Descomponiendo una pirámide obtenemos el cuadrado (base), los cuatro triángulos (cuerpo) y la cruz o encrucijada (vista de la cima). En este breve artículo analizamos el significado de cada uno de estos elementos desde el punto de vista cabalístico; es decir, mediante la explicación de conceptos espirituales a través de formas materiales.
El cuadrado es el signo de la materia, los cuatro elementos principales que la constituyen: tierra, agua, fuego y aire. Es la prisión del espíritu, encerrado dentro de la materia de forma estática, y la expresión geométrica de la cuaternidad; por eso corresponde al simbolismo del número cuatro y de todas las divisiones cuadripartidas de cualquier proceso. Su carácter estático y severo, considerado del ángulo de la psicología de la forma, explica su utilización tan frecuente en todo lo que significa organización y construcción.
El triángulo es el signo masculino del fuego y del falo, de las sociedades patriarcales. En el ocultismo representa devolución, la vuelta, el inicio del retorno, superando el ciclo reencarnatorio para el seno del Creador. Es la imagen geométrica del ternario, y en el simbolismo de los números equivale a tres. En su más alta significación aparece como emblema de la Trinidad. Con el vértice para arriba simboliza el impulso ascendente de todo para la unidad superior, desde lo extenso (base) a lo inextenso (vértice), imagen del origen o punto irradiante.
La cruz es el símbolo de la tierra, de su crucifixión y de la del hombre. De hecho ese símbolo muestra el ser humano en pie, de brazos abiertos —la línea horizontal representa el cuerpo ligado a la materia, y la vertical su alma en busca del retorno al Creador—. La cruz es un signo de provocación, además es abierto en relación al cuadrado. Aquí la materia ya no es más suficiente, y el propio sufrimiento actúa como destructor de paredes, liberando los cuatro elementos materiales y proyectándolos en la dirección de los cuatro puntos cardinales —esto es, el cosmos—. La cruz anuncia, así, una nueva dimensión dinámica y un inicio de liberación. La cruz es el eje del mundo. Situada en el centro místico del cosmos, es la parte o la escalera por la cual se puede llegar a Dios.
La encrucijada es el inverso de la cruz. En tanto la cruz se abre en dirección a los puntos cardinales, la encrucijada se cierra de los puntos cardinales para el centro. Ella es la intersección de dos caminos, representando una parada, una alternativa, una opción y también una duda. Posee un poder de atracción innegable, un magnetismo extremo. Su representación gráfica se presenta como una «X» para diferenciarla de la cruz, lo que le confiere una forma dinámica, que atrae a través del movimiento rítmico, girando alrededor de un centro que simboliza la fuerza material primordial de los cuatro elementos actuando centrípetamente.
De esta forma, la pirámide maneja los cuatro elementos a través de las fuerzas centrífuga (cruz) y centrípeta (encrucijada), pasando por la transformación del fuego (triángulo), formando una conjunción de símbolos y fuerzas en la cual los elementos se conjugan; el primero (oxígeno) asciende las llamas del segundo (fuego), y el tercero (combustible) inunda al cuarto con su sudor (tierra, agua, fuego y aire) desde el elemento más energético al más material.
En fin, erigida en inmortales rocas por varias culturas antiguas, la pirámide es la ordenación de los elementos que la componen. Es el símbolo de la Tierra en su aspecto materno e ígnea en su aspecto trascendental. Así ella expresa la totalidad de la obra creadora.
Por Iracema C. Pirés. Edición: MP.