también camino que lleva al mundo subterráneo y sombrío del Xibalbá. El ruido proveniente del juego molestó a los Señores de Xibalbá, quienes los invitaron a descender al inframundo para jugar al juego de pelota. Hun-Hunahpú y su hermano Vucub Hunahpú descendieron a éste, en donde fueron torturados y sacrificados. En el lugar donde los hermanos fueron enterrados creció un árbol de jícaras, el cual dio cráneos por frutos, entre los cuales se encontraba la cabeza de Hun-Hunahpú. Al utilizar el sistema de tres calendario, los mayas fueron capaces de predecir que el 21 de abril de 1519 supondría el nacimiento de nueve períodos terribles, que abarcarían 52 años cada uno, en el que los mayas perderían su libertad. Esta fue la fatídica fecha en que Cortés y sus conquistadores llegaron al Nuevo Mundo. Este particular período finalizaba el 16 de agosto de 1987. Según los mayas, estamos actualmente en un era de transición de descontento social, la guerra y los grandes cambios geofísicos. La época actual cambiará cuando entramos en el Quinto Sol, el 21 de diciembre del 2012. Este es el día en que, por primera vez, en casi 26.000 años, el Sol entra en conjunción con la Vía Láctea y el plano de la eclíptica. Este evento celestial no implica la aniquilación de la vida en la Tierra, como afirman algunos, sino más bien el comienzo de una era en la que la humanidad será capaz de someter a las fuerzas del mal si se opta por vivir de una manera armoniosa. Tal como hemos indicado anteriormente, parece que los Shemsu Hor llegaron a la Tierra en un período en que la humanidad estaba en un estadio de cazadores-recolectores, con la finalidad de crear nuevas civilizaciones en Egipto, Mesopotamia y Mesoamérica, entre otras. La intervención de los Shemsu Hor en los asuntos humanos parece que fue beneficiosa, a pesar de que eran seres poco adaptados para la vida en el planeta Tierra. Debido al enorme tamaño de sus cráneos, para ellos habría sido muy difícil y doloroso caminar erguidos, a causa del entorno gravitatorio de la Tierra.
Con toda probabilidad los Shemsu Hor vinieron desde un planeta donde la gravedad era considerablemente inferior que en la Tierra. Durante muchos siglos, un poco conocido círculo de seres humanos conocido como los Khwajagan, que se supone herederos de los Shemsu Hor, han intervenido en los asuntos humanos. Con sede central en Afganistán, los miembros de esta sociedad secreta poseen poderes fenomenales, como telequinesia, tele-transportación, la capacidad de viajar instantáneamente por todo el universo, la capacidad de aparecer en diferentes lugares al mismo tiempo, la comunicación psíquica y telepática, etc… Se dice que trabajan para implementar sus planes espirituales en todo el mundo. Cada vez que los Khwajagan han aparecido a lo largo de la historia, han soplado los vientos de grandes cambios espirituales. Después de estudiar con ellos, Adelardo de Bath trajo la astronomía al mundo occidental, mientras que el sufismo era creado a partir de las enseñanzas de los Khwajagan. Adelardo de Bath (1080 – 1150) fue un científico y traductor inglés del siglo XII. Es conocido principalmente por sus traducciones al latín de muchas obras científicas árabes importantes, en las áreas de astrología, astronomía, filosofía, alquimia y matemática, incluyendo antiguos textos griegos que sólo existían como traducciones árabes y fueron introducidos en Europa. Durante un periodo de siete años viajó por todo el África del Norte y Asia Menor. Los antiguos egipcios consideraban a Venus como una entidad que castiga a la humanidad por su falta de espiritualidad. El tránsito de Venus tiende a culminar con un prolongado período de mínima actividad de manchas solares y con un clima extremadamente frío. Tristemente, los seres humanos pronto olvidaron el legado de los Shemsu Hor. Bajo la Esfinge se levanta una estela de granito que define a la meseta de Gizeh como el «espléndido lugar del Tiempo Primero». Tal vez este tiempo primero corresponde al enigmático 10.500 a.C.
En 1996, Graham Hancock y Robert Bauval, en su libro Guardián del Génesis, terminarían desglosando una antigua creencia egipcia según la cual en este oscuro período de tiempo del 10.500 a.C., el Nilo estuvo gobernado por unos enigmáticos Shemsu Hor. Al parecer, se trataba de una estirpe de seres semidivinos, que gozaron de grandes conocimientos astronómicos y que legaron su sabiduría a sacerdotes y faraones. Los Shemsu Hor debieron de ser los que orientaron las pirámides hacia la posición de Orión en el 10.500 a.C., así como los que situaron a la Esfinge mirando al punto del horizonte por donde en aquella fecha emergía la constelación de Leo. Por esto la Esfinge representa un león con cabeza humana. Asimismo se supone que fueron quienes se dieron cuenta de la extraña circunstancia de que, hace más de doce mil años, la Vía Láctea emergía en el mismo lugar del horizonte de Gizeh que donde se perdía de vista el Nilo. Un verdadero espejo del cielo. Hasta hoy nos han llegado referencias de aquellos Shemsu-Hor en jeroglíficos que podemos observar en las paredes de templos como Edfú o Dendera, en el Alto Nilo, donde nos indican que los cimientos de esos recintos descansan sobre los de otros templos ancestrales construidos por estos misteriosos personajes. Parece que hubiesen querido indicarnos algo. No obstante, la identidad de estos «sabios» antiguos todavía es un enigma. De ellos apenas sabemos que se sintieron fascinados por la estrella Sirio, que más tarde encarnaría la diosa Isis, y por la constelación de Orión, contrapartida estelar del dios Osiris. Y a templos como el de Edfú los orientaron no a los lugares de salida y puesta del Sol, como fue común en Egipto, sino a los puntos por donde emergían las constelaciones de Orión en el sur y la Osa Mayor en el norte. Y así, templos y pirámides han comenzado a ser vistos, a raíz de los trabajos de Hancock y Bauval, como construcciones astronómicas, en sintonía con la creencia egipcia de que el alma de los difuntos debía atravesar una serie de pruebas hasta alcanzar un lugar en la Duat (también llamada Amenti o Necher-Jertet), el inframundo de la mitología egipcia, el lugar donde se celebraba el juicio de Osiris, y donde el espíritu del difunto debía deambular, sorteando malignos seres y otros peligros, según se narra en el Libro de los Muertos, y pasar por una serie de “puertas” en diferentes etapas del viaje, descritas en el Libro de las Puertas.
La pirámide del Sol, en Teotihuacán, sería el lugar en el que la tradición local dice que los hombres se convierten en dioses. ¿Se basa en una creencia egipcia? En El espejo del paraíso, Graham Hancock afirma que no. A fin de cuentas, la idea de los sabios astrónomos fundadores de civilizaciones se encuentra también en México, donde sus antiguos pobladores veneraron a un rey-dios llamado Quetzalcóatl, que dio las indicaciones pertinentes para edificar el complejo piramidal de Teotihuacán, cuya función simbólica parecía ser la de «convertir a los hombres en dioses» y la de marcar el movimiento de la constelación de las Pléyades. Algunas tradiciones nahuales, que dentro de las creencias mesoamericanas es una especie de brujo que tiene la capacidad de tomar forma animal, describen este proceso y cómo era controlado por unos misteriosos «compañeros de Quetzalcóatl», versados en los secretos del Universo. Tanto que la avenida de los Muertos de Teotihuacán es, según demostró el investigador norteamericano Stansbury Hagar, una representación de la Vía Láctea, que representaba el camino a recorrer por los difuntos hasta el más allá. Y eso por no hablar de otros enclaves como Uxmal, con templos que representan Aries, Tauro o Géminis, o el de Utatlán que representa Orión. Stansbury Hagar nos dice: «Muchas, si no todas las ciudades mayas, fueron diseñadas para reflejar en la Tierra el supuesto diseño de los cielos. En cuatro lugares —Uxmal, Cinchen Itzá, Yaxchilán y Palenque— puede ser reconocida una secuencia zodiacal casi completa». La aportación más destacada de Graham Hancock es su tesis de que hubo un grupo de astrónomos ancestrales que crearon observatorios a lo largo de todo el planeta y cuyas edificaciones imitaban determinadas constelaciones, como puede verse en los santuarios camboyanos de Angkor. Supuestamente construidos entre los siglos IX y XII de nuestra era por monarcas de la dinastía Jemer, los templos de Angkor son unas impresionantes construcciones de piedra sembradas de motivos serpentiformes. La tradición que los acompaña habla de unos misteriosos seres llamados nagas, con aspecto serpentiformes y características semidivinas, cuyas imágenes y símbolos aparecen esculpidos por doquier. Aparte de lo que los textos védicos dicen de ellos, poco se sabe de estos nagas, salvo que llegaron a Angkor para «marcar el lugar».
Curiosamente, Angkor se encuentra exactamente 72 grados al este de la meseta de Gizeh, un número que aparentemente tiene que ver con la precesión de los equinoccios. La disposición de sus 72 templos parece imitar la constelación del Dragón sobre el mapa de la región. Orientados con precisión apuntando a los cuatro puntos cardinales, Hancock quiso comprobar, en 1997, para descubrir qué posición ocupaba la constelación del Dragón en el equinoccio de primavera de 10.500 a.C. En aquel momento las estrellas del Dragón estaban en su punto más bajo del horizonte, justo en el norte, tal y como sucedía con Orión y las pirámides de Gizeh. Es más, en esa fecha desde Angkor podía verse Leo en el este y Orión en el sur, marcando los ejes del cielo. Tal vez Angkor formaba parte de ese «calendario geográfico» descubierto en Gizeh. Pero sería interesante saber cómo se transmitió esa tradición a través de los siglos que separan la construcción de las pirámides de Gizeh de la de los templos de Angkor. Investigaciones posteriores revelaron muchos puntos de coincidencia entre Camboya y Egipto. Por ejemplo, en ambas culturas se creía que un dios pesaba las almas de los muertos en un juicio, acompañado por otras divinidades que cumplían idénticas funciones. Y, por si fuera poco, el propio nombre de Angkor tiene un significado propio en el lenguaje de los faraones: ankh horsignifica algo así como «Horus vive». Hancock sostiene que Angkor fue una especie de marcador geodésico plantado en Camboya para reflejar la constelación que en el 10.500 a.C. se encontraba marcando el norte geográfico. Siguiendo su teoría, en el pasado una civilización desconocida distribuyó marcadores semejantes por todo el planeta, teniendo en cuenta números propios de la precesión, como el 72, que marca el número de años que se tarda en recorrer un grado del zodiaco. Aparte se utilizan otros números relacionados con el 72.
El Canon Real de Turín, tal como ya hemos indicado, se trata de un mosaico compuesto por 160 trozos de papiro que, una vez ensamblados y traducidos, nos ofrecen una sorprendente pista sobre la identidad de los verdaderos fundadores de Egipto, así como la época en la que vivieron y transfirieron a los hombres su sabiduría. Sus jeroglíficos son un canto a una perdida Edad de Oro. El documento en cuestión contiene un completo listado de los gobernantes predinásticos del país del Nilo, e incide en el tiempo que rigieron los «compañeros de Horus» o Shemsu-Hor: «Los Akhu, Shemsu-Hor, 13.420 años; reinados antes de los Shemsu-Hor, 23.200; total, 36.620 años». El término Akhu es especialmente misterioso. Existe una palabra en la lengua del antiguo Egipto para referirse a los poderes mágicos. Se trata de akhu. Este término significa “hechizos” o “brujería”. Dioses y estrellas hacían uso del Akhu, que no estaba considerado moralmente bueno ni malo. Todo ser sobrenatural o criatura mágica, como los dioses, tenían su propio Akhu. Según Sir James Frazer, la magia consistía en la manipulación de entidades sobrenaturales por parte de un ser humano, con la esperanza de que un correcto comportamiento ritual produciría el efecto deseado. En el antiguo Egipto, la magia estaba muy vinculada a la religión. La respuesta está en los propios textos egipcios, y más concretamente en libros como la Historia de Egipto, escrita por Manetón, y que se refieren a un origen de la cultura egipcia muy anterior a la unificación de las «dos tierras» bajo el faraón Menes, hacia el 3150 a.C. Manetón, que bebió de fuentes muy antiguas y confeccionó una lista de monarcas, que se ha demostrado coincidente con otras cronologías ancestrales descubiertas después, como la Piedra de Palermo o el Canon Real de Turín, distinguía tres grandes eras en Egipto. Una primera en la que afirma que los Neteru, los dioses, gobernaron el país durante 13.900 años; una segunda regida por los Shemsu-Hor o «compañeros de Horus» durante 11.025 años, y una última gobernada a partir del aludido rey Menes, o «faraón escorpión», y que abarcó las treinta y una dinastías que le siguieron. Los egiptólogos admiten que la lista de descendientes de Menes es exacta, y que su orden coincide esencialmente con lo que hoy sabemos gracias a las excavaciones arqueológicas. Pero, inexplicablemente, deciden ignorar los otros precedentes.
La razón por la que los egiptólogos ignoran los precedentes es porque obligaría a los egiptólogos a adentrarse en períodos de la historia donde teóricamente sólo debieron de existir tribus nómadas, muy alejadas de lo que se entiende como una civilización. En marzo del 2000, Robert Bauval y John Anthony West se reunieron en El Cairo para hablar de los Shemsu-Hor. Según John Anthony West: “Lo que sorprende por encima de todo es que los egiptólogos pretendan saber más de la historia de Egipto que los propios egipcios. Yo creo que éstos sabían de lo que estaban hablando, y que las alusiones a los Neteru y a los Shemsu-Hor nos remiten a períodos ancestrales de civilización“. West no es el único que piensa así, ya que Bauval opina prácticamente lo mismo. Bauval remitía a otros documentos egipcios mucho más antiguos que los escritos por Manetón. Esos documentos son los Textos de las Pirámides, hallados en monumentos de la V y VI dinastías, o en los menos conocidos Textos de la Construcción, esculpidos a lo largo de los muros de los templos de Edfú y Dendera. En ellos, según Bauval, se encierra la clave para entender quiénes fueron los verdaderos fundadores de Egipto. En los muros del templo de Edfú, en el Alto Nilo, se narra la historia de los verdaderos fundadores de Egipto. Todo sucedió miles de años antes de que naciera el primer faraón de la primera dinastía. Justo en ese período que los egipcios llamaron el «Tiempo Primero». Esos fundadores, tal como ya hemos dicho, fueron los Shemsu-Hor. En Edfú se cuenta la historia de un libro sagrado compilado por el dios Toth, en que se habla de ciertos «montículos sagrados» a lo largo del Nilo sobre los que se edificaron los templos. Y dice que esas ubicaciones fueron fijadas por «siete sabios» o «compañeros de Horus» en el «principio del mundo» o, lo que es lo mismo, en el Tiempo Primero.
Según Bauval, la idea de los «siete sabios» es casi universal. En la tradición babilónica se les llamaba Apkalluy se creía que vivieron antes del diluvio. Los vedas hablan también de siete Rishis, o sabios, que sobrevivieron a la inundación y recibieron el encargo de transmitir la sabiduría del mundo antiguo a la humanidad. Todo el templo de Dendera está cubierto de inscripciones que podrían facilitarnos pistas. No en vano, se trata de un recinto consagrado al conocimiento, y que fue erigido en época ptolemaica (siglo I d.C.) para preservar un saber de más de seis mil años de antigüedad. Una de esas inscripciones, ubicada por John Anthony West en una de las cámaras subterráneas, describe cómo el templo de Dendera fue construido «de acuerdo con un plan escrito sobre rollos de piel de cabra, en la época de los compañeros de Horus». Estos compañeros de Horus, o Shemsu-Hor, sucedieron en muchos siglos a los Neteru, «dioses», y pertenecían a una cultura mucho más desarrollada que éstos. De hecho, según algunas tradiciones, el templo de Dendera, así como el de Edfú y Abydos, están ubicados sobre los lugares donde se dice que los Shemsu-Hor libraron sus batallas e hicieron uso de todo su poder destructor. En otros templos ptolemaicos, como el de Kom-Ombo o el de Edfú, también construidos sobre montículos primordiales marcados por los Shemsu-Hor, hay trazas de unos insólitos jeroglíficos que muestran unas sorprendentes «bombillas». Las «bombillas» de Edfú estaban representadas como una especie de flores de loto simplificadas, de las que emergían serpientes que, a su vez, eran cubiertas por una suerte de campanas transparentes. En realidad, Dendera y Edfú no son los únicos lugares de Egipto donde existen jeroglíficos que recuerdan bombillas eléctricas. También en Kom-Ombo. asimismo un templo ptolemaico del Alto Egipto. De hecho, sólo si aceptamos la hipótesis de que la casta sacerdotal tenía acceso a una clase de conocimientos tecnológicos impropios de su época, tal vez heredados de esos misteriosos Shemsu-Hor, explicaríamos satisfactoriamente cómo los artistas egipcios pudieron trabajar en las tinieblas de recintos como la «tumba persa» de Sakkara, sin tener iluminación, que no podía ser la de antorchas que habría dejado evidentes huellas.
Pero tanto el templo de Dendera como el de Edfú tenían una clara función astronómica. Los techos de sus corredores, la orientación precisa de sus muros apuntando a los puntos cardinales y hasta la inclusión de elementos estelares tan clásicos como el célebre «zodíaco de Dendera», apuntan claramente a la existencia de cierta conexión estelar con estos recintos. El llamado zodiaco de Dendera es un conocido bajorrelieve del Antiguo Egipto esculpido en el techo de la pronaos (o pórtico) de una cámara dedicada a Osiris en el templo de Hathor de Dendera, en Egipto. Está expuesto en el Museo del Louvre de París. Contiene imágenes que parecen corresponder a las constelaciones de Tauro y Libra. Esta cámara está datada a finales del periodo ptolemaico y su pórtico fue añadido durante el reinado del emperador romano Tiberio. Esto llevó a Jean-François Champollion a fechar el relieve correctamente en el periodo grecorromano, pero muchos de sus contemporáneos postularon que databa del Imperio Nuevo. La fecha aceptada mayoritariamente en la actualidad es hacia el año 50 a. C., pues muestra estrellas y planetas en las posiciones en que se observarían en esa época. Se ha conjeturado con que el relieve sirviera de base para la confección de sistemas astronómicos posteriores. Durante la campaña napoleónica en Egipto, Vivant Denon dibujó el zodiaco circular y los rectangulares. En 1802, tras la expedición napoleónica, Denon publicó varios grabados del techo del templo en su Voyage dans la Basse et la Haute Egypte. Éstos suscitaron una gran controversia en torno a la fecha del zodiaco, que iba desde miles de años hasta unos siglos y si era un planisferio o una representación astrológica. El interés despertado en Europa por los hallazgos egipcios, motivó que se decidiera enviar el relieve a Francia y así, en 1820, el distribuidor de antigüedades Sébastien-Louis Saulnier encargó a Jean Baptiste Leloraine, un maestro albañil, extraer el zodiaco circular usando sierras, alicates y pólvora. La pieza finalmente llegó en 1821 a París y al año siguiente fue instalada por Luis XVIII en la Biblioteca Real. En 1922 fue trasladada desde la Biblioteca nacional al Museo del Louvre.
¿Qué pensaban los antiguos egipcios sobre sus propios orígenes? De hecho, disponemos de al menos dos cronologías antiguas que enumeran los reyes que tuvo Egipto y que los remontan a mucho antes de la unificación del Alto y el Bajo Nilo en tiempos del faraón Menes, alrededor del 3150 a.C. Hubo, pues, según ellos, quiénes pudieron acometer tan arduas empresas. Tal como antes dijimos, estas listas reales son la Piedra de Palermo y el Canon Real de Turín. La de Palermo cita 120 reyes que gobernaron antes del nacimiento de la época dinástica, aunque se encuentra tan deteriorada que es imposible extraer más información acerca de ese oscuro período prehistórico. En cuanto al Canon Real de Turín, pese a su lamentable estado de conservación, describe un período de 39.000 años, que se inició con el gobierno de los Neteru (o dioses), y que se desarrolló a lo largo de nueve longevas dinastías anteriores a Menes, comandadas por una suerte de seres semidivinos, conocidos como «los venerables de Menfis», «los venerables del Norte» y los Shemsu-Hor, que reinaron sobre Egipto durante más de trece mil años. Para los egiptólogos esta información no es más que un mito. Cuando John Anthony West presentó en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia de 1992 las conclusiones del geólogo norteamericano Robert M. Schoch y sus ideas sobre una avanzada civilización pre egipcia, fue inmediatamente rebatido por Mark Lehner, egiptólogo de la Universidad de Chicago, con el argumento de que si los análisis geológicos demuestran que la Esfinge y los templos fueron erigidos por una cultura desconocida, hace más de nueve mil años, ¿dónde se encuentran los abundantes vestigios que debió dejarnos una cultura con tan dilatada historia? Según West, los vestigios a que se refiere Lehner están enterrados debajo de los monumentos que hoy contemplamos en Egipto. Es bien conocida la costumbre de los antiguos habitantes del Nilo de construir sus nuevos templos sobre las ruinas de los anteriores. Esto, unido a la acción del desierto, habría hecho desaparecer todo rastro de antiguas construcciones.
Pero en el otro extremo de Egipto, cerca ya de la actual frontera con Sudán y en los confines de un territorio que antaño fue dominado por los faraones, se encuentra otra pista arquitectónica que apoya la tesis de la existencia de una civilización predinástica. Puede verse en la parte trasera del templo de Seti I, en Abydos, encontrándolo empotrado en un nivel claramente inferior al del resto de la construcción. Se trata del Oseirión, que es la supuesta tumba de Osiris para algunos egiptólogos, mientras que para otros es un simple cenotafio mandado levantar por Seti. Menmaatra Sethy, o Seti I, hijo de Ramsés I y Sitra, fue el segundo faraón de la dinastía XIX; gobernó unos quince años, del 1294 al 1279 a. C. Las mismas líneas geométricas e idéntico estilo arquitectónico que encontramos en el Templo del Valle de Gizeh, pueden encontrarse en el Oseirión de Abydos, más de mil kilómetros al sur. El Templo del Valle es el nombre de una construcción adjunta a cada pirámide. Actuaba como entrada al complejo funerario y estaba unido al templo funerario (situado junto a la pirámide) por una calzada. En general, estaban dotados de dos puertas con un vestíbulo y una sala hipóstila, de forma similar a los templos funerarios. El Oseirión de Abydos tal vez perteneciera un Egipto predinástico que ha sido olvidado. Como el Templo del Valle de Gizeh, este recinto fue construido con enormes bloques que alcanzan casi los siete metros de largo, y que carecen también de cualquier inscripción o ángulo que no sea de 90 grados. La impresión que transmite el conjunto es de gran sobriedad, aunque puede observarse que esta especie de sala subterránea sufrió, como el Templo del Valle en Gizeh, una restauración posterior. Ésta se advierte en los relieves astronómicos descubiertos en el techo, en los supuestos mándalas geométricos grabados probablemente en época árabe y hasta en una pieza rescatada a la entrada del Oseirión, en la que podía leerse: «Seti está al servicio de Osiris».
Cuando los egiptólogos Flinders Petrie y Margaret Murray descubrieron el Oseirión en 1903, dedujeron que se trataba de una construcción muy antigua. Observando los grandes paralelismos arquitectónicos que presentaba en relación a los templos de Gizeh, estos dos arqueólogos no dudaron en apostar por una datación que remontaba su edad hasta, al menos, la IV dinastía. La Cuarta Dinastía forma parte del Imperio Antiguo de Egipto. Se inicia cerca de 2630 a. C. con el reinado de Seneferu y termina aproximadamente en el 2500 a. C. con el reinado de Shepseskaf, o tal vez con Dyedefptah, citado por Manetón. Estos faraones mantuvieron su capital en Menfis, como los de la dinastía III. No se conoce bien cómo finalizó esta dinastía; el único indicio es que varios dirigentes y altos funcionarios de la cuarta dinastía están documentados permaneciendo con el mismo cargo durante la siguiente dinastía V bajo el reinado de Userkaf. Entre 1925 y 1930, Henry Frankfort, egiptólogo, arqueólogo y orientalista holandés, descubrió en el recinto del Oseirion un tosco cartucho de Seti grabado en piedra, por lo que concluyó que el Oseirión no era más que un cenotafio, una tumba falsa para un dios mítico. Pero si la tumba de Abydos era falsa, ¿quería esto decir que existía una verdadera tumba de un dios? A unos setenta metros de profundidad se alcanza una sala oscura bajo la meseta de Gizeh, que alberga el sarcófago de un supuesto gigante. Tiene tres metros de longitud y los expertos creen que se trata de una tumba falsa del dios Osiris. La mera sospecha de que los restos mortales de alguna de las divinidades egipcias pudiera encontrarse algún día bajo las arenas del desierto era alucinante. En cierta manera, la leyenda de Osiris justificaba la existencia de varias sepulturas para su cuerpo. Plutarco, el famoso escritor latino del siglo I d.C., recoge en su obra Isis y Osiris cómo el cuerpo del dios del más allá fue troceado en catorce partes y enterrado en otros tantos lugares, de donde sería rescatado por su esposa Isis y «reconstituido» con la sola intención de quedarse embarazada y dar a luz al que regiría en adelante los destinos del país: Horus. Previsiblemente, por tanto, deberían existir otras tantas tumbas vacías.
Cuando a inicios de 1998 el doctor Zahi Hawass, el máximo responsable arqueológico de la meseta de Gizeh, anunció el descubrimiento de otra «tumba de Osiris» cerca de las pirámides parecía bastante plausible. Hawass fechó el hallazgo, ubicado a medio camino entre la Esfinge y la segunda pirámide de Gizeh, en una época cercana al período saíta, entre el 665 y el 525 a.C. Y añadió que la tumba había sido hallada vacía y sin inscripciones. El periodo tardío de Egipto, también conocido como Baja época, comprende la historia del Antiguo Egipto desde la dinastía XXVI, Saíta, en el siglo VII a. C., hasta la conquista de Alejandro Magno, que da inicio al Periodo helenístico de Egipto. La dinastía Saíta está considerada generalmente como inicio del llamado periodo tardío de Egipto. Pero las conclusiones del doctor Hawass eran bastate contradictorias. Si los arqueólogos habían sido incapaces de hallar inscripción alguna o material que pudiese datarse en aquella supuesta tumba, ¿cómo podían deducir que se trataba de una obra de la época saíta? En la embocadura del monumento funerario hay un pozo de sección cuadrada y unos quince metros de profundidad, que inmediatamente da paso a otra sección interior sumida en la más absoluta de las penumbras. El pozo tenía unos setenta metros de profundidad, y estaba dividido en tres niveles principales. En uno de ellos reposaban cinco sarcófagos de granito negro, vacíos. Y más abajo, rodeado por un foso de agua, un sexto sarcófago, gigante, pero con la forma de un hombre tallada en el fondo, que estaba allí desde un tiempo inmemorial. De haber albergado a un ser humano, su ocupante debió de medir más de dos metros veinte de alto. Para ubicarlo se tuvo que construir una galería vertical que ofrecía enormes dificultades técnicas para su vaciado. Luego había que colocar aquella caja de piedra enorme. Y si siempre había permanecido vacía, ¿cuál era su utilidad? Pero habría que recordar que los saítas dejaron escrito en la Piedra Shabaka, una losa de granito negro de 66 x 137 cm, escrita en jeroglíficos y actualmente en el Museo Británico, acerca de aquella enigmática meseta: «Gizeh es el lugar de enterramiento de Osiris».
Para los antiguos egipcios Osiris fue uno de los dioses primordiales de su panteón. Astronómicamente estaba vinculado a la constelación de Orión y creían que esta divinidad fue la que civilizó Egipto. Como otros dioses civilizadores en otras culturas, Osiris trajo al valle del Nilo la abolición del canibalismo, la agricultura, especialmente los cultivos del trigo y la cebada, el vino y hasta un primer código de leyes para los seres humanos. investigadores como West o Hancock creen que Osiris podría ser un tipo de cabecilla de una cultura perdida de ingenieros y arquitectos prehistóricos. A alguien como Osiris los egipcios le deben el uso de un sistema de escritura tan complejo como el jeroglífico, la comprensión de un detallado calendario fundamentado en la medición del movimiento de la estrella Sirio en el firmamento, y hasta el empleo de técnicas constructivas ciclópeas que se aplicaron hasta la IV dinastía, para luego irse perdiendo hasta dejar paso sólo a contadas obras arquitectónicas posteriores como la erección de obeliscos. Pero, ¿de dónde vino Osiris? En su magnífica obra Las huellas de los dioses, Graham Hancock sugiere que podría tratarse de un dios navegante, lo que justificaría el impresionante hallazgo realizado en 1991 junto a la «Casa del millón de años» de Abydos. La Casa del millón de años es el nombre que recibieron varios templos del Imperio Nuevo de Egipto, construidos en la orilla occidental del Nilo a su paso por Tebas por faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX. Su objetivo era mantener un lugar para el culto del rey divinizado, asociado a Amón, la principal divinidad tebana de la época. El faraón se encontraba así aureolado de una estela divina y la función real se magnificaba y exaltaba. Al lado del templo había una zona para custodiar la barca de Amon, que efectuaba la visita a los templos durante la hermosa Fiesta del Valle. Una casa del millón de años no está destinada a servir de sepultura. En el antiguo egipcio el término significa en realidad Fortaleza de millones de años. En principio no se diferencia un templo funerario de un templo para el culto a los dioses. Una vez muerto el faraón era considerado un dios y su templo, que lo llamaron Casa del millón de años, se construía para una divinidad. Hay que tener en cuenta que un templo era la vivienda de un dios, y no el lugar donde congregarse los fieles, pues su acceso les estaba vedado.
En diciembre de 1991 fueron hallados bajo las arenas del desierto doce barcos teóricamente preparados para la navegación en alta mar, y hundidos bajo tierra a unos dos kilómetros del curso del Nilo. Según la datación aproximada que se hizo entonces, las naves bien podrían tener cinco mil años de antigüedad y ser, por tanto, muy anteriores al reinado de Seti I. Esto confirmaría que Abydos era un lugar sagrado antes de la llegada del faraón que construyó el templo que hoy admiramos, y que Seti bien se pudo volcar en la rehabilitación de una construcción del tiempo en que los dioses gobernaban Egipto. La sola idea de la existencia de dioses navegantes obliga a plantearse la existencia de la Atlántida. Un pueblo pudo haber desarrollado grandes dotes de navegación y haber dejado huellas de su paso tanto en Sudamérica como en África. Como curiosidad, a nadie pueden pasar inadvertidas las conexiones existentes entre la tecnología de navegación empleada por los habitantes de Tiahuanaco, en el actual altiplano boliviano, que navegan en sus barcas de totora, y los navíos enterrados en Egipto. O que tanto en Tiahuanaco como en templos del Imperio Nuevo egipcio se emplearan idénticas grapas de metal para unir los bloques de piedra de sus templos; o que los bloques de andesita que se utilizaron en los muros defensivos de la fortaleza inca de Sacsahuamán presenten la misma disposición «en puzle» que las losas de revestimiento de la pirámide de Micerinos en Gizeh o que los bloques que flanquean el interior del Templo del Valle de Gizeh. Se puede creer en coincidencias, ¿pero tantas?
A inicios de 1890 se hizo evidente la conexión entre algunos miembros de la sociedad secreta de la Golden Dawn y el famoso escritor futurista Julio Verne. Ese mismo año, mientras Bram Stoker ultimaba su célebre novela Drácula, Julio Verne terminaba su libro El castillo de los Cárpatos, que curiosamente se ambienta no demasiado lejos de la mansión del célebre conde vampiro. El argumento, más allá del relato vampírico, está centrado en una de las grandes obsesiones de Julio Verne y de las sociedades con las que estuvo vinculado: la búsqueda de la inmortalidad. Pero éste no es el único paralelismo que existe entre Stoker y Verne. Cuando el primero terminó de redactar su nuevo libro sobre vampiros La joya de las siete estrellas, describió un extraño rayo de color verde que vinculaba con ciertos ritos de resurrección de los antiguos egipcios, y que Verne hará internacionalmente famoso en su novela El rayo verde. En ella, Verne concederá a ese haz lumínico ciertas dotes revitalizadoras. ¿Cómo pudo Verne adelantarse con tanta precisión a su tiempo y describir logros humanos que no se conquistarían hasta décadas después de su muerte? Pero detrás de ello se escondía una trama de sociedades secretas e informaciones reveladas que podían explicar las dotes de videncia de Julio Verne. Tal vez Verne había logrado contactar con los misteriosos superiores desconocidos a los que se refiere la sociedad Golden Dawn, una especie de entidades supra-terrestres que controlan los designios humanos desde tiempos inmemoriales. Tal vez serían los mismos Shemsu-Hor de que hablaban las tradiciones egipcias.
Fuentes:
- Graham Hancock – Las huellas de los dioses
- Graham Hancock – La búsqueda del Santo Grial
- Graham Hancock – El espejo del paraíso
- Robert Bauval – El misterio de Orión
- Robert Bauval – La cámara secreta: En busca de los orígenes del antiguo Egipto
- Robert Bauval – Código Egipto
- Robert Bauval – Guardián del Génesis
- Robert Bauval – Black Genesis: The Prehistoric Origins of Ancient Egypt
- John Anthony West – La serpiente celeste
- John Anthony West – Traveller’s Key to Ancient Egypt
- Zecharia Sitchin – El 12º Planeta
- Zecharia Sitchin – La Guerra de los Dioses y los Hombres
- Zecharia Sitchin – El Código Cósmico
- Zecharia Sitchin – Los Reinos Perdidos
- Brian Desborough – They Cast No Shadows
- Schwaller de Lubicz – El Templo en el Hombre
- Schwaller de Lubicz – Le miracle égyptien
- Robert Lomas y Cristopher Knight – The Hiram Key: Pharaohs, Freemasonry, and the Discovery of the Secret Scrolls of Jesus
- Eugéne Michel Antoniadi – L’astronomie égyptienne depuis les temps les plus recules