En Venezuela hay muchos días ‘D’. Muchos días ‘definitivos’. Solo en los primeros meses de este año van unos cuantos: el 23 de enero, el 23 de febrero, el 7 de marzo, el 6 de abril, el 30 de abril… el 1 de mayo. Y al día siguiente vuelve a ser un día ‘C’. Un día ‘cualquiera’.
Pocas ventanas se abren al mundo con tantas expectativas como el escenario de la geopolítica venezolana y todos hablan sobre el devenir del país caribeño como auténticos opinólogos de profesión: pasa esto por esto o pasará eso por aquello. Pero en Venezuela suele ocurrir de manera reiterada algo que no se amolda a los patrones establecidos. Que no hay lógica ni concierto y que nunca, jamás, deja de sorprender con sus acontecimientos.
«Si Caracas lo tiene, Caracas te lo da», suelen decir por ahí en los barrios más alegres. Refrán criollo extrapolado a lo cotidiano: Caracas parece morir unos meses en la alienación caribeña más concurrida de ‘zombipensantes’ y, de repente, un día antes del nuevo gran día ‘D’, ¡zas!, noticia en desarrollo, Juan Guaidó aparece junto a Leopoldo López y unos cuantos militares sublevados en las inmediaciones de la base militar de La Carlota, anunciando el cese definitivo de la usurpación de Nicolás Maduro.
«Todos a la calle», dijo Guaidó a través de sus redes sociales. Adelantó otro día definitivo apareciendo antes de que saliese el sol y en un punto estratégico de la ciudad. La Carlota es un símbolo. Céntrica, infranqueable, poderosa.
Era la mañana del 30 de abril y a los venezolanos les pilló desprevenidos. Se estaban preparando para un día después. El 1º de mayo es el Día del Trabajador en casi todas partes del mundo, pero en Venezuela parece que cobra un cariz diferente. Se sale a la calle, se permanece en la calle; y se anuncia una subida de salario, que en los últimos tiempos ha sido deseada y rechazada a la vez por la lógica hiperinflacionista que vive el país. La subida de salario supone automáticamente una subida desproporcionada de los precios de todos los productos.
Así que durante estos días previos a la nueva gran fecha ‘D’ era habitual encontrar en supermercados y abastos más colas de lo normal para abastecerse compulsivamente de productos de primera y última necesidad. La sorpresa de este 1º de mayo es que nadie anunció una subida salarial y los ánimos, por el lado del miedo al hiperprecio, se relajaron.
La explicación coherente es que el Gobierno ya subió el sueldo mínimo mensual hace dos semanas (el pasado 16 de abril) de 18.000 a 40.000 bolívares (unos 8 dólares), un aumento del 122%. Eso sí, casi no se entera nadie porque nadie lo dijo e internet no hizo su trabajo propagandístico hasta que se publicó en Gaceta Oficial.
La diferencia de este 1º de mayo respecto a otros años es que llegó precedido de una jornada que le robó el protagonismo. Juan Guaidó trató de consumar el golpe de Estado que viene perpetrando desde el 5 de enero, cuando fue designado como presidente de la Asamblea Nacional, o desde diciembre de 2018, cuando ese diputado de Voluntad Popular.
En aquel momento Guaidó, casi completamente desconocido para casi todos, sostuvo una videollamada desde la sede de la Organización de Estados Americanos con sede en Washington, con el preso Leopoldo López, en arresto domiciliario en Caracas. Planeaban el comienzo del año que arrancaba con otras fechas clave como la juramentación de Nicolás Maduro el 10 de Enero de 2019; una juramentación que, por supuesto, no sería reconocida por ellos y que sería el principio de tantos titulares de prensa en los últimos meses.
Pero también se podría decir que el golpe de Estado que Juan Guaidó y sus aliados trataron de consumar en la mañana del 30 de abril en La Carlota empezó hace más de 10 años, como un proyecto junto a otros jóvenes cachorros venezolanos de la oposición (‘Generación 2007’), supervisado por los entrenadores de élite de Washington para cambios de Gobierno como sostienen Dan Cohen y Max Blumenthal en una investigación publicada en el medio digital de investigación GreyZone.
Sea como fuere, el proyecto Guaidó ha colmado el calendario de días importantes con final inconcluso para sus seguidores y sus maestros. El 30 de abril fue una jornada dura en las calles. Calurosa y con olor penetrante a quemado por los enfrentamientos entre la policía, la Guardia Nacional y los manifestantes que apoyaban a Guaidó.
La ciudad se tornó fantasmagórica un día antes de lo previsto y la tensión se extendió desde la Autopista Francisco Fajardo (una de las principales vías de la ciudad con acceso a la mencionada base militar de La Carlota) hasta los límites del Municipio Libertador. Muchos heridos, máxima tensión y una sensación inexplicable (de nuevo) de «¿y ahora qué?». El 1 de mayo amaneció con expectativas renovadas para una de las partes y con fuerza indestructible para la otra.
La oposición convocó desde temprano en diferentes puntos de Caracas. Juan Guaidó llevaba horas en paradero desconocido, pero según su equipo de comunicación, «¿bien y a salvo», haciendo apariciones en sus redes sociales sin geolocalizador.
Leopoldo López fue breve en su ‘trending topic’. Por la tarde ingresó en la Embajada de Chile, pasó unas horas, seguramente saludó a Freddy Guevara (líder opositor de Voluntad Popular, el partido de López, quien lleva más de un año y medio refugiado en calidad de huésped en la Embajada de este país), y finalmente decidió visitar y pernoctar otra casa más familiar: la sede diplomática española en el país caribeño, donde ingresó junto a su mujer, Lilian Tintori, y su hija pequeña, Federica.
Las calles de la capital se llenaron de gente de blanco que quería el golpe. La Plaza de Altamira se tornó irrespirable del gentío y del sol desde las 11 de la mañana. Manuela, 45 años, bandera tricolor al hombro, es firme cuando le preguntan por qué está aquí. «Por mis hijos, porque quiero un futuro mejor para ellos», responde. «¿Y todo vale? ¿Está de acuerdo con sacar a Nicolás Maduro de cualquier manera?», «Sí», asegura. A su lado, Maikel, mayor, sin atavíos, la corrige. «Es erróneo decir que esto es un golpe. Cuando se trata de sacar a un presidente ilegítimo, determinadas acciones están justificadas».
Las horas se llenaron de gente en cada vez menos metros cuadrados. Corrió el rumor en varias ocasiones de que llegaba Guaidó a la zona. Le esperaron. Pacientes. Desenvolvían las arepas de jamón y queso del envoltorio de papel de aluminio. Guaidó nunca llegó. Al final cayó la tarde en Altamira dispersada por la policía y la violencia de unos y otros mientras el chavismo sacaba pecho en su zona de confort: los alrededores del Palacio de Miraflores.
La marea roja fue más fuerte que en otros días ‘D’ porque el susto previo fue mayor. Algunos venían de la resaca de la noche anterior, en ese mismo punto, cuando el golpe parecía que avanzaba y el Gobierno de Nicolás Maduro llamó a los suyos a defender lo suyo: la Patria, Venezuela.
Acudieron al punto cero, que es el Palacio, emulando la historia reciente de aquel golpe que trató de no retransmitir una Revolución: el que le dieron o intentaron dar a Hugo Chávez en el año 2002, cuando el pueblo bajó a Miraflores a preguntar por su presidente y, al final, con tanta preguntadera y persistencia, la masa venció. Cuestión de convencimiento ideológico.
La masa de este 1º de mayo no hablaba del posible aumento salarial y de la temida subida de precios posterior. Hablaba de lo que podría venir si la marea roja que es la suya dejaba de bailar al son de la música chavista.
Nicolás Maduro llegó más tarde de lo habitual a la tarima preparada para la ocasión, pero llegó para contar que jamás hubo ningún avión en Maiquetía (aeropuerto de Caracas) para llevarle a Cuba. Tal y como afirmó el Secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, que en una entrevista en televisión aseguró que las negociaciones para sacarle del poder le habían puesto casi con un pie en La Habana.
Maduro anunció cosas importantes. Entre ellas que en los próximos días mostrará las pruebas de quiénes son «los traidores a la patria», perpetradores del golpe, y que el próximo fin de semana se celebrarán unas jornadas de «diálogo, acción y propuestas».
«Quiero que le digan a Maduro qué hay que cambiar, qué estamos haciendo mal. Quiero asumir un plan de cambio y rectificación para mejorar todo», dijo. El «¿qué estamos haciendo mal?» de un Maduro que se sintió victorioso frente a un golpe «que ya ha sido derrotado» retumbó estrepitoso ante los crédulos de corazón que un día más salieron a la calle para saberse poderosos como venezolanos. El poder no se come pero se siente como sangre de resurrección.
La música tapaba a ese lado los disparos del este de la ciudad donde la policía continuaba echando humo. Un par de horas después Caracas dejaba uno de los atardeceres más lúcidos de los últimos meses, de emborracharse mirando el sol poniente. Mañana será otro día sin más.
https://mundo.sputniknews.com/america-latina/201905021087036270-venezuela-respira-tras-golpe/