Desde hace años, los científicos se preguntan por las causas de una extraña anomalía que debilita el campo magnético terrestre, nuestro escudo natural contra las radiaciones que vienen del Sol y del espacio exterior.
Como su propio nombre indica, la anomalía se encuentra justo en medio del Atlántico sur, y abarca una vasta región que se extiende desde América del Sur hasta las costas meridionales de África. Recientemente, una nueva serie de imágenes de los satélites Swarm, de la Agencia Espacial Europea (ESA), mostraban que la anomalía parece estar a punto de dividirse en dos. Lo cual aumentaría la posibilidad de que nuestros satélites de comunicaciones se vieran afectados al atravesar esta enorme zona de intensidad magnética reducida.
Pero no es eso lo más importante. Lo peor, en efecto es lo que la anomalía del Atlántico Sur podría significar en el futuro. Muchos piensan, en efecto, que el misterioso fenómeno no es más que el presagio de una inversión de los polos magnéticos de la Tierra. El polo norte magnético pasaría a ser el polo sur magnético y viceversa. Durante el tiempo que durara la «migración» de los polos, el campo magnético en general se debilitaría, dejándonos más expuestos a la dañina radiación espacial.
No se trata, sin embargo, de una novedad para el planeta, que ha sufrido ya ese tipo de cambios en numerosas ocasiones, la última hace alrededor de 700.000 años. Pero los científicos no terminan de ponerse de acuerdo al respecto. ¿Estamos al comienzo de una inversión de polaridad del campo magnético terrestre? Y si es así, ¿es la anomalía del Atlántico Sur un aviso que de ese proceso se ha puesto en marcha?
«Nuestro estudio -afirma Yael Engbers, autor principal de la investigación- proporciona el primer análisis a largo plazo del campo magnético en esta región, que data de millones de años y revela que esta anomalía no es única, ya que existían otras similares hace entre ocho y 11 millones de años».
Para llegar a estas conclusiones, Engbers y su equipo investigaron cientos de rocas volcánicas procedentes de la isla de Santa Elena, en el Atlántico Sur, aproximadamente a medio camino entre las costas de Brasil y Namibia, justo en medio de la anomalía. Las rocas proceden de flujos de lava surgidos de una serie de erupciones que ocurrieron entre hace ocho y once millones de años, y conservan el registro magnético inscrito en el momento de su creación. Un registro que aún puede consultarse en la actualidad.
«Cuando las rocas volcánicas se enfrían -explica Engbers- los pequeños granos de óxido de hierro que contienen se magnetizan y, por lo tanto, guardan tanto la dirección como la fuerza del campo magnético de la Tierra en ese momento y lugar. Recolectamos algunas de esas rocas y las llevamos de regreso a nuestro laboratorio de Liverpool, donde hicimos experimentos para descubrir cómo era el campo magnético en el momento de esas erupciones».
Para sorpresa de los investigadores, los análisis revelaron que las inestabilidades y anomalías direccionales en el campo magnético terrestre en esta región eran, hace millones de años, muy similares a las de hoy.
Según los científicos, la evidencia sugiere que el Atlántico Sur es, históricamente, «un lugar de comportamiento geomagnético inusual», y que el fenómeno parece no tener nada que ver con las inversiones del campo magnético terrestre. Según ellos, pues, lo que vemos hoy no es la señal de una inversión de polaridad inminente.
El estudio, sin embargo, no consigue explicar qué está causando esta aparentemente eterna anomalía. Algunas investigaciones anteriores apuntan a que el origen podría estar en una vasta región de roca muy densa, justo en la división entre el núcleo y el manto terrestre, localizada justo debajo de África en el corazón de nuestro planeta. Pero la evidencia no es lo suficientemente sólida como para estar seguros de ello.
En su estudio, los investigadores de Liverpool consideran otra posibilidad: la anomalía podría ser parte de «un giro excéntrico a escala planetaria» del núcleo externo de la Tierra, produciendo efectos poco normales en el límite entre el núcleo y el manto.
Resulta difícil saber con certeza cuál es la hipótesis correcta. Lo único que sabemos es que el origen de la anomalía está en lo más profundo de la Tierra, y que pasará tiempo antes de que podamos explicarla por completo.