¿Cómo fluir?
Conéctate con algo que siempre está fluyendo dentro de ti:
tu aliento.
Acércate a él, intima con él, baila con él…
deja que este contacto te enseñe a seguir
el ritmo de la vida.
Caminar al aire libre, bañarme en los rayos del sol del amanecer, sumergirme en el ambiente de los bosques, respirar sus aromas, dejarme reforzar por la presencia de los árboles, escuchar el murmullo de los riachuelos o contemplar los horizontes lejanos desde las cimas de las montañas han sido mis fuentes de inspiración más poderosas y el modo más sencillo de conectarme con mi paz interior. Desde muy joven me acostumbré a buscar refugio en los brazos de la naturaleza. La sentía como una madre que, tras absorber mis penas, me devolvía a la vida renovada.
La naturaleza, sin embargo, no es solo externa. No es siempre necesario ir a buscarla fuera. Está dentro de mí, soy yo misma. Si me detengo a contemplarla aquí, soltando la búsqueda de algo externo que a veces está lejos, puedo experimentar esa misma comunión con la vida ahora.
Cada vez que me detengo a conectar con mi respirar, a sentir el ir y venir de mi aliento, estoy contemplando un verdadero oleaje interior que nunca se detiene. Hay olas enormes que ascienden inundándome de energía para descender nuevamente mientras espiro perdiéndose en mi océano… Otras veces, pequeñas olitas irregulares, cuyo ritmo va cambiando me transportan a un mar agitado de respiraciones cortitas que también puedo contemplar.
Dedicarme a observar y seguir atentamente ese fluir de mi aliento me conecta inmediatamente con el fluir de la vida en mí. No hay críticas ni juicios cuando contemplo el mar ahí fuera: es como es, está como está en este preciso instante. Y, del mismo modo, no se me ocurriría juzgar cómo deberían ser mis olas interiores.
Intensos nubarrones cubren el cielo y vientos intensos me zarandean, cuando paseo en días desapacibles. Mi paisaje interior es así a veces: parece que no veo la luz, que corrientes internas desbocadas me empujan en todas direcciones, pugnando por desarraigarme. Y yo, al recordar quien soy, puedo dejarme atravesar, sabiéndome espacio para esa tempestad.
La naturaleza soy yo, está aquí: late en mi corazón, fluyen sus ríos por mis venas, bailan sus olas en mi respiración. En cualquier momento puedo volver a ella, revitalizarme en su movimiento.
Finalmente, dentro, fuera… ¿Dónde está el límite entre lo que llamo interior y la naturaleza que mis ojos contemplan?
En realidad, no hay separación. Lo que veo ahí me habla de lo que vivo aquí; y lo que está pasando aquí, en lo íntimo, forma parte de un todo más amplio que me envuelve. Todo sucede en mí. Cuando abrazo lo que parece lejano, me abrazo en mi intimidad. Y cuando respiro lo inmediato, me extiendo hacia la inmensidad.
No tengo que hacer nada…
Dejo que todo sea como es,
mientras descanso confiada en la paz de mi ser.