Franklin Merrell-Wolff, matemático insigne, filósofo y místico, experimentó un espontáneo despertar en 1936. Estuvo influido por el sufismo, la teosofía y la filosofía hindú, principalmente el Vedanta Advaita del maestro indio Shankara, a quien consideraba su gurú. Contribuyó, asimismo, a guiarle hacia la claridad un sabio anónimo, que, aunque le brindó su ayuda, nunca se consideró gurú suyo. Fue la contemplación de los pensamientos de Shankara acerca de la liberación espiritual lo que hizo comprender a Franklin que aquello que había de comprenderse no podía ser experiencial ni implicaba un cambio en cuanto al contenido de la consciencia, sino que se trataba más bien de la realización de una Nada que era idéntica a su propio Sí-mismo. El siguiente texto reproduce una parte del relato de su despertar ocurrido en 1936 tal como aparece en su autobiografía, Pathways Through to Space.
En el pasado me llegaron dos grandes Reconocimientos. El primero ocurrió hace casi catorce años. En un contexto que no es necesario describir, de repente reconocí: «Yo soy el atman (Sí-mismo)», lo cual desencadenó importantes cambios de perspectiva que han perdurado. El segundo tuvo lugar hace menos de un año. Mientras realizaba el trabajo público que antes he mencionado, y en un momento en que había despertado mi más profundo interés un libro que hablaba detalladamente sobre un Sabio indio vivo, reconocí también que el nirvana no es un campo, un espacio ni un mundo en el que uno entra y que le contiene a uno como el espacio contendría un objeto externo, sino que «Yo soy idéntico al nirvana, siempre lo he sido y siempre lo seré». Este Reconocimiento tuvo, asimismo, efectos persistentes en la consciencia personal.
Y ahora ya podemos volver al Reconocimiento sucedido hace diez días. Digo “Reconocimiento” en vez de “experiencia” por una razón muy clara. Hablando con propiedad, no fue un caso de conocimiento experiencial, que es el conocimiento de los sentidos, ya sean éstos bastos o sutiles, ni es el conocimiento de la deducción ―aunque ambas formas de conocimiento, sobre todo la última, hayan sido una ayuda complementaria―. Fue el Despertar a un Conocimiento que podría denominar “Conocimiento por medio de la Identidad”, y por eso la mejor forma de definir el proceso si es en modo alguno posible hablar de proceso en lo referente a esta conexión es con la palabra “Reconocimiento”.
Había estado sentado en una hamaca del porche, leyendo, como ya he dicho. En lugar de abrir el libro por la secuencia que correspondía, busqué antes la sección dedicada a la “Liberación”, pues sentí una especie de apremiante interés por este tema. Acabé de leerla rápidamente, y todo lo que había leído me pareció claro y satisfactorio. Luego, mientras estaba sentado reflexionando sobre ello, de repente me di cuenta de que un error muy común que suele cometerse en el tipo más elevado de meditación ―es decir, aquella que tiene como propósito la Liberación― es el de buscar un objeto sutil de Reconocimiento, o lo que es lo mismo, algo que pueda experimentarse. Por supuesto, de la falsedad de semejante postura ya sabía yo desde hacía mucho tiempo, teóricamente; sin embargo, no había sido capaz de reconocerla (ésta es una sutil pero importantísima diferencia). Al instante, me desprendí de toda expectativa de que ocurriera algo. Entonces, con los ojos abiertos y sin que ningún sentido hubiera dejado de funcionar ―y, por lo tanto, sin ninguna clase de trance―, abstraje el momento subjetivo, el factor “Yo soy” o “atman”, del colector total de la consciencia objetiva. En esto puse la atención. Naturalmente, comprendí lo que, desde un punto de vista relativo, son la Oscuridad y la Vacuidad. Pero comprendí que son Luz y Plenitud Absolutas, y que yo era Eso.
Obviamente, no podría decir qué era Eso en Sí mismo, por Su propia naturaleza, pues las formas relativas de la consciencia inevitablemente distorsionan la Consciencia no relativa. No es sólo que no pueda decírselo a los demás, sino que ni siquiera soy capaz de albergarlo en mi propia consciencia relativa, ni de sensación ni de sentimiento ni de pensamiento. Todo pensador metafísico comprenderá esta imposibilidad al instante. Estaba preparado incluso para que la consciencia personal no tomara parte en absoluto en aquel Reconocimiento; sin embargo, felizmente, aquella aceptación se vio defraudada. Un momento después sentí la cualidad de la ambrosía en el aliento, y la purificadora bendición que esa cualidad extiende a la personalidad entera, incluido el cuerpo físico. Me hallaba por encima del universo; no quiero decir que hubiera abandonado el cuerpo físico y vagara por el espacio, sino que estaba por encima del espacio, del tiempo y de la causalidad. Fue como si mi karma, mi responsabilidad individual, se desprendiera de mí. Me sentí intangible y, a la vez, maravillosamente libre. Era conocedor de este universo, y no estaba atado a él. Los deseos y las ambiciones fueron haciéndose cada vez más difusos; ningún honor mundano tenía el poder de exaltarme; la vida física carecía del menor atractivo.
Después, durante los días siguientes, me encontré repetidamente sumido en profunda reflexión, albergando pensamientos tan abstractos que no existían conceptos para representarlos. Fue como comprender una auténtica biblioteca de Conocimiento, todo él menos concreto que las más abstractas matemáticas. La personalidad reposaba en un suave resplandor de felicidad, que, al tiempo que era muy suave, tenía una potencia capaz de difuminar el más persuasivo placer sensual; asimismo, la sensación del dolor del mundo se consumió. Miré el mundo desde arriba, por así decirlo, y me pregunté: «¿Qué tiene importancia dentro de él? ¿Qué merece la pena hacer?». Y encontré una sola respuesta: hacer que otros comprendieran lo que yo había comprendido, pues en ello está la única clave realmente capaz de resolver todos sus problemas. Las pequeñas tragedias de los hombres me dejaban indiferente. Vi una única y terrible Tragedia, que era causa de todas las restantes, y era que el ser humano no supiera ver su propia Divinidad. Y vi una única solución: la Realización de esa Divinidad.