¿Por qué da origen al sufrimiento el sentido del yo? Cuando no tenemos sentido del yo podemos seguir sintiendo dolor, e incluso un cierto tipo de angustia. Un niño de pecho puede estar enfadado, puede llorar, puede chillar; pero en esencia se trata de un tipo de sufrimiento distinto del que nos encontramos cuando nos hacemos adultos y conscientes de quienes somos. La percepción de ser un yo, un alguien, un algo distinto e independiente de todo lo demás, tiene algo que da origen al sufrimiento. Cuando nos hacemos mayores empezamos a desarrollar lo que llaman «un ego». Nuestro ego, en su sentido más genérico, es nuestro sentido de quienes somos. Tener un sentido egoico de quienes somos significa que nos vemos a nosotros mismos esencialmente como separados, como otros del mundo que nos rodea.
Este sentido de otredad no constituye un problema al principio. De hecho, como hemos visto, los niños hacen un gran descubrimiento cuando empiezan a descubrir su otredad. Cuando comienzan a cambiar las cosas es cuando los niños empiezan a decir: «Esto es mío, no tuyo. ¡Esto es mío! ¡Dame eso! ¡Quiero eso!». Aprender esta manera de ver el mundo produce en los niños al principio una sensación bastante notable de potenciación. Por eso la aplican tanto. Cuando descubren su sentido rudimentario del yo, este les ayuda a encontrar un cierto equilibrio en el mundo. Les ayuda a localizarse: «Aquí estoy yo, distinto de ti». Esto parece una cosa necesaria. Digo que parece que es necesaria, pues se produce en casi todos los seres humanos. Todo ser humano desarrolla el sentido de un yo separado, de una estructura de ego. Por tanto, en realidad sería absurdo decir que esto es un error y que no debería suceder; porque el caso es que sucede, y sucede casi constantemente, en casi todos los seres humanos.
Pero nuestro sentido del yo tiene un lado oscuro. Cuando nos vemos a nosotros mismos como separados, como algo distinto de la vida que nos rodea, esto nos infunde una sensación de alienación y de miedo. Porque cuando vemos la vida como «otra», cuando nos vemos unos a otros como «otros», entonces vemos en esos «otros» unas amenazas en potencia. Naturalmente, la vida es, de suyo, una de las máximas amenazas que puede percibir un ego. La vida es un devenir inmenso. Puedes irte de viaje, puedes irte de vacaciones, puedes irte a la otra punta del mundo, pero nunca podrás escapar de la vida. Aunque te fueras a la luna, seguirías sin poder escapar de la vida. No puedes escapar de la existencia. Mientras veamos la existencia como una cosa esencialmente distinta de lo que somos, seguiremos percibiendo en ella una amenaza en potencia. Ver en la existencia una amenaza en potencia engendra miedo, y el miedo, a su vez, engendra conflicto y sufrimiento.
Cuando nos vemos a nosotros mismos como esencialmente separados, entonces empezamos a pensar que yo tengo que cuidar de «mí», que mis necesidades y mis deseos tienen la máxima importancia, y que, por tanto, debemos procurar conseguir lo que queremos, con independencia de lo que pueda querer o necesitar otra persona. Así pues, una de las primeras nociones que puedes llegar a descubrir es que todo sufrimiento se basa en una percepción errónea del yo. En cuanto llegamos a la conclusión de que existimos como un yo separado, hemos abierto la puerta del sufrimiento.