Un nuevo estudio investigó los efectos del tacto en las plantas. Se sabe que las plantas responden al contacto del viento y a los insectos, humanos y otros animales. Un ejemplo conspicuo es la Mimosa pudica, cuyas hojas se cierran al menor tacto.
Las plantas tienen una especie de sistema inmune que se echa a andar ante el tacto. En uno de los casos analizados, el tacto humano le ayudó a una especie a combatir un hongo, pero en la mayoría el efecto parece ir en detrimento de las plantas, pues les hace consumir demasiada energía que de otra manera estaría destinada al crecimiento. Con sólo un leve contacto, se puede alterar hasta el 10% de la expresión genética de una planta. Los investigadores notaron que cuando se le toca múltiples veces, el tacto puede reducir hasta en un 30% su crecimiento.
Las plantas obviamente no se quejan -salvo en casos como el ya mencionado-, pero quizá no les guste que las toquen. Esto podría ser algo a considerarse con el movimiento del «tree hugging«, aunque debe de haber numerosos matices en este sentido. Tocar el tronco de un árbol robusto no es lo mismo que tocar el tallo o la flor de una delicada planta.
De cualquier manera, este fascinante estudio abre la puerta a más investigación en torno a la expresión genética de las plantas, su sensibilidad y su posible conciencia, pues si definimos la conciencia como la experiencia de ser algo, es posible que las plantas sean conscientes, aunque evidentemente no puedan comunicarlo ni podamos entender cómo es ser una planta. En otros estudios se ha encontrado que las plantas pueden oír el correr del agua y otros sonidos, se comunican entre sí a través de señales químicas y pueden aprender.