¿Procrastinamos porque en el fondo sabemos que somos inmortales?

El ser humano tiene una tendencia (¿innata?) a aplazar o postergar todo tipo de actos, como si negara que su destino es la muerte. Pese a que en teoría la mayoría de nosotros cree que va a morir y que los actos de esta vida tienen un enorme valor, ya sea porque la vida es irrepetible o porque los actos determinan lo que seremos -cuánto gozaremos o sufriremos- en el futuro, tanto en esta vida como en la existencia postrera (de haberla), aun así tenemos una increíble facilidad para procrastinar y dejar de lado cosas que racionalmente nos parecen de primera importancia.

Borges escribió en su cuento «Funes, el memorioso»: «Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo». Esta frase memorable parece provenir de una idea de Schopenhauer, el filósofo preferido de Borges. En El mundo como voluntad y representación, el filósofo alemán escribe:

También en él, como en el animal que no piensa impera como estado duradero esa íntima conciencia de que él es la naturaleza, una seguridad en virtud de la cual el pensamiento no intranquiliza, notablemente al hombre, sino que cada cual sigue viviendo como si hubiera de hacerlo eternamente; hasta el punto de dar la impresión de que nadie posee en realidad un auténtico convencimiento respecto a la certeza de su muerte, pues de lo contrario no podría haber una diferencia tan enorme entre su disposición de ánimo y la de un criminal condenado a la pena capital; sino que cada cual reconoce esa certeza en abstracto y teóricamente, pero la deja de lado, como otras verdades teóricas que no son aplicables a la praxis, sin asumirlas en su conciencia vital.

(Traducción de Roberto Aramayo)

Schopenhauer añade que esta voluntad de vivir, que se identifica con el conjunto de la existencia, es probablemente lo que ha dado a luz a las diversas creencias en «la persistencia del individuo tras la muerte». El filósofo sugiere que en realidad no creemos en el ultimátum de la muerte, pues la misma voluntad que es la cosa en sí que somos, y que se expresa a través de toda la naturaleza, nos hace intuir que somos inmortales (aunque no nosotros como individuos, sino como voluntad, como vida pura).

Carl Jung, otro pensador enormemente influido por Schopenhauer (el filósofo que mejor anticipó las ideas del inconsciente de Freud), en sus escritos reiteradamente nota que las personas tienen una tendencia a creer que la muerte no es el final de su existencia, casi un instinto de inmortalidad. Para Jung este instinto proviene del Sí mismo, el arquetipo que trasciende el ego pero que se manifiesta sólo a través de la individualidad.

Para Schopenhauer, el miedo a la muerte es solamente la presión que ejerce el ego, la misma individualidad, que se resiste a dejar de existir, pero la voluntad misma y el sujeto trascendente existen eternamente. Lo que realmente es, no muere ni nace estrictamente, sólo aparece bajo el velo de la individualidad, en el mundo de la representación o de los fenómenos, similarmente a como el alma en el vedanta cae en la ignorancia de su propia naturaleza -que es el Atman, el sujeto universal trascendente idéntico al absoluto o Brahman- y se experimenta como un individuo con una conciencia atada a un cuerpo. Pero cuando se elimina el velo de la maya o este encubrimiento de lo real, entonces despierta del sueño del devenir a la realidad de la conciencia absoluta (Brahman), que para Schopenhauer es, antes que conciencia o razón, una voluntad inconsciente. Pero el filósofo es consiente de que negando la voluntad individual se accede a un estado en el que se es todas las cosas y se conoce todas las cosas, a lo que el mismo Borges hace referencia en su frase. Existe, sin embargo, otra diferencia importante en el pensamiento de las Upanishad y en el de Schopenhauer: la noción central que se encuentra en la India de la continuidad del alma o de un agregado mental y su condicionamiento existencial ético, la reencarnación en relación a sus actos (karma). Para Schopenhauer, a lo más que puede aspirar el individuo es a tener una experiencia del absoluto en vida practicando el ascetismo, o a subsumirse en la eternidad de las ideas a través de la contemplación estética. Su inmortalidad, como probablemente lo era también para Aristóteles, es impersonal. Es por ello que se le considera un filósofo pesimista y, sin embargo, no es demasiado difícil subvertir su pensamiento con algunos de sus propios pasajes para encontrar un cierto consuelo filosófico, pensando no en la nada que seremos como individuos, sino en el todo que ya somos como voluntad que existe en un eterno presente.

Twitter del autor: @alepholo

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