Cuenta una vieja historia que había tres trabajadores que estaban colocando piedras para construir lo que parecía a simple vista un simple muro.
Uno de ellos, lleno de frustración y amargura, pensaba en lo desgraciado que era porque no sabía hacer otra cosa y ese era el único trabajo que había podido conseguir.
Otro de aquellos obreros, con cara de profunda resignación, hacía su trabajo pensando que, aunque él no disfrutaba haciéndolo, al menos podía así dar de comer a su familia.
El tercer hombre, con rostro sonriente, ponía piedras con ilusión porque sentía que estaba formando parte de algo muy grande: él estaba construyendo una catedral.
Tres seres humanos haciendo aparentemente lo mismo y, sin embargo, haciéndolo desde un lugar de su persona completamente diferente. Uno desde la amargura, otro desde la resignación y, el último, desde la ilusión.
Nuestra vida es esa “catedral” que construimos día a día. Si lo hacemos con entusiasmo, confianza y determinación sentiremos que estamos haciendo algo de extraordinario valor.