El Corazón de la No dualidad
En la liberación, el corazón y la mente no se experimentan como cosas separadas. Es por esto por lo que la no-dualidad parece tan pesada, tan conceptual y tan intelectual. ¡Demasiados conceptos de nada, ausencia y presencia! Esto sólo tiene que ver con el amor. El amor es la unión entre el corazón y la mente.
La no-dualidad no tiene nada que ver con desidentificarse del mundo, fundirse con la nada y testimoniarlo todo. ¡No tiene nada que ver con sentarse, en la cima de una montaña, a contemplar el mundo, compadeciéndose de esos pobres mortales que todavía no están tan despiertos como tú, compadeciéndose de esas pobres almas que todavía tienen ego! No, el amor es el mundo y, en consecuencia, no puede alejarse un ápice de él. El corazón de la presencia irradia amor.
Todo emerge de la nada. Pero nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde va. Todo esto se nos ofrece de manera gratuita, sin que nadie sepa nada al respecto. Esto es un acto de amor puro. No necesitas entender todas estas palabras. Fúndete sencillamente con el misterio. Fúndete en aquello a lo que apuntan las palabras. Sacrifica tu comprensión. Ya ha cumplido su objetivo.
Esto está más allá de la existencia y de la no existencia. Está más allá del yo y del no-yo. Está más allá del sujeto y del objeto, del tiempo y del espacio, del pasado y del futuro. Todas las palabras están de más cuando lo más fascinante del mundo es tomarte una taza de té, percibir el canto de un pájaro o escuchar el ruido del tráfico.
Sujeto y objeto emergen juntos y se disuelven también juntos. Pero, en realidad, no hay sujeto ni objeto. Lo único que hay es lo que está ocurriendo. E incluso decir eso sería decir demasiado.
En la liberación, todo cambia, pero, al mismo tiempo, todo sigue igual. Todo cambia porque ya no se trata de «tu» vida. Ahora ves la vida con absoluta claridad. Todo cambia porque todo se torna maravillosamente transparente y luminoso. Todo cambia porque ahora la vida ya no se opone a la muerte. Todo cambia porque ahora ves todo aquello que antes rechazabas, negabas y a lo que te oponías, como una expresión del amor incondicional.
Pero, al mismo tiempo, sin embargo, todo sigue igual, porque sigues cortando leña y acarreando agua. Comes, cagas y envejeces. Enfermas de cáncer y gritas de dolor en mitad de la noche. Todo sigue desplegándose igual que siempre. No tiene que ver con vivir en una suerte de mundo fantástico de la Nueva Era, no tiene que ver con envolverte entre algodones o conceptos consoladores. No hay entonces modo alguno de obstaculizar la realidad. Ahí acaba todo control y caes en la intimidad con todo, te fundes con la vida y te enamoras de todo lo que es.
Una Ausencia Extraordinaria
Las palabras de este libro apuntan hacia algo muy sencillo.
Apuntan a la Vida tal y como se despliega,
a la evidente y simple presencia de todo,
a las imágenes, olores y sonidos presentes,
a la vitalidad que se halla detrás de todo,
que todo lo mueve, que todo lo trasciende
y que lo es todo.
Y, más allá incluso de eso:
A la ausencia de toda persona separada y sólida,
a la inmensa abertura que, sin estar separada de nada,
todo lo sostiene.
A la extraordinaria ausencia que,
ocupando el centro mismo de la vida,
acaba revelándose como la presencia más perfecta.
Si algunos de los conceptos presentados aquí te parecen difíciles será porque lo son. No en vano desafían cualquier idea que tengas sobre la espiritualidad, sobre la vida, sobre el mundo y sobre ti mismo. No es de extrañar que sientas que algunas de estas palabras amenazan tu sensación de identidad, la idea que tienes de ti y de la verdad.
¿Qué es la búsqueda?
Vamos directamente a la raíz:
Esto nunca nos parece suficiente.
Lo que está sucediendo ahora mismo en el momento presente ―es decir, esto―, nunca nos parece suficiente. De un millón de formas diferentes, nos pasamos la vida buscando, anhelando y deseando otra cosa.
Buscando algo más.
Buscando algo distinto.
Buscando algo diferente a lo que ahora ocurre.
Buscando algo ―en el futuro― que nos satisfaga, nos complete y nos salve.
Buscando respuestas… nos asaeteamos a preguntas hasta volvernos locos.
Jamás hemos sabido descansar aquí, jamás hemos sabido relajarnos completamente en lo que está ocurriendo. Siempre hemos estado sometidos a impulsos que nos empujan hacia un momento futuro en el que suponemos que las cosas irán mejor. Y, como nuestra atención está tan atrapada en el futuro ―como en su reflejo, el pasado―, lo que ahora ocurre acaba reducido a un medio para alcanzar un fin, un simple momento en una larga secuencia compuesta por muchos otros momentos. Y, como nunca estamos contentos con esto, siempre estamos esperando un futuro mejor.
Eso es, precisamente, lo que llamo búsqueda. Y, en este sentido, todos somos buscadores, porque todos estamos buscando algo.
En algún momento estuvimos en casa, pero ya hemos dejado de estar ahí. Y, en tanto que individuos separados, vivimos angustiados por el recuerdo difuso de una intimidad tan próxima que ni siquiera podemos nombrarla. Es como cuando, en la infancia, nuestra madre nos dejaba solos en la habitación. Súbitamente desaparecía y nos veíamos desbordados por una añoranza y una nostalgia que, pese a ser inexplicables, parecían dirigirse al núcleo mismo de nuestro ser. Esta nostalgia parece brotar directamente de la sensación de ser una persona separada.
Maestros y Alumnos
De hecho, el maestro necesita tanto al discípulo como éste le necesita a él. El discípulo desempeña, en el mundo del maestro, una función semejante a la que el maestro cumple en el mundo del discípulo. Cumple con una necesidad. A fin de cuentas, el maestro no puede conocerse a sí mismo como tal a menos que, de algún modo, utilice al discípulo para crear y mantener esa identificación. Por ello se aferran uno a otro con tanta intensidad.
Si quieres hablar de la no-dualidad también, en cierto sentido, estás condenado. Debes ser lo suficientemente humilde como para admitir que jamás podrás expresar esto y que hasta la idea de una comunicación no-dualista «perfecta» ―si es que tal cosa es posible― permanece total y completamente dentro del mundo onírico.
¡Son tantas las cosas que nos prometen los maestros! Nos prometen un evento futuro llamado iluminación, despertar o algún tipo de cambio o modificación de la percepción que jamás podemos obtener ni dejar de obtener.
Desaparece la crispación
No obstante, con la desaparición de la crispación sobre uno mismo ―y de la correlativa contracción del espacio del mundo en que se mueven maestros y enseñanzas― se pone de manifiesto una gracia que no tiene nada que ver con acontecimientos futuros, con experiencias espirituales, con cambios perceptivos, con transformaciones de conciencia o con cualquier cosa que los maestros del sueño puedan ofrecernos. Y eso es sorprendentemente ordinario, tan ordinario como tomarse una taza de té y comer pescado con patatas fritas. Pero aquí no hay nadie tomándose una taza de té ni comiendo pescado con patatas fritas. Sencillamente se bebe una taza de té y se come pescado con patatas fritas. Es como si la taza de té se bebiera a sí misma y el pescado con patatas fritas se comiese a sí mismo. Esto es lo más próximo a la verdad que podemos decir con palabras.
La paradoja de ser una persona, o no
Pero aquí vamos a hablar de algo que trasciende por completo todo eso, de algo que no puede ser capturado por ninguna fórmula creada por el pensamiento. «No hay nadie» y «hay alguien» son, de hecho, afirmaciones igualmente equivocadas. Y lo mismo podríamos decir con respecto a «hay elección» y «no hay elección». Dentro del mundo del sueño, esos pares de opuestos emergen y se desvanecen simultáneamente. Pero ninguno de ellos puede llevarnos a donde realmente queremos ir, es decir, a nuestra propia ausencia.
La práctica espiritual
Yo no te estoy pidiendo que renuncies a tus prácticas espirituales. Puedes renunciar o no y puedes seguir practicando o no. Lo único que debes recordar es que: Renunciar a tus prácticas espirituales no es más que otra práctica espiritual. La ideología anti-práctica espiritual no es más que otra ideología.
¡Cuidado!
Observa el modo en que la mente convierte todo lo que este libro menciona en otro objetivo. ¿No hay persona? ¡Quiero eso! ¿El final de la búsqueda? ¡Quiero eso!
Y si no eres lo suficientemente cuidadoso empezarás a creerme cuando te digo cosas tales como que «yo no estoy aquí». Éste no es un concepto que debas creer, sino una secuencia de palabras que sólo pretenden señalarte algo que trasciende completamente las palabras. En el mismo instante en que lo conviertes en una creencia, en un concepto o en una sensación, deja de ser cierto.
Quien realmente cree «no estar aquí» ―y usa esta creencia para separarse de ti― lo hace desde una imagen muy personal de sí mismo. Piensa en ello.
«La experiencia del despertar» de ayer acaba convirtiéndose fácilmente en el viaje egoico de hoy.
La inocencia de los sentimientos, de cualquier sentimiento
La ira ―o miedo o cualquier otra emoción, sensación o sentimiento― ocupa también aquí un lugar. Con demasiada frecuencia se considera que la espiritualidad consiste en desembarazarse de la ira, en desembarazarse de las llamadas emociones «negativas» y en tratar de acercarse a lo que consideramos «positivo». Pero ésa no es más que una falsa dicotomía que acaba escindiendo el mundo en dos. Éste es un acto de violencia y la violencia sólo puede generar más violencia. Una vez establecida la división primordial no hay modo de acabar con ella. No es de extrañar que, con el paso del tiempo, el ser humano haya matado a tantos seres humanos. La realidad es total, unificada y completa. Y lo que resulta evidente es que, cuando la vemos con claridad, la ira es totalmente inocente. Entonces no hay necesidad alguna de dirigirla contra el mundo. Entonces no vas por ahí matando, torturando ni mutilando a nadie. Porque lo que entonces ves es que no hay nada, absolutamente nada, que debas defender. Sólo hay ira, sin nadie que esté enfadado.
Cuando dejamos que la ira viva su propia vida, no hay problema alguno porque, en tal caso, se desvanece del mismo modo en que aparece. Y lo mismo sucede con el miedo, la tristeza y la alegría. Llegan y se van sin dejar rastro, antes de que puedas decir «estaba enfadado» o «tenía miedo». En el momento en que lo mencionas, la ira y el miedo han desaparecido, se han ido y se han visto reemplazados por algo nuevo. Todo está limpio y hay un retorno a la inocencia.
Por qué hablo de esto
Debes saber que, durante un tiempo, no hablé de esto con nadie. Estaba dispuesto a guardar silencio durante el resto de mi vida. Vi que esto es el milagro, que no hay nada más elevado ni más sagrado que lo que ahora está ocurriendo, nada más «espiritual» que esta apariencia presente… y también vi una intimidad que jamás podrá ser transmitida.
¿Cómo transmitir esta intimidad y esta presencia? ¿Cómo hacerlo? ¿Sirven acaso, para ello, las palabras mundanas? ¿Debería emplear el lenguaje de la no-dualidad? Sabía que, en el mismo momento en que pronunciase una palabra, dejaría de capturarlo. Y también sabía que todo lo que pudiese decir al respecto sería falso. El Tao del que puede hablarse no es el verdadero Tao. Ante tamaña vitalidad, toda palabra palidece.
Pero tampoco tenía el menor interés en convertir a nadie, ningún interés en ayudar a nadie a ver esto (¿quién, después de todo, podría verlo?), ningún interés en convertirme en alguien especial. ¿Acaso puede alguien ser especial? ¿Cómo podría pensar siquiera en considerarme «especial» y distinto a los demás? Pero sabía que, en el mismo instante en que empezase a hablar de esto, podría hacer que Jeff pareciese especial. ¡Y también sabía que, a pesar de todo, Jeff no era, en modo alguno, especial! ¡O igual de especial, a fin de cuentas, que una silla o una alfombra! ¡Todo es una expresión divina!
¿Es Jeff un maestro?
Era inevitable que, en el mismo instante en que Jeff abriese la boca para decir algo sobre la llamada no-dualidad, otros lo convirtiesen en algo, creyesen que tenía un programa o que estaba motivado por la búsqueda de dinero, atención o fama; era inevitable, en suma, que creyesen que era un gurú. Era inevitable que apareciesen todas esas proyecciones. Y como eso fue algo que vi desde el mismo comienzo, no estaba dispuesto a hablar de ello.
En determinado momento, sin embargo, me invitaron a hablar y mi boca dijo «sí». Anteriormente había dicho «no», pero entonces dijo «sí». «No» y «sí» son, en este sentido, completamente iguales. Así fue como, al cabo de un tiempo, Jeff se encontró frente a un pequeño grupo de personas y las palabras empezaron a brotar. Todavía no tenía la menor sensación de que «yo» estaba hablando, todavía no tenía la menor sensación de que había algo que decir. Todavía no tenía ninguna agenda, lo único que había era la presencia o no de las palabras. Poco importaba si «los demás» escuchaban o no porque, en ambos casos, la visión era la misma. Y, aunque la audiencia sea ahora un poco mayor, nada ha cambiado realmente. Todavía, en el fondo, sigue siendo una forma de departir con amigos y aunque, en muchos de los encuentros, Jeff se siente a hablar ante una audiencia que, en ocasiones, formula preguntas y él parezca responderlas, el secreto es que lo único que existe es la Unidad encontrándose a sí misma, sin enseñanza alguna de por medio.
Pero he aquí que el mundo cuenta sus historias. Hasta que el buscador no se disuelva y, con él, lo haga también la sensación de identidad contraída, seguirán proyectándose historias de maestros, enseñanzas, gurúes y linajes. El buscador siempre ve un mundo de búsqueda. Pero, cuando todas las proyecciones se desvanecen, lo único que se ve con absoluta claridad es la inexistencia de gurúes, maestros o enseñanzas, porque aquí no hay personas. La totalidad ya está presente y no tiene nada que ver con persona separada alguna. Entonces es evidente que estamos en casa y que la liberación es absoluta.
Entonces el mundo pensará lo que quiera sobre Jeff. ¿Lo está haciendo por dinero? ¿Es un simple viaje del ego? ¿Es un misionero de la no-dualidad? ¿Se considera secretamente un gurú? Yo no puedo hacer que ninguna de esas historias signifique otra cosa. Lo único que puedo hacer es volver a mi vida ordinaria, volver a la playa de Brighton, tomarme una taza de té y olvidarme de todo. Siempre he considerado estos encuentros como charlas entre amigos. Y seguiré participando de esas charlas hasta el momento en que deje de hacerlo. Así de simple. Todo sale del amor y acaba regresando a él.
Un gurú es alguien que realmente cree poder ayudarte en tu búsqueda de la iluminación o el despertar. ¡Qué ridículo! La palabra «iluminación» que tanto prometen los gurúes es una experiencia del tiempo y aquí no hay tiempo; es un constructo de la mente y aquí no hay mente y es el despertar de una persona y aquí no hay persona. Y, como el gurú todavía te ve como una persona que necesita ayuda (y se ve a sí mismo como una persona que puede dártela), te mantendrá atrapado en la ilusión de que, en realidad, existe algo llamado persona y de que existe algo llamado iluminación. Y de ese modo, en su inocencia, te mantendrá atrapado en el mundo del tiempo y del espacio.
No obstante, cuando todo eso se desvanece, lo único que se ve es que no existe persona alguna a la que ayudar o a la que despertar. De hecho, la relación gurú-discípulo o maestro-discípulo desaparece. Nunca hubo maestros, nunca hubo gurúes, nunca hubo alumnos y nunca hubo discípulos. Lo único que existe es el amor incondicional.
Haz, pues, lo que tengas que hacer y deja que el mundo diga de ti lo que quiera. Y deja también, si eso les hace sentirse bien, que te crucifiquen. Porque lo único que, en tal caso, estarán crucificando, será la historia que, en su mundo onírico, habrán elaborado sobre ti. Por más que lo destruyan todo, literalmente todo, jamás podrán rozar siquiera esta vitalidad, jamás podrán teñir esta presencia, jamás podrán hacer la menor muesca en la Vida.
Yo no tengo el menor interés en lo que el mundo me diga. Y comparto, por el puro gozo de hacerlo, este mensaje hasta el momento en que deje de compartirlo. La gente escuchará o seguirá su camino y todo me parecerá bien.