De todas las posibilidades que le están reservadas a la existencia humana, pocas tan ciertas como la enfermedad. Nada, se dice, está garantizado… salvo ciertas excepciones, entre las cuales se encuentra caer enfermos. Tarde o temprano nuestro cuerpo (“destinado a la ruina y la disolución”, dice Freud en un pasaje de El malestar en la cultura) sucumbe al embate de la enfermedad, sea porque esta se incuba silenciosa e inadvertidamente desde el interior, sea porque, como es quizá más común, algo del mundo exterior lo invade, lo perturba, lo ataca, lo vuelve una presa inerme de una amenaza insospechada. Accidentes, descuidos, malformaciones, deficiencias, enfermedades congénitas, infecciones, contagios, intoxicaciones… las causas y los rostros de la enfermedad son muchos y muy variados, pero su destino o su propósito es uno solo: evidenciar la vulnerabilidad del cuerpo y, más aún, la vulnerabilidad de la vida en sí, la fragilidad de esto que implica estar vivos, la facilidad con que podemos pasar de “estar bien”, estar enteros, hacerlo todo con vigor y entusiasmo, a un estado de debilidad y precariedad en el que, según sea el caso, podemos sentir que no tenemos ni energía ni ganas ni para mover un dedo, ese estado en el que duele respirar, duele moverse, duele, sí, estar vivos, pues inesperadamente eso nos hace sentir la enfermedad: el significado más crudo, más palpable, de estar con vida.
De algún modo, este es el sentido del fragmento de una carta de Plinio el Joven que compartimos a continuación. Cabe mencionar, brevemente, que Plinio el Joven fue sobrino de Plinio el Viejo, este último un tanto más célebre gracias a su Historia natural, ese compendio excelso de curiosidad científica, imaginación e incluso recolección histórica.
Privilegiado con una educación destacada, Plinio el Joven tuvo una trayectoria notable dentro de la administración romana, pasando por prácticamente todos los cargos públicos de importancia que existían en el Imperio en su época.
Además, gracias a esa formación, Plinio el Joven dedicó parte de sus talentos a la escritura, y aun cuando gran parte de su obra no se conserva, se sabe que destacó como poeta y que incluso incursionó como autor trágico.
De sus escritos, los que sobreviven son casi exclusivamente cartas que escribió a distintos destinatarios, amigos algunos de ellos, funcionarios, historiadores e incluso a algún emperador. Su prosa, de buen estilo literario y con una buena dosis de profundidad filosófica, se caracteriza por transmitir una observación aguda de los hechos que refiere. Quizá la prueba más conocida de ello sea la célebre carta en la que relata la erupción del Vesubio nada menos que a Tácito, el historiador romano, en la cual cuenta todo lo que sabe sobre la catástrofe que acabó con las ciudades de Pompeya y Herculano y con la vida de su tío en el año 79.
En el caso del fragmento que compartimos a continuación, se trata de una breve misiva dirigida a Valerio Máximo y cuyo tema central (y prácticamente único) es la enfermedad. Veamos.
Gayo Plinio (El Joven) a Valerio Máximo:
Hace poco la enfermedad de un amigo mío me ha recordado que no valemos nunca tanto como cuando estamos enfermos. ¿A qué enfermo, en efecto, tientan la avaricia o la ambición? No es esclavo de sus amoríos, no apetece los honores, se despreocupa de las riquezas, se contenta con lo que tiene, por poco que sea, sabiendo que lo va a abandonar. Entonces se acuerda de los dioses, recuerda que es mortal, no envidia a nadie, a nadie admira, a nadie desprecia, y ni siquiera atiende o se alimenta de las conversaciones maliciosas: tan sólo sueña con fuentes y baños. Esta es la suma de sus cuitas, la suma de sus plegarias, y mientras decide que, en el caso de que pueda liberarse de su enfermedad, su vida será en el futuro dulce y sosegada, es decir, inocente y feliz. Puedo, pues, prescribirte a ti brevemente y a mí también lo que los filósofos se esfuerzan en enseñar utilizando un gran número de palabras y también de volúmenes: que continuemos siendo, cuando estamos sanos, tal como declaramos que seremos cuando estamos enfermos.
(Cartas, Libro VII, 26)
Como vemos, la postura de Plinio el Joven en esta carta es casi estoica y en buena medida edificante. Para él, la enfermedad es una especie de “maestra” que, entre otras lecciones, nos invita a aprender sobre humildad y, como decimos antes, sobre vulnerabilidad. Quizá si viviéramos cotidianamente en ese estado de indefensión al que nos lleva y nos enfrenta la enfermedad, valoraríamos mejor y en su justa medida todo: lo superfluo y lo importante, lo prescindible y lo imprescindible, aquello que sí queremos presente en nuestra existencia y aquello sin lo cual podemos continuar.
La enfermedad, parece decirnos Plinio, pone todo en su lugar, y nos hace mirar con mejores ojos los pequeños y los grandes elementos de los que está hecha la vida.
https://pijamasurf.com/2020/12/nunca_valemos_tanto_como_cuando_estamos_enfermos_un_fragmento_de_plinio_el_joven/
Lo que la enfermedad enseña es aquello que realmente es valioso en la vida, lo único que verdaderaremente es importante. Tener salud.
Estar sano, no sólo es valioso sino que, te posibilita todo lo demás. Estar enfermo te hace desear sólo una cosa, dejar de estarlo.