«¡Qué difícil es permanecer en el presente!», se oye decir con frecuencia. ¿Realmente lo es? En absoluto, de hecho es lo único que sucede constantemente. Desde que nacimos, podíamos y sabíamos vivir inmersos en la frescura del instante, momento a momento, sin ninguna dificultad.
Lo difícil es lo que nuestra mente condicionada está siempre haciendo: alejarse de él pensándolo. Y ni si siquiera es difícil, es imposible. Pero hipnotizados por los pensamientos, llegamos a creernos tanto las historias que van narrando, que nos parece habernos ido de aquí. Sufrimos, claro, y experimentamos el anhelo de volver a la simplicidad del ahora.
Y entonces elucubramos y generamos todo tipo de prácticas y artificios que puedan traernos de vuelta a la anhelada paz del presente. Llegamos incluso a imponérnoslo como una nueva meta. Y, tras conseguir aquietarnos y relajarnos un poco, volvemos a evadirnos una y otra vez castigándonos por ello… ¡Qué locura!, ¿verdad?
«¿Por qué no me funciona? ¿Por qué no consigo vivir aquí nada más que un ratito y luego vuelvo a fugarme a ese mundo mental que me atosiga?»
La pregunta es: ¿Quieres de verdad?
Decimos que queremos, sí, pero en realidad, no lo queremos. O, más bien, no es aún lo único que queremos. Nos viene muy bien serenarnos y sentir la belleza del instante en su simple inocencia y el alivio que experimentamos en él. Pero secretamente, identificados con una mente separada, le damos más valor a lo que sucederá en el futuro, a los logros que nos harán sentirnos más valiosos, a las relaciones que nos esperan, a un tiempo imaginado en el que todo será mejor que esto. O bien, seguimos creyendo a pies juntillas en las historias temibles que podrían suceder o ya sucedieron, a las escenas pasadas de fracasos o pérdidas, en las viejas imágenes sobre nuestras vidas que, no por ser dolorosas, dejan de tener su morboso atractivo para seguir nutriendo al personaje disminuido con el que nos confundimos.
Es decir, queremos la paz del presente pero no amamos el presente sobre todas las cosas. No es nuestro verdadero amor. Amamos más las expectativas que hemos alimentado sobre ese futuro en el que creemos más que en la absoluta realidad de este instante. O las historias pasadas con las que nos sentimos seguros de tanto pensarlas, aunque sea para arrepentirnos de ellas.
Y desde esta división, no es extraño que nos parezca que no podamos permanecer aquí consistentemente. No podemos quedarnos y ser fieles a nuestro verdadero amor porque nos tira mucho una amante que nos promete logros, nos presenta escenas grandilocuentes y llamativas acaparando nuestra atención constantemente. Mientras sigamos creyendo en sus propuestas, todo intento de vivir en el ahora sólo será una pantomima, un pequeño alivio para volver de nuevo a los embaucadores brazos de esa amante, la mente pensante, a la que le damos nuestras preciosas energías quedándonos siempre vacíos.
No nos engañemos, por favor. Al presente… no lo queremos. Agitados por una mente hiperactiva, lo usamos como triquiñuela para tranquilizarnos, hacemos teorías sobre él… pero no lo queremos. Seamos honestos. Cuando amamos algo de verdad, nos unimos tan intensamente a ello que no queremos ni podemos separarnos.
No hay nada más apacible que la honestidad. Aceptar que no quiero realmente lo que creo querer, es un descanso. Aceptar que, aunque mi anhelo profundo es descansar en el presente, prefiero aún seguir jugando al juego de la búsqueda de algo más que no está aquí, me trae a un espacio de coherencia en el que puedo comprender y admitir la realidad tal y como está siendo. Así, me ahorro el estrés de sostener algo tan inconsistente como «quiero vivir en el presente, pero no puedo, porque es muy difícil».
No, no es difícil. El presente es la vida y su simplicidad es tan radical que asusta. Le asusta a esa mente complicada que se lo quiere saltar despreciándolo. En la infinita transparencia del ahora, se disuelven sus estrategias, desaparece el personaje… ¿Cómo no iba a temerlo?
Sólo cuando tenemos el valor de soltar todas esas expectativas y temores y quedarnos desnudos, abiertos y rendidos a lo que es, nos damos cuenta de que el presente no hay que lucharlo, intentarlo o practicarlo… Es nuestra vida, nunca hemos salido de él. Es el sustrato que nos sostiene, la sustancia que nos constituye y la amorosa consciencia que nos abraza. ¿A dónde íbamos a ir? ¿Qué promesa podría atraernos más que esta entrañable plenitud, esta danza vibrante que, momento a momento, se despliega aquí? ¿Cómo íbamos a querer buscar algo más aparte de lo que realmente somos?