Cierta tarde abrió el diálogo un joven canadiense que iba ataviado con lungi y con una kurta delgada. Dijo que tenía veintitrés años, pero apenas aparentaba los veinte. Llevaba al cuello una crucecita de plata muy elegante, colgada de una cadena delicada. Dijo que había encontrado el libro Yo soy Eso en una librería de Bombay hacía un par de días. Tras echar una ojeada a algunas páginas, había sentido el impulso de conocer personalmente a Maharaj. Ya había terminado el libro, leyéndolo casi sin parar toda la tarde y toda la noche, y había terminado los dos volúmenes hacía pocas horas.
Maharaj: Eres muy joven. Me pregunto desde qué edad te interesas por la búsqueda espiritual.
Visitante: Señor, desde siempre, que yo recuerde, he estado interesado profundamente por el Amor y por Dios. Y tengo la poderosa sensación de que no son distintos. Cuando me siento a practicar la meditación, suelo…
M: Espera un momento. ¿Qué quieres decir exactamente con meditación?
V: La verdad es que no lo sé. Lo único que hago es sentarme con las piernas cruzadas, cierro los ojos y me quedo en reposo absoluto. Siento que el cuerpo se relaja, casi como si se derritiera, y que mi mente, o mi ser, o lo que sea, se fusiona con el espacio, y el proceso de pensamiento se suspende gradualmente.
M: Eso está bien. Sigue, por favor.
V: Con frecuencia, durante la meditación, me surge en el corazón un sentimiento abrumador de amor extático, junto con una efusión de bienestar. No sé de qué se trata. En uno de esos arrebatos sentí la inspiración de visitar la India… y aquí estoy.
M: ¿Cuánto tiempo te quedarás en Bombay?
V: La verdad es que no lo sé. No suelo hacer planes casi nunca. Tengo dinero suficiente para vivir con frugalidad unos quince días, y tengo mi pasaje de vuelta.
M: Ahora, dime qué es exactamente lo que quieres saber. ¿Tienes alguna pregunta concreta?
V: Cuando llegué a Bombay era un hombre muy confundido. Me parecía que estaba a punto de perder el juicio. La verdad es que no sé por qué fui a la librería, porque no suelo leer mucho. En cuanto tomé en las manos el primer volumen de Yo soy Eso, sentí esa misma sensación que tengo durante mi meditación. Cuando seguí leyendo el libro, me parecía como si se me quitara un peso de dentro de mí, y ahora que estoy aquí sentado, delante de ti, tengo la sensación de estar hablando conmigo mismo. Y lo que me estoy diciendo a mí mismo me parece una blasfemia. Estaba convencido de que el amor es Dios. Pero ahora pienso que el amor es, sin duda, un concepto, y si el amor es un concepto, Dios también debe de ser un concepto.
M: Entonces, ¿qué hay de malo en ello?
V [Riéndose]: Ahora, si lo dices así, no tengo ninguna sensación de culpabilidad por haber convertido a Dios en un concepto.
M: En realidad has dicho que el amor es Dios. ¿Qué quieres decir con la palabra «amor»? ¿Te refieres al «amor» como opuesto al «odio»? ¿O te refieres a alguna otra cosa? Aunque, naturalmente, ninguna palabra puede ser adecuada para describir a «Dios».
V: No. No. Con la palabra «amor» no me refiero a lo opuesto al «odio», desde luego. Lo que quiero decir es que el amor es abstenerse de discriminar entre «yo» y lo «otro».
M: ¿La unidad del ser, en otras palabras?
V: Sí, desde luego. ¿Qué es, entonces, el «Dios» al que debo rezar?
M: Hablaremos más tarde de la oración. Y bien, ¿qué es exactamente ese «Dios» del que hablas? ¿No es la consciencia misma (el sentido de «ser» que tenemos), en virtud del cual eres capaz de hacer preguntas? El «Yo soy» es en sí mismo Dios. ¿Qué es lo que más amas? ¿No es acaso este «Yo soy», la presencia consciente que quieres conservar a cualquier coste? La búsqueda misma es Dios. Al buscar, descubres que «tú» eres independiente de este complejo cuerpo-mente. Si no fueras consciente, ¿existiría el mundo para ti? ¿Habría alguna idea de un Dios? Y la consciencia en ti y la consciencia en mí ¿son diferentes? ¿Acaso no están separadas únicamente como conceptos, buscando la unidad no concebida? ¿Y no es ésta amor?
V: Ahora comprendo lo que quiere decir eso de «Dios está más próximo a mí que yo mismo».
M: Recuerda también que no puede haber más prueba de la Realidad que el serla. De hecho, tú eres ella, y lo has sido siempre. La consciencia se marcha con el final del cuerpo (y, por tanto, está limitada en el tiempo), y con ella se marcha la dualidad que es la base de la consciencia y de la manifestación.
V: ¿Qué es, entonces, la oración, y cuál es su propósito?
M: La oración, tal como se suele entender generalmente, no es más que pedir algo. En realidad, oración significa comunión-unión-yoga.
V: Ahora está todo tan claro como si hubiera eliminado de mi sistema un montón de residuos, como si se hubieran disipado.
M: ¿Quieres decir que ahora te parece que lo ves todo con claridad?
V: No. ¡No! No es que me lo parezca. Está claro, tan claro que ahora me asombra que no lo estuviera antes. Varios pasajes que había leído en la Biblia, que hasta ahora me habían parecido importantes pero oscuros, me resultan ahora claros como el cristal… pasajes como aquellos que dicen: «Antes de que Abraham fuera, Yo soy»; «Yo y Mi Padre somos Uno»; «Yo soy el que soy».
M: Bien. Ahora que ya comprendes estas cosas, ¿qué sadhana practicarás para alcanzar la liberación de tu «esclavitud»?
V: ¡Ah, Maharaj! Ahora te estás burlando de mí, no cabe duda. ¿O quizás me estás poniendo a prueba? Sin duda, ahora ya sé y he comprendido que Yo soy Eso, que soy lo que siempre he sido y lo que siempre seré. ¿Qué queda por hacer? ¿O por deshacer? ¿Y con qué fin?
M: ¡Excelente! Simplemente, sé.
V: Eso haré, sin duda.
Acto seguido, el joven canadiense se postró ante Maharaj, con los ojos llenos de lágrimas de gratitud y de dicha. Maharaj le preguntó si volvería, y el muchacho dijo: «Sinceramente, no lo sé». Cuando se hubo marchado, Maharaj se quedó un rato con los ojos cerrados y con la más dulce de las sonrisas en los labios. Después, dijo en voz muy baja: «Una persona excepcional». Yo apenas capté sus palabras. No volví a ver nunca al joven canadiense, y me he preguntado a menudo qué fue de él.